LAS UVAS DE LA IRA (The grapes of wrath) de John Ford
John Ford. Quizá uno de los realizadores más extraordinarios de la historia del cine, consiguió elevar la sencillez a la categoría de arte. Sus historias son diáfanas, siempre sabe qué es lo que tiene entre manos y qué es lo que quiere transmitir al espectador. Sabio, sabe utilizar el humor a pequeñas dosis, incluso en dramas duros y tremendos. Escenas inolvidables del western se deben a él, y varias obras maestras jalonan una de las carreras más sólidas, competentes e interesantes del cine, como muestra: La diligencia (Stagecoach, 1939), Fort Apache (1948), Qué verde era mi valle (How green was my valley, 1941), Pasión de los fuertes (My darling Clementine, 1946), El hombre tranquilo (The quiet man, 1952), Mogambo (1953), Centauros del desierto (The searchers, 1956) o El hombre que mató a Liberty Valance (The man who shot Liberty Balance, 1962), por citar sólo unas cuentas.
Las uvas de la ira, basada en la novela de John Steinbeck, rodada en 1940, es otra de sus grandes películas. He vuelto a verla por enésima vez, y me he dado cuenta de su vigencia, de su actualidad, y que, como las grandes obras maestras, el paso de los años no ha hecho mella en la cinta, al contrario.
Narra la desgarradora historia de una humilde familia americana que, a causa de la depresión, se ve forzada a abandonar sus tierras que, durante años, han cultivado, expropiados por el banco. Y vista la coyuntura económica que atraviesa el mundo, la historia es tan actual que conmueve ahora mucho más y hace recapacitar sobre el destino al que nos encaminamos. Cuántas familias están siendo desahuciadas a causa de su penuria, de su ruina económica, cuántas entidades financieras y económicas están recogiendo los frutos de su política engañosa de ayudar a quienes han necesitado de un préstamo que, a la larga, se ha transformado en su verdugo.
Inolvidables los actores: Henry Fonda como ese humilde hombre que poco a poco va descubriendo las miserias del género humano, Jane Darwell, la madre, cuya mirada nos persigue tras finalizar la proyección y que logra emocionarnos absolutamente, o el gran John Carradine como el predicador que ha renunciado a su labor porque también ha comprendido que el mundo necesita otro tipo de regeneración social; e inolvidable la fotografía en blanco y negro de Gregg Toland.
El viaje desalentador de esta familia y el vano intento del protagonista (Fonda) por dejar en el pasado su condena en prisión, preña la narración de un aire fatalista que John Ford combina sabiamente con detalles entrañables y humanos; porque John Ford, en todas sus películas, siempre mantiene la fe en el género humano, en este caso personificado en la madre.
La despedida entre madre e hijo es una de las escenas más emotivas del film:
«-¿Cómo voy a saber de ti? Podrían matarte y yo no me enteraría. Podrían herirte. ¿Cómo lo voy a saber?
Tom se echa a reír incómodo.
– Bueno, quizá es como dice Casy, uno no tiene un alma suya, sino un trozo de gran alma… y entonces…
-¿Entonces qué, Tom?
-Entonces no importa. Entonces estaré en la oscuridad. Estaré en todas partes… donde quiera que mires. Donde haya una pelea para que los hambrientos puedan comer, allí estaré. Donde haya un policía pegándole a uno, allí estaré. Sí, Casy sabía, por qué no, pues estaré en los gritos de la gente enfurecida, y estaré en la risa de los niños cuando están hambrientos y saben que la cena está preparada. Y cuando nuestra gente coma los productos que ha cultivado y viva en las casas que han construido, allí estaré, ¿entiendes?»
Ahora los bancos, las agencias de valores, las agencias financieras, los poderes económicos reales, en suma, esos que diseñan nuestras vidas al margen de nuestra voluntad, actúan de la misma manera que en la Gran Depresión de 1929 en USA, arrasando y hundiendo a quienes menos pueden defenderse. La diferencia estriba en que ya no sólo les sacia un país, la globalización les ha transformado en una bandada de cuervos carroñeros que vuelan por todos los cielos a la busca de cadáveres con los que saciar sus ya llenos estómagos.
Nunca como ahora se hace preciso volver a ver este film para desenterrar convicciones adormiladas, idealismos olvidados, y hacernos ver la realidad que está ahí y que nos puede aplastar a todos. No deja indiferente, y es tan emocionante…
¡Larga vida a John Ford!
Sergio Barce, diciembre 2010
Un comentario
Qué sentido tu homenaje al maestro Ford, a quien me consta de primera mano que siempre has admirado. Hace algunos años, bastantes pero no tantos, sus películas eran juzgadas como primitivas o como un testimonio simplón de un mundo imperialista. Sin embargo, el tiempo lo ha devuelto al lugar que merece uno de los más distinguidos autores cinematográficos de la Historia del Arte.Ford fue cercano y profundo, grandioso y depurado, épico y cómico. Lo dicho, un maestro.