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«EL PRIMER BESO», UN RELATO DE MOHAMED LAHCHIRI

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No hay  nada tan emocionante y a la vez candoroso como los relatos de nuestra niñez o de nuestra juventud, cuando recordamos aquellos detalles que nos marcaron de alguna manera: el primer viaje, los primeros amigos, el primer amor.

A mi amigo, el escritor Mohamed Lahchiri, del que he hablado en varias ocasiones, a quien siempre pongo de ejemplo como uno de los mejores narradores marroquíes en lengua española, le pedí hace días que me enviara un cuento, porque hacía ya mucho que no ponía nada escrito por él, y me ha remitido «su» primer beso, que forma parte de su magnífico libro de relatos Pedacitos entrañables.

MOHAMED LAHCHIRI
MOHAMED LAHCHIRI

«El primer beso» tiene mucho de su estilo, el estilo lahchiriano: frases breves y dilapidarias, detalles a fogonazos, descripciones directas, y un característico fino humor, lleno de ironía. Además de ser un buen relato, es además el retrato de una época, de una determinada manera de ver la vida, de descubrir el deseo y el amor, y, por supuesto, contiene ese aroma a añoranza por aquel barrio del Príncipe Alfonso, el de la Ceuta natal de Lahchiri, que tanto le ha ayudado a construir sus preciosos pedacitos entrañables, como lo es este primer beso.

Siempre es un lujo hablar de Mohamed Lahchiri, y también lo es compartir con él una bebida fresca acompañada con sardinas asadas en el marsa de Larache, que espero que repitamos muy pronto.

Sergio Barce, junio 2014 

El primer beso

Aquella tarde de ligera lluvia y la chica con chilaba azul todavía las tengo aquí, en esta gran cabeza que tengo, «gran» en el sentido propio, no en el figurado. Chilaba azul y pelo largo en una trenza. En pleno infierno de la adolescencia. Nos encontramos para ir al cine. Era mi novia. Me acuerdo que esa tarde tenía la intención de besarla. Nunca lo había hecho antes. Era emocionante pero era como una carga para mis tímidos años adolescentes. Sentía sobre mis espaldas el deber de besarla. Ir al cine con una chica y no besarla, iqué vergüenza!, decían los chicos mayores, los que sabían más que nosotros, los que lo sabían todo… No sé si nos encontramos en nuestro barrio -El Príncipe Alfonso- y bajamos juntos al centro, a Ceuta, o bajó cada uno por su lado, para evitar los problemas del «nos pueden ver». Estamos en los años 60… Me acuerdo de nosotros dos en el cine África, allá arriba. No recuerdo qué película era. Ya el cine estaba dejando de ser la cosa más importante del mundo… La sala estaba casi vacía. Nos sentamos.

Cine Africa de Ceuta

Yo hablaba probablemente de mis estudios en Tetuán. Pero el pensamiento de que tenía que besarla estaba ahí, tan insistente como un dolor. Jamás había besado a una chica antes. Al apagarse las luces tenía que encontrar una manera elegante de… Puse mi brazo sobre el respaldo de su asiento, esforzándome para que la cosa pareciera la más natural del mundo, me acuerdo perfectamente. Olía a buen jabón. Su pelo a alheña. De pronto, se apagaron las luces y al mismo tiempo vimos entrar a una pareja, que se plantó precisamente detrás de nosotros. Eran moritos nuestros del Príncipe. Y se pusieron a hablar. Todavía me acuerdo de la chica. La conocía. Ahora ya no la veo. A un hermano suyo sí. Cómo podía un tímido como yo, que nunca había besado, acercarse a su novia, con la respiración de esos dos pegotes azotándole el cogote. Llegué a rodear su cuello con el brazo y a acariciarle la mejilla derecha. Me acuerdo del calor de sus mejillas. Me sentía capaz de besarla. Tenía tantas ganas. Claro, estaba la excusa de los dos pegotes y no sentía el peso de la obligación. Pero terminó la película y salimos en silencio. Estaba lloviendo, no mucho. Creo que no me sentía bien. Pienso que ella estaba decepcionada. No había autobús para EI Príncipe. Para La Mezquita sí. Me alegré, así podíamos ir andando desde La Mezquita hasta nuestro barrio, pasando por los eucaliptos… Tomamos el autobús. En La Mezquita había que bajar por la carretera con el cementerio musulmán a la izquierda, llegar a la alcántara y subir por un caminito -que el tiempo y las obras han borrado ya- y llegar al barrio. En lo alto del caminito empezamos a bajar entre los eucaliptos…
Le pedí que se detuviera. Me preguntó por qué. Le dije que me diera un beso. Me respondió que no con la cabeza, sonriendo. ¿A qué esperas imbécil? La agarré y me puse a besarla como fuera… buscando la boca. Nos sentamos y continuamos. Yo estaba rabiosamente feliz. Ella no me rechazaba. Me abrazaba y me aceptaba. De pronto sentí que ella perdía fuerzas. Se durmió o se desmayó en mi regazo. Yo estaba algo sorprendido. Pensé que probablemente eran cosas que les pasaban a las chicas.
No sé cuánto tiempo me quedé así, en el silencio de los eucaliptos. Pero seguro que no fue mucho, porque ella no podía volver tarde a casa… Estaba con el corazón saltando alborozado, mirando las chispas de las luces de la parte del barrio que está frente al monte de los eucaliptos, proyectando en mi imaginación los momentos increíbles de mis labios succionando los suyos. Por primera vez en mi vida. Como un hombre, un verdadero hombre, mirando, intentando ver con los ojos enamorados empedernidos, en la ya semioscuridad, el rostro hermoso retocado por las telarañas del sueño y sintiendo profundamente la grandeza del momento que estaba viviendo, que todavía saboreaba, acariciando su mejilla, sus cabellos largos. En un momento dado, se me ocurrió acariciar sus pechos. Me sentía algo así como un niño con las manos en una travesura, ipero qué maravilla! Había oído en alguna película o leído en algún tebeo o revista o periódico lo de la otra mitad. Yo me sentía entero. Mi otra mitad estaba ahí pegada a mí, a mi regazo. No éramos dos.
Creo que al final tuve que despertarla. Bajamos hacia el barrio despacio. Ella todavía tambaleante. Me acuerdo que estaba abrazada a mí y que cuando penetramos en las primeras casas y las primeras luces, fui yo quien deshizo el abrazo, pensando o diciéndole -yo y no ella- que nos podían ver.
Nos separamos cerca de su casa, en una casi oscuridad. No me acuerdo, pero me gusta pensar que le di un beso de «hasta mañana». Seguramente se lo di. Ya sabía darlo. Y era tan bueno hacerlo. En casa me miré en el espejo. Seguro que me vi guapo. Llevaba una chaqueta gris. Me acuerdo de esto al dedillo. Estuve endiabladamente simpático entre mis hermanos y mi madre. Más que cuando tenía algunas copas en el pecho. Me acuerdo que me dijeron si quería cenar. No. Cómo iba a pensar en comer si el sabor de su boca llenaba la mía, me llenaba todo. Quería conservar el sabor de su boca en mi boca. Quería seguir flotando. Soñando en mi sueño. Fue la noche más feliz de mi adolescencia.
Algún tiempo después, la «sabiduría» de los amiguetes me dijo que el hecho de que una chica tenga una ligera pérdida de conocimiento después de ser besada, significaba que no había besado -o sido besada- antes…
Muchos años después le hablé de esto a una colega española aquí, en Casablanca, y se burló de mí…
-¡No digas tonterías!

Mohamed Lahchiri

*********

Recientemente se publicó una entrevista a Mohamed Lahchiri, realizada por el periodista Abdelkhalak Najmi, que podéis leer en el siguiente enlace:

http://najmiabdelkhalak.wordpress.com/2014/05/21/entrevista-con-mohamed-laachir-exredactor-jefe-de-la-manana/

Un cine en el principe alfonso 001

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Un comentario

  1. Enternecedor relato que transporta a la adolescencia… Cómo pensar después en comer si aquella manzana mordida nos había llenado de un inigualable y hasta entonces desconocido sabor…? Gracias, Sergio, por traernos este precioso pedacito de Mohamed Lahchiri. Un beso

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