En el segundo relato de esta recopilación, titulado <John Wayne: canción de amor>, Joan Didion escribe:
<Tres o cuatro tardes por semana íbamos a sentarnos en las sillas plegables del oscuro barracón de chapa de acero que hacía de cine, y fue allí, aquel verano de 1943, mientras fuera soplaba un viento tórrido, donde vi por primera vez a John Wayne. Lo vi caminar y oír su voz. Le oí decirle a una chica en una película titulada “En el viejo Oklahoma” que le iba a hacer una casa “en el recodo del río donde crecen los álamos”. La verdad es que al crecer yo no me convertí en la clase de mujer que protagoniza una película del Oeste, y aunque los hombres a los que he conocido han tenido muchas virtudes y me han llevado a vivir a muchos sitios, nunca han sido John Wayne, y nunca me han llevado tampoco a ese recodo del río donde crecen los álamos. Pero en la profundidad de mi corazón donde cae eternamente la lluvia artificial, esa sigue siendo la frase que yo espero oír.>
Con una narrativa suelta y elegante pero de una calidad exultante, Joan Didion hace en este texto uno de los homenajes más emotivos que he leído al mundo de un cierto tipo de cine, y lo personifica en uno de los símbolos del cine de Hollywood por antonomasia: John Wayne.
Este relato forma parte de un extraordinario libro editado por Mondadori en octubre de 2012, y con traducción del inglés de Javier Calvo.
Cuando lo abrí, me sentí inmediatamente enamorado de su escritura, de la manera tan sutil que tiene para enredarme con sus historias, unas veces crónicas periodísticas, otras pequeños cuentos y también vivencias que traslada a pequeños relatos llenos de humanidad pero también de certero análisis de la sociedad que vivió en los años sesenta y setenta. Su retrato de esa época, del mundo del cine y del espectáculo en Hollywood y en USA en general es devastador. Hay episodios que recuerdan al Truman Capote de <A sangre fría> y otros al Kenneth Anger de <Hollywood Babilonia>, pero Joan Didion es además una intelectual apasionada que arremete contra todos y que, sin embargo, destila una ternura impresionante frente a ciertos personajes o símbolos.
Como decía, en cuanto comencé a leer el primer texto de esta recopilación titulado <Los que sueñan el sueño dorado> supe que estaba saboreando una exquisitez. Comienza así:
<Esta es una historia de amor y de muerte en la tierra dorada, y empieza hablando del paisaje mismo. El Valle de San Bernardino queda solo a una hora al este de Los Ángeles, saliendo por la autopista de San Bernardino, pero en cierta manera es un lugar foráneo: no es la California costera con sus crepúsculos subtropicales y sus brisas suaves procedentes del Pacífico, sino una California más áspera, hechizada por el Mojave, que se extiende justo al otro lado de las montañas, y devastada por el viento tórrido y seco de Santa Ana, que se cuela por los pasos de las montañas a más de ciento cincuenta kilómetros por hora y aúlla en las barreras de eucaliptos y te crispa los nervios. Octubre es el peor mes para el viento, el mes en que cuesta respirar y las colinas se incendian de forma espontánea. Lleva sin llover desde abril. Cuando uno habla, parece que grite. Es la época del año en que el viento trae los suicidios y los divorcios y una sensación de espanto.>
2 respuestas
Me gusta lo que comentas sobre lo que Joan Didion escribe… pero me gusta mucho más lo que nos dejas leer de ella… y ya me parece precioso, estoy segura que pronto lo leeré.
Un beso.
Entiendo que te sintieras atrapado de inmediado. La lectura de este párrafo es una invitación febril y perturbadora.