EL SUEÑO DE MOHAMED LARBI, UN RELATO DE LA ESCRITORA LARACHENSE ALICIA GONZÁLEZ DÍAZ

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Ni que decir tiene que los relatos de Alicia González siempre resultan aleccionadores y exquisitos. Ya tenemos prueba de ello con los anteriores que ha tenido la gentileza de enviarme para que los compartamos en mi blog. <El sueño de Mohamed Larbi> es otra excelente narración, tan sutil como emotiva. Las palabras de Alicia están llenas de ese indefinido remordimiento que nos ha embargado a muchos en algunas ocasiones cuando recordamos a ese amigo al que, por la razón que sea, o sin ningún motivo, hemos dejado de ver, de llamar o, como en este caso, de escribir. Esa sensación la tuve hace muchos años con mi amigo Lotfi Barrada. Cuando me marché de Larache, le juré que nunca dejaríamos de escribirnos, pero el tiempo se encargó de distanciarnos. Y curiosamente pervive un remordimiento en el subconsciente que de tarde en tarde te lo hace recordar…

La historia que relata Alicia de Mohamed Larbi me hizo recordar mi historia con Lotfi, y me ha dejado pensando en por qué suceden ciertas cosas con el regusto amargo que dejan sus precisas palabras al terminar esta historia. 

Sergio Barce, marzo 2013

Maravillosa foto de LARACHE que he tomado de la página de Abdelilah Chaer aunque la imagen está firmada por A. Tocón
Maravillosa foto de LARACHE que he tomado de la página de Abdelilah Chaer aunque la imagen está firmada por A. Tocón

Enhorabuena a los escritores larachenses

que han publicado o publicarán durante este mes de marzo.

Mi sincero deseo de que su éxito sea pleno.

                                   Alicia.

El sueño de Mohamed Larbi

Cuando comienzo a escribir un relato lo hago con gran entusiasmo e ilusión, pero para construir sobre la nada siempre me hace falta una estrella que guíe mi imaginación con buen viento, sin riesgo de perderme, firme en la ruta escogida.

De la resaca de los recuerdos tomo seres que quedaron registrados en el objetivo de mi mente y con alegría, sin esfuerzo alguno, lo confieso, como quien juega a un juego muy divertido, los voy clasificando con claridad e interés, como ejemplares de una colección de insectos, aunque no por órdenes, familias y subespecies, sino con los nombres y calificativos que cada uno de los personajes llevará después.

En esta ocasión fue un muchachito larachense, al que yo más tarde me he deleitado pintando, el que me proporcionó las provisiones de las que hice acopio para edificar esta historia. El más extraordinario de los muchachos con quien he hablado jamás y que, con sus actos y sus palabras, me dio la explicación necesaria para comprender la mesura, la sinceridad, la capacidad de trabajo, la valentía consciente, la sensibilidad, la voluntad de resistencia… sabiendo, por propio sufrimiento, del dolor de la incomprensión, de la tristeza de la desigualdad, sintiendo al mismo tiempo, un ansia de superación o de sublimación dentro de una época y de un ambiente.

Siempre me ha impresionado la voz del viento, he sentido predilección por el titilar de las estrellas en un firmamento infinito; me maravilla el contraste de la luz y de la sombra, fascinándome el húmedo frescor del aire perfumado de salitre y alquitrán al asomarme a escrutar los espejismos de la espuma del sueño… Estos han sido los aderezos que he puesto en este relato para que fuera más de mi agrado. Lo primordial, los hechos, las figuras observadas y los hervores íntimos, son de aquel muchachito.

LARACHE
LARACHE

Quería ser escritor. Su sueño era llegar a ser un buen escritor. Sentarse frente a la inmensidad del mar oyendo sus olas alborotadoras para hacer lo que más le gustaba en la vida: escribir en horas libres, solitarias y románticas, palabras mágicas formando versos o párrafos, creando seres y paisajes, evocando trémulas dulzuras o visiones sobrecogedoras.

No sabía de triunfos ni honores. Desconocía lo que significaba un best-seller, y qué era la popularidad con todo su cortejo de esclavitudes. Para él, cada episodio de la vida tenía su interés particular, preciso y sagrado y, el de escribir, el de crear, era sencillamente espléndido.

Alegre, optimista, pronto al entusiasmo, vivía confiado en el porvenir, atravesando la existencia valerosamente. Su imaginación creadora transfiguraba nuestro mundo sumergido en la indiferencia. Un día no debería ser como cualquier otro y no todos los días tenían que ser forzosamente malos, llenos solamente por el trabajo, el tedio o la inquietud; también había que llamar a la animosa esperanza.

Así era Mohamed Larbi cuando lo conocimos: una mente llena de pensamientos nobles y un espíritu soñador para el que llegar a ser un buen escritor representó un hito en su paso por la tierra.

En el verano de 1984, Juan José y yo planeamos llevar a nuestras hijas a pasar unas vacaciones en Larache. El proyecto se llevó a cabo, pero, además, nos acompañaron en el viaje parte de nuestra familia colateral: el hermano de mi marido y mis tres hermanos, todos con sus correspondientes cónyuges; amén de los chicos y chicas que aportábamos cada pareja y que completaban el bonito número trece, con edades comprendidas entre los cinco y los dieciséis años.

Si para los más jóvenes aquellas vacaciones representaban una aventura encantadora, para mí eran un acontecimiento sin igual, una indefinible sensación de regreso al hogar.

Por cortesía de las monjas, nos alojamos en el internado del colegio Nuestra Señora de los Ángeles, y era una delicia oír las aniñadas risitas, las charlas de aquella prole bulliciosa y las caras iluminadas de hermanos, hermanas y primos en momentos auditivos y visuales dignos de observación. Íbamos todos los días a la “Casa de España” a la hora del mediodía y por las noches para las cenas. Allí encontrábamos los placenteros saludos de “Curro” y los serviciales desvelos de “Kennedy” y de “Pelé”.

Aquellos niños, convertidos hoy en hombres y mujeres, muchos de los cuales han formado sus propias familias y han seguido en la vida caminos diferentes, probablemente las sensaciones que experimentaron durante aquellas vacaciones se habrán hundido serenamente en sus conciencias, cubiertas por miles de otras impresiones que se acumularon durante años. Pero, estoy segura de que un día cualquiera, de improviso, el tiempo se torna breve y vuelven los recuerdos de aquellos asombrosos días, llenos de maravillosas novedades.

Comenzaba a oírse el confuso y lejano clamor de la marea ascendente. La orilla aún estaba remota. A partir de aquí, el agua, fluida y densa, se hinchaba en grandes olas coronadas de penachos de espuma. Sobre la carne traslúcida y gris-verdosa del mar, inmóvil e inflada, se veía la vela oscura de un barco pesquero que marchaba inclinado de babor con un ritmo suave y deslizante, hacia la línea sin fin de alta mar.

Aquel día habíamos decidido ir a bañarnos a la playa rocosa que está cerca de la alta torre blanca del faro. Y lo habíamos decidido pensando en evitar la aglomeración de bañistas pues sólo nosotros ya éramos multitud. Nadábamos con suaves movimientos fluidos en una piscina natural que la bajamar dejaba al descubierto y en la que había que tener cuidado al bañarse pues en uno de sus laterales estaban incrustados oscuros y sombríos erizos.

Junto al todavía distante rompeolas, dos o tres hombres con los pantalones arremangados y los pies descalzos, con la caña de pescar en posición, esperaban que el sedal se tensara y apareciera algún cuerpecillo de plata nacarada. Varios chicuelos se dedicaban a recoger bígaros de conchas parduscas con bandas más claras o buscaban cangrejos en las oquedades de las rocas y ayudándose con viejos cuchillos levantaban lapas o cortaban las barbas de los mejillones.  

El sol mandaba sus perpendiculares rayos sobre los altos farallones que nos rodeaban: macizos, cuadrados, salvajes, enormes… Después de bañarnos y degustar las viandas que con tanto cariño nos habían preparado las monjitas, descansábamos sobre las coloridas toallas de baño, riendo y comentando con amistosas voces de familia nuestros asuntos, nuestras expectativas, nuestros recuerdos comunes, volviendo sobre viejas historias y encontrando nuevos puntos de interés en ellas.

De pronto lo vimos venir. Caminaba despacio. Era un muchacho, casi un adolescente. Alto, enjuto, su larga y fina camisa blanca moldeaba su delgadez: solitario Quijote sin Sancho, y como el castellano por sus tierras y surcos, él por sus aguas y olas.

LARACHE
LARACHE

Al llegar frente a nosotros, se detuvo y nos saludó con palabras expresadas en un correcto español. Sus cabellos cortados en forma de cepillo, despejaban ampliamente sus sienes, la cara alargada con el mentón prominente. La tez cetrina y los dientes estropeados. La mirada de los ojos oscuros, moriscos, carecía de dulzura, pero, por el contrario, penetraba profunda e insistente, osada y leal casi en exceso. Hablaba cadenciosamente y mientras lo hacía, en su nariz recta, el continuo temblor de sus aletas revelaba la emotividad y la combatividad.

Se quedó allí, sentado con nosotros, largo rato. El sol se retiraba a descansar, naufragado tras una muralla de nubes de color de fuego cuando nos despedimos de nuestro nuevo amigo, definitivamente conquistados por el muchacho. Era una noche de estío, muy bella.

Nos acompañó al día siguiente, y en los días sucesivos que permanecimos en Larache. Se interesó por nuestras cosas y nos habló de las suyas; de la esperanza, esa virtud que sostiene pero que también debe merecerse, salvaguardando los sueños de posibilidades en el porvenir.

La amistad entre aquel joven marroquí y nosotros se prolongó durante varios años. Al regreso de aquellas maravillosas vacaciones, asentados nuevamente en nuestros ambientes de Salamanca, Madrid y Granada, me puse a trabajar en mi libro “La primera Sura”, que se publicó dos años después.

En sus cartas Mohamed siempre nos decía que ante las vicisitudes y los desengaños era como si una potencia incógnita le hubiese tomado de la mano, iluminándolo, infundiéndole energía y después de cada prueba sufrida y soportada, se sentía enriquecido y agigantado; feliz en su miseria, feliz y elevado.

Un día sus cartas comenzaron a distanciarse, hasta que dejaron de llegar. ¿O fuimos nosotros los que abandonamos al amigo…? ¿Alguna vez sus labios pronunciarán nuestros nombres…? ¿En los repliegues de su memoria guardará el dibujo de nuestros rostros…? ¿Nos habrá perdonado su generoso corazón…?

No hace mucho tiempo supimos que trabajaba en la empresa de autobuses urbanos de Nador, ejerciendo un trabajo digno pero muy alejado de sus sueños.

Amigo, ¿cómo pudiste aceptar todo aquello…? ¿Que te sostuvo…? ¿La esperanza de lograr tu sueño…? ¿Luchabas para tener derecho a esperar…? Seguramente, sí.

A veces, ¡qué injusta es la vida con el hombre!

                                                     Alicia González Díaz

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6 respuestas

  1. en esa tierra he visto yo muchas vidas descarrilando, y personas que hubieran dado mucho y que ahora ellos piden y muy poco,talentos despreciados.
    la lucha continua y nada esta perdido,pero vamos dejando por el camino demasiado sacrificio,gracias Alicia por compartir con nosotros los sueños de mohamed,y gracias a ti sergio por seguir haciendo de puente entre larachenses,un saludo jay.

  2. Gracias Alicia por habernos hecho recordar los sueños de mohamed larbi y hacernos sentir los sueños frustados del pobre chico.. Y tambien, doy muchas gracias a mi jefa Maria Angeles, por haber compartido la misma experiencia, la cual, me la estuvo comentando ayer mismo.Y a ti tambien Sergio y espero verte muy pronto por larache.

  3. Maravilloso el relato de ALICIA, por su presentacion, por la manera de hacernos llegar y compartir esta bonita historia, tan caribosamente y finamente escrita, teniendo como telon de fondo a este chico que ademas de marroqui, es un orgulloso Larachense. Muchas gracias Alicia y tambien para Sergio..

  4. Alicia, siempre aprendo algo de tus escritos y siempre espero uno nuevo para volverme a introducir en tus historias… porque me llegan, porque sabes acercarnos paisajes y sentimientos, porque, sencillamente, todo lo que escribes irradia luz y amor.
    Un fuerte abrazo

    1. Queridos Raquel, Adelkhaleq Amrami, Ahmed Chemial, Driss Sahaoui y Joana: Doy gracias a Dios Todopoderoso por permitirme componer mis relatos, escritos más con el corazón que con la mente, y así sentirme más cerca de todos vosotros. Os recuerdo con afecto. Alicia González Díaz. Y para Sergio, mi gratitud y cariño por representar el alma y vida de estos encuentros. Un abrazo. Alicia.

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