Fragmento de mi novela En el jardín de las Hespérides
Un De Havilland-Dragon de Iberia surcó el aire dejando tras de sí la estela de su ronroneante sonido. Sus alas refulgieron por un breve instante allá en lo más alto, en medio de un límpido cielo. Luis y yo estábamos tumbados sobre la hierba, boca arriba, perdida la mirada en el vacío. De hito en hito aparecía una tórtola solitaria que planeaba en silencio y luego desaparecía dejándonos de nuevo todo el cielo para nosotros. Habíamos soltado un par de nuevas cometas y estábamos rendidos. El mejor lugar del mundo para soñar.
-¿Volaremos alguna vez? –Me preguntó Luis. Nuestro deseo más intenso por entonces era convertirnos en pilotos de aviación. Su fino rostro, con el mechón de cabello negro que le caía en la frente, podía ser el de Cary Grant en Sólo los ángeles tienen alas-. ¿Crees que lo conseguiremos?
-Claro que sí –dije.
Pensé que estábamos en un sitio privilegiado para llegar a ser pilotos. Larache fue el destino final del primer vuelo de la aviación civil española allá por 1921, y, pensando en ello, dibujé con las manos un imaginario avión que seguía al De Havilland-Dragon sorteando con pericia las nubes de merengue que se interponían en su ruta.
-Prométeme que volaremos juntos.
-Volaremos juntos, y tocaremos las nubes con nuestras manos.
Luis se incorporó de un salto. Acercándose, se quitó un diminuto escudo del Barcelona que llevaba en la pechera y se clavó en la yema de un dedo el alfiler de su reverso.
-Hagamos un juramento de sangre –me dijo con una pequeña gota de sangre brotando de su dedo.
Cogió mi mano, y repitió la operación. Sentí una leve punzada en el dedo y cómo la sangre se posaba en mi piel. Lo miré, un rostro inmaculado, tranquilo, de ese tipo de cara que uno esperaría en un santo, salpicada únicamente por un par de pequeños lunares a la altura del bigote. Acercamos nuestros dedos hasta juntarlos.
-Juramos que seremos pilotos y que volaremos juntos. Repítelo –dijo Luis. Y yo repetí las mismas palabras.
-Y que nunca nos separaremos –continuó.
-Nunca nos separaremos –repetí de nuevo.
-Y que siempre seremos los mejores amigos. Y que éste es nuestro secreto.
-Lo juro.
-Debes repetir las mismas palabras.
-Vale, vale… Que éste es nuestro secreto.
-Y que no se lo diremos ni a Lotfi ni a Pablo.
-¿Por qué?
-Porque hemos jurado que es nuestro secreto.
-Claro… -dije dubitativo. Y seguimos jurando con los dedos unidos hasta que a Luis se le acabaron las ideas. Un juramento de sangre que creímos que nos uniría para toda la vida.