Hoy llega la desoladora noticia de la muerte de Pablo Aranda. Y en seguida me he acordado del texto que escribí sobre uno de sus libros, pero que en realidad escribí para él.
En octubre del año pasado, Jesús Otaola me proponía que, con ocasión del 50 aniversario de la Librería Proteo, participara en un volumen colectivo que estaban pergeñando para esta efemérides. La idea, según me explicó luego Augusto López, que coordinaba la publicación para Ediciones del Genal, Mitad Doble y Proteo, era que escribiese algo sobre el libro de Pablo Aranda, Fede quiere ser pirata, con el que Pablo había obtenido el Premio Literatura Infantil Ciudad de Málaga 2011, una de sus facetas, ésta de la literatura infantil, que tan bien dominaba como novelista, al igual que los demás palos que tocó en sus creaciones. Fue una delicia leer su novela y fue una suerte poder escribir esta especia de continuación, que disfruté cuando imaginé a Pablo como uno de los protagonistas del relato junto a ese Fede que había creado con tanto acierto.
Siempre recordaré a Pablo con su eterna sonrisa, con su humor permanente, con esos golpes llenos de chispa en medio de las charlas o en las tertulias que tan amenas hacía con su sencillez desbordante. Era fácil reír con él. Nos deja sus novelas, magníficas, y, en mi caso, también me deja el haber compartido esos buenos momentos presentando libros juntos o tomando una cerveza cuando nos reunimos con César, Charo, Berry, Pedro, Lucy… Estuvo genial cuando presentamos él, Pedro Pujante y yo, nuestros títulos que abrían la colección Manguta de Libros. Y los días con Pablo Cantos.
Cada vez que se despedía de mí, ya fuera en persona o por whatsapp o por facebook, siempre acababa con un ¡Viva Larache!. Así era él: radiante.
Más abajo podéis leer ese relato que escribí para el libro aniversario de Proteo, pero que era para Pablo Aranda. Sé que le gustó. Y, además, lo vais a disfrutar ahora mucho más porque él es uno de los protagonistas del cuento y es como estar a su lado rodeado de libros, como si continuara a nuestro lado… Porque sigue a nuestro lado.
Sergio Barce, 1 de agosto de 2020
EL RENACUAJO DE PABLO
Federico entró en Proteo y se dirigió a la sección de libros de aventuras. Allí era donde solía encontrar sus novelas favoritas. Las de piratas y bucaneros. Y en seguida comenzó a ojear el estante a la caza de algún título novedoso. Estaba tan absorto en sus pesquisas que apenas reparó en un hombre que lo miraba con curiosidad, arrugando los ojos que se escondían tras unas gafas de pasta.
-¿Tú no eres Fede? -le preguntó el hombre de las gafas de pasta acercándose a él.
-Sí. Me llamo Federico.
Los dos se estudiaron en silencio. Y aunque la cara de ese hombre con gafas le resultaba familiar, Federico no acababa de reconocerlo.
-Soy Pablo. Pablo Aranda. El famoso escritor de novelas de piratas -dijo muy serio, y luego sonrió-. No. Es broma. Pero sí que soy Pablo Aranda. El escritor que te creó. ¿Lo recuerdas?
-¿Tú eres mi padre? -Federico había palidecido al escucharlo.
-Tampoco exageremos -dijo rápidamente Pablo Aranda temiendo que su prole creciera sin proponérselo.- Te observaba sin poder entender que hayas logrado escapar de la novela en la que habitas. Y menos aún que hayas crecido tanto sin mi permiso.
-¿Ves? Eres mi padre. Y me abandonaste cuando cumplí los cinco años.
Pablo Aranda enmudeció. De pronto, ese niño se le antojaba impertinente y malencarado.
-Fede, tú tienes a tu padre. Un cobarde, cierto, pero es tu padre y te quiere mucho. Y otra cosa más: nadie te abandonó a los cinco años. Eso te lo estás inventando tú.
-Es lo que me dijo Sergio. Que me abandonaste para irte con unos soldados. Siempre te he esperado -y al decir esto, su voz se quebró.
Federico giró la cabeza dejando que su mirada vagase por la estantería. La taza de oro, El corsario negro, La isla del tesoro, Los dueños del viento, Fede quiere ser pirata… ¿Fede quiere ser pirata? Releyó el título, perplejo.
Antes de que Federico pudiera reaccionar, Pablo Aranda se adelantó sagaz y se hizo con el libro, primorosamente editado. Lo abrió y pasó varias páginas. Luego levantó los ojos por encima de la montura de sus gafas de pasta negra.
-¿Cuántos años tienes? -Pablo Aranda lo preguntó con cierta cautela.
-Doce -respondió Federico sin apartar los ojos de la novela de Pablo Aranda-. ¿Qué hace ese libro en la sección de piratas y bucaneros? Es de literatura infantil.
-¿No dices que ya tienes doce años? -reconvino el escritor con una ironía acerada.
De pronto, las maderas del suelo crujieron y los dos se giraron. Jesús Otaola y Paco Puche encabezando un grupo que se acercaba con intenciones imprevisibles. Junto a ellos, Sergio, también con sus doce recién cumplidos, que había clavado su pierna ortopédica en el parqué; y un paso por detrás, Ana, Cristina, Francisco y Milagros, crispados porque eran los encargados de velar por los libros infantiles. Susana y Miguel Ángel franqueaban la puerta de salida. Y Vanesa, Carlos, Rosa, Beatriz, Carmen, Inma y Ana María se agolpaban a las escaleras. Pablo Aranda frunció el ceño. Y Federico se temió lo peor.
-Lo siento, Pablo -dijo Jesús Otaola-. No sé cómo ha podido ocurrir, pero te prometo que es la primera vez que se nos escapa un personaje de un libro.
-Lo devolveremos a las páginas de Fede quiere ser pirata -añadió Jonatan, que apareció por una puerta camuflada sacando unas esposas del interior de su cazadora-. Vamos, Fede, no nos lo pongas difícil.
-No puede regresar con doce años -protestó Pablo Aranda al grupo-. La novela dejará de tener sentido. Y, por cierto, ¿qué hace aquí Sergio?
-Salió de tu libro, pero solo para buscar a Fede -se excusó Paco Puche.
-En cuanto regresemos, volveremos a tener cinco años -lo interrumpió Sergio, y miró a su amigo-. Allí estamos mejor, Fede. Seguiremos soñando que somos piratas y viajaremos en nuestro bajel con Marga y con Isa.
Federico sopesó las posibilidades que tenía de huir de allí observando de reojo al grupo de Proteo-Prometeo. Famosos por no haber dejado escapar a ningún personaje si no lo hacían dentro del libro al que pertenecían. Y lo cierto era que añoraba sus años en la novela. Levantó la vista y escrutó a Sergio.
-De acuerdo -dijo en un susurro-. Pero con una condición, papá -y miró a Pablo Aranda.
-Y dale. Que no soy tu padre -replicó el escritor con voz de paciencia-. A ver. ¿Qué me vas a pedir?
-Que Isa deje de llamarme renacuajo.
-Pero si te lo dice con cariño -Pablo Aranda temía que ese cambio afectase a su historia y trató de convencerlo-. Llamarte renacuajo te hace más humano. Además, un niño de cinco años es un renacuajo.
-Entonces no volveré a la novela.
El grupo se movió inquieto, y Federico dio un paso atrás.
-De acuerdo -cedió Pablo Aranda-. Haré que Isa deje de llamarte renacuajo. Aunque seas un renacuajo.
Dicho eso, Fede y Sergio avanzaron juntos y se esfumaron misteriosamente de la librería. Pablo Aranda abrió su novela dejando escapar un largo suspiro.
-Menos mal. Todo parece estar en su sitio. Incluso ese renacuajo cabezota -susurró dibujando una sonrisa en sus labios.
Sergio Barce
9 respuestas
Mis sinceras condolencias a familiares y amigos. Espero que nos espere, mucho tiempo, en el Cielo de los larachenses. D.E.P.
Precioso homenaje. Un buen cuento dedicado a un buen novelista. Descanse en paz.
Gracias. Un abrazo
Ya me encantó este relato metaliterario en su momento. Un homenaje sentido y precioso. Sergio. Un abrazo.
Gracias, Augusto.
Bonito homenaje, Sergio
La verdad es que desconozco la obra de Pablo Aranda, pero sí algunos de sus artículos publicados en El viajero de El País
Tristemente ahora tendré un motivo más para leer sus novelas, siendo esta la única manera de que perviva entre nosotros
Lo siento mucho y os acompaño en vuestro sentimiento
Gracias, Miquel.
Me ha gustado mucho el relato. Salvando las distancias, me has hecho pensar en La rosa púrpura del Cairo.
Alberto Mrteh (El zoco del escriba)
Vaya, n se me había ocurrido, pero sí, hay ahí un nexo de unión… Abrazos, Alberto.