Vuelve a sorprenderme Laurente Gaudé después de su magnífico libro de relatos “Una noche en Mozambique” (al que dediqué en su momento un artículo).
En esta ocasión, con <El último cortejo> (Pour seul cortège, 2012) Laurent Gaudé nos lleva a los días en que Alejandro Magno agoniza, y construye una historia tan épica como impecable.
Vuelve a utilizar una narrativa ágil, sencilla, diáfana, que sorprendentemente no es un lastre para contar esta parte de la historia que es más fantasía y sueño que verdad científica; al contrario, esta manera de escribir directa y aparentemente fácil convierte los hechos relatados en una suerte de relato poético, de aventura, de emocionante reconstrucción de una época mágica y a la vez violenta y sanguinaria.
Dripetis, viuda de Hefestión, que fuera el hombre de mayor confianza de Alejandro, es el principal hilo conductor del libro. El destino, insalvable, va obligando a esta excepcional mujer persa a pasar de princesa, era hija del rey Darío, a esposa de Hefestión por decisión del propio Alejandro, que se casó con la otra hija de Darío, Estatira, de manera que ambos pasan a ser cuñados.
Cuando Alejandro agoniza en su lecho de muerte, Dripetis es obligada, por ese mismo destino que ya tiene escrito su futuro, a regresar al Imperio, del que creía haber escapado. Pero lo hace con un hijo pequeño que en esos momentos puede convertirse en el heredero de Alejandro… Dripetis, durante el regreso, toma la decisión más dura para una madre: renunciar a su hijo para que no sea asesinado. Es a partir de aquí cuando descubrimos a la Dripetis creada por Gaudé, y he de decir que, si realmente no fue como nos la describe el escritor francés, yo, personalmente, prefiero ésta, la suya, porque me he quedado enredado a ella tal y como la he descubierto en estas páginas: una mujer fascinante, que te prende y ante la que hay que rendirse irremediablemente. También se rinden a Dripetis el resto de los personajes de esta novela.
Dripetis tiene la certeza de que va a morir, pero varios acontecimientos extraordinarios la ayudan, como también lo hace el azar. Así logra poner a salvo a su hijo, logra estar al lado de Alejandro –como le aconsejara su marido Hefestión antes de fallecer-, logra conmover al rey moribundo, logra que el espíritu de Alejandro se confíe a ella –qué poética en la narración de Gaudé-, logra que los más fieles al conquistador macedonio, con un Tarkilias digno del mejor relato épico, descubran al final que es Dripetis la única que se ha mantenido fiel a Alejandro, y que a través de ella, los últimos jinetes, los cinco jinetes de Gandhara que van en su busca, se transformen, a ojos del lector, en una especie de personajes de leyenda. Porque, indudablemente, Laurent Gaudé se rinde a la leyenda, y hay que agradecérselo.
“…De pronto, la puerta se abre. Ella da un respingo y Alejandro abre los ojos. Ptolomeo entra y se precipita hacia la cabecera de su amigo. Habla fuerte para estar seguro de ser oído. Dice que unos soldados que vienen del Indo solicitan verlo y traen un presente de parte de Chandragupta.
Entro en tu alcoba. Estás ahí, frente a mí, yaces en tu lecho como un soberano milenario. He esperado tanto tiempo que nos fuera dado volver a vernos…
En cuanto oye el nombre de Dhana Nanda, los ojos de Aeljandro se iluminan. Hace una seña para que lo ayuden a levantarse. Dripetis lo incorpora y le coloca unos almohadones a la espalda. Él clava la mirada con avidez en la delegación que acaba de entrar en su aposento.
Os lo había dicho. A mi regreso, se levantará. Todavía no me ha visto, pero siente que la vida se acerca a él, ardiente.
Los soldados no se deciden a entrar en su aposento. Intentan acostumbrarse a la oscuridad. Él hace una seña con impaciencia para que se acerquen. Parece excitado de nuevo, y vivo. Dripetis lo contempla sorprendida. Apenas un instante antes, gemía en el lecho. Recuerda entonces las palabras de la vieja Sisigambis: <Este hombre no sabe morir…>. Tiene razón. ¿Quién puede saber si morirá o vivirá? Uno de los guardias se adelanta. Es el mayor. Saluda con voz potente y presenta ante los ojos de Alejandro una tupida bolsa de lino. Este indica que la abra. El guardia mete entonces la mano dentro, saca una cabeza humana y la expone ante los ojos de todos.
Mira, Alejandro, soy yo: Ericleops. Al verme, todos profieren un grito de estupor, pero tú asientes, comprendes. Fui leal. Cumplí mi misión. Me miras y tus ojos brillan de curiosidad.”
Hay violencia, hay aventura, pero sobre todo hay un escritor magnífico llevándonos a una época legendaria. Emocionante el viaje del cortejo junto al féretro de Alejandro –con esa magnífica imagen de las cientos de plañideras que lo rodean- cruzando los territorios impresionantes del Imperio, un acierto el personaje del jinete sin cabeza y del ejército fantasma, enigmático el reino de los mauryas, real y humana la lucha entre los generales de Alejandro despedazando el imperio conquistado…
Cuando se llega al final, uno cabalga con los últimos jinetes, y confieso que me he sentido como aquel niño que fui disparando con <Los siete magníficos> o luchando con los esclavos de <Espartaco>. Laurent Gaudé, además, ha conseguido que me conmueva con Alejandro, con el Alejandro moribundo pero sobre todo con el Alejandro muerto. Y eso es un prodigio solo al alcance de un escritor con letras mayúsculas.
Una gozada desde el principio hasta el fin.
Sergio Barce, octubre 2013
“Avanzan al galope, adentrándose cada vez más en el territorio, sin detenerse en los pueblos que atraviesan. Los hombres los miran pasar con estupor. No se parecen a nada que hayan visto, no llevan ni estandarte ni armas conocidas. <Más rápido, compañeros>, la voz tiene prisa, ahora suena alegre, <Quiero ver a Chandragupta>. Ellos son infatigables. <Te llevamos, Alejandro>. El caballo vacío echa espuma por la boca, pero no flaquea. Va en cabeza, y los cinco jinetes sienten que Alejandro está con ellos y no se detendrá.
<Lo hemos conseguido –piensa Tarkilias satisfecho-, nos hemos situado fuera del mundo y hemos abandonado la mediocridad de los días de guerra>. Sabe que sus compañeros piensan lo mismo. Ya no hay sino embriaguez frente a ellos y el mundo ha sido olvidado.”
Los textos del libro los he tomado de la 1ª edición de Salamadra, junio 2013, con traducción del francés de Teresa Clavel Lledó.
Un comentario
La vida de Alejandro Magno siempre me ha fascinado pero lograr que nos conmueva una vez muerto ya debe ser algo sublime. Aunque quien de verdad podría atraparme sería Dripetis, su vida y trayectoria teniendo que renunciar a lo más grande para una madre.
Debe ser una hermosa lectura sobre un período tan interesante de la historia.
Nos sitúas muy alto a Laurent Gaudé. Y es que, seguramente, debe ser así de extraordinaria su novela.