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«AQUÍ Y AHORA. CARTAS 2008-2011» (HERE AND NOW) DE PAUL AUSTER Y J.M.COETZEE

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Paul Auster y John M. Coetzee, dos de los autores de los que más referencias y comentarios he efectuado en mi blog, y dos autores que sigo con cada obra que publican. Y este libro AQUÍ Y AHORA. Cartas 2008-2011 (Here and now) los reúne en la correspondencia que mantuvieron entre los años 2008 y 2011.

aqui y ahora portada

Confieso que al comenzar a leerlo pensé: esto tiene toda la pinta de ser algo tedioso. Luego, las cartas que se van cruzando comenzaron a resultarme atractivas, poco después interesantes y, cuando terminé de leer el libro, lamenté que acabara. Esto sólo significa que, al final, esta curiosa publicación es todo un acierto.

Paul Auster y John M. Coetzee hablan de una manera distendida y amena de cuestiones generales y particulares, de problemas sociales y personales. Escriben de sus libros, de sus publicaciones, y de cine, de literatura, del tiempo que pasa y no vuelve, de sus sueños cumplido e incumplidos, de política…

El humor, casi en su totalidad, se halla en las cartas de Paul Auster. Coetzee, como en sus novelas, se muestra más reservado, serio y circunspecto, pero las suyas son de una gran calidad literaria. Hay asuntos aparentemente banales, pero que en manos de estos autores se tornan en singulares.

Como botón de muestra reproduzco un asunto bastante divertido y curioso relacionado con el azar y el cine, y que cuenta Auster en una de sus cartas:

14 de diciembre de 2008:

Querido John:

(…) …Tu referencia al festival de cine me ha recordado una curiosa historia que quisiera contarte. Se remonta a 1997, cuando fui miembro del jurado en Cannes. Resultó ser el quincuagésimo aniversario del festival, y los organizadores decidieron congregar al mayor número posible de anteriores ganadores de premios para que posaran en una gran fotografía de grupo. Por la razón que fuese, se pidió a los miembros del jurado que también participasen; y así fue como acabé en aquella foto de más de un centenar de personas.

Estoy mirándola en este momento, y entre los directores que reconozco se encuentran Antonioni, Almodóvar, Wajda, John Boorman, David Lynch, Tim Burton, Jane Campion, Altman, Wenders, Polanski, Coppola, los hermanos Coen, Mike Leigh, Bertolucci y Scorsese. Los actores incluyen a Gina Lollobrigida (¡), Lauren Bacall, Johnny Depp, Vittorio Gassman, Claudia Cardinale, Liv Ullman, Charlotte Rampling, Bibi Anderson, Vanessa Redgrave, Irène Jacob, Helen Mirren, Jeanne Moreau y Anjelica Huston.

Antes de ocupar nuestros respectivos lugares para la foto, hubo un cóctel que duró alrededor de una hora. Creo que nunca he estado en una habitación más cargada de electricidad humana. Parecía como si cada uno de los presentes quisiera conocer a todos los demás y hablar con ellos, que la emoción generada por un encuentro así hubiera convertido a aquellas estrellas y leyendas en una masa de colegiales hiperactivos.

Me presentaron a una serie de personas, mantuve breves conversaciones con algunas de ellas, y entonces, en la tumultuosa vorágine me encontré estrechando la mano de Charlton Heston. De toda la gente que había en la estancia, era con quien menos me apetecía hablar. No solo consideraba que era mal actor (rígido, poco convincente, presuntuoso), sino que sus ideas políticas me resultaban abominables. Probablemente conocerás su vinculación a la Asociación Nacional del Rifle y sus hediondas declaraciones derechistas, que al parecer siempre han tenido gran eco en la prensa norteamericana. Pero, ¿qué podía hacer? No era ni el  momento ni el lugar de enfrentarme a él, y pronto me di cuenta de que estaba atrapado. Heston no tenía ni idea de quién era yo, desde luego, pero también él, contagiado por la electricidad del ambiente, estaba muy animado, y parecía que le gustaba hablar conmigo. Él hablaba y yo escuchaba, y durante los primeros diez o quince minutos rememoró sus anteriores visitas a Cannes, su larga carrera en el cine, lo maravillosa que encontraba aquella reunión, y lo humilde que se sentía en presencia de todas aquellas personas de talento tan excepcional. Pese a mis prejuicios en su contra, tuve que reconocer que en cierto sentido era <un tío muy majo>.

Charlton Heston
Charlton Heston

El festival acabó unos días después, y yo me marché a casa, a Nueva York. Pasados dos o tres días, me fui a Chicago. Había prometido a mi editor norteamericano que asistiría a la celebración anual de la Book Expo para hacer una lectura de un libro mío que iba a aparecer en otoño. Llegué un sábado. Después de registrarme en el hotel, cogí un taxi hasta el McCormick Center, que es un sitio enorme, según descubrí, probablemente del tamaño de cincuenta hangares, y hasta el último centímetro del suelo lo ocupaban casetas de editoriales, cientos y cientos de expositores, miles quizá. Cuando por fin llegué al puesto de Henry Holt, tenía la vejiga a punto de reventar. Alguien me indicó cómo llegar al servicio de caballeros (a unos dos kilómetros y medio de distancia), y hacia allí me encaminé, recorriendo enérgicamente un pasillo tras otro, pasando frente a docenas y docenas de puestos de editoriales, y justo cuando me acercaba a mi destino, eché un vistazo a la derecha, y allí, sentado a una mesa y firmando libros, estaba Charlton Heston, el mismo Charlton Heston que había conocido en Cannes la semana anterior. La pancarta que había sobre su cabeza decía: Asociación Nacional del Rifle. Ni que decir tiene que no me detuve a intercambiar cortesías. Aquel <tío muy majo> estaba de nuevo en su elemento, y yo no tenía ningún deseo de hablar con él. A pesar de todo, me quedé pasmado. ¿Cuántas probabilidades había, me pregunté, de conocer a alguien en un festival francés de cine, y luego, solo unos días después, encontrarme otra vez con él en una feria del libro de Chicago?

PAUL AUSTER
PAUL AUSTER

Hice mi lectura y a la mañana siguiente, domingo, volví en avión a casa. Al otro día, lunes, había quedado para comer en Manhattan con la actriz francesa Juliette Binoche, que estaba pensando si aceptar un papel en la película que yo estaba preparando, Lulu on the bridge. (Esa es otra historia, y demasiado complicada para entrar ahora en ella). Llegué a su hotel a las doce un poco pasadas: un sitio pequeño, elegante y muy caro de la avenida Madison llamado The Mark. Me anuncié en el mostrador de recepción y me puse a deambular por el vestíbulo mientras esperaba a que bajara J.B. No había nadie más. Salvo por el empleado de la recepción y yo mismo, el vestíbulo estaba desierto. Al cabo de un minuto o así, se abrió  la puerta del ascensor y salió un hombre: un anciano muy alto, un tanto encorvado, que caminaba con pasos lentos, arrastrando los pies. Empezó a avanzar en dirección a mí, y un instante después me di cuenta de que estaba mirando a… Charlton Heston.

Alzó la vista, tomó nota de mi presencia, y se detuvo. En sus ojos titiló el reconocimiento. Haciéndome un gesto admonitorio con el dedo y esbozando una sonrisa, me preguntó: <Yo le conozco de alguna parte, ¿verdad?>.

<Nos conocimos en Cannes la semana pasada –le contesté-. Hablamos un poco antes de la sesión de la foto de grupo>.

<Ah, claro –repuso él, sonriendo de verdad ahora y alargando el brazo para estrecharme la mano-. Me alegro de volver a verlo>.

No me molesté en mencionar Chicago.

Me preguntó qué tal me iba. Muy bien, le dije, estupendamente. ¿Y usted, le pregunté a mi vez, qué tal está últimamente? Muy bien, contestó, perfectamente, y luego pasó arrastrando los pies por delante de mí y salió a la calle por las puertas giratorias.

¿Cómo debo interpretar esto, John? ¿Te pasan a ti estas cosas, o es solo a mí?

Paul.

Y le responde John Maxwell Coetzee (varias cartas cruzadas más tarde):

Querido Paul:

(…) …Sobre Charlton Heston a mí no me parece raro que, moviéndote en el mundo del cine, no pares de encontrarte con otra persona de ese mundo. Lo extraño es que esa persona sea Charlton Heston. La cosa empieza a parecerse a uno de los sueños del libro de sueños de Freud.

Cordialmente,

John.

JOHN M. COETZEE
JOHN M. COETZEE

Pero ya digo que tocan infinidad de temas, y pasan de la política de Bush a la situación del Estado de Israel, del problemas del apartheid en Sudáfrica al del terrorismo, y siempre con una lucidez y claridad de ideas admirables.

Y aunque Coetzee se muestra siempre calculador y cerebral, a veces, asoma algo de lo que podría entenderse como su humor, de la que sería un ejemplo esta carta (que, según el editor, Auster nunca contestó porque o se perdió o no le llegó):

Querido Paul:

El mes pasado visité tu país por primera vez en cinco años, para ver a mi hermano, que vive en Washington D.C. y ha estado enfermo.

Antes de embarcarme cavilé bastante sobre la cuestión de las primeras impresiones y de lo que yo iba a permitir que contara como primeras impresiones; en concreto, si iba a permitir a vuestro servicio de inmigración, recientemente rebautizado como servicio de Seguridad Doméstica, jugar algún rol a la hora de formularlas.

Porque, tal como sabes, tengo una larga y bastante penosa historia de relaciones con el servicio americano de inmigración, que no pienso repetir aquí. Y no estaba ansioso precisamente de volver a verme sumergido en esa relación y permitir que su mal humor afectara a mi estado de ánimo.

Llegado el momento, la entrevista con el servicio de inmigración del aeropuerto de Los Ángeles fue tan mal como yo me había temido. Me sacaron de la cola y me llevaron a un despacho apartado, donde me pasé una hora esperando mi turno entre las novias por encargo y los estudiantes con documentos de universidades turbias, antes de que me interrogara un funcionario con cara de póquer. ¿Quién era yo? ¿Había visitado Estados Unidos antes? Y en caso de que sí, ¿cuándo? El interrogatorio se prolongó y se prolongó, en círculos. <Si quiere decirme usted cuál es el problema –dije en un momento dado-, entonces tal vez se lo pueda resolver>. <Lo siento, señor –respondió el funcionario-. No estoy autorizado a divulgarlo>.

Al final me sellaron el pasaporte y me dejaron entrar. Sigo sin saber cuál era el problema. Tal vez yo fuera un caucasiano anciano a quien sacaron del azar de la cola de los recién llegados para demostrar que no solo acosan a los jóvenes <con pinta de ser de Oriente Próximo>.

<No estoy autorizado a contarle cuál es el problema>.- No puede ser muy divertido que te obliguen a repetir como un loro semejante jerigonza. Pero, ¿quién quiere trabajar para una agencia donde los ascensos los consigues no gracias a la gente que has dejado entrar sino a la que has rechazado?

Pero yo iba a escribir sobre las primeras impresiones, no sobre los funcionarios de inmigración y sus frustraciones. Te iba a transmitir mis primeras impresiones de América después de una larga ausencia. Sin embargo, lo que me llama ahora la atención es lo banales que fueron esas primeras impresiones, y más en general, qué pocas cosas interesantes tengo que decir sobre los países extranjeros, a pesar de haberme pasado la vida viajando. (….)

Como epílogo a este artículo, que no querría acabar dejando el obsesivo asunto de Charlton Heston, Paul Auster volvía a mencionarlo de nuevo en su respuesta de 10 de enero de 2009:

Querido John:

(…) …Una última palabra sobre la larga historia de Charlton Heston. Sostienes que esos encuentros casuales fueron posibles porque ambos nos movíamos en un ambiente cinematográfico, viajando en el mismo círculo. Pero el caso es que solo el primer encuentro tuvo que ver con el cine. El segundo se produjo en una feria del libro de Chicago, y el tercero, en el vestíbulo de un hotel de Nueva York. De ahí mi confusión y perplejidad, la sensación de que tales encuentros eran enteramente inverosímiles; como si no fueran acontecimientos (tal como sugieres) de la vida real sino de un sueño. (…)

En fin, un libro aleccionador sobre la vida, la vejez, la decadencia física, y una visión clara y diáfana de lo que es el mundo actual desde el pensamiento pero, sobre todo, desde la pluma de dos escritores extraordinarios: Auster y Coetzee o Coetzee y Auster. Supongo que cada lector, a medida que avance en la lectura de esta correspondencia, irá descubriendo sobre cuál de ellos va decantándose sus simpatías. O quizá se deje vencer por ambos, que es lo más sensato.

Sergio Barce, abril 2013

Los textos que reproduzco pertenecen a la 1ª edición de este libro publicado por Anagrama/Mondadori en noviembre de 2012. Con traducción del inglés de Benito Gómez y Javier Calvo. 

JOHN M. COETZEE Y PAUL AUSTER
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Un comentario

  1. Me encanta Auster, pero Coetzee me llega mucho más… tal vez después de leer esta correspondencia ¿llegue a cambiar de opinión…?
    Gracias por tus -siempre- acertadas recomendaciones.
    Un beso

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