Los buenos aperitivos suelen abrir el apetito. Por eso, os ofrezco uno, aunque no sé si bueno o no: un pequeño fragmento de mi novela <Tánger. la perra> (también titulada <La metamorfosis de Goethe>). Es una novela negra ambientada en el Tánger Internacional. El fragmento que reproduzco narra un ecnuentro accidental en el Café de Paris entre los dos protagonistas principales de la historia, el comisario Amin Hourani y el escritor Augusto Cobos, y Esther Lipman, una mujer que vive la vida enfrentándose a ella con frivolidad y en el ambiente más corrompido de aquella ciudad mitificada.
En esta novela, se entrecruzan personajes ficticios con otros reales, como Paul y Jane Bowles, Emilio Haro, Cecil Beaton, las hermanas Gerofi, Barbara Hutton o Angel Vázquez. Ha resultado una experiencia tan fascinante, que hube de escribir otra titulada <La emperatriz de Tánger>, que bebe del mismo ambiente y de la misma ciudad. Estas dos novelas aguardan ser publicadas, y aunque la labor para que vean la luz está siendo complicada, confieso que he disfrutado muchísimo escribiéndolas.
Lo dicho, espero que este fragmento os abra el apetito por leer un día <Tánger, la perra>.
Sergio Barce, diciembre 2012
Era demasiado temprano para ir al Palmarium y Amin Hourani se dirigió al centro. Le agradaba sentir la fría brisa del crepúsculo, subiendo por el Boulevard, y caminar por las calles atestadas de viandantes, una manera de sentirse aún vivo. Llevaba la mano izquierda metida en el bolsillo del pantalón y un cigarro apagado entre los dedos de la otra. Había deambulado por el Zoco Chico, bajado por la cuesta de los Siaghines y ahora de regreso al mirador. Finalmente se decidió por tomar algo en el Café de París.
Las aspas de sus ventiladores ronroneaban con placidez sin conseguir que el aire del local se inmutase. Se habían encendido las luces del interior y un brillo apagado ensortijaba las paredes. El murmullo de las conversaciones parecía el lejano rumor del mar acariciando la playa y eso siempre le reconfortaba. En cuanto había entrado, Esther Lipman se puso a agitar un brazo para llamar su atención, algo que, en un lugar como ése, no le resultaba muy cómodo. Sin embargo, descubrió que junto a Esther y otra pareja también se encontraba Augusto Cobos Koller. De manera que se decidió a acercarse a ellos.
Esther Lipman miró con descaro al comisario, de arriba abajo, con sus ojos impresionantes, como los de Theda Bara. Llevaba un vestido negro, de escote generoso, que tal vez exigían sus senos, el talle ceñido para resaltar sus caderas legendarias. Amin Hourani intuía que, como casi todas las noches, Esther Lipman pasaría la velada jugando en el Kursaal. La delataban su vestido y sus joyas. No pudo evitar besarla en la mejilla y luego, tras estrechar la mano de Augusto, tomó asiento a su lado. Augusto Cobos sacó una pitillera que sólo utilizaba cuando se proponía impresionar a alguien y le ofreció un pitillo a Hourani, éste le enseñó el cigarro que aún llevaba sin encender entre los dedos.
-Comisario Amin, voy a presentarle –la voz de Esther Lipman era un tintineo que acompañaba a las joyas que llevaba encima-. Los señores Zylewicz: Irena y Roman. Son unos viejos amigos de Varsovia que acaban de llegar…
Conociendo a Esther Lipman, tanto él como Augusto Cobos se tomaron aquella afirmación con absoluto escepticismo. Uno podía creer que esa pareja había compartido con ella los años de niñez o parte de su juventud, pero Esther Lipman había salido de Polonia recién nacida y con los falsos recuerdos que le habían modelado su madre y su abuela.
-Bienvenidos.
Augusto Cobos, por su parte, no ocultó una especie de desinterés que se agudizó con el ademán simple y distraído con el que abrió la pitillera de alpaca y sacó uno de los cigarrillos. Esther aprovechó para hurtarle uno sin que él pareciera molestarse.
El comisario observó a la pareja de recién llegados. Los señores Zylewicz presentaban un aspecto desangelado. El traje de Irena era de un gris pasado de moda, como sus zapatos. El marido llevaba una chaqueta azul marino de doble pecho, de botones dorados, y pantalones beige. Le bastó con echarles un rápido vistazo para saber que acumulaban tan escasos recursos como Esther, pero, a diferencia de ella, carecían de estilo, desairaban el ambiente afrancesado del local.
-Yo también les doy mi más cálida bienvenida –añadió Augusto Cobos mirando de reojo, burlonamente, a la mujer.
-Sólo hablan yiddish… –dijo entonces Esther Lipman. Tras guardar el cigarrillo que le había quitado a Augusto, sacó del bolso un pequeño espejo y una barra de pintura de labios con la que se retocó, coqueta y divertida-. August ich been zair tzofriden far dain komer. Er is a oisergavaelicher mantsh onn a gooter libe. (August os da su más cálida bienvenida… Es un hombre extraordinario, querida. Si supieses lo buen amante que es no dejarías escapar la ocasión…) –Roman se irguió en su silla, con una rígida tensión en las mandíbulas. Esther dejó enseguida al matrimonio, como si se hubiese limitado a cumplir con el protocolo de las presentaciones, girándose de nuevo hacia Augusto-. ¿Vendrás al casino a jugar con nosotros?
-No vas a sacarles un céntimo… Déjalos –susurró, con cierto cansancio, arrastrando las palabras.
-¿Qué desean tomar los señores?
Uno de los camareros se había acercado y entonces Hourani se dio cuenta de que Augusto Cobos había entrado sólo minutos antes que él. Augusto miraba las copas del matrimonio, tan sobrias como sus modales. No fue capaz de identificar su contenido. Esther, por su parte, bebía champán, lo que no podía sorprenderle.
-Un Pernod –dijo.
-Un té –pidió el comisario, llevándose al fin el cigarro a los labios y encendiéndolo.
-Hace días que no nos vemos –le dijo en voz baja Augusto mientras Esther se enzarzaba en una animada conversación con sus amigos polacos.
-Sí. Y tampoco he coincidido con Paul desde, bueno, desde hace bastante… Y me viene bien este encuentro porque necesitaba preguntarte algo. ¿Recuerdas el día que hirieron a tu amigo Pedro Duarte?
Augusto Cobos echó la cabeza atrás y estudió el perfil del comisario, como si tratara de adivinar cuál era su intención real al preguntarle por aquel incidente. Lo conocía lo bastante bien como para barruntarse que no era por mera curiosidad.
-Vagamente. Estaba como una cuba.
-Ya.
Regresó el camarero, que sirvió primero el té del comisario y, a continuación, dejó el Pernod sobre la mesa. Augusto lo probó ligeramente, y luego sacó la cartera. Extrajo varios billetes, ostensiblemente, y se los dio a Esther Lipman que los guardó enseguida en el bolso sin ni siquiera molestarse en contarlos. También se ocupó de pagar la cuenta. A la mujer polaca se le dilataron las pupilas y se le sonrojaron los pómulos, como piel de melocotón. Augusto la miró fijamente, acariciándose la barbilla, hasta que ella entornó los párpados, un tanto avergonzada.
-El que lo pasó mal fue Pedro, ya lo sabes –dijo entonces, volviéndose de nuevo hacia Hourani-. ¿Qué es lo que quieres saber?
-¿Por qué no denunció a su agresor?
Augusto dio una calada a su cigarrillo y posó la mano en el borde de la mesa, con elegancia. Sus ojos, vidriosos, parecían anestesiados. Hourani sabía que era un ave nocturna que sólo se ponía a funcionar después de la medianoche, así que no esperaba demasiado.
-Le pagaron muy bien para que no lo hiciese… Ya sabes que nos peleamos con ese niño rico, y su familia no quería escándalos. Un abogado de Marsella llamó a Pedro, le ofreció una indemnización y todo quedó zanjado. Yo tampoco la habría rechazado, créeme. Le pagaron bien, muy bien…
Pensativo, Amin Hourani se inclinó y dio un sorbo a su vaso de té. Esther soltó una risotada, la miró y se dio cuenta de que el matrimonio polaco se sentía tan incómodo que apenas se atrevían a levantar los párpados.
-Uno de mis agentes me dijo que os peleasteis por culpa de una chica. Debía de ser una buena amiga de Pedro Duarte para dejarse marcar de esa manera…
Los ojos de Augusto Cobos refulgieron. Dio otra calada y exhaló el humo con parsimonia, como si, de pronto, se hubiese aislado de todos y sus pensamientos se hubieran alejado del Café.
-Sí… Una buena amiga –bajó los párpados, cubriendo una amarga sensación de distancia-. Yo estaba tan borracho que el pobre de Pedro se llevó la peor parte, y no pude echarle una mano… Tú sabes que él va a lo suyo y jamás se mete en líos. No tuvo la culpa de que ese cabrón quisiera propasarse con la chica. Tuvo mala suerte, eso es todo.
-Sé cómo sois los dos… -lo afirmó con sinceridad, frunciendo el ceño; pero terminó por esbozar una sonrisa-. ¿Cómo está Carmen?
-Lo hemos dejado, jai. Carmen ya es historia…
-No me habías dicho nada… -no pudo evitar su decepción-. ¿Quién es ella?
-¿Qué puedo decirte? –sonrió, cínico-. Es un ángel reencarnado…
-¿Te das cuenta? Cada vez que te enredas con una mujer dices eso mismo, que es un ángel reencarnado. My friend… –Hourani meneó la cabeza de un lado a otro, llevándose el cigarro a los labios. Luego, lo miró directamente a los ojos, ensombreciendo su expresión con un gesto adusto-. Jacques Duhamel ha sido asesinado. Tengo que saber dónde está Pedro.
La noticia dejó a Augusto Cobos sin palabras durante unos segundos, como si no supiera muy bien si debiera alegrarse o mostrarse preocupado. Levantó los párpados, con una expresión de desamparo, como si buscara ayuda. Pero, de pronto, recobró la lucidez y la seguridad. Cogió el Pernod y ahora sí lo apuró.
-Creo que está en Madrid. Se marchó hace un par de semanas… No sé si habrá regresado ya, pero desearía que siguiese aún allí –añadió.
–Incha Al´láh… Yo también lo preferiría.
De pronto, Esther Lipman acercó su rostro y su escote a Augusto que la miró como despertando de un sueño.
-August, me dicen mis amigos que quieren conocer la agitada vida nocturna de Tánger… ¿Vendrás al casino con nosotros?
-Tendrás que empeñar alguno de esos diamantes… –le respondió él apuntando con el mentón los anillos de sus manos. Esther echó la cabeza atrás soltando una risotada.
-¡August! ¡No seas tonto!
Los dos sabían que si él no le prestaba unas pesetas, Esther tendría que malvenderse esa noche. Esos anillos no eran más que bisutería barata.
–Freg her Cobos vee gait es in Tangier… (Pregúntele al señor Cobos cómo andan las cosas por Tánger...) –La voz de Roman Zylewicz estaba llena de temores-. Mir vielen machen a lebenda… (Queremos instalarnos aquí y…)
–Onn ich vaus nischt oib er is intreseirt tzo heren fegen dem. Er hut zaine oigenn nur oif faiber. (Querido Roman, a August no le interesan los problemas de los demás. A él sólo le importan las mujeres).
Esther Lipman parpadeó con picardía, observando la manera como Augusto aplastaba el cigarrillo en el cenicero. Lo hacía metódicamente, como si se tratara de un ritual, insistiendo en un movimiento circular que sólo abandonó cuando se aseguró que ya no escapaba humo de sus hebras. Hourani también observaba ese gesto, pensando que, al menos, ya podía descartar a Augusto. Si se confirmaba que Pedro Duarte seguía en España, su encuentro accidental podría reportarle mejores resultados de los previstos.
-¿Quieres acostarte con ella? –preguntó Esther a Augusto, cerrando su bolso, aunque observando ahora al comisario. Lo había dicho con la mayor naturalidad, como si preguntara si estaba lloviendo o no, y Hourani miró para otro lado-. La he visto en el hotel en enaguas y te aseguro que tiene un buen cuerpo. Te encantará su culo.
-Es muy tentadora la oferta, pero no.
-Puedo llevarme al marido mientras tú…
-No. Esta noche estoy cansado –aún continuaba pensando en aquella pelea, preguntándose si Amin Hourani sospecharía de ellos-. Ni siquiera me pasaré por el casino.
Pese a su amistad, el comisario no acababa de comprender esa vida anárquica de Augusto, sus cambios imprevistos de humor y su irracional relación con las mujeres, salpicadas siempre con otras aventuras paralelas con putas y borrachas.
-Tú te lo pierdes, querido August. En fin, como podéis ver, a él lo tengo en el saco.
Los dos hombres se fijaron en ese instante en el señor Zylewicz. Esther tenía razón. La mirada rendida del hombre se había perdido en la inmensidad de los pechos de Esther Lipman. Tenía el cuerpo inclinado hacia adelante, como si la atracción por ese escote le forzara a retener el impulso de un salto.
-No seas mala con él. Es un pobre diablo…
Amin Hourani y Augusto Cobos se levantaron de la mesa, se despidieron de los tres y salieron al Boulevard. La noche ya se había adueñado por completo de las calles. En las aceras se reflejaba el destello de la luna.
-¿Dónde estabas anoche? –ahora Hourani no lo miraba, su rostro apartado, como si le avergonzara tener que interrogarle.
-De tugurio en tugurio. Borracho, como siempre.
–I see… -dio un bufido-. Quizá te llamen de comisaría, simplemente para cumplir con la rutina de la investigación; debe constar en el expediente tu declaración. Pero quédate tranquilo, jai –de pronto, Hourani asió a Augusto del brazo-. ¿Sigues con tu novela?
-Lo intento… -la voz le salió sin fuerzas-. Llevo tiempo atascado.
Se buscaron con las miradas antes de estrecharse las manos y Augusto Cobos sintió que el comisario apretaba la suya con fuerza, como si pretendiera que notase su afecto, su inquebrantable amistad, y sólo entonces pensó que era una buena noche para encerrarse con su máquina y escribir hasta el amanecer.
Sergio Barce
13 respuestas
«… y sólo entonces pensó que era una buena noche para encerrarse con su máquina y escribir hasta el amanecer.»
Y la de hoy hubiese sido también una buena noche, la noche perfecta, para seguir leyendo «La metamorfosis de Goethe», espléndida… de principio a fin… fantástica descripción de personajes y ambiente perfectamente conseguido en el Tánger internacional. Sergio, logras describir un escenario muy real. Consigues en el género de novela negra llevarnos al cine!!
¿Qué puedo decirte…? Pues que cada vez más, nos demuestras tus grandes cualidades como escritor completo. Si aún no te la han publicado es que tal vez no hayas picado a la puerta indicada. Yo te deseo de corazón que el momento no tarde demasiado en llegar, porque… estoy segura que sucederá!!!
Un beso
Joana, ¿y qué te digo yo? Que siempre me animas a seguir escribiendo. Te agradezco mucho tus comentarios y sugerencias cuando te mando mis borradores, como hacen Pablo o Jesós o Juan Pablo. Así que, como conoces a fondo la novela completa, me tomaré este comentario tuyo como un regalo.
Un beso,
sergio
Sergio, me encanto, me maravillo….nos dejaste la miel en la boca, avisa cuando esta novela salga a la venta por favor………….me puedo jactar que he leído y tengo todas tus obras, y esta es como si estuviera
Gracias, Raquel. Es un privilegio que me digas que te jactas de tener todos mis libros, un privilegio.
Un beso,
sergio
viendo una película de esas donde sus personajes trasmiten misterio, elegancia y ensoñación….
Tanger tenia que ser la ciudad escogida para esta belleza de novela, con su halo de misterio, intriga y majestuosidad….
Felicitaciones y que Dios te siga mandado esa musa bendita amigo……
Raquel
Pues como aperitivo, este delicioso cóctel de intriga, sexo, y misterio me ha despertado las ganas de más y más, de pillar una buena y voluptuosa borrachera. (El matrimonio Bowles siempre me resultó fascinante, en especial, la frágil y atormentada Jane y su amante «envenenadora»)
Los ingredientes que nos sugieres en tu novela hace que deseemos – incha Al’ lah – que pronto vea la luz. Así sea.
Incha al´láh, Fran. Lo del matrimonio Bowles es cierto que es atrayente, y esa historia de la amante, cierto, aunque yo he fabulado con ellos en pequeños detalles, especialmente con un accidente que sufrieron cuando el hotel en el que se alojaban se inundó… y de ahí construyo una parte de la historia que, claro, no te voy a desvelar ahora…
Un abrazo, jay
Mucha gracias por este bello producto de tu fructuosa creación e imaginacion, que presenta la realidad imaginaria de Tanger, como la conocíamos en aquellos tiempos, con la descripción física de los personajes que nos cruzábamos en el souk eddakhel o en el famoso Café de France, el ambiente de la ciudad, el diálogo, los acontecimientos… esto nos causa un gran placer.
Un abrazo
Gracias a ti, Ahmed. Viniendo este comentario de ti, que es tan positivo y prometedor, me siento recompensado.
Un abrazo
sergio
Si que ha sido un buen aperitivo Sergio, pero como bien dices nos has abierto el apetito, y ahora que?. Nos dejas con hambre.
Me gustaría poder leer esta novela ambientada en una ciudad tan fascinante, misteriosa y llena de secretos como es Tanger.
conoces esa canción que dice » Tanger tienes algo misterioso eres paraiso delicioso al llegar a ti nadie piensa en la partida porque vivir aquí es disfrutar de la vida….»
En 1987 fue la primera vez que estuve allí y quede hechizada. No volví hasta 1994, fui sola y me paso una historia que ahora recuerdo como algo muy divertido, pero en su momento fue bastante angustioso, algún día te la contare, pero no antes de que me escribas ese relato que me debes. Te acuerdas?.
Sergio, deberíamos encontrar la forma de que aunque de momento no se publique esta novela pudiéramos leerla. no crees?. hoy con una herramienta tan mágica como internet todo es posible.
un beso.
Muchas gracias, Mayte. Ya me gustaría poder ver pronto el libro en la calle, espero poder hacerlo a primeros de año.
En cuanto a colgarla en internet, la verdad es que debe existir alguna herramienta, como dices, para verle algo de «color» al trabajo de escribir un libro, pero no lo conozco. Y colgarla entera, la verdad, por ahora creo que sería dilapidar la posibilidad de editarla en papel, que es lo que realmente ilusiona.
Pero os tendré informados de lo que haga.
No he olvidado ese relato, de hecho tengo la fotografía en una esquinita de mi pantalla, pendiente de que la musa me inspire… A veces, tardo, pero siempre cae la fruta.
Besos
sergio
Me gusta ese tipo de ambientes «CASABLANQUINOS» y esos personajes con oscuras historias tras de si.
Espero que sea una de esas novelas en «blanco y negro» con seres polifacéticos que cubren toda la gama de «grises» de esa, tú, paleta que tan bien dominas.
Un abrazo
José Miguel Palarea
Por ahí anda la cosa, Jose Miguel. Espero que podáis verla pronto en la calle.
Felicidades, un abrazo
sergio