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«EL BLOCAO» (1928), DE JOSÉ DÍAZ FERNÁNDEZ

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El blocao (publicado por Ediciones del Viento) es un pequeño libro escrito por el periodista y luego político José Díaz Fernández, libro que tuvo un gran éxito de ventas tras su publicación en 1928.

EL BLOCAO portada
Leer El blocao es leer muy buena literatura. No sólo es un libro más sobre la guerra de Marruecos y sus terribles consecuencias, es también un retrato amargo, duro y, sin embargo, bellísimo de aquella locura que se convirtió en una dolorosa sangría para España y para Marruecos.
Son siete relatos en los que la narrativa de José Díaz te subyuga de una manera absoluta. La crudeza de alguna de las historias sólo muestran la realidad de aquella experiencia que marcó tan profundamente al autor. Y, sin embargo, uno descubre que su visión de aquella tragedia es lúcida y crítica. No ve a los marroquíes como un enemigo que lucha insensatamente contra ese designio que lanzaba a España a ocupar Marruecos porque era su obligación moral y natural, como predicaban por entonces algunos africanistas, sino que los marroquíes luchaban porque se ocupaba su territorio por fuerzas extranjeras.
El primero de los relatos es el que da título al libro, y es, sencillamente, magistral. Magistral en su factura narrativa, y magistral la historia que cuenta. A mí me conmovió su lectura cuando lo leí hace años, y ha vuelto a hacerlo ahora de nuevo al releerlo una tercera vez.

“…Una de mis distracciones era observar, con el anteojo de campaña, la cabila vecina. La cabila me daba una acentuada sensación de vida en común, de macrocosmos social, que no podía obtener del régimen militar de mi puesto. Desde muy temprano, mi lente acechaba por el párpado abierto de una aspillera. El aduar estaba sumergido en un barranco y tenía que esperar, para verlo, a que el sol quemase las telas de la niebla. Entonces aparecían allá abajo, como en las linternas mágicas de los niños, la mora del pollino y el moro del Rémington, la chumbera y la vaca, el columpio del humo sobre la choza gris.
Buscaba a la mujer. A veces, una silueta blanca que se evaporaba con frecuencia entre las higueras hacía fluir en mí una rara congoja, la tierna congoja del sexo. ¿Qué clase de emoción era aquélla que en medio del campo solitario me ponía en contacto con la inquietud universal? Allí me reconocía. Yo era el mismo que en una calle civilizada, entre la orquesta de los timbres y las bocinas, esperaba a la muchacha del escritorio o del dancing. Yo era el náufrago en el arenal de la acera, con mi alga rubia y escurridiza en el brazo, cogida en el océano de un comedor de hotel. Y aquel sufrimiento de entonces, tras el tubo del anteojo, buscando a cuatro kilómetros de distancia el lienzo tosco de una mora, era el mismo que me había turbado en la selva de una gran ciudad.
Nuestra única visita, aparte del convoy, era una mora de apenas quince años, que nos vendía higos chumbos, huevos y gallinas.
—¿Cómo te llamas, morita?
—Aixa.
Era delgada y menuda, con piernas de galgo. Lo único que tenía hermoso era la boca. Una boca grande, frutal y alegre, siempre con la almendra de una sonrisa entre los labios.
—¡Paisa! ¡Paisa!
Chillaba como un pajarraco cuando, al verla, la tromba de soldados se derrumbaba sobre la alambrada. Yo tenía que detenerlos:
—¡Atrás! ¡Atrás! Todo el mundo adentro.
Ella entonces sacaba de entre la paja de la canasta los huevos y los higos y me los ofrecía en su mano sucia y dura. Yo, en broma, le iba enseñando monedas de cobre; pero ella las rechazaba con un mohín hasta que veía brillar las piezas de plata. A veces, se me quedaba mirando con fijeza, y a mí me parecía ver en aquellos ojos el brillo de un reptil en el fondo de la noche. Pero en alguna ocasión el contacto con la piel áspera de su mano me enardecía, y cierta furia sensual desesperaba mis nervios.
Entonces la dejaba marchar y le volvía la espalda para desengancharme definitivamente de su mirada…”

“Para desengancharme definitivamente de su mirada… “ Qué preciosa frase.
Este cuento narra la aburrida vida en un blocao, esa especie de trinchera que era como una tumba anticipada para los soldados que luchaban en Marruecos. Una especie de féretro de tierra y piedra, de arena y de sacos. Y de ese pequeño espacio, José Díaz crea un universo tremendo y terrible.

Regimiento Alcántara - en Annual

Los otros seis relatos El reloj, Cita en la huerta, Magdalena roja, África a sus pies, Reo de muerte y Convoy de amor, encierran pequeños mundos e historias sorprendentes. El reloj es un relato de guerra que nos conduce a la compasión por ese soldado algo bruto que tiene en su enorme reloj un extraño refugio para huir de la realidad del combate. Su final es tan sencillo como desolador.
No hay un cuento en este libro que deje indiferente. Incluso esa historia tremenda de la Magdalena roja, con ese personaje de Angustias López que, en mi opinión, retrata como en ninguna otra obra la forma de ser del revolucionario anarquista y sindical de la época. Idealismo y fanatismo, revolución y desengaño.
Pero quizá sea Convoy de amor el cuento que más impacta, junto al primero, El blocao.

blocao

Convoy de amor es la historia de una desesperación, esa a la que aquella guerra absurda llevó a muchos jóvenes a una muerte sin sentido. Un pequeño convoy, de hombres deshechos, agotados, enfebrecidos por la fiebre del combate y por la fiebre de la abstinencia sexual obligada, han de escoltar a una mujer provocativa e insensata bajo un sol abrasador… Leer este relato es como estar junto a los personajes. José Díaz consigue ese efecto hipnótico del gran narrador que es el de trasladar al lector al lugar de los hechos, y conseguir que los experimente y los sufra vívidamente, Y esta historia te deja con una extraña sensación de derrota, como si al acabarlo fueras más consciente de lo que José Díaz Fernández ha estado contando en todos sus cuentos: el absurdo y la sinrazón de la guerra que enfrentó a España y Marruecos, por el interés de unos y el capricho de otros.

“…Minutos después el convoy de Audal estaba en la carretera, dispuesto a partir. Lo componían el cabo, seis soldados, dos acemileros y dos mulos. En uno de éstos se habían colocado una jamuga para Carmen, que llegó con el coronel entre una doble fila de ojos anhelantes. El coronel la ayudó a subir a la cabalgadura, sosteniendo en su mano, a manera de estribo, el pie pequeño y firme. Fue aquél un instante espléndido e inolvidable, porque, por primera vez y en muchos meses, los soldados del zoco vieron una auténtica pierna de mujer, modelada mil veces con la cal del pensamiento. Ya a caballo, Carmen repartía risas y bromas sobre el campamento, sin pensar que sembraba una cosecha de sueños angustiosos. Diana refulgente sobre la miseria de la guerra, en lo alto de un mulo regimental, mientras los soldados la seguían como una manada de alimañas en celo, Carmen era otra vez la Eva primigenia que ofrecía, entre otras promesas y desdenes, el dulce fruto pecaminoso.
Aquellos hombres se custodiaban a sí mismos. Porque, de vez en cuando, la falda exigua descubría un trozo de muslo, y algún soldado, sudoroso y rojo, exhalaba un gruñido terrible.
El sol bruñía la montaña y calcinaba los pedruscos. Al cuarto de hora de camino, Carmen pidió agua. El cabo le entregó su cantimplora y ella bebió hasta vaciarla.
—¡Qué calor, Dios mío! ¿Falta mucho?
—¡Huy, todavía!…
Le cayeron unas gotas en la garganta y ella bajó el escote para secarse. Pelayo sintió que la sangre le afluía a las sienes como una inundación.
Al devolverle la cantimplora, Carmen le rozó los dedos con su mano. Y Manolo Pelayo estuvo a punto de tirar el fusil y detener al mulo por la brida, como los salteadores andaluces…”

José Díaz Fernández, como tantos intelectuales de valía, lo más granado de nuestra literatura y de nuestra ciencia, hubo de marcharse exiliado de España tras la guerra civil. Un final triste para un escritor inmenso.
                                                                Sergio Barce, octubre 2014

JOSE DIAZ FERNANDEZ
JOSE DIAZ FERNANDEZ

José Díaz Fernández nació en Aldea del Obispo (Salamanca) en 1898. Periodista, trabajó en El Noroeste de Gijón, y tras su regreso de Marruecos en El Sol, de Madrid, y fue director de la revista Nueva España.
Tras el desastre de Annual, se incorpora al ejército y luchará en Marruecos. Sus experiencias en la guerra, las plasmará en su libro El blocao (1928) que obtendría el premio de El Imparcial.
A causa de su oposición a la dictadura de Primo de Rivera, tras ser encarcelado, es desterrado a Lisboa. Tras pasar por la política, al finalizar la guerra civil, se exilió en Toulouse, donde fallecería en 1941.

LA BIBLIOTECA ISLÁMICA DE MADRID TIENE ENTRE SUS LIBROS «EL BLOCAO». EN EL SIGUIENTE ENLACE PODÉIS ACCEDER.

 

http://cisne.sim.ucm.es/search*spi~S18/X?SEARCH=blocao&searchscope=18&SORT=D

 

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