Se han estrenado estos días dos películas de dos de los realizadores que más me gustan y que sigo desde hace años: David Cronenberg y Roman Polanski.
El primero se adentra en la relación entre Sigmund Freud y Carl Jung, los dos psicoanalistas más famosos de la historia, y la disputa que les enfrentará tras una larga relación epistolar y personal, en UN MÉTODO PELIGROSO <A dangerous method>; y Polanski en un drama escrito para el teatro por Yasmina Reza y que adapta fielmente al cine con maestría e inteligencia: UN DIOS SALVAJE <Carnage>. Analizar ambos films me parece atractivo porque ambos nos plantean cuestiones profundamente humanas y están íntimamente unidas por un nexo invisible pero evidente: el comportamiento de las personas, de nuestra sociedad en suma.
Cronenberg, al que se deben películas tan perturbadoras y originales como VINIERON DE DENTRO DE… <Shivers> de 1975, INSEPARABLES <Dead ringers> de 1988 o eXistenZ, rodada en 1999; rarezas como la difícil adaptación de EL ALMUERZO DENUDO <Naked lunch> de 1991, y joyas como PROMESAS DEL ESTE <Eastern promises> de 2007, se atreve con el psicoanálisis con un trío de estupendos actores: Viggo Mortensen como Freud, Michael Fassbender como Jung y Keira Knightley como Sabina Spielrein, personaje éste rico, curioso y desconcertante. La ambientación es estupenda, la música bien acompasada a las escenas, y la trama intensa, con guión del gran Christopher Hampton. Ya digo que el personaje de Sabina Spielrein, que pasó de paciente a amante de Jung, con el consiguiente escándalo de la época, es el más profundo y atractivo de la película. Mientras que Viggo Mortensen crea a un Sigmund Freud algo plano, no por culpa del actor sino por el destino decidido por Cronenberg para su rol, el Carl Jung que encarna Michael Fassbender se adueña de la famosa disputa intelectual que enfrentó a ambos estudiosos, pues es él quien lleva el peso de la historia que se nos cuenta. Hay momentos en los que las disquisiciones intelectuales sobre la aplicación del psicoanálisis, sin duda bien argumentadas en las tesis de Freud y Jung, se hacen algo farragosas, y requiere del espectador una atención permanente. Esto, a mi modo de ver, lastra en algo parte de la película que, por el contrario, levante el vuelo cuando bucea en la intensidad con la que Jung comienza a tratar a Spielrein, y que desemboca en una relación sentimental y sexual de alto voltaje. No llega David Cronenberg a utilizar las imágenes que habría rodado hace unos años, porque detecto en los últimos tiempos una especie de autocensura en su cine, como si no quisiera cruzar los límites que antes saltaba sin ningún problema. Lo digo porque las pocas escenas íntimas entre ambos personajes son tratadas con un pudor exquisito, que las edulcora y que las desviste de la crudeza que la historia nos insinúa. Pero, con todo, ya digo que es lo mejor de la película, junto con el personaje secundario y aislado de Otto Gross, encarnado por el estupendo Vincent Cassel.
UN MÉTODO PELIGROSO es una película de factura impecable, algo fría, quizá gélida según se mire, pero curioso y elegante retrato de unos personajes que han transformado profundamente la psiquiatría hasta ser las referencias fundamentales.
Por el contrario, el largometraje de Roman Polanski, UN DIOS SALVAJE, nos lleva a la psicología del mundo de nuestros días, en concreto, a la pacata, moralista y falsaria sociedad desarrollada en la que vivimos. No voy a descubrir a estas alturas la grandeza cinematográfica de Polanski, al que sigo desde mi adolescencia. Cuando vi por vez primera REPULSION, 1965, me di cuenta de la fuerza de sus imágenes y de la intranquilidad que me causaban. Luego, LA SEMILLA DEL DIABLO <Rosemary´s baby> de 1968, CHINATOWN, de 1974, EL QUIMÉRICO INQUILINO <Le locataire>, 1976, entre otras, son películas a las que no he podido resistirme una y otra vez. Incluso su penúltima película, EL ESCRITOR <The ghost writer>, de 2010, me merece todos los elogios.
Con UN DIOS SALVAJE, Polanski rueda una aparente sencilla historia. No oculta su origen teatral, el texto de Yasmina Reza está ahí, casi intacto, salvo por las dos escenas de apertura y cierre, imposibles en un teatro, pero que, a mi juicio, sirven cinematográficamente para darle más hondura a la tesis que se plantea y también para dejar en ridículo, por completo, a los personajes que se han estado moviendo ante nuestros ojos. Los dos matrimonios están encarnados también aquí por cuatro estupendos actores: John C. Reilly, Jodie Foster, Kate Winslet y el magnífico Christphe Waltz.
La trama es simple: un niño, jugando con sus amigos, hiere a otro, al que le causa varias heridas, entre ellas la rotura de dientes. Los padres, civilizados, de un nivel medio alto, se reúnen para hablar del incidente. Lo que en apariencia se encauza debidamente, dentro de los parámetros de la buena educación y de lo éticamente aceptado, va degenerando poco a poco en lo que se ha convertido nuestra sociedad actual: un mundo que se mueve por el cinismo, el egoísmo, la insolidaridad, la hipocresía en suma, y también en el primitivismo atávico que ocultamos. Los bajos instintos, las frustraciones individuales, van aflorando gracias a unos diálogos inteligentísimos y a unas situaciones tan realistas como reconocibles. La escena de Kate Winslet vomitando en el salón, las reacciones del personaje de Jodie Foster, que trata de ocultar su verdadera rabia, su verdadero yo, apuntalan al que, creo, es el mejor de los cuatro personajes que dominan la escena: el abogado encarnado por Christoph Waltz, un hombre cínico, al que los demás seres humanos le importa un bledo salvo si puede obtener un beneficio –personal o profesional-, pero a la vez es quien irá dejando en evidencia al grupo, y descubriendo lo que todos ellos son y en lo que se han convertido. Tiene momentos de humor ácido y agresivo, algunos delirantes, pero muy acertados. Y cuando todos ya se han desnudado dejando ver sus verdaderos rostros, patéticos y vacíos, Polanski nos hace volver al campo de juegos en el que se reencuentran los dos niños que han provocado esa reunión entre sus educados padres, y entonces es cuando su cámara, sin alharacas, nos revela la verdad. Y sinceramente, le saca los colores a ciertas actitudes que, desgraciadamente, vemos cada día.
En fin, dos películas muy interesantes, aunque me quedo probablemente con UN DIOS SALVAJE, un retrato rico en matices del que podemos aprender unas cuantas buenas lecciones. Sergio Barce, diciembre 2011