Hablando de Amador con Pablo Cantos*
Sábado, 9 de Octubre de 2010. Sigue haciendo calor, pese a que en el aire ya se intuye la cercanía de la brisa otoñal. Estoy sentado con Pablo Cantos en la terraza de un pequeño restaurante. Hemos cenado copiosamente, teniendo en cuenta que ni él ni yo somos muy glotones. Sin embargo, las tentadoras croquetas caseras nos han traicionado y hemos repetido. La camarera se ha reído cuando le hemos pedido un segundo plato, como si en el fondo supiera de antemano que íbamos a caer en su trampa. Tomamos una última copa de vino y, por supuesto, hablamos de cine. Hoy hemos visto El gran Vázquez de Óscar Aibar y también Amador de Fernando León de Aranoa, una lástima que se perdieran aquellas sesiones dobles en los cine de barrio…
S.B.- ¿Qué busco en una película? Busco una historia que me atrape, busco una trama que me mantenga en vilo, busco una calidad técnica que sirva a la historia y no la ahogue, busco unas interpretaciones que hagan creíble lo que me cuentan. Amador tiene todo eso.
P.C.- Sí. Ya sabíamos de la habilidad de Fernando León para construir historias de nuestro mundo, lo vimos muy nítidamente en Familia y también en Los lunes al sol, esas dos son las que prefiero de entre sus cuatro películas anteriores. Pero, en este caso, me parece que hay un avance, tiene que ver con el acabado… me refiero a que, en mi opinión, Amador muestra un trato más delicado de las imágenes sin que, por ello, pierdan fuerza las metáforas de ese mundo áspero: las flores, la nevera, el rompecabezas, las cartas, las sirenas… es maravilloso.
S.B.– No sé si te ocurrirá lo mismo, pero desde el primer plano de la película ya me siento dentro del drama que se anuncia.
P.C.– Atrapan tanto los actores, ¿verdad?
S.B.– Tienes razón, Pablo. Magaly Solier, la protagonista, es el centro sobre el que gravita la historia. Su economía gestual enriquece a una historia como ésta, sus leves matices (esa sonrisa casi imperceptible o ese temor en su mirada ante un futuro incierto) elevan su interpretación hasta cotas admirables. Ya me dijiste al salir del cine que apunta al Premio Goya. Por supuesto, el listón lo ha puesto muy alto…. y ese actor tremendo que es Celso Bugallo.
P.C.- Es que aquí los actores tienen personaje, y eso es infrecuente; andamos siempre entre historias que olvidan la historia, o que la utilizan como excusa para mostrar malabarismos que han hecho crecer mucho lo audiovisual, pero a costa de la importancia de la narración, el interés de la trama, la grandeza de los personajes… creo que cualquier joven tiene en la cabeza un extenso y florido catálogo de movimientos de cámara y busca una oportunidad para mostrarlos. Pero, al final, la cuestión es contar algo consistente, conmovedor, algo de nuestro mundo, y eso nunca ha sido fácil; por eso adoramos a Azcona.
S.B.– De Azcona tendremos que hablar largo y tendido… Pero volviendo a Amador pienso que es un film que nos muestra una realidad cotidiana, la de los ancianos dependientes. Y Marcela, el personaje de Magaly Solier, resulta aleccionador en muchos aspectos, y hasta revelador de una situación ignorada y, a veces, silenciada: la de las mujeres inmigrantes que en España encuentran en el trabajo de cuidadoras una salida a su precariedad. Fernando León aborda el asunto con delicadeza, también con fino humor, pero sin olvidarse del drama que subyace en las historias personales, tanto la de Marcela como en la del propio anciano.
P.C.– Son dos mundos. Y eso está muy bien contado en la secuencia inicial, me refiero al enfrentamiento entre inmigrantes que representan intereses contrarios. Ahí queda ya puesto, y la película avanza siempre por ahí y a través de todos los registros: la ternura, el humor del que tú hablabas (me parecen espléndidos los encuentros de Marcela con la prostituta y con el cura), la incomprensión… en fin, un mundo que nace y otro que se va muriendo, y que, entretanto, se van encajando; pero las grandezas y las miserias son de ambos. Al final, son las personas.
S.B.– La película, además, me parece que maneja perfectamente los diferentes espacios en los que se desarrolla: el bullicioso hogar de la protagonista, en la que prácticamente nunca está a solas con su marido, y la silenciosa casa del anciano (se oye la calma que la envuelve, el péndulo de un reloj, la radio encendida con el volumen bajo…). Un contrapunto acertado, que marca con lucidez la distancia entre ambos mundos, ambas existencias.
P.C.– El final tiene su riesgo…
S.B.– El final me sorprendió. Había llegado a un punto de la historia en la que me temía un desenlace previsible. Pero ahí, Fernando León se saca un conejo de la chistera y realmente cierra la historia de una manera magistral. Un final que, además, ni se puede ni se debe contar.
Pagamos, y es entonces cuando nos damos cuenta de que la camarera es una chica ecuatoriana. Se parece a Marcela, incluso en esa vaga mirada que recluye las ausencias. Pablo me mira y arquea las cejas, como si de pronto supiésemos que justo a nuestro lado, en esa mirada que regresa al interior del restaurante, había otra historia probablemente muy parecida a la de Amador pero que nadie contará.
*Pablo Cantos es guionista y director de cine.
Ha dirigido los cortos “Ángel”, que fue propuesto por Kodak España para el Festival de Cannes, “Tientos y Sayonaras”, galardonado en el Festival de Cortometrajes de Granada, y “Gato por Goya”.
En 2008 se estrenó su primer largometraje: “Imaginario”, que ha sido proyectado en los Festivales de Medina del Campo, Peñíscola, Madridimagen, Segovia, Málaga y en el Festival de San Sebastián.
2 respuestas
Siempre que te oigo hablar de cine, o en este caso escribir sobre él, me doy cuenta de que lo vives con una intensidad y que lo disfrutas tanto, que no me extraña que la realidad te resulte tan anodina y a veces tan cansada.
Ojalá te llegue pronto ese golpe de suerte que tanto anhelas y puedas dedicarte a lo que realmente te llena.
Bueno, Palmira, seamos realistas. Con poder publicar otra novela, ya sería más que suficiente. Pero es agradable que te deseen lo mejor.
Besos
sergio