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Hablando de mi novela UNA SIRENA SE AHOGÓ EN LARACHE en el I.E.S. PABLO RUIZ PICASSO de MÁLAGA

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El pasado 20 de abril fue otro de esos días que se convierten en un regalo. Me habían invitado al Instituto de Enseñanza Secundaria Pablo Ruiz Picasso de Málaga para compartir una charla con el novelista, y ya creo que sin duda amigo, José Francisco Martín Caparrós. Nos une la pasión por la narrativa y que hemos publicado nuestras últimas obras en la misma editorial, Círculo Rojo. Así que, con las buenas artes de Pablo Cantos y de Lola, que movieron los hilos, los alumnos del instituto hicieron el esfuerzo de leer la novela de Martín Caparrós “El cráneo de la araña” y la mía “Una sirena se ahogó en Larache”.

He de decir que me sorprendieron varias cosas: la primera fue la sensación de cercanía que sentí en todo momento con los profesores y alumnos, la segunda sin duda la sorpresa por lo entrañable que resultó la presentación de mi persona y de mi obra por los profesores Laura Núñez y José Manuel Mesa a los que no conocía (en el caso de José Manuel, me dejó impresionado el hecho de que, al hablar de “Una sirena se ahogó en Larache”, se emocionara tanto recordando las duras peripecias de Tami, el niño protagonista, el personaje que yo he creado, que incluso hubo de hacer un pequeño esfuerzo para seguir hablando, y nos contagió), y la tercera y última de las sorpresas fue el bombardeo de preguntas de los estudiantes que me demostraron que no sólo se habían leído la novela sino que les había fascinado y encantado. Es difícil transmitir la sensación que eso causa cuando escuchas hablar de tu obra y de tus personajes en boca de otros, ser consciente de que has llegado, de que has conseguido el objetivo que te proponías al comenzar a escribir.

En fin, fue algo estupendo estar allí. Y aunque he tardado un poco en contarlo –por culpa de tanto material como se me acumula para el blog- no es ni por dejadez ni por olvido, en absoluto, porque ese día se queda guardado en un pequeño rincón de mi memoria, gracias a Pablo y a Lola, a los que tanto debo, a José Francisco Martín, por su generosidad al compartir ese espacio conmigo, a José Manuel y Laura por su trato exquisito, y a los chicos del Instituto por haber dedicado unas horas de su vida en leerme.

Sergio Barce, junio 2012

Mi novela UNA SIRENA SE AHOGÓ EN LARACHE comienza así…

    Tami es un niño de cuerpo frágil pero despabilado, de ojos hambrientos, que padece una enfermedad que le perfora los bronquios y los pulmones. La humedad de la Medinano le sienta demasiado bien, pero él es feliz en sus callejones. Le gusta jugar al fútbol en la playa y corretear por las callejuelas del barrio de la Alcazaba y bajar corriendo con sus amigos por la calle Real hasta el puerto; y le embrujan los cuentos de su abuelo. Son suficientes razones para que no pueda imaginar la vida en otro lugar.

   Ya es de noche. Se ha tumbado en su jubón, en el cuarto que comparte con su hermano mayor Ahmed, que duerme en la otra estera de esparto. Hace calor. La calima es densa esa noche de agosto. Se escucha música en toda la ciudad y algarabía por las calles, pese a que son más de las tres de la mañana. Es raro que Ahmed no ande por ahí, tras alguna de esas chicas que han regresado a Larache desde Holanda o España de vacaciones.

   El cuarto está en el tercer piso de la casa, junto a la habitación del abuelo. En la planta baja, una pequeña cocina y el salón, en el que sobrevive el viejo televisor Telefunken. Un pequeño habitáculo, que sirve de almacén, un retrete con una ducha y el dormitorio de sus padres se reparten la segunda planta. En la azotea, hay un cajón de madera que atesora algunas herramientas del abuelo de cuando ejercía de mecánico en el Taller de Barrajón, y también la mesa pequeña en la que ahora trabaja. A sus pies amontona piezas desechadas de aparatos electrodomésticos, fusibles, cables, una batería. Es ahí arriba donde el viejo se pasa las horas muertas durante el verano.

   Toda la casa de la familia de Tami, no obstante, no sobrepasa en total los cincuenta metros cuadrados. Cada una de las habitaciones es angosta y, salvo su cuarto y el de sus padres, las demás carecen de ventana alguna. La mejor de las dos que hay, sin duda, es la suya, situada en lo más alto de la casa, justo encima de donde él duerme; una idea de su madre que siempre ha pensado que sería lo más beneficioso para el niño. Desde su atalaya particular, Tami puede ver algunas otras terrazas, un trozo imperfecto de la desembocadura del Lükus, el espigón, el minarete de la mezquita desde la que le llega la voz del almuédano, y la inmensidad del cielo, en el que descubre cada noche una nueva estrella. Le ha puesto nombre a alguna. La que más brilla es Nur-al-Din, la más lejana Ibn Battuta.

   Tami no quiere dormirse. Vigila a Ahmed, que respira plácidamente mientras sueña. Sabe que tiene un plan con sus amigos Jamal y Taha, que los tres quieren salir volando, escapar. Los escuchó hablar en el espigón, apasionados, mientras fumaban sentados en las rocas.

   -En cuanto el jefe nos avise, bajamos al acantilado. Nos esperarán sobre las cuatro. Dice que iremos con otros chicos de Ksar-el-Kebir y unos senegaleses que se han escondido en la Medina. Ya veremos…

   -Incha Al´láh.

   Tami se abalanzó sobre Ahmed, trabándose de su cuello. Lo hizo sin pensarlo, igual que si se hubiera recolgado de su madre, aunque sabe que su hermano detesta que se le acerque siquiera y menos si están los amigos delante. No es extraño, pues, que lo tirara al suelo, zancadilleándole, alentado por Jamal que fue quien realmente se había dado cuenta de que Tami había oído algo de sus planes futuros.

   -¿Me llevaréis con vosotros, Ahmed?

   -¿Cuántas veces te he dicho que no nos espíes?

   El niño se levantó, pero Ahmed dio un paso empujándolo y Tami reculó, dando traspiés, aunque consiguió mantenerse erguido. Hubo un instante de pausa, en el que se estudiaron de manera harto diferente: Tami, deseoso de que su hermano le contara sus planes; Ahmed, por el contrario, no se reprimió a la hora de mostrarle su abierto rechazo, como si fuera un intruso que estorbara, y trató de golpearlo en el rostro con la mano abierta. El niño fue ágil y echó el cuerpo atrás evitando el guantazo. Se quedó un segundo con el corazón encogido, pero enseguida se removió, separándose de su hermano igual que si una víbora fuese a atacarle.

   -¡Se lo diré a padre!

   Ahmed, más enfurecido, se descalzó una de las sandalias y comenzó a perseguirlo por el espigón. El grito le había salido del alma.

   Tami sorteaba a los bañistas que caminaban en ambas direcciones, y su hermano mayor trataba de darle alcance con la sandalia derecha en la mano. Aunque Ahmed usaba todas sus energías, la agilidad de Tami le hacía parecer más rápido, era como una gacela que, por instinto, saltara por encima de todos los obstáculos.

   -¡Verás como te coja! –Gritó Ahmed cuando ya se dio cuenta de la inutilidad del esfuerzo.

   Y en ese instante, Razine Larbi se interpuso en su camino y él se quedó parado, con la sandalia en alto, con la respiración entrecortada. Sidi Razine Larbi lo miraba con paciencia, con cierta indulgencia en el porte, pero con la severidad necesaria como para que Ahmed comprendiera que continuar con su persecución sólo le traería problemas. Bajó entonces el brazo, dejando caer la sandalia, que se calzó con disimulo.

   -¿Qué haces, Ahmed? ¿Vas a pegar a tu hermano pequeño? –Razine frunció el cejo. Sus ojos pequeños lo miraban con una intensidad escrutadora-. ¿No aprendiste nada de lo que te enseñé en el orfanato o es que quieres volver allí?

   -Lo siento, sidi.

   -Más te vale.

   Razine Larbi, vestido con una candora celeste, le dio la espalda y entró en su casa de la playa, pensativo, mientras se acariciaba la barba. Confuso, Ahmed miró a la multitud que se movía por el espigón y por la orilla de la otra banda, pero ya no había rastro de su hermano que habría subido en alguna barca para cruzar el río.

   Regresó sobre sus pasos y vislumbró a Sidi Razine tras una ventana. Mohammed, su padre, lo había internado en el Orfanato Musulmán de Larache para que, al menos, estudiara algo. Muchas familias sin recursos lo hacían. Ahmed, sin embargo, no aprovechó más que lo justo para salir cuanto antes del centro. El único buen recuerdo que conservaba de aquel lugar era ese hombre, al que siempre respetó, y al que ahora veía moverse dentro de su casa.

 

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12 respuestas

  1. Me ha invadido una oleada de nostalgia releyendo el comienzo de «Una sirena…» Inolvidables páginas.
    Y aquí, frente al Mediterráneo, me viene el olor a salitre del mar de Larache.
    A José Manuel también le ha pasado como a más de una/o… y es que tus historias nos llegan y nos las haces vivir intensamente!!
    Me alegro de todos y cada uno de tus éxitos.
    Un beso

    1. Pablo, si supieras lo que disfruto cada vez que nos vemos… Siempre me das una lección de prudencia, de saber mirar las cosas con ojos críticos pero constructivos, y tus consejos ya sabes que son como «la biblia» para mí. Sólo nos falta una película.
      un abrazo

  2. Sergio, es gratificante conocer tus impresiones sobre la visita al IES Pablo Picasso para charlar sobre tu novela y la de Jose. La verdad es que se ha convertido en un día de grato recuerdo para todos y la prueba de ello es que, tras mes y medio de aquel acto, todavía permanezcan esas sensaciones tan entrañables. Precisamente, eso era lo que pretendíamos, que te sintieras a gusto con nosotros. Si así fue, maravilloso.
    Pero debo decirte que, si mis palabras contagiaron entusiasmo, la emoción que había en ellas se desprendía de las páginas de tu novela. Por ello, surgieron de forma tan espontánea y natural, como la sirena en las playas de Larache. Por ello, se produjo ese momento mágico, como el duende del cante.
    Por cierto, hablando días después con los alumnos que tuvieron la magnífica oportunidad de asistir al acto, aún se notaba la emoción en sus comentarios.
    Gracias a ti, por premiarnos con tu presencia; y un abrazo del nuevo amigo que hiciste ese día y que te desea lo mejor.

    1. Bueno, Jose Manuel, ya me has dejado sin palabras. No sabes lo feliz que me hace saber lo que cuentas, y que los alumnos guardaran esa sensación del acto y de mi novela. Te agradezco una vez más tu deferencia y atención, y especialmente que me consideres un nuevo amigo. Lo mismo te digo. Un abrazo muy fuerte
      sergio

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