Hago girar la ruleta, y gano un barquillo. Me gusta la bombona metálica del barquillero, la panza roja, los dibujos del frontal, la corona plateada donde gira la ruleta. Me dice que lo intente de nuevo, y vuelvo a ganar cuando la hoja se detiene. Le doy el barquillo a Emilio. Me giro, veo el carrito que hay en la esquina del Conservatorio, compro un cartucho de garrapiñadas, están calientes. El hombre, que para atender su modesto carro viste sin embargo pulcramente un babi azul de susi, me lo entrega con cuidado para que no se caigan, me fijo en sus dientes, siempre le asuman las paletas por entre los labios, me sonríe, es un buen hombre y creo que disfruta vendiendo sus golosinas y sus garrapiñadas, garbanzos, pipas y caramelos a los niños. Cuando pasen unos años y regrese a Larache, él seguirá ahí como si formara parte del paisaje de la avenida Hassan II.
De pronto la puerta del Conservatorio se abre, y don Aurelio, orondo, serio, sale echando una ojeada a su reloj de bolsillo. Al levantar la vista, me ve y sus ojos me estudian de una manera curiosa, como si se preguntara por qué no soy alumno suyo. No sé tocar ningún instrumento y jamás aprenderé, pese al empeño de mi padre en regalarme cada Navidad un instrumento diferente, guarda la esperanza de que termine por sucumbir a alguno.
Vamos a entrar en el Ideal, ponen una película francesa de las guarras. Hay cola, pero Emilio Gallego nos cuela y como no tenemos entrada nos sentamos dos en cada butaca. Luisito Velasco está a mi lado, Lotfi Barrada y José Gabriel Martínez en la otra. La película empieza y nos quedamos mirando la pantalla con la boca abierta. Hace calor. Y la temperatura sube. Hay un corte, la bobina se ha atascado.
-¡Radio! ¡Radio! –gritan desde la platea.
Luego, la película continúa y el silencio se hace sepulcral. Ver las actrices desnudas nos causa un efecto anestesiante… Ya tenemos tema de conversación para toda la semana.
Me voy al callejón sin salida. Es el callejón de mis juegos desde que nos hemos mudado de Mulay Ismail a la avenida Mohamed V. La nueva casa está en el edificio de granito de Uniban, residimos ahí porque mi padre trabaja en este Banco. En nuestra misma planta vive la familia Matamala, los Alvarez y Antoñito Guerrero, antes vivía Torres. Recuerdo que cuando la selección de fútbol de Holanda ganó el Campeonato del Mundo -vale, no lo ganó, es verdad, pero en mi recuerdo lo hicieron-, Manolo y Miguel Alvarez salieron conmigo y nos pusimos a jugar a la pelota. Yo era Neeskens, Miguel Cruyff y Manolo Kroll. Me tomaban el pelo porque yo era más pequeño y porque ellos eran del Real y yo del Atlético de Madrid.
Pero donde disfrutaba de veras era en el callejón de abajo, el callejón sin salida. Jugábamos a la pelota durante horas. A veces el balón caía en el huerto que había entre la iglesia y la parte de atrás del Banco, y saltábamos la tapia para cogerla. En otras ocasiones, el balón se quedaba en el destartalado techo del almacén que cerraba la calleja y era preciso recuperarla con cuidado pisando las viejas tejas como si fuésemos funambulistas, aunque lo peor era cuando se colaba por un boquete que había abierto entre el muro y las tejas y había que deslizarse abajo para recuperarla. Todo estaba lleno de escombros y olía a humedad, seguramente había alguna rata y por eso, cuando me tocaba bajar a buscar la pelota, lo hacía lo más aprisa posible.
Algunas veces, mientras jugábamos nuestro partido, aparecían otros niños de la calle Daisuri o del barrio de la Alcazaba, y nos atacaban con piedras. Para defendernos teníamos un buen arsenal de naranjas verdes almacenadas tras la tapia y en el techo de la Iglesia del Pilar, hasta donde nos encaramábamos para atrincherarnos. Nunca hubo heridos, que yo recuerde, e incluso sabíamos cuándo iban a atacarnos, en una permanente guerrilla entre calles. Pero un día formamos tal batalla campal que aparecieron los mejaznis y tuvimos que escapar saltando por la tapia de la iglesia escabulléndonos como pudimos. Luego vimos que a los chavales que cogieron los agentes, les dieron algunos golpes y la gente se arremolinó para ver qué ocurría. Durante mucho tiempo dejamos de pelearnos.
Había otro motivo para dejar de jugar y salir del callejón. Ocurría cuando escuchábamos acercarse algún cortejo fúnebre. Corríamos hasta la avenida y nos quedábamos allí quietos, silenciosos, observando al difunto que era transportado a hombros por varios hombres y al resto de los acompañantes que le seguían caminando bastante aprisa, y, hasta que no terminaban de pasar todos, no regresábamos a nuestros juegos. Con lo travieso que éramos ahora me sorprende el respeto que mostrábamos en tales ocasiones, quizá porque lo aprendimos por la costumbre de nuestros mayores, y la costumbre que no se impone es la mejor de las enseñanzas.
También recuerdo los días que hacíamos carreras de bicicletas en el mismo callejón sin salida. Consistía en ir lo más aprisa posible desde la pared del almacén hasta la acera de la bocacalle, ya en Mohamed V, y regresar de nuevo. Una vez iba tan rápido pedaleando con todas mis fuerzas que me estrellé contra la pared porque no calculé debidamente la distancia de frenada, y me quedé unos segundos sin sentido tendido en el suelo.
En el último portal del callejón solíamos escondernos para fumar. Y nos pasábamos horas hablando. No era una callejuela muy larga, pero en ella se desarrolló un mundo de aventuras y de juegos, y de pequeños secretos.
Cuado el sol caía sobre la callejuela, los hombres del casino israelita se sentaban en el suelo y jugaban a las damas. Solíamos quedarnos allí sentados a su lado observando la partida. Todo con calma, sin prisas, larachensemente.
Me sorprende qué es lo que retenemos en nuestra memoria. Yo, en concreto, de lo que estoy contando, también logro evocar al detalle aquella pared que cerraba el callejón, una pared húmeda con unas letras borrosas que iban desapareciendo entre desconchones, la forma del tejado moribundo siempre con el latente peligro de desplomarse y por el que andaba sin respirar en busca del balón, el olor del interior del almacén abandonado, los escombros y las paredes interiores semiderruidas, sus maderas podridas, incluso recuerdo los dos lugares exactos del muro del huerto que utilizaba para escalarlo: el primero era el que hacía esquina entre el propio muro y la pared del almacén porque podías asirte al hueco abierto en las tejas y era fácil impulsarte, y el otro estaba justo en medio del muro, donde existía una dentellada en la parte de arriba con la forma y el tamaño justo para que los dedos se acoplaran perfectamente. Quedaba, como último recurso, el ayudarte apoyando el pie en la reja de hierro pero era más incómodo y, además, te veían los empleados de la oficina de Uniban y te llamaban la atención.
El interior del huerto también está fresco en mi recuerdo, las hojas secas del suelo, el olor de las naranjas, los troncos de los árboles. Cuando los del otro barrio nos atacaban, corríamos por encima del muro como si fuera un camino seguro, aunque no lo era, pero nos lo conocíamos a la perfección y bordeábamos así el huerto hasta llegar al techo de la iglesia, compuesto de pequeñas terrazas superpuestas. Un lugar perfecto para esconderse y esperar al enemigo.
Tengo ahora en mis dedos el tacto cierto de ese muro, la rugosa piel fría y dura de las pequeñas naranjas verdes, la pintura seca de las paredes exteriores de la iglesia. Conservo en los pulmones el aire del callejón, guardo en mi interior las voces de los amigos retumbando en un eco del ayer pidiendo que les pasara la pelota, los gritos de júbilo al marcar un gol. También la de los hombres que salían del pequeño casino para que no molestásemos.
Como las ventanas de mi casa daban al callejón, mi madre o Mina asomaban la cabeza y me daban una voz para que fuera a merendar. Mis amigos subían conmigo y, después de darnos un buen atracón de pastas, nos íbamos al Jardín de las Hespérides para recolectar los dátiles que habían caído de las palmeras y estaban diseminados por el suelo, dátiles que pasaban a formar parte de nuestro arsenal de defensa. Teníamos que hacerlo aprisa para que no nos descubriesen los niños de Alcazaba. Sin embargo, si ya había oscurecido bastante, solíamos utilizar los dátiles para lanzárselos a las parejas de enamorados que, sentadas entre las sombras de la noche, se besaban y abrazaban. Teníamos que huir muy, muy a prisa para que no nos pillaran… Travesuras que creo que todos hicimos.
Pero ya que el relato de Driss Sahraoui, que releo, me ha llevado a la avenida Mohamed V, he recordado estos pequeños episodios de mi infancia ocurridos tras dejar mi primera casa en la calle Mulay Ismail para ir a vivir al robusto edificio de Uniban, donde actualmente está el Banco de Marruecos, y una cosa ha llevado a la otra, y me ha encantado volver a ser aquel niño que jugaba en ese pequeño callejón sin salida en el que se han quedado nuestras voces y nuestros gritos, impregnado aún con el recuerdo de nuestros sueños inocentes.
Sergio Barce, enero 2013
38 respuestas
gracias Sergio por hacerme vivir instantes muy divertidos leyendo tus versos tan significativos para nosotros , que aún sentimos la brisa del atlántico . je je je me encantó la frace ,,,Todo con calma,sin prisas, larachensemente,,, un abrazo jai
Hola, Rachid. Ya sabes, larachensemente es así.
Me alegra saber que te has divertido con el relato. Un abrazo, jay
gracias Sergio por hacernos un estupendo relato, pero olvidaste de contar en el callejon sin salida, las aventuras que haciamos en dicho callejon para saltar la tapia de la iglesia que daba al huerto en donde cogiamos las brevas al atardecer. No se si me recordaras pero soy el primo de lotfi barrada, si le preguntas a Luisito Velasco, o el padrino Velasco, el mote que tenia en el instituto español de tanger, te relatara varias aventuras tanto en larache como en Tanger. dile que te relate un dia de camping en la playa peligrosa de larache.
gracias por todo Sergio, eres autentico , me has echo recordar con el relato unos 40años atras.
Querido Ahmed: ¡Cuánto tiempo! Sí me acuerdo de ti, pero ha pasado tanto tiempo… Es increíble el milagro de internet. Espero verte por Larache, y rememorar aquellos años, y así aprovechamos y vemos a Lotfi.
Un abrazo, y gracias por tu emoctivo mensaje.
sergio
Gracias a ti Sergio, espero vernos pronto y recordar los viejos recuerdos. de todas formas siempre tendras la bienvenida y siempre tendras aqui a tus amigos y tu casa disponible en cualquier momento que deseas visitarnos.
Muchas gracias, Ahmed. Yo también espero que sea pronto.
Un abrazo, jay
Precioso Sergio , me trae recuerdos de lo que me contabas cuando llegaste a Málaga, un abrazo , pero que sepas que la selección de Holanda nunca ha ganado un mundial…
No me digas, manolo! Pues en mi memoria lo ganaron… jjjjj Eran los mejores.
Un abrazo
Muy entretenido Sergio es paseo, se puede oir las voces de los niños y el bullicio, lmi vino el sabor de barquillos a la boca. El cine ideal recuerdo los sudores,una pregunta esa pelicula francesa con » las actrices desnudas nos causa un efecto anestesiante… Ya tenemos tema de conversación para toda la semana» no censuraron esa pelicula? porque a mi me paro un guardia civil por vestir pantalones cortos jajaja.
Gracias
Merecedes, a principios de los años 70 en Larache veíamos películas de «alto voltaje» francesas que eran impoensables que pudiesen ver en España. Esto parece ahora increíble pero era así.
Un beso,
sergio
Cuando leo estos relatos, me hacen recordar cómo era la vida en Larache, porque aunque no vivíamos en el mismo barrio, todo era muy similar.
A veces recuerdo muy gratamente, aquellos años vividos en mi pueblo y la mayor parte de mis recuerdos son francamente buenos.
Mi familia a veces piensa que exagero, pero yo les respondo diciéndoles que no, que no exagero, porque según la tradición, en Larache se hallaba el mitológico Jardín de las Hespérides y por eso, allí se quedó concentrada la energía positiva de dicho jardín, que lo impregna todo. Por lo tanto, mi pueblo, a pesar de las visicitudes históricas, ha sido, supongo que sigue siéndolo y será un pueblo feliz.
Sinceramente, muchas gracias por estos estupendos relatos, amigo Sergio, pues me hacen recordar intensamente, aquellos bellos momentos, de los primeros años de mi vida en este mundo.
Saludos a todos mis paisanos/as.
Alfonso Santamaría
ESTIMADO SERGIO
OTRO ESTUPENDO RELATO QUE ME HACE RETROCEDER EN EL TIEMPO DE NUESTRA INFANCIA. YO PASABA PRACTICAMENTE TODOS LOS DIAS POR ESA BOCA CALLE , CAMINO DE LA ESCUELA DE LA ALIANZA, PERO NUNCA ENTRE DENTRO.
GRACIAS , TU RELATO ME HIZO RECORDAR LAS FECHORIAS INFANTILES QUE HACIAMOS EN NUESTRA CALLE REAL Y EN EL BARABDILLO.
UN ABRAZO
BELLA
Muchas gracias Sergio por este magnifico relato que a todos nos trae recuerdos, y cuando se relata la edad infantil se hace mas dulce e interesante, porque cada uno recuerda sus fechorias de nino que todos hemos vivido . casualmente el ecenario no es diferente, del uno y el otro, porque todo eso que haciamos era por instinto. Quien pudiera volver a esos anos y lo pasado, pasado. Gracias y un ABRAZO.
Muchas gracias Sergio por este magnifico relato, que nos hace recordar nuestra vida infantil en Larache, la bombona del piruli muy colorido y de forma conica y del dulce barquillo, el efecto que nos causaba las películas de mujeres semidesnudas vistas por primera vez, como “Et Dieu crèa la femme”, Luis de Funès en las casetas de la playa (no me acuerdo del título de la película), la larga fila que se ponía cerca de la puerta del general en el cine Ideal cuando se trataba de una “buena” película, las guerras entre los barrios… Gracias y un abrazo.
Querido Chouirdi: Me alegra muchísimo que te haya gustado, y en especial el haber hecho que recuerdes tantas cosas.
Un abrazo
Gracias Sergio, me hace mucho bien tus relatos, hacen revivir con nostalgia la vida que hacíamos allí, en nuestro añorado Larache. Cúantas veces me han endulzado la niñez los exquisitos pirulies.
Carlota……
No sabía que mis relatos causaran estos efectos, pero es muy gratificante saberlo. Me alegra profundamente.
Un beso, Carlota
sergio
Sergio, le has vuelto a dar vida a ese callejón sin salida… he creído, con mi mano, llevarme algún trozo de pintura de aquella pared llena de desconchones. Es tremendo cómo me siento crecer interiormente cuando te leo… qué hermoso lo que te dice en su comentario Ahmed Chemlal «Sergio, eres auténtico»… ¡también lo hago mío…!
Un beso
Tampoco exageres, Joana… jjj Ojalá fuese auténtico, como decís Ahmed y tú. Todos lo intentamos, supongo, pero es mucho más difícil de lo que querríamos.
Sólo pretendo no hacer daño a nadie, y tratar a los demás como querría que me tratasen a mí. Creo que es la mejor filosofía.
Aunque conseguir que me lean es lo que más me satisface, me llena totalmente.
Gracias por todo, Joana.
Un beso
sergio
Desprende tu relato una atmósfera de cercanía y familiaridad tan contagiosas que me ha resultado más fácil estar que recordar. Impresiona – ahora – pensar que tan sólo a unos veinte metros vuestros juegos, risas y voces, se solapaban con la de mías y la de mis compañeros; que a unas pocas filas de butacas de distancia estuviéramos viendo las mismas películas y mordisqueando los mismos frutos secos y golosinas de marras. Coexistiendo… sin saberlo en ese momento.
A tu callejón, por su buena acústica, fuimos una tarde mis compañeros y yo a hacer una trastada: tirar en un portal un paquete de cinco petardos unidos por un chicle. El estruendo fue tan colosal y mi escapada tan torpe que el padre Félix me cazó como un conejo en mi intento por esconderme. Me costó una semana de castigo.
El padre Félix… con sus gafas de monturas de pasta negra. Siempre me pareció distante. Fui monaguillo en la Iglesia del Pilar, con Luisito Velasco y Juan Carlos Palarea, y nunca fue un hombre que me transmitiera cordialidad.
Lo de los petardos era otro clásico.
Lo cierto, como dices Fran, es que es curioso que todos nos moviésemos por los mismos lugares pero cada cual con su grupo de amigos, en su microcosmos o en su pequeño mundo. Supongo que incluso coincidiríamos también en la Jukureka.
un abrazo
sergio
Sergio, mi talante discreto y prudente me impide extenderme – aquí y ahora – sobre el P. Félix. Nunca me permitió pertenecer a la «Juventud Cultural Recreativa Católica» (sólo el nombre me produce escalofrío) jajjajaja… En una ocasión, partieron un cristal de la ventana de la Jucureca y el susodicho pensó que fui el autor de la pedrada guiado por la rabia y el desaire. Esa noche, mientras estaba apoyado en el muro frente al cine ideal, sin mediar palabra, vino y me arreó un bofetón que me partió el labio. Lo que no se esperaba es que varios marroquíes le sujetaran el brazo, y de forma muy clara y firme, le dieran a entender que «su sitio» acababa en el perímetro de la iglesia. Lo tuve de profesor de religión en 4º y 5º en la fusión con las monjas, pero su «confusión» era creer que la fe con sangre entra, al menos con Julio Hernández y conmigo. Pues no, no funcionó.
Al final, me he extendido más de la cuenta.
Un abrazo.
No me extraña esta historia, Fran. Pero te agradezco tu sinceridad, y el hecho de que te hayas animado a contarlo. Casi todos hemos tenido como estudiantes experiencias similares.
Un abrazo
Amigo Sergio: Tu callejón no es el mío. En el mío vivían los señores Amar, el cambista y al final de aquel callejón sin salida estab el sindicato donde los hermanos Vilches getionaban permiaos de circulación para camiones y demás vehículos. Lo que si tiene de común ambos callejones son los juegos y el cariño que nos inspira su recuerdo.
un abrazo y suerte
Sergio, yo «tampoco escapé a tu callejón». Casi al final del mismo y a la izquierda, en una casa individual allí situada, vivía mi compañero y amigo León BENIFLAH BENBUNAM, a cuya casa iba con bastante frecuencia. Después de esta casa, había un edificio de planta baja y una altura, en la que vivía el practicante Emilio GARCÍA, cuyo hijo. Emilio GARCÍA CASTRO, era compañero mío. En ese edificio, vivía también la familia VÍLCHEZ.
También trepé hacia el huerto de los curas (o del Banco, que no sé de quién era), a «robar» higos y uvas. Recuerdo la dificultad para acceder a él, por lo terriblemente puntiagudos que eran los pinchos en forma de flecha en los que acababa la reja que lo cercaba; en una ocasión, al citado Emilio se le clavó uno de ellos en un pie, casi atravesándole el mismo…
Creo que el casino al que te refieres, se llamaba «Casino de Marruecos» y no era el Israelita. El israelita cambió su nombre (tras la Guerra de los Seis Días) por el de «Casino de Larache». Este antiguo «Casino israelita», estaba en el edificio del «Café Central», dando a la Avenida.
Esta vez, has logrado que vea contigo películas «guarras», que vuelva a comprar pipas en los carritos que había junto al Cine Ideal, y que haya trepado nuevamente por la dificil reja de tu callejón.
Un abrazo,
CARLOS
Querido Carlos: Tienes razón, como casi siempre. Me acuerdo de la casa de Vilches y de León, porque en esa escalera era donde nos escondíamos para fumar.
Lo del casino, la verdad es que no recordaba cuál era, ha sido mi padre el que me ha dicho que era el israelita, pero puede que lo haya cambiado de lugar; los recuerdos se distorsionan. Pero sí me acuerdo de que, jugando a la pelora, dejaba mis gafas en la ventana del casino, y siempre me las dejaba olvidadas. Tenía que vover siempre y un señor de edad madura, siempre con su chilaba, me las daba meneando la cabeza con paciancia.
Me ha gustado eso de que veas las pelis conmigo, un buen efecto para un relato.
Un abrazo
sergio
Efectivamente Sergio, el Casino israelita estuvo al comienzo del callejón creo que en el mismo sitio donde estuvo el banco español de credito o algo parecido. Luego se trasladó donde indica Carlos. Lo de ser más viejo no siempre es un inconveniente.
saludos
Amigo Sergio: Ya que mencionas a la selección holandesa del 74 me apetece hablar hoy un poquito de fútbol, mi gran pasión, y sin que sirva de precedente, en este, tu magnífico blog de la memoria y la nostagia larachense .
Holanda ha tenido a dos de las mejores selecciones de la historia. Las dos jugaron las finales del 74 y del 78,respectivamente, las dos perdieron. En el 74, la Holanda de Cruiff y Neskens fue muy superior a Alemania, la Alemania de Beckenbauer, nada menos, y siendo el mejor equipo de aquel mundial, no ganó. Su derrota es solo comparable a la Hungría de Puskas en la final del 54 , también contra una Alemania manifiestamente inferior. En el 78, otra Holanda, que también había demostrado ser el mejor equipo del mundial en la Argentina de Videla , se enfrentó en la final a la Argentina de Mario Alberto Kempes, bajo mi punto de vista , el jugador más determinante de la historia de los mundiales y que merece un reconocimiento que no ha tenido como uno de los mejores goleadores de la historia. Y Holanda perdió, esta vez merecidamente.
salud
Aquí se puede hablar de fútbol y de lo que queráis. Gracias, León, por este detallado y apasionado recorrido… Un abrazo
sergio
Magnifico relato querido Sergio, que como todos tus relatos me conmovio y me trajo recuerdos del pasado,,,,Barquillos !!!! recuerdo cuando venia el barquillero mi mama z»l salia y hacia girar la roleta lo recuerdo como si fuera hoy y oigo en mis oidos el anuncio del barquillero para que salieramos afuera .
Gracias Sergio por estos recuerdos maravillosos .
Un abrazo
Me encanta hacerlo, Nurita.
Un abrazo
Muchas gracias por hacer recordar todo de Larache fueron los mejores años de mi vida tantos recuerdos que hasta Mayo del año 2012 no pude volver y espero volver este año otra vez se me hizo corto
un abrazo
Cuando entrabamos al Cine Ideal, nos poníamos de puntillas, para parecer más altos y mayores. Con un intenso miedo a que nos pillaran. Que disfrute para el espíritu jajajja.
Piteras varias en la cabeza, causadas por las guerrillas sanas.
Y si los higos que nos ofrecían los jardines con un aroma intenso.
Y las correrías del Indio o el Moreno que nos perseguían por los tejados de la Iglesia.
Que buen relato, y que capacidad tienes de trasladarnos al punto exacto donde fuimos tan felices.
Un gran abrazo.
¿Verdad, Luisito? Es verdad: fuimos allí muy felices. Y tú siempre fuiste mi hermano. Y aún lo eres.
El Indio y el Moreno, esos sí que nos daban miedo… jjjj
Espero verte pronto en Larache, jay.
Un abrazo
sergio
Please forgive me for writing in English. I was able to understand your story with its childhood memories, evocative of the past which is a dead-end street, but luckily also a street where you can turn back and face the present, perhaps even the future after my mother’s death.
Kind regards
Anitra Aalto
Dear Mrs. Aalto:
Your comment is a nice surprise. You have captured perfectly the idea of my story.
Thank you
sergio
Gracias Sergio, una vez mas haces que me reencuentre con nuestras raíces, los paisajes y las gentes de nuestra infancia. Un abrazo fuerte jae, que ya tengo ganas de verte.
Lo mismo digo, Emilio. Ya hace demasiado tiempo que no nos vemos.
Hay que buscar una ocasión para hacerlo.
Un abrazo, jay