El pasado jueves, se celebró en Málaga el acto organizado por la Asociación de Escritores de España, la revista Dos Orillas y el Centro de Estudios Hispano-Marroquí, sobre la figura del escritor larachense Mohamed Sibari, y en el que tuve el privilegio de intervenir.
Abrió el acto el director del Centro de Estudios Hispano-Marroquí de Málaga, Juan José Ponce, que viene desarrollando una incansable labor de difusión de la cultura marroquí (estos días el Centro tiene abierta una exposición sobre los trabajos de colaboración y rehabilitación que ha efectuado el Ayuntamiento de Málaga en Marruecos, y entre las fotos aparece la Baladiya de Larache, que está siendo objeto de una de estas actuaciones).
A continuación me tocó el turno, y como mi ponencia trataba sobre la Infancia y Literatura de Mohamed Sibari en Larache, acabé por leer unos fragmentos de uno de mis relatos en los que Sibari, que siempre ha formado parte de mi familia, era coprotagonista (uno de los fragmentos lo reproduzco más abajo).
Luego, Paloma Fernández Gomá hizo un detallado análisis de la presencia de la mujer en la obra de Mohamed Sibari, leyendo también algunos de los poemas que Sibari dedicó a las mujeres como inspiración.
El poeta José Sarriá habló del hispanismo marroquí, en una intervención sembrada y muy crítica con la falta de apoyo institucional por parte de las autoridades españolas a los hispanistas marroquíes, y en la que Mohamed Sibari, por supuesto, ocupó el centro de su exposición.
Y la poetisa y escritora Encarna León tuvo la originalidad de hablarnos de Sibari a través de la correspondencia que mantuvo con él durante varios años.
El acto lo cerró la hija del homenajeado, María Sibari, que se trasladó desde Larache para estar presente, y sus palabras, recordando a su padre como hombre y como escritor, estuvo llena de emotividad.
Fue un acto literario con la sala llena de público y en el que, en todo momento, planeó el recuerdo cariñoso y afectuoso de todos hacia nuestro querido y añorado Mohamed Sibari.
Sergio Barce, junio 2014
* * * * *
* * * * *
Fragmento de
La vida cotidiana durante el Protectorado en la ciudad de Larache
relato de Sergio Barce
publicado en
El Protectorado Español en Marruecos. La historia trascendida
(Iberdrola, Bilbao, 2013)
…Maru estudia en el colegio Cervantes, en Cuatro Caminos. Desde que cumple trece años, comienza a verse a escondidas con un chico del Barrio de las Navas. Se llama Antonio y, curiosamente, es uno de los hijos de María Salud Cabeza. Su padre trabaja en La Bandera Española, una de las tiendas más conocidas de la ciudad.
Manuel Gallardo intuye algo, nota rara a su hija, escucha algún comentario. Y es entonces cuando urde su plan: utilizará a Sibari como espía; lo convencerá para que, sin levantar sospechas –solo es un niño y eso facilitará todo–, siga a Maru y le informe de con quién anda; está decidido a cortar de raíz esa relación. Para él, su hija es aún una niña pequeña. Pero cuando Sibari le dice que se trata de Antonio, el hijo de María Salud Cabeza, Manuel Gallardo aborta su primera intención; admira tanto a esa mujer que incluso en su fuero interno se alegra de que sea este joven el que ronda a su única hija; o quizá sea que sabe perfectamente que, si ella apoyara a su hijo, esa guerra la perdería: María Salud es mucha María Salud, incluso para él. Así que se traga el orgullo y le dice a Sibari que, a partir de ese momento, se limite a contarle a dónde van juntos y qué hacen Maru y Antonio. Pero Sibari es espabilado, sabe sacar partido de la situación y acepta con una condición: tendrá que pagarle por su trabajo. De esta forma, a cambio de unas pesetas, Manuel logra su objetivo y Sibari el suyo. Sin embargo, el niño se sabe en una posición privilegiada y juega a dos cartas, de manera que le cuenta todo a Maru. De pronto, cobra de ambas partes.
En la fiesta del Mulud, los niños musulmanes llenan las calles de alegría. Maru se lleva a Sibari al Zoco Chico. Le compra algo. Si lo tiene contento, le dirá a su padre lo que ella quiera. Ahmed Chouirdi corre con sus amigos por la calle Real. Y Sibari se une a ellos. Alguien grita que viene la Aixa Candixa, todos los críos huyen despavoridos. La leyenda de esa mujer con patas de cabra, es la que aterroriza a los niños de Larache. Da igual su religión. Aixa Candixa los asusta a todos, aunque ninguno la haya visto nunca.
Ahora, Manuel recuerda con añoranza el primer año en el que Mohammed vivió en su casa. En aquella fiesta del Mulud, lo esperó apoyado en el quicio de la puerta hasta que el chico llegó; le tenía preparada una sorpresa inesperada en el interior de la casa. Cuando Mohammed entra y ve la bicicleta, no dice nada; solo es capaz de acariciar el manillar y no es hasta que Manuel le dice que es suya cuando reacciona. Sus ojos están radiantes. Y así lo rememora Manuel con el agridulce sabor de la ausencia.
Luego, el día de Reyes, la protagonista es Maru.
Durante la fiesta del Purim son las casas hebreas de Larache las que se transforman, son como golosas pastelerías abiertas hasta el anochecer. En la de los Fereres, los amigos musulmanes y los amigos cristianos entran y comparten los dulces que se ofrecen. A los niños, regalos y caramelos. Y a la puerta, sobre una mesa, se deja una bandeja con monedas para los indigentes, da igual a qué religión pertenezcan. La estampa se multiplica en cada casa hebrea.
Manuel Gallardo guarda como un tesoro los días del Pessah en que acude cada año a la casa del señor Beniflah, a la que es invitado junto a Ahmed Sibari. Al llegar, escucha su voz modulada que desde las escaleras les dice:
–Y ahora, todos los que quieran pasar que entren. Todos los que deseen comer que pasen.
Es la señal que indica que pueden subir. Entran al hogar del señor Beniflah, donde la familia los recibe con los brazos abiertos y con una bandeja de matzas. Y el hombre dice entonces:
–Cerrad la puerta, ya entraron.
Con estas palabras, el señor Beniflah les da tanto la bienvenida como sella de manera solemne el ritual de esa celebración que congrega a la familia, al mejor amigo del señor Beniflah y a un cristiano y a un musulmán para sentarse juntos alrededor de la misma mesa y recordar la liberación del pueblo de Israel. La vida en Larache, aparentemente, no es nada excepcional. Entonces no parecía tan excepcional.
Maru y Antonio consiguen meterse a Sibari en el bolsillo, lo convierten en su cómplice. De espía de Manuel, a carabina de los jóvenes: termina por sacarles a escondidas las entradas del cine para que ellos dos puedan ir juntos a ver una película; y luego le miente piadosamente a Manuel diciéndole que ha estado en todo momento cerca de su hija; y que ella y su novio se han limitado a pasear por el Balcón del Atlántico, desde el mercado al hospital y del hospital de nuevo a la plaza.
Mientras ellos entran en el cine Ideal, Sibari se entretiene con Driss, el barquillero. Como a todos los niños, le atraen los colores de la bombonera y el resplandor de la ruleta, que brilla intensa. Aunque Antonio le ha dado ya su compensación, toquetea las monedas en el bolsillo; y en vez de comprar con ellas un barquillo se decide por jugársela, decide apostar. Si gana, se lleva cuatro barquillos; si pierde, se queda sin el dinero apostado. Pero el riesgo merece la pena. Ese día, Sibari hace girar la ruleta; y la hoja comienza a tiritar con su sonido inconfundible, deteniéndose lentamente, hasta que lo hace en uno de los clavos. No hay suerte. Sibari no se da por vencido y apuesta de nuevo. Piensa que ahora se parará en el número cuatro, pero pasa por este y vuelve a hacerlo por los otros cuatros y, de nuevo, cae en un maldito clavo. Sibari, enfurecido, le da una patada a la bombonera; y Driss le da un pequeño cachete en la nuca. El niño, a punto de ponerse a llorar, se gira, aguantando la burla de otros chavales que lo han rodeado mientras jugaba. Ahora no tiene ni sus monedas ni sus barquillos. Pero Driss le sisea y lo hace volver. Sibari, arrastrando los pies y con las manos en los bolsillos, se acerca sin levantar los ojos; y el hombre le da un barquillo, crujiente, y logra arrancarle una tímida sonrisa.
Sibari aguarda sentado en la puerta del conservatorio de don Aurelio a que termine la película. Mientras, Driss se ha metido en el callejón de la iglesia, ha extendido su estera cerca de la pared y ha cumplido con sus oraciones. Cuando el público sale del Ideal, la calle Chinguiti es un hervidero, la gente pasea y Driss el barquillero hace girar de nuevo la ruleta para atraer a otros niños.
Y llega la fiesta del Aid el Kebir. A Maru le gusta el comienzo, porque coincide con la romería al santuario de la patrona de la ciudad, Lalla Mennana la Mesbahía. Como su abuelo Juan Martínez, Maru pronuncia el nombre en un susurro y parece que le acaricia los labios. En otros países musulmanes, ni se reza ni se venera a los santones, tampoco a los patronos y menos aún a una patrona, pero Marruecos es diferente en esto y en otras muchas cosas.
Manuel Gallardo y sus compañeros se quedan en Cuatro Caminos, desvían el tráfico porque la avenida se ha inundado de gente. La muchedumbre sube desde la plaza de España y baja desde el cruce. Maru se ha metido en medio del torbellino con unas amigas y con Sibari. Y logran entrar en el recinto exterior del santuario, en la zona del cementerio. El respeto es tal que nadie de los fieles musulmanes muestra rechazo por la presencia de cristianos o hebreos que se acercan a contemplar la celebración.
El grueso de los creyentes llega del Zoco Chico, donde primero han acudido a los alrededores de la Mezquita, y la procesión se atraganta en el propio santuario, donde es casi imposible moverse. El shrif, sobre una hermosa yegua blanca, preside la ceremonia de ofrenda a la santa patrona; y luego los derviches, que pertenecen a la cofradía de los aixauas, inician su danza. Comienzan lentamente pero, a medida que el ritmo de las chirimías y de los tambores se acelera, el baile se hace más y más histérico; los bailarines caen en trance; y entonces se llega al paroxismo, con movimientos tan violentos que impresionan a los asistentes. Maru y sus amigas se quedan paralizadas. Sibari, por el contrario, palmea y da pequeños saltos, imitando a los derviches. Una de las chicas ya los ha visto en la Medina, la impresionó verlos comer corderos y gallinas que les arrojaban desde las ventanas de las casas y que mordían aun estando vivos los animales. El estado de trance es tal que pierden la noción de la realidad.
Cuando uno de los aixauas se desmaya, la muchedumbre se agolpa alrededor; y entonces las jóvenes se escabullen y salen del santuario. Maru ha de tirar de Sibari para sacarlo de allí, atrapado por el espectáculo. Si Manuel Gallardo supiera que su hija y las amigas están viendo a los aixauas, seguramente la castigaría con no salir de casa durante una semana. Pero ella ya sabe que volverá al año siguiente.
7 respuestas
Me puedo imaginar la emotividad del acto, sobre todo para la hija de Sibari -por cierto, una mujer muy hermosa-También encuentro bellísimo que nos relaten una amistad entre dos personas a través de la escritura, como lo hizo la poetisa Encarna León. En cuanto a tu relato, Sergio, que me ha encantado volver a leer, también tú como Driss consigues arrancarnos una sonrisa… A veces también son lágrimas, porque tus historias beben de la vida y se nutren de esos lugares que dejamos atrás pero que seguimos amando tanto! Un beso
Muy bonito, Sergio, Gracias
Sergio, no dejas de impresionarme. Me he emocionado tánto con tu descripción y con el contenido, me has hecho vivir de nuevo aquellos tiempos. María Salud tomaba el té moruno TODAS las tardes en nuestra casa de Soldado Sequera, frente al coliseo María Cristina. Era muy amiga de mi madre . TODO, TODO, me ha emocionado…
Gracias Sergio
Querida Carlota: Es increíble lo que me cuentas. Cuando nos veamos de nuevo, tendrás que contarme esa historia con mi abuela.
Un beso, y gracias a ti.
Fue un dia muy especial. Gracias por todo Sergio. Un abrazo
Gracias a ti, María. Y es verdad, fue un día especial, y el acto un éxito.
Reblogueó esto en Periódico digital de Nurya de Khessassi.