Cualquier verano es el relato que escribí en mi primera colaboración con la «Generación Bibliocafé», para el libro de cuentos colectivo Sesión continua (Jam Ediciones – Valencia, 2013).
La orden de nuestro centurión, Mauro Guillén, fue que escribiésemos un relato relacionado con el cine, y que al final recomendásemos una película. Yo me incliné por Un profeta (Un prophète, 2009) de Audiard.
Os dejo con mi cuento, y con uno de aquellos veranos inolvidables de vacaciones, cuando viajaba de Larache a Málaga para ver a mis abuelos…
Sergio Barce, marzo 2014
CUALQUIER VERANO
Pudo ser cualquier verano de aquellos años. Pongamos el del 71. Verano del 71 (casi el título de una película). Con el verano llegaban las vacaciones, y con las vacaciones el obligado viaje a Málaga para pasar unas semanas con mis abuelos. Cruzábamos el estrecho en el Ibn Battuta. Recuerdo que desembarcábamos en el puerto de Algeciras, tras una larga travesía desde Tánger. Entonces todo era más lento, y todo estaba más lejos. Me acuerdo que desde popa veía a los delfines dar saltos sobre las olas mientras perseguían a nuestro barco. Ya apenas hay delfines.
El Renault 10 de mi padre, con matrícula marroquí y curiosamente pintado con el mismo amarillo que el casco del Ibn Battuta, enfilaba la estrecha carretera de la costa hacia Málaga. Tres horas después, en algún momento, descubríamos de pronto un 600 estacionado en el arcén, con la puerta del conductor abierta y un hombre grueso y alto apoyando los brazos cansinamente en ella. Era mi abuelo, que nos esperaba a medio camino. A partir de ahí, yo cambiaba de vehículo y hacía el resto del viaje sentado a su lado.
Los días de infancia se hacían interminables, embozados en ese calor del verano malagueño, y yo los pasaba casi invariablemente con mi abuelo. Se llamaba Manuel, pero la gente lo conocía como Gallardo. Parece que su apellido tuvo más éxito que su nombre. Gallardo el motorista, le decían en Marruecos. Gallardo a secas, en Málaga.
Mi abuelo tenía un pequeño taller en un cuarto trastero que había en el patio de su casa, en la calle Lanuza. Le gustaban las manualidades, cuidar a su 600, que relucía impecable, y a sus jilgueros y canarios, que se pasaban el día cantando, y a los que les dedicaba horas interminables. Su patio era un concierto de trinos. Me construía juguetes de madera que se inventaba, algunos incluso mecánicos, y me llevaba a la piscina del Atabal para que me bañara. También íbamos a pescar en la playa de la Araña. Mi abuelo fabricaba mi caña en proporción a mi tamaño, corta y rudimentaria, con un diminuto plomo y un anzuelo esquelético, aunque a veces me dejaba lanzar el sedal de su esbelta y grácil caña roja. Pero de lo que más disfrutábamos juntos era del cine.
Había varias salas bastante cerca de su casa, y podíamos ir paseando. Solía llevarme a las sesiones dobles que se proyectaban en las terrazas de verano del Royal y del Cayri. Mi abuela nos preparaba unos bocadillos: para él de jamón serrano, y para mí, en el interior del bollo de pan, ponía media tableta de chocolate Dolca. Y los envolvía cuidadosamente en papel de estraza. Antes de salir, comprobaba mi indumentaria, me embadurnaba el pelo con agua de colonia y me repeinaba una y otra vez hasta que mi abuelo protestaba porque se nos echaba la hora encima. Yo se lo agradecía porque me libraba de los tirones de pelo que me daba con el peine. Mientras tanto, mis padres se iban al centro, de tapeo.
Las sesiones dobles eran siempre películas de reestreno. Aquel verano, o quizá en otro, vimos una de James Bond y luego, tras el breve descanso que los espectadores aprovechaban para comprar bebidas en el bar o acudir a los servicios, proyectaron El bueno, el feo y el malo. Fue un día excepcional: sesión doble con Connery y con Eastwood.
En mitad de una de las películas, al darse cuenta de que me costaba tragarme el bocadillo de chocolate, mi abuelo se levantó, se acercó al bar, que mantenía sus luces encendidas durante la proyección, y me trajo una Coca-Cola. Él se refrescó con una botella de cerveza Victoria.
Las sesiones dobles con mi abuelo se han quedado grabadas entre los mejores recuerdos de mi niñez, y puedo volver a visionar trozos de las películas que vimos juntos, como si de un tráiler se tratara. Pero es un tráiler diferente cada vez que lo evoco. Hay muchas escenas sueltas que se intercalan inesperadamente: a veces es Christopher Lee encarnando al más sugerente Drácula, otras es el hombre llamado caballo quien caza búfalos en la pradera, pueden aparecer incluso Alfredo Landa y José Sacristán persiguiendo suecas por las playas de Torremolinos. En otras ocasiones, se intercalan fotogramas de Hércules y de Maciste regresando desde Cinecittá, de Raquel Welch entre dinosaurios o de CC y BB en todo su esplendor (así llamábamos a Claudia Cardinale y a Brigitte Bardot: ce-ce y be-be), y de tantos spaghetti-westerns que los confundo unos con otros. Mi abuelo disfrutaba con ellos. Le encantaban los duelos.
Escribir estas líneas me lo ha provocado uno de esos viejos fotogramas que han regresado cuando he leído que ha fallecido Giuliano Gemma en un accidente de tráfico. La noticia está en un pequeño recuadro, como parece corresponder a los actores de segunda. Pero para mí (y seguramente lo sería para mi abuelo si aún viviese), el actor italiano es y seguirá siendo Ringo, y Ringo, junto al Django de Franco Nero, forma parte de aquellas lejanas sesiones dobles de los veranos de vacaciones en Málaga.
Es curioso, de pronto noto en mi boca el sabor del chocolate Dolca y del bollo de pan seco en el que venía metido (siento incluso su textura al romperse entre mis dientes porque, hay que decirlo, la pastilla era bastante dura, pero cuánto me gustaba ese sabor), y huelo el aire cálido del anochecer envolviendo la sala al raso, el cielo azul cobalto lleno de estrellas titilantes sobre nuestras cabezas. Oigo el eco de los diálogos perdiéndose por entre los edificios que rodean la sala (no era igual el sonido de las sesiones dobles al aire libre: los disparos, las voces, todo sonaba lejano y ajeno a las escenas de la pantalla, tenían algo de irreal, de mágico). Incluso las pisadas de los espectadores aplastando las chinas del suelo o las sillas al ser arrastradas llevándose las piedrecitas con ellas, el olor de las patatas fritas recién hechas servidas en cartuchos de papel, el llanto de un niño pequeño en brazos de su madre que lo mece tratando de no perder detalle de la película, las carreras de dos chiquillos al fondo de la sala, bajo la pantalla, mientras alguien sisea para que los que no dejan de hablar se callen de una vez, el ruido de la persiana que uno de los vecinos deja caer en señal de protesta por el ruido que soporta en su casa, el olor del rapé que mi abuelo inhala de vez en cuando… todo forma parte del mismo recuerdo. Todo sigue ahí, en las terrazas de verano del Royal y del Cayri.
Y, sin embargo, desde que mi familia se estableció ya definitivamente en Málaga y abandonamos Marruecos en el 73, poco a poco mi abuelo dejó de ir al cine y en algún momento también dejó de acompañarme a las sesiones dobles. A partir de entonces, Bruce Lee sustituyó a Giuliano Gemma y mis amigos del colegio a mi abuelo, y pocos años más tarde las terrazas de verano fueron desapareciendo. Las salas de techos azul cobalto se cubrieron de nubes que taparon a las pequeñas estrellas, dejaron de proyectarse películas en sus pantallas desniveladas, sus solares fueron sepultados por paredes de cemento y en sus cimientos profundos se ahogaron los gritos nerviosos de los chiquillos que descubrían por vez primera la magia del cine. Los veranos dejaron de ser esos veranos en los que llegábamos en el Ibn Battuta y mi abuelo nos esperaba en la carretera apoyado en la puerta abierta de su 600.
Pero sería estupendo volver a ir una vez más con él a la terraza de verano del Royal o del Cayri, y pedirle que me trajera un refresco para poder tragarme el bocadillo de chocolate Dolca, mientras las balas que escupe el revólver de Ringo resuena una vez más entre las paredes de los edificios que nos rodean, y verlo venir de vuelta con mi Coca-Cola y con su cerveza Victoria sorteando las sillas, y notarlo cerca, y decirle lo que nunca le dije: que me hacía feliz ver las películas a su lado. Con mi abuelo, al que todos llamaban Gallardo el motorista, o Gallardo a secas. Mi abuelo Manuel.
Sergio Barce
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En Sesión continua podéis leer, además de mi relato, los cuentos escritos por Sergio Aguado, Josep Asensi, Antonio Briones, Amparo Barra, Felicidad Batista, Susi Bonilla, Susana Gisbert, Mauro Guillén Grech, Franz Kelle, Javier Lacomba, Juan A. Laguna Edroso, Herminia Luque, Fuensanta Niñirola, Inma Martínez, Alicia Muñoz, Gonzalo Muro, Mario Reyes, José L. Rodríguez-Núñez, José L. Sandín, Juan Sepúlveda Sanchís y María Tordera.
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Película recomendada:
“Un profeta” (Un prophète, 2009) de Jacques Audiard.
Cuenta la historia de cómo un pequeño delincuente, musulmán, y desde dentro de la cárcel, inteligentemente va ascendiendo en la escala de poder de la mafia que controla ese mundo, pero también el exterior. Audiard es tan hábil al contarnos esta aventura personal que introduce un elemento innovador: el problema de la interculturalidad, la mezcla de religiones, las nuevas relaciones entre clanes que se han ido creando en los centros penitenciarios, las diferencias étnicas, la xenofobia entre unos y otros, la violencia de nuestra sociedad actual.
El protagonista, Malik el Djebena (interpretado por un extraordinario actor llamado Tahar Rahim) se ve rodeado en el interior de la cárcel por hombres sin alma que serían capaces de arrancarle el corazón, de pisotearlo hasta convertirlo en un ser anónimo, en carne de cañón, pero él juega sus bazas, renunciando a formar parte del clan de los otros presos árabes, y, astuto como pocos, va ganándose la confianza de César Luciani (al que da vida un actor inmenso: Niels Arestrup, que ya había bordado su papel en “De latir mi corazón se ha parado”), que es el auténtico capo de esa cárcel.
La lenta pero inexorable caída de César, el viejo jefe del clan de los corsos, corre en paralelo con la asombrosa subida de Malik. Y Audiard, a la vez que nos muestra un recinto penitenciario frío, casi aséptico, sucio y corroído, una especie de intestinos podridos, que le dan un realismo ejemplar a la cinta, mueve su cámara por el patio, por las celdas, por cada rincón de ese mundo, para mostrar sus habitantes, una galería de personajes inolvidables.
El fantasma del hombre que Malik ha de asesinar, que se le aparece en varias ocasiones, es un acierto, no desentona, al contrario, son unos encuentros sutilmente rodados que dan un leve toque de comedia enriqueciendo la historia.
No hay compasión en los hombres que se mueven en este mundo de los bajos fondos, no hay remisión, la vida consiste en sobrevivir, para eso hay que asimilar las normas, entrar en el juego, y como Malik, hacerse con el mando.
“Un profeta” es una película con mayúsculas. Inolvidable, con eso está todo dicho.
18 respuestas
Entrañable y emocionante relato. Gracias por compartir.
Gracias a ti, José Miguel.
Precioso relato, preciosa foto… Y tu madre, Sergio, qué rostro tan dulce y tan bonito! El Fin de tu cuento, está cargado de esa añoranza por tiempos pasados donde transmites sentimientos que he podido sentir a flor de piel … También yo guardo ese irremplazable recuerdo de los delfines cuando pasábamos el Estrecho… Qué bien se te da hablar de cine… sobre todo de esa película de tu vida. Un beso
Gracias, Joana.
Enhorabuena sergio, hay un refrán arabe que dice: «aprender pequeño es como una escultura en piedra», que buenos recuerdos infantiles tienes con tu precioso abuelo, estos valores de extrema importancia de la solidaridad familial, ya no existen hoy en dia, que lastima…, me recuerdo que habia otro Renault 10 de color rojo a Larache que pertenecia a mi tio…, un abrazo.
Muy bonito y muy cierto lo que dices, jay. Gracias por tu comentario. Y qué coincidencia con el Renault 10.. jj
Un abrazo
Sergio:
Que bonito el relato sobre tu abuelo.
Como me lo has hecho recordar!!!
En la casa de la calle Lanuza me quede junto con una de mis hermanas,no recuerdo cual,los dias que pasamos en Malaga camino de Las Palmas.
Tanto el como tu abuela nos trataron como si fueramos sus propios nietos.Los recuerdo como dos bellisimas personas .
Besitos a todos y a ti que sigas haciendo esas «cosas» tan bonitas .
Un abrazo
Hola, Reme. Sí, eran dos bellísimas persona.
Me alegra que te haya hecho recordar todo aquello.
Un beso
¡¡¡Que bonito Sergio!!!! Todo lo que escribes en este relato es tan tierno ,tan dulce y tan real,que me resulta conocido,porque yo misma he tenido momentos tan iguales y tan similares a los tuyos que me parece que nos trasladan a aquellos años de nuestra niñez y al principio de nuestra adolescencia.
Gracias de verdad por ello.
Un beso
Gracias, Adela. ¿Ves?, cada día descubrimos más cosas que nos acercan.
Un beso,
sergio
Precioso relato…Como de costumbre, me has hecho disfrutar de cada palabra llenandome de ternura y añozanza de mi niñez. gracias
Me alegro mucho, Juan. Y gracias por leerme.
un abrazo
uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu Sergio muy bonito tu relato y , como todo lo que escribes ,con tanto sentimiento y fidelidad en todas tus vivencias ,que conforme se leen ,se sienten tanto que te dices ¡¡¡son mis propias vivencias¡¡¡ Los mismos viajes a Málaga que hacías tú, eran mis viajes, el mismo trayecto y el mismo cine de verano, los delfines en el estrecho y nosotros viéndolos desde arriba .. ¡¡tantas cosas¡¡El cine Cairi y las noches de calor, no fui con tú abuelo, como es lógico, pero me hubiese gustado mucho comerme mi chocolate Duci, tan terroso, tan bueno, con un abuelo tan querido y que te inspira relatos tan entrañables…. No sé si tú recuerdas un cine de verano en Larache, estaba en un solar haciendo esquina con el cine Avenida y no sé si antes o después fue solar almacén de Dolón y sus materiales de construcción. Si, allí también tuvimos noches de verano viendo películas dobles, pero tú quizá no lo recuerdes, yo era pequeña, pero tus padre seguro que estuvieron allí muchas veces. Bueno, lo he hecho demasiado largo, y solo quería decirte gracias y felicidades.
Vaya, sí que hay coincidencias, pero supongo que fuimos muchos los que tuvimos experiencias similares… Lo del cine de verano de Larache, la verdad es que no lo recuerdo, tendré que preguntarle a mis padres. Gracias por tan hermoso mensaje. Un beso
Nos emocionas con todos tus relatos Esta historia de tu vida está llena de realismo y sinceridad , nos transporta a la vida de muchas familias que pasaron por el mismo camino o parecido-Sigue así Sergio y no dejes ningún día de escribir porque tienes ese arte dentro de tu alma -Miles de gracias desde Canarias-Mercedes Muñoz-
Muchas gracias por este precioso relato que me ha hecho recordar muchas cosas de mi infancia sobre todo en relación con el cine. En Larache habia también un cine de verano, descapotable, situado entonces cerca del cine Avenida, donde los vecinos veían las películas gratis desde sus azoteas
Que bonito relato de viage a Algeciras, Sergio. Mi viage 7/8 anos mas tarde fue com un carrito mas pequeñito e descoñocido en essas tierras, lo Honda 600. Gracias por lo recuerdo. Saludos.
Gracias a ti, Maria Augusta.
Besos