Con el relato que cuelgo en este post, abro en mi blog una nueva sección: la Generación BiblioCafé, este grupo de escritores que se abre paso con fuerza en el panorama literario español.
Pertenezco a este grupo de narradores casi por azar, por esos nexos invisibles que los larachenses marcan a sus amigos y paisanos. Y es que llegué a ellos a través de Gabriela Grech, que con una se sus fotos antológicas había puesto la portada a uno de los libros editados el pasado año: Una maleta llena de relatos (2013), y ella me puso en contacto con Mauro Guillén, que dirige el grupo con mano experta.
Mi idea es dar a conocer, a quienes seguís habitualmente mi blog, a mis compañeros de la Generación BiblioCafé, no por chauvinismo sino porque merecen la pena, y siempre intento traer autores, temas o cuestiones que impidan, a los que se asoman a este blog, que desistan de volver.
La primera autora del grupo que presento se llama Felicidad Batista. La conocí personalmente en Madrid, en la presentación que hicimos de la Generación BiblioCafé en la Librería Lé. Creo que conectamos enseguida, y en su sonrisa vislumbré la felicidad de su nombre.
El relato se titula El cálido sonido del hielo. Por muchas razones, que los más íntimos saben, el tema que trata en su historia me toca muy de cerca, y, además, el recuerdo de sus abuelos, motivo al que también yo recurro a menudo, hacen que su cuento me haya conmovido. Escribe con frases cortas, rápidas, pero describe tan bien como transmite los sentimientos más profundos con leves pinceladas. No necesita mucho para decirlo todo.
Felicidad dice en este cuento: <El silencio se resquebraja con la caída incesante de una gota sobre el lavabo>. Escueto, contundente, visual.
Creo que leer El cálido sonido del hielo es una inmejorable manera de abrir este libro que escribimos poco a poco pero sin descanso la Generación BiblioCafé.
Sergio Barce, mayo 2014
El cálido sonido del hielo
Cuando agosto alcanzaba el punto de fundición, salíamos al porche con la esperanza renovada de que el aire fresco acudiera en nuestro auxilio. El abuelo ocupaba su vieja silla de tea. Yo me sentaba a su lado, en un pequeño banco que había construido para mí. Me entretenía contemplando las minúsculas brasas de tabaco que ardían cada vez que inhalaba la pipa. Su cara se iluminaba a intervalos en la espesura de una noche sin luna. Y su mirada aparecía enredada en los misterios de la oscuridad o rastreando recuerdos diseminados en los bancales del pasado. Por el bigote reptaba la niebla que se escapaba de su nariz o serpenteaba desde la cazoleta de la pipa. El perfil de su rostro se recortaba como una orilla de mar con cabos y bahías. Una orquestina de grillos animaba la velada. A la que se unían los mosquitos que regresaban al atardecer de las charcas y se refugiaban bajo el alpende. Incansables, realizaban sus acrobacias aéreas y se lanzaban sobre nosotros como kamikazes. Las estrellas se engastaban en el cielo dispersas o en constelaciones. El olor a tierra mojada mezclado con el aroma a geranios y a buganvillas emanaba desde el jardín. Era el momento en el que la abuela escanciaba la limonada y el hielo tintineaban en la noche incandescente.
Siento frío. Desnuda sobra la camilla y tapada con esta sábana casi transparente, tiemblo bajo el aire metálico. Andrés no para de entrar y salir. Se atusa el cabello una y otra vez, iza las persianas, y me repite que todo irá bien en un tono que me inquieta. Solo es una amputación, una mama a cambio de una nueva vida. No puedo evitar la escarcha en mi piel. Tengo miedo. Sí, tengo miedo.
La abuela auscultaba cada noche las heridas que coleccionaba en mis saltos por los cercados de alambres, las aventuras por las ramas de los almendros que a veces se quebraban bajo mis pies, o la natación involuntaria sobre terrenos pedregosos. No siempre superaba su inspección y durante algún tiempo me impedía alejarme más allá del porche. Sucedió cuando exploré una galería de agua abandonada y una cortada abierta como una boca sin dientes cruzó mi rodilla izquierda. Pero merecía la pena pasar aquellos días de arresto. Los compensaba con lecturas y con las cicatrices que exhibía como trofeos a los compañeros de clase a la vuelta del verano.
Andrés acaba de salir. El tiempo está detenido. El silencio se resquebraja con la caída incesante de una gota sobre el lavabo. El sol aparece al otro lado de la ventana pero no se atreve a entrar a este iglú. Los enfermeros irrumpen, me rodean y me conducen por un pasillo. Cuento las lámparas fluorescentes que se alejan como vagones de luz. Andrés en carrera atrapa mi mano entre las suyas. Llego al quirófano. Médicos y asistentes ultiman los preparativos. Me hablan, intento sonreír y extiendo el brazo. Me cubren la boca y la nariz con una mascarilla. Esquivo el fogonazo deslumbrante de los focos que me vigilan y miro hacia un lado, hacia el porche. Allí están la abuela con el frasco de yodo que asoma por el bolsillo de su delantal y las briznas rojizas de tabaco que revolotean sobre la pipa del abuelo.Felicidad Batista
Felicidad Batista, nacida en Tenerife, es Licenciada en Geografía e Historia, rama de Historia del Arte, por la Universidad de La Laguna. Es especialista en Biblioteconomía y Documentación, y además es bibliotecaria de la Biblioteca de Presidencia del Gobierno de Canarias en Santa Cruz de Tenerife.
La mayoría de su producción literaria se centra en el relato y en el cuento. Ha publicado en diferentes revistas, libros colectivos digitales y en papel de España y América Latina y en secciones de literatura de diversos periódicos. Próximamente publicará un libro de relatos y actualmente trabaja en los últimos capítulos de una novela.
Ha escrito para revistas y prensa, como en: Revista Letralia: Tierra de letras, en Venezuela, El Desván de las palabras, España, Revista Entropía, España, Revista Verbo (des) nudo, Chile, La Opinión de Tenerife, España, Diario de Avisos. Sección El perseguidor, El Heraldo de Aragón. Sección Letras o en la página web Observando cine, Perú.
Sus relatos se han editado en varios libros colectivos, como en El vientre de una pasa y otros relatos (San Sebastián de La Gomera. Editorial Cabildo Insular de La Gomera, 2010), Poética del reflejo (Venezuela. Editorial Letralia: Tierra de Letras, 2011), Poesía, cuentos y vos (Argentina. Editorial Pasión de Escritores, 2011), Mis abuelos (Argentina: Editorial Club Abuelos de Buenos Aires 2012), Letras adolescentes (Venezuela. Editorial Letralia: Tierra de Letras, 2012), Relatos a fuego lento (Valencia. Generación BiblioCafé, 2012), El extraño caso de los escritos criminales (Venezuela. Editorial Letralia: Tierra de Letras, 2013), La Alquimia de la Tierra (Huelva. Servicio de Publicaciones Universidad de Huelva, 2013), Una maleta llena de relatos (Valencia: Editorial Generación BiblioCafé 2013), Cosas posibles con un amor imposible (Tenerife: Escuela Canaria de Creación Literaria, 2013), Sesión continua (Valencia. Generación BiblioCafé, 2013) y en Último encuentro en BiblioCafé (Valencia. Generación BiblioCafé, 2013).
Sus relatos han merecido el reconocimiento en varios concursos, como la Mención de Honor del X Concurso Literario Gonzalo Rojas Pizarro (Chile 2012), Mención de Honor en el I Concurso de Microcuentos Lebu en Pocas Palabras (Chile 2012), Finalista del Concurso de Narraciones del Club de Abuelos de Buenos Aires (2011) o Finalista del II Concurso Relato Corto Mujeresisla (Cabildo Insular La Gomera 2010).
Muy recomendable, para quienes deseen seguir sus pasos, su blog:
http://www.buenosaires1929cafeliterario.com/
6 respuestas
Admirado Sergio, gracias por tener la deferencia de publicar mi relato en tu blog. Es una alegría y también un honor. Agradezco tus palabras.
Fue un placer conocerte en Madrid y significó una puerta abierta a tus novelas y a tu mundo literato. Intercambio muy enriquecedor.
Un abrazo grande
Es todo un placer hacerlo. Gracias por tus palabras, pero como bien dices el intercambio es muy enriquecedor.
Seguiremos en contacto, y espero que compartiendo más publicaciones.
Besos
Leyendo el título irremediablemente he recordado … «… aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Y, ya sé, sin tener nada que ver, me ha sonado la misma música, con la misma fuerza de seducción. El frío y cruel presente de tu cuento, Felicidad, me ha calado hasta los huesos pero me ha salvado ese grato y cálido recuerdo del pasado, del porche con la amorosa imagen de unos abuelos inolvidables. La inmejorable presentación que Sergio hace de ti y tu bagaje son envidiables. Te deseo lo mejor, sinceramente. Seguiré leyéndote! Un abrazo
Gracias Joana por tu lectura y por tus palabras. Son un estímulo. Un abrazo
Siempre es un placer para mí leer tus relatos y demás escritos, allá donde los encuentre, voy.
Hoy he vuelto a disfrutar con la belleza y la terrible nostalgia de unas palabras que describen un momento muy delicado y especial en la vida de toda mujer.
Un abrazo.
He retornado sobre mis pasos y en calma leo tu relato; me emociono y gozo con él. Con la descripción de esa tarde caliente de Agosto, con las figuras de los abuelos y con ese cruce magistral del relato, del presente dramático de la figura hablante con el recuerdo de la mano mágica de la abuela que simbólicamente curará la herida como lo hacía en el pasado.
Grande tu escrito, Felicidad.
Un abrazo inmenso