«EL ÚLTIMO PATRIARCA» (L´ULTIM PATRIARCA, 2008), UNA NOVELA DE NAJAT EL HACHMI

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La larga sombra de Mohamed Chukri es evidente que ha salpicado a la mayor parte de los autores marroquíes contemporáneos que escriben novelas o relatos: narración en primera persona, realismo social, crudeza en las descripciones, violencia y sexo explícitos…

La desnuda realidad de una sociedad golpeada por las desigualdades sociales, por la represión masculina o por las exigencias religiosas, que invade todas las parcelas de la vida cotidiana, impregna estas obras. Incluso a los autores no musulmanes, como yo, que, sin embargo, hemos intentado retratar a la sociedad marroquí, también el fantasma de Chukri nos ha visitado mientras escribíamos nuestras obras. En concreto, en lo que a mí me afecta, no tengo la menor duda de que él estaba presente en algunos pasajes de mi novela Una sirena se ahogó en Larache.

Najat el Hachmi, nacida en Marruecos pero con estrechos vínculos con Cataluña, a donde emigró y se estableció su padre, y donde ella se licenció en Filología Árabe, pese a su preparación y a la indudable influencia de la sociedad catalana, la novela está escrita en catalán, no ha podido tampoco sustraerse al estilo directo, a veces inmisericorde y despiadado de Mohamed Chukri.

EL ÚLTIMO PATRIARCA

En El último patriarca, Najat el Hachmi, nos relata las peripecias de Mimoun, un emigrante marroquí que, salido de un aduar, emigra a Cataluña, y durante años asistimos a sus continuos devaneos entre lo que es y lo que querría ser. Relatado en su mayor parte en primera persona, como si la historia nos la contara la hija de Mimoun, vamos descubriendo de su mano a una personalidad atormentada, la de un hombre que vive entre dos mundos: el que representa su aduar y la familia que queda en Marruecos, en la que el peso de la tradición es casi asfixiante, y el que representa su vida de emigrante en la península, en la que, por el contrario, hay una lucha interna entre lo que ha dejado atrás, su cultura marroquí, y la nueva sociedad en la que trata de integrarse y que le abre otro futuro que, sin embargo, no deja de chocar frontalmente con su forma de ser.

Mimoun es machista, es pendenciero, es un alcohólico y es un hombre celoso hasta el paroxismo, y sus arrebatos de violencia, descritos con todo lujo de detalles, muestran un tipo de mentalidad obsoleta y arcaica. Sin embargo, tristemente reconocible.

Mimoun es también ese hombre despiadado que exige tanto de su mujer que, a veces, uno está tentado de meter la mano en el libro y agarrarlo del cuello para que detenga sus abusos. Ese retrato que hace Najat el Hachmi de ese tipo de hombre brutal y cruel con su propia pareja me parece tan veraz que es como si hubiese introducido una cámara oculta en sus vidas.

“(…) Dicen que aquel día hacía mucho calor, que la abuela no se había encontrado demasiado bien y que se tenían que lavar y extender los granos de trigo tiernos para hacer los cereales tostados que se comían por la mañana. Al oír que su madre y su esposa hablaban, Mimoun había dicho yo no quiero que hagas ese tipo de labores del campo, y aún menos en la parte trasera de la casa, que lo hagan las niñas.

Las niñas pusieron en remojo el cereal después de desprenderlo del tallo y fueron a recoger la ropa tendida cerca del río. Puede que se hubieran encontrado con alguna amiga con quien chismorrear porque aún no habían regresado.

Quizá madre dijera, lalla?, hace ya mucho que el trigo está en remojo, voy a escurrirlo y a extenderlo antes de que se estropee, y salió por la puerta principal.

Movía la mano sobre los verdes granos para que no quedase ninguno encima del otro y de vez en cuando retiraba alguna piedra minúscula con el pulgar y el índice y la lanzaba hacia atrás, por encima de los hombros. En ello estaba cuando oyó a Mimoun detrás de ella diciendo: pero, ¿yo qué te había dicho? ¿Qué te había dicho? ¿Es que mi palabra no vale para nada? Y madre ya tenía la cara sobre el trigo y él había agarrado la pieza de hierro que utilizaban para moler las especias y se sentaba encima de ella golpeándole las piernas. Madre no sabía gritar, y gritar la hubiera ayudado. Mimoun le pegaba cada vez más fuerte al ver que no le hacía daño. Cuanto más callaba ella, las lágrimas rodándole por el rostro, más rabia sentía él. Si tan sólo hubiera gritado un poco, él se habría sentido vencedor. Y si hubiera gritado, la abuela no habría tardado tanto en llegar hasta allí y en sacarle de encima a Mimoun. ¿Por qué no me llamabas, bendita? No entendía que aquella mujer aguantara los golpes en silencio y Mimoun no paraba de repetir que le tenía que hacer caso en todo lo que le dijera, en todo.

Madre se pasó no se sabe cuántos días con las piernas tan llenas de moratones que no podía ni caminar, ya ni se acuerda. Cuando me cuenta esta historia, yo siempre se las repaso con atención, para comprobar si todavía le queda alguna marca.”

Esta escena me hace recordar a Mina, la mujer que trabajaba en nuestra casa, en Larache, que me quiso tanto, y a la que mi madre consolaba abrazándola en la cocina cuando llegaba llena de moratones después de alguna de las palizas con las que su marido acababa sus borracheras. Yo, siendo un niño, alguna vez las abrazaba a las dos porque no sabía la razón por la que lloraban juntas.

Hay escenas y momentos de este libro que se graban en la memoria. Y hay personajes que también se quedan con nosotros. Personalmente, me encanta Fatma, esa mujer que enseña a los hombres del aduar a conocer el sexo, a entregarse de la manera más salvaje y primitiva, y, sin embargo, siento por ella una especie de ternura o de compasión.

El oprobio al que se somete a la mujer marroquí por parte de ese tipo de hombre anclado en una concepción arcaica de la superioridad masculina –tan sorprendentemente presente también en nuestra sociedad, a la vista de las diarias noticias que escuchamos sobre violencia de género-, está tan bien trazado en esta novela que es fácil predecir lo que Mimoun va a hacer en cada momento, o, al menos, lo tememos. A él, como patriarca –de ahí el título de la novela-, por esa misteriosa ley que sólo otorga privilegios al hombre y limitaciones y represión a la mujer, le está permitido mantener relaciones sexuales antes y durante el matrimonio con otras mujeres, le está permitido beber, le está permitido salir y entrar de su casa cuando se le antoja, y tener incluso una amante fija, vestir como desee, viajar y permanecer ausente de su casa marroquí el tiempo que crea pertinente… No le debe explicaciones a nadie. Pero pobre de su mujer si se atreve siquiera a salir sola de su casa, aunque sólo lo haga para visitar a sus propios padres… Mimoun lo sabe todo, lo controla todo, aunque esté a miles de quilómetros… Esa imagen también es un acierto en la creación del personaje. Najat el Hachmi hace de él un ser casi omnipresente, e intuimos que su manera de actuar es tan real como temible.

NAJAT EL HACHMI
NAJAT EL HACHMI

Su violencia es de una fiereza que no conoce más limitaciones que las que él mismo se impone. Y su hija, la narradora de esta historia, tampoco se libra de su carácter odioso.

“(…) Hay ocasiones en la vida en las que no sabes si lo que te dicen es en serio o es medio en broma. Yo no sé si ya podía saber qué era lo que debía hacer o si me tomé su advertencia como uno de esos no hagas esto que él después se olvida y no te dice nada más hasta que se vuelve a acordar, o es simplemente que mi espíritu de rebeldía se manifestaba en las situaciones más inesperadas.

Yo no había pensado hacer ninguna revolución musulmana, pero padre no podía decir en serio eso del pañuelo. Su madre lo había llevado, su esposa, sus hermanas. No podía ser una amenaza real.

Madre me hizo ir a casa de Soumisha a buscar algo y yo me puse el pañuelo, pensando que en una distancia tan corta no habría problemas si a padre no le parecía bien. Pareces un ángel, me había dicho ella, seguro que entrarás en el cielo directamente, por la puerta grande. Y yo regresaba contenta hacia casa cuando lo divisé en lo alto de la escalera, dos pisos en aquella época, besuqueando a mi hermano pequeño para despedirse de él. Nuestros ojos se encontraron y en aquel preciso instante supe que no debería haberme puesto el pañuelo. Un instante ínfimo y yo ya corría escaleras abajo, que no sé cómo no me caí. Él no decía nada, pero yo lo presentía detrás y cuando dijo para, para o aún será peor, yo no sé si corrí o me detuve, pero me recuerdo en tierra, amorrada a la alcantarilla y él dándome puntapiés sin parar. No recuerdo los golpes, no recuerdo si me dio en la cara, en el estómago. Recuerdo uno en la base de la columna con las botas de trabajar, ése sí que me dolió, y pensé que jamás me podrían hacer un daño como aquél. Y entonces miré a mi alrededor y vi a los clientes del bar de delante de casa con sus bebidas en la mano sin decir nada y a los que pasaban junto a mí que no decían nada y a los que nos conocían que tampoco decían nada y aquello era estar sola… (…)”

El sexo forma parte fundamental de la novela. El sexo del patriarca, que lo vive a su antojo, con cualquier mujer que se le pone a tiro, desde bien jovencito, desde que Fatma le enseña a que puede hacerlo por detrás, aunque él se crea mejor que el resto de sus amantes, y también el sexo de su mujer, constreñida a su vida matrimonial, vapuleada por lo que nunca hizo y por lo que ni siquiera ella había pensado hacer, y el de su hija, enamorada del chico equivocado, con el que rompe las reglas patriarcales que Mimoun creía inquebrantables, vigilada y acechada por un padre obsesionado, pero que con un familiar se desquitará de una manera sorprendente de la dictadura a la que la ha sometido, una venganza que la redime de esa vida de prohibiciones, de esa vida de terror.

La valentía con que se afrontan todos estos temas, cobra especial relieve teniendo en cuenta que quien lo relata es una mujer, y he de decir que, en ese sentido, hay que descubrirse ante el arrojo y la valentía de Najat el Hachmi.

El último patriarca es una novela dura, correosa, que remueve las entrañas y la conciencia. Un libro que me ha hecho estremecer en varias ocasiones, y que, publicado en 2008, hoy es más actual si cabe. Muy recomendable.

Sergio Barce, agosto 2015

Esta novela fue galardonada con el Premio Ramón Llull y el Prix Ulysse.

Los fragmentos que reproduzco pertenecen a la edición de la colección Booket, de editorial Planeta, año 2008, con traducción del catalán de Rosa María Pratts.

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3 respuestas

  1. He estado varias veces en Larache y te he utilizado como guía para ir descubriendo ese otro Larache que vivisteis. En mi última visita entré en la tienda de Yebari El Hachmi, empezamos a pegar la hebra y al mencionarle que estaba enganchado a tu página me enseñó uno de tus libros que tenía en la mesa y me dijo que te mandara recuerdos, cosa que hago por este mensaje.

  2. Sensacional y valiente Najat afrontando el que no nos es en absoluto lejano ni extraño tema de la violencia de género.
    Nuestra sociedad que se cree tan avanzada tendría que hacerse muchas preguntas a este respecto y asumir ese analfabetismo en el comportamiento.
    Una triste lacra en esta era tecnológica y moderna, pero de inmensa falta de valores y principios.
    Najat sigue acumulando premios -el Sant Joan de literatura catalana- por La Filla estrangera, y como ella dice le gusta hacer Literatura de esas mujeres que ella ha conocido y se encuentran olvidadas.
    Sí, vale la pena leerla!
    Un beso

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