Nueva novela del gran escritor americano Richard Ford, uno de mis autores favoritos y del que he hablado en varias ocasiones, y nueva magnífica obra. El título: Canadá (Canada, 2012), publicada en España por Anagrama.
Una vez más, Richard Ford, con esa narrativa templada y maravillosa, nos va desvelando los sentimientos y pensamientos más íntimos de Dell Parsons, un hombre que, en primera persona, va relatando lo ocurrido en su adolescencia, el acto delictivo que cometen sus padres y que cambiará absolutamente su vida, la de su hermana y, obviamente, la de sus padres. Cómo nos relata, en la primera parte del libro, lo que impulsa a sus padres, un matrimonio normal y corriente, a atracar un banco, y todo lo que acontece a continuación, es de una elegancia, de una calidad que me impresiona. La manera como Richard Ford nos desnuda a los personajes, cómo los va describiendo interiormente, cómo consigue transmitirnos lo que cada gesto, cada acto o incluso cada pensamiento significa en cada uno de los personajes, es deslumbrante.
<No hablamos mucho de nuestros padres. Allí sentados en los escalones, viendo a los murciélagos revolotear entre los árboles oscurecidos, frente a la luna jorobada y las pálidas estrellas en el cielo del este, los dos dábamos por sentado que habían hecho aquello de lo que les acusaban. Habría sido demasiado trágico que no fuera cierto. Habían estado fuera una noche, algo que no habían hecho nunca antes. La pistola había desaparecido. Estaba el dinero, y los indios llamándonos por teléfono y pasando en coche por delante de nuestra casa. Yo hasta quizá deseé fugazmente que fuera verdad, por mucho que no hubiera sido capaz de admitirlo, como si al atracar un banco nuestro padre hubiera suplido algo de lo que siempre hubiera carecido. Lo que ello significaba en el caso de mi madre era una cuestión mucho más difícil de dilucidar. También podría ser cierto que Berner y yo, aquella tarde, hubiéramos perdido esa parte de la mente que te hace plenamente consciente de lo que te está sucediendo cuando te está sucediendo. ¿Cómo, si no, habernos tranquilizado de tal modo y habernos ido a dar un paseo? ¿Cómo, si no, habría yo pensado que nuestro padre era una persona de más enjundia por haber atracado un banco y habernos destrozado la vida? No tiene mucho sentido. A ninguno de los dos se le ocurrió preguntar por qué habían atracado un banco, por qué les había podido llegar a parecer una buena idea. Para nosotros aquello había legado a ser un hecho de la vida, simplemente.>
La segunda parte de la novela es la que le da título al libro. El personaje narrador, Dell, es llevado a Canadá, y allí entramos en otro mundo, en el que de pronto el adolescente ha de convivir con otros personajes, hasta entonces absolutamente desconocidos para él, que son casi una permanente amenaza. Tanto Charley Quentin, inquietante, como el muy interesante pero enigmático Arthur Remlinger, dota de pronto a la nueva obra de Ford de otros alicientes y la novela se oscurece aún más.
Esta segunda parte es igualmente excepcional, atrapa al lector y te subyuga, andas en una especie de mundo a punto de extinguirse (Saskatchewan, Fort Royal, Partreau…), como así descubriremos luego, y muy alejado de nosotros, pero que, sin embargo, atrae de una manera inevitable. Y es aquí donde la violencia, soterrada para Dell en la primera parte del libro, casi invisible, se transmuta aquí en algo tan físico como real y sucio, y la vida del joven protagonista da otro vuelco que le marcará para siempre.
<Yo entonces sólo tenía quince años, y solía creer lo que la gente me decía, a veces más de lo que creía a mi propio corazón. Si hubiera sido algo mayor, si hubiera tenido diecisiete años y la experiencia que esa edad lleva aparejada, si hubiera tenido algo más que ideas innatas acerca del mundo, tal vez me habría dado cuenta de que lo que estaba experimentando –sentirme atraído por Arthur Remlinger, permitir que lo que sentía por mis padres fluyera por debajo de las olas de mi pensamiento- auguraba cosas malas también para mí. Pero era demasiado joven y me hallaba muy fuera de las lindes de lo poco que sabía. Había experimentado unas sensaciones parecidas cuando mis padres planearon y cometieron el atraco, cuando limpiamos la casa, y Benet y yo habíamos esperado su regreso, y, más tarde, cuando habíamos estado a punto de coger el tren a Seattle y de olvidarme del instituto. Pero no relacioné aquellos sentimientos con los sentimientos de ahora, ni me di cuenta de que significaban lo mismo. Me faltaba destreza para establecer ese tipo de conexiones. Aunque, ¿por qué nos dejamos atraer por gente que nadie consideraría buena o saludable, sino peligrosa e impredecible? He pensado en ello una y otra vez en los años que siguieron; en cuán poco afortunado fui al verme envuelto en las cosas de Arthur Remlinger tan poco tiempo después de que mis padres fueran encarcelados. Sin embargo es algo que todo el mundo debe hacer: percibir que algo de lo que te rodea no está bien, reconocer las amenazas, recordar que ya has tenido esas sensaciones con anterioridad, lo cual significa que estás completamente solo en un paisaje desierto, y que estás expuesto a lo que pueda pasarte, y que por tanto has de extremar todas las cautelas.>
La novela acaba con una tercera parte, una especie de reflexión final en la que sabremos además lo ocurrido con Dell Parsons y el resto de los personajes pasados unos años.
Si se quiere disfrutar de muy buena literatura, de narrativa en mayúsculas: Canadá, de Richard Ford.
Sergio Barce, septiembre 2013
Los pasajes transcritos los he tomado de la Primera Edición (septiembre 2013) de la novela publicada por Anagrama, con traducción del inglés de Jesús Zulaika.
2 respuestas
Gracias Sergio por compartir esta serie de información tan interesante-Saludos desde Canarias-
Jamás me detuve en su obra por más artículos que haya leído sobre él… pero tu comentario sobre su nueva novela influye para tomar la decisión de empezar a conocerlo más a fondo…