En noviembre de 2014, ya escribí sobre varios de los cuentos de Herminia Luque. Habíamos coincidido ya por entonces con nuestros relatos en dos de los volúmenes publicados por Jam Ediciones y Generación BiblioCafé: Sesión continua y Por amor al arte.
El cuento que ella aportaba al segundo de estos libros, Retrato de dos hermanas, me recordó en el estilo a La vida perra de Juanita Narboni de Ángel Vázquez, y comentaba en mi artículo que a Herminia le gustan los relatos de mujeres de otros tiempos. Lo noté en ese cuento y en el que me había enviado para acompañar a mi reseña: El Reino del Pan Blanco como la Nieve, aunque eran dos textos diametralmente opuestos en su manera de estar contados. Me resulta curioso leer ahora mis palabras, decía entonces: Leer a Herminia Luque es entrar en un universo personal y tornasolado, de tiempos en los que la venganza más execrable y vil convertía a mujeres admirables en tristes sombras de sí mismas, y es el fulgor de su narrativa el que se introduce por las rendijas del pasado para rescatar fugazmente los recuerdos que se van perdiendo irremediablemente.
Pues bien, se ha publicado Amar tanta belleza, la novela con la que Herminia ha obtenido el Premio Málaga de Novela 2015, y que ha editado la Fundación José Manuel Lara, y me encuentro con un libro en el que, de nuevo, retrata la vida de dos mujeres y en el que hay una venganza. Sin embargo, en esta ocasión, la venganza es justa y sus dos admirables protagonistas no se convierten en tristes sombras de sí mismas, sino que se tornan en ejemplos de tenacidad y de mujeres avanzadas a su tiempo.
Ambientada en el Siglo de Oro, Herminia Luque rescata del olvido a dos escritoras que, en aquella época, gozaron de cierta fama y cuyas obras se reeditaron una y otra vez, lo que no deja de ser sorprendente. Ella son María de Zayas y Ana Caro Mallén.
MARÍA DE ZAYAS
Con una exquisita elegancia y cuidado, Herminia Luque escribe como si lo hiciera en aquel siglo, con un léxico y una construcción de frases pertenecientes a la época del Barroco. Y gana con creces este desafío. Uno tiene entre las manos una novela de otra época pero tan actual que es curioso comprobar que las cosas no han cambiado en muchos aspectos. Es el retrato de dos escritoras del siglo XVII pero también de aquella sociedad, detallista y bien documentada. Dos mujeres que vivieron juntas en Madrid, y que, por esa razón, fueron objeto de las malas lenguas y de la maledicencia. Nada nuevo bajo el sol, pero siempre injusto y despreciable.
Me he sentido transportado al siglo que diera a los más grandes creadores de nuestro país, y he visto y olido las calles de aquel Madrid y me he sentido cercano a Ana Caro Mallén y me he regocijado con las decisiones que tomó María de Zayas.
Si se quiere viajar en el tiempo, si se tiene curiosidad por conocer el mundo literario de la época y las dificultades por las que una mujer escritora debía de pasar para lograr su objetivo de ver editada su obra o representadas sus comedias, nada mejor que esta novela de Herminia Luque, llena de tanta belleza.
Para acompañar esta pequeña reseña, he escogido tres extractos del libro que reflejan muy bien el contenido de la novela. El primero muestra el fino humor que, a veces, se deja traslucir en sus páginas. El personaje de María Cépalo es todo un acierto. El segundo, es una conversación entre María de Zayas y Ana Caro, donde el lenguaje de la época es reconstruido por Herminia de una manera fresca y certera. Y el último de los párrafos es, sin duda, un ejemplo de la delicadeza y elegancia de esta novela. Amar tanta belleza es un homenaje a la hermosura interior de dos mujeres que nadaron contra corriente y sólo dejaron una estela de poesía que Herminia ha sabido rescatar del olvido.
Sergio base, octubre de 2015
“Una de las criadas que vivían en la casa era esa María Cépalo que ya he nombrado. Una moza cariharta y de buenos brazos, muy salada, aunque a veces su humor se agriase y no siempre por razones del todo comprensibles. Cuando le pregunté de dónde era ese apellido de Cépalo, se echó a reír. Entre hipidos me dijo si no se lo había dicho la señora. Algo molesta le dije que no, no tenía por qué estar al cabo de todo lo de la servidumbre. Ella, ya más calmada me dijo lo siguiente. Que el apellido no era tal, sino mote o sobrenombre. Se lo habían puesto a raíz de un suceso que se hizo famoso; fue que se despidió de una antigua ama, muy altiva y hasta cruel, cuando un día le dio un bofetón y ella le replicó, delante del resto de la servidumbre:
–Cépalo vuesa merced que los criados no somos brutos insensibles al dolor, que si hasta una pobre bestia que come cebada siente los palos de su dueño, cuánto más no lo hará una criatura que come pan. Cépalo vuesa merced que de la misma hechura somos todos los seres humanos: almas en cuerpos que se ha de comer la tierra, y almas que han de sufrir condenación o subir a los cielos por lo que ellos mismos hagan con sus obras, que decir lo contrario a cosa de demonios luteranos suena…”
Imagen tomada de la página web de ArteHistoria
“-/…/ Creo-dije por darle un giro a la conversación- que el amor más puro, el más excelso es el de la persona que ama a un ausente. Ama y sus ojos no son regalados por la presencia del otro, ni por las palabras del otro. El aliento del otro no la roza y esa persona sigue amando a través solo del alma, con ayuda de la memoria sola.
-La memoria sola –repitió María-. Es un hermoso concepto.
Doña María dejó el bufetillo y fue a mirar por la ventana. Daba ésta a un patio pequeño en el que había algunas plantas de olor –flores no, que no era época, ni una triste violeta había brotado aún.
-¿Y cuál es la mayor ausencia? –se dijo volviéndose hacia mí.
-Pues la de irse a un país lejano. O a Flandes o a Milán, que tampoco están a tiro de piedra.
-Tan lejos no están. Yo he vivido en Nápoles, y a Nápoles las gentes van y vienen casi como de aquí al Prado. Cuando la necesidad o el gusto aprietan, no hay distancias largas.
-¿Y los países de los finnos o el ducado de Moscovia o Novogrodia o Yugoria o Volotechia, Belchia, Udoria u Obdoria?
Ella sonreía, negando:
-Más lejos aún.
-¿Más que las Indias Occidentales?
-Sí, más.
-¿Aún en Terra Nova y tierra de Bacallaos?
-También.
-¿Y el polo Antártico, que dicen han pisado ya?
Me sentía como una niña dando la lección.
-Pues la isla de Trapobana, en las Indias Orientales, o las islas dedicadas al rey Felipe, las Filipinas, de donde vienen tan ricos bordados…
Doña María seguía negando con la cabeza y con los ojos, que se reían, también:
-El sitio más lejano, del que apenas sabemos, porque no hay quien haya vuelto y nos dé cuenta de él.
Entonces comprendí:
-Excepto Nuestro Señor Jesucristo, que de allí volvió al tercer día…
-Exacto, querida Ana.
-Luego el lugar es el otro mundo. Y la mayor fineza es amar a una persona muerta, a alguien que ya no nos puede amar de ninguna de las maneras, pues no ha de volver jamás.
/…/
Amar a una mujer. Amar a una mujer ya muerta. Ésa era la solución al enigma propuesto por doña María. Amar a una mujer muerta. Sobra decir que no me gustó un pelo esta salida. Sentí, si no miedo, algún pariente de esta emoción: una cierta alarma, un pequeño sobrecogimiento, un sobresalto diminuto.”
“Una de esas bazas de que disponen las mujeres –y a veces la única- es la belleza. Es un poder que ellas tienen, mas prestado poder es que, siendo tan efímero, sólo les sirve en el tiempo en el que su hermosura está en pleno esplendor, acompañándose de su estado de doncella y aún de cierta novedad, pues pronto se hartan los hombres de las mujeres muy vistas y muy paseadas por todos lados, con la típica hipocresía de quien trota y anda por donde le viene en gana –digo los hombres- y de las mujeres, ya se sabe ese odioso refrán de la pierna quebrada y ese otro del buen paño que en arca se vende.
Y esa belleza, siendo poder, es arma de doble filo, pues a veces irrita y ofende. Ofende a las mujeres que no tienen esa riqueza –que corporal es, pero riqueza al fin y al cabo- y no tienen tampoco el suficiente entendimiento para comprender que los dones los dispone Dios a través de su Divina Providencia…
/…/ E irrita la belleza, y sobremanera, a quien no puede tomar posesión de ella. Tantos galanes enamorados hay que adoran, reverencian, idolatran a una dama hasta que descubren que su belleza no será suya de ninguna de las maneras,; que, en contra de la común opinión, no se muestra voluble sino tozuda en grado extremo y decidida a no otorgarle sus favores. Y se vuelven entonces contra ella y la infaman y denigran y procuran hacerle todo mal, hasta rebajan esa belleza que consideraban celestial, arrastrándola por los suelos y emporcándola de la manera más sucia posible…”
3 respuestas
Gracias. Sergio.
Una reseña preciosa y unos fragmentos maravillosamente escogidos
Gracias a ti, Herminia, por tan buenas páginas escritas. Y gracias por ser tan generosa.
Besos
Muy bellas líneas las que escribe Herminia. Creo que no podré dejar pendiente su lectura.
Un beso