Si alguien me hubiese dicho que un documental sobre un alambrista iba a emocionarme, de entrada lo habría puesto en duda. Sin embargo, MAN ON WIRE te atrapa desde los primeros minutos. La historia real que describe es el empeño, la ilusión y los avatares de Philippe Petit, el alambrista francés, por conseguir un sueño casi imposible: cruzar las Torres Gemelas de Nueva York caminando sobre un cable, hecho acaecido en 1974.
La historia se nos cuenta desde la actualidad (la película se rodó en 2008), pero hábilmente su director, James Marsh, no se limita sólo a entrevistar a los protagonistas de esa gesta, sino que entremezcla imágenes de archivo con una reconstrucción de los hechos a modo de film de intriga, de manera que el espectador participa en la propia aventura de Petit y los amigos que le ayudaron. Hay escenas impactantes, imágenes inolvidables. La música es un contrapunto esencial a la hora de que la tensión del film aumente a cada fotograma, especialmente el tema de Michael Nyman, majestuoso, hasta llegar al clímax, y es entonces cuando comprendes que acabas de ver una película extraordinaria, única.
Este film tan especial y sugerente, que os recomiendo fervorosamente que no dejéis de ver, te descubre algo inaudito: que cruzar un alambre a cientos de metros de altura es un acto poético y bellísimo, y que el funambulista Philippe Petit, como poeta del alambre, desafía a la muerte con tal de alcanzar unos breves minutos de éxtasis.
Podría seguir escribiendo de este documental, pero hay un magnífico artículo del escritor Jose Garriga Vela, que comparte mi entusiasmo con la película (de hecho, los dos no nos la quitamos de la cabeza), que publicó en el diario “Sur” de Málaga y donde explicita aún mejor lo que yo pudiera contaros de este film. Así que reproduzco su artículo para vosotros.
Sergio Barce, enero de 2011
MAN ON WIRE por Jose A. Garriga Vela (Diario “Sur” de Málaga, 20 de febrero de 2010)
El 7 de agosto de 1974, el funambulista francés Philippe Petit estuvo paseando sobre el alambre durante cuarenta y cinco minutos entre las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York. El día anterior, él y su equipo de colaboradores habían entrado ilegalmente en los edificios con unas tarjetas de identificación falsificadas en las cuales figuraba que eran contratistas que iban a colocar una valla electrificada en la azotea. El grupo de colaboradores y el propio Petit pasaron la noche ocultos en el piso 104 de la torre sur. Al despuntar el alba, lanzaron con arco y flecha un sedal entre ambas torres y luego tensaron un cable de acero. Otros dos compañeros se hallaban en la azotea de la torre norte. Philippe Petit ya había paseado antes entre la torres de Notre Dame de París y sobre el puente del Puerto de Sydney.
Ahora estaba dispuesto a pasear por la cima del mundo. El Dueño del Aire estaba a cuatrocientos diecisiete metros de altura y dispuesto a cubrir varias veces la distancia de 42,672 metros que separaba ambas torres, sosteniendo entre sus manos una pértiga desmontable. Durante tres cuartos de hora Philippe Petit bailó, se sentó, se tendió sobre el alambre, hizo reverencias y habló con una gaviota que volaba sobre su cabeza. Sólo un avión atravesando el cielo de Manhattan voló aquella mañana más alto que él.
Acabo de llegar de Nueva York. Antes del viaje, vi en DVD el excelente documental ‘Man on wire’, de James Marsh, basada en el libro del propio Philippe Petit donde narra su obsesión por pasear entre los rascacielos más altos del mundo. Nos cuenta que se encontraba en la consulta del dentista en 1965 cuando leyó un artículo en el que se mencionaba el proyecto de las Torres Gemelas y desde entonces se propuso unirlas con un alambre y caminar entre ellas. Fue un trabajo arduo. Se entrenó en Francia y visitó varias veces Nueva York para estudiar el modo de colarse en las torres sin levantar sospechas. El documental, que consiguió varios premios en 2008, entre ellos el Oscar a la mejor película documental y el Bafta a la mejor película británica del año, plantea la aventura del funambulista francés como si fuera el proyecto de un gran robo. En realidad, la hazaña de Philippe Petit fue considerada como el «delito artístico del siglo». El arte de pasear por el aire. La visión del documental me resultó emocionante. Siempre me han atraído los funambulistas. Una chica que vi haciendo malabarismos sobre la cuerda floja me inspiró el personaje de Estelita Raval en la novela ‘Pacífico’. Cuando hace una semana visité el aire vacío de la Zona Cero, imaginé a Philippe Petit aquella lejana mañana de hace treinta y seis años. Lo imaginé danzando sobre ese cielo que ahora permanece vacío, con el edificio en obras de la Libertad escalando el mismo espacio en el que estuvieron las Torres Gemelas. La vida de más de dos mil seiscientas personas se derrumbó la mañana del 11 de septiembre de 2001.
El sargento Charles Daniels fue el encargado de convencer al hombre del alambre de que cesara en su paseo por el paraíso de Wall Street. Así cuenta en el documental su experiencia de ese día: «Observé al bailarín, porque no podía llamarlo paseante, aproximadamente a medio camino entre las dos torres. Y cuando nos vio, sonrió e inició una danza sobre el cable. Al aproximarse al edificio le pedimos que bajara de la cuerda, pero en lugar de eso se dio la vuelta y retrocedió de nuevo hacia el centro. Se balanceaba arriba y abajo. Sus pies perdían contacto con el cable y volvían a situarse de nuevo sobre él. Era realmente increíble. Todos estábamos hechizados viéndolo». El sargento Charles Daniels y sus hombres lo amenazaron con destensar el cable y con atraparlo desde un helicóptero, pero el intrépido funambulista sólo abandonó el alambre cuando decidió que ya había disfrutado durante suficiente tiempo y culminado su sueño. Un sueño que ahora, con el paso del tiempo y tras la tragedia del 11 de septiembre de 2001, yo evoco al mirar el aire transparente, el vacío que ocuparon las torres gemelas y sus miles de inquilinos. Es como intentar capturar en el aire el reflejo de una quimera.
Philippe Petit fue arrestado nada más poner el pie en la azotea de la torre sur. La policía lo esposó y lo empujó escaleras abajo, algo que posteriormente Petit describió como el momento más arriesgado de la acrobacia. Al ser preguntado por los periodistas por el motivo de aquella espectacular aventura, él respondió: «Cuando veo tres naranjas, hago juegos malabares; cuando veo dos torres, las cruzo». La inmensa repercusión mediática y admiración pública que causó la hazaña de Philippe Petit tuvo como consecuencia la retirada de todos los cargos que se le habían imputado. Únicamente se le obligó a caminar por el alambre en Central Park, a una altura moderada. Fue obsequiado con un pase vitalicio para la plataforma de observación de las Torres Gemelas; aunque al resto de sus colaboradores se les expulsó de los Estados Unidos y se les impidió su vuelta para siempre.
Al día de hoy, cerca de cumplir los sesenta años, Philippe Petit sueña con pasear por el aire del Gran Cañón del Colorado. Desde entonces, desde su paseo por las nubes de Manhattan, es amigo de numerosos artistas como el cineasta Werner Herzog y el escritor neoyorquino Paul Auster, que en 1982 escribió ‘En la cuerda floja’, un texto dedicado al artista francés y en el que dice: «Philippe había asumido total responsabilidad por su propia vida y yo sentía que nada podría alterar esa resolución. El equilibrismo no es un arte moral, sino un arte vital, de una vida vivida con plenitud; lo que equivale a decir que la vida no se esconde de la muerte, sino que la mira directamente a los ojos. Cada vez que Philippe se sube a una cuerda, toma posesión de esa vida y la vive en toda su regocijante inmediatez, en toda su dicha».
Un comentario
Para los apasionados de Philippe Petit, os recomiendo también la novela del irlandés Colum McCann, «Que el vasto mundo siga girando» (2009), ganadora del Premio Pulitzer, en la que se lanza una mirada sobre Manhattan desde la cuerda que tendió el francés entre las Torres Gemelas. También os recomiendo «Nieve», una joyita minimalista de Maxence Fermine, al estilo «Seda», en la que aparece una joven funámbula de piel blanquísima, cabellos dorados y ojos de hielo.