Sobre una foto de la otra banda que me ha enviado Pepe García Gálvez, pero que es una estampa que hemos visto muchas veces, he construido este pequeño relato.
ESA FOTO DE LA OTRA BANDA
Ahí están de nuevo. Veo esta fotografía de la otra banda y vuelven como la marea.
Es cierto lo que digo, y es probable que a ti te ocurra lo mismo. ¿Es que no lo oyes? ¿Es que no lo hueles? Lo sientes igual que yo, ¿no es así?
No sé en qué año se tomó la imagen, pero bien pude andar por ahí. No sé en qué año se quedó esa imagen congelada para siempre, pero todo regresa subrepticiamente y se apodera de mis sentidos.
Miro la fotografía. La escudriño un rato y me doy cuenta de que sé exactamente cómo huele el aire, de que sé exactamente qué sentiría en la planta de mis pies si ahora estuviese pisando esa arena, de que sé exactamente qué notaría si subiera por las piedras tratando de alcanzar el espigón, también de que sé cuál es la dureza exacta del propio espigón si me pusiera a pasear en dirección al faro. ¿No es curioso? Te ocurre exactamente lo mismo, claro, me lo imagino, lo sé.
Hagámoslo. Metámonos en esa foto de la playa de Larache, atravesemos el daguerrotipo e imaginemos que viajamos a ese año en concreto, aunque dé igual el año en realidad. Imaginemos que podemos hacerlo…
Salgo del agua. Adivino la temperatura, que es más templada que la de la playa peligrosa, porque el Lukus seduce con dulzura a las aguas frías del Atlántico, y camino por la orilla. También acierto con la textura de esa arena cuya superficie se resquebraja a cada pisada igual que un frágil cristal. Me topo con esas pequeñas y aisladas rocas que asoman cuando te vas acercando al espigón, adivino con facilidad dónde se esconden, cuántas son. Una cría de cangrejo, transparente y rubia, corre a refugiarse bajo una de ellas.
Me zambullo en el agua, nado unos metros y entonces me dejo mecer, floto haciéndome el muerto y mis ojos hallan el mismo cielo celeste. No necesito ver el entorno para reconocerlo, es el resplandeciente cielo larachense por el que mi abuelo, sin duda, vaga sin cesar.
Nado hacia la orilla. Salgo empapado de río y me lanzo boca abajo para notar la tibieza de su vientre, y como han hecho todos los niños de esa playa con las manos barro la arena hasta mi torso, como si me sirviera para abrigarme con su abrazo o para protegerme del frío que no llega. Acumulo durante unos segundos más arena contra mi pecho y la prenso con los antebrazos; Pablo, Emilio y Javi hacen lo mismo, Luisito y Juan Carlos siguen en el agua con Mustapha y Nourddin salpicándose agua unos a otros. Sobre la arena me siento bien, protegido, como fundido con mi tierra. Cuando al rato me incorporo, dejo un pequeño montículo con mi silueta esculpida, y mi cuerpo parece ahora una escultura de terracota avanzando por la otra banda.
Fátima me mira desde el trozo de espigón que hace de muro entre las dos playas del río, está sentada en el borde meciendo los pies, golpeando la piedra con los talones, y me mira con sus enormes ojos negros. Siempre me mira desde esos ojos hambrientos de vida. Sólo tiene diez años, y el futuro es una quimera.
Esa pequeña me atribula. Tenemos la misma edad, pero logra desarmarme. También lo hace cuando pasa por los jardines del Balcón y me sorprende cogiendo renacuajos con una lata oxidada. Siempre hace lo mismo: pasa muy cerca y muy despacio sin dejar de escrutarme con sus preciosos ojos. Noto una leve sonrisa en sus labios, hay una palabra que siempre le asoma pero que nunca escapa de su boca. Logra que baje la vista, que me sienta turbado. Sé que se llama Fátima. Nunca nos atreveremos a hablarnos. Maldita timidez.
Hoy se ríe desde la piedra, pero antes de que pueda reaccionar, se incorpora y sale corriendo para reunirse con otras dos niñas.
Me acerco de nuevo al espigón. Por el camino sorteo las sombrillas de colores, y saludo a los que se refugian en sus sombras. Reconozco las voces, los idiomas, que son familiares y cálidos.
Me dirijo a las casetas. Descifro con pasmosa rapidez el tacto, la rugosidad, la forma de cada una de las piedras cubiertas de verdín que dormitan junto al acantilado. ¿También las reconoces? Nos resbalamos, siempre nos resbalamos pero nunca caemos, alguien nos hizo alambristas de nuestro espigón de juegos. Sabemos cómo movernos por ahí.
Reconozco las heridas del viejo espigón alemán, y ese trozo de ahí resquebrajado desde que tengo uso de razón. Hay mejillones incrustados en las piedras, bajo el agua. Los toco, los arranco, los huelo. Me emociona olerlos. ¿Me emociona olerlos? Debo estar perdiendo la cabeza.
También está Amina. Amina suele jugar conmigo en el Balcón mientras su madre cose y charla con la mía. Se pasan las horas juntas. Y durante esas horas Amina me hace compañía y yo a ella. Cuando Fátima pasa por allí, las dos se miran unos segundos pero no sé si lo hacen con recelo. Fátima es más jovial, más extrovertida. Me observa con sus ojos de gacela, sonríe, desaparece dejando una estela de felicidad.
Ayudo a Ahmed a llenar de cangrejos un cubo de plástico que luego se lleva, los cuece y vuelve al rato para venderlos. Me regala uno, le arranco las patas, las succiono, abro el caparazón y noto su carne en mi lengua. El sabor es el mismo.
Llegan los amigos de Ahmed y se van gritando a la playa peligrosa. Mula se ha traído un balón de reglamento, discuten quién jugará en cada equipo, pero me quedo en la otra banda, no puedo salir de la fotografía en la que me he colado. Es el inconveniente de hacer magia con las viejas fotos.
Estoy en medio de la pequeña media luna de la playa. Es como estar en el centro del universo. Un viejo dibuja en la arena la palabra Larache. Su nieto la lee en voz alta. Los niños pequeños corretean cerca perseguidos por sus padres, pisan las letras, y entonces la palabra parece ondear como una bandera allí en medio del suelo… Larache… Restallan las risas nerviosas de los críos, como si fuese el himno que acompaña a esa bandera de sueños… Y es que hay tanta risa en el aire…
Huelo el salitre. Me lleno los pulmones. Quiero empacharme de su aire.
Ayudo a hincar el mástil de la sombrilla a mi padre. Parece que acaba de llegar. ¿Me lo imagino quizá? Claro que lo imagino.
Jugamos en la arena, se pone a cuatro patas y me subo a su espalda. Comienzo a ser ya demasiado grande para esto. Pero él disfruta.
Corro a la orilla, la marea ha bajado y ahora ya puedo jugar a la pelota sobre la arena dura y húmeda, sobre ese campo de fútbol excepcional e irrepetible; es un regalo para cualquier niño, y doy otra carrera persiguiendo la pelota y disparo, y Lotfi remata y José Gabriel hace una parada espectacular.
Sigo oliendo el salitre. De pronto quiero meterme en la playa de Miami para notar el fango del río. (¿Pero no había dicho que no podía escapar de esta foto? ¿Cómo he llegado a la de Miami? Bueno, es una pequeña licencia que me he permitido… Necesitaba volver a sentir su fango blando.) La sensación de tener algo gelatinoso en mis pies resulta familiar, no me da asco, al contrario, es un placer recuperarlo. Sé cómo es en esa zona del río. No es como el de otro río cualquiera. Es mi fango. ¿Mi fango? Sí, definitivamente debo estar perdiendo el norte.
Pero Larache me queda al Sur. Eso debe ser un buen augurio. Una señal de que no pierdo aún el Norte porque miro al otro lado, el que prefiero.
¿No es curioso? Te pasa a ti también, ¿verdad? Sí, te ocurre lo mismo.
Los dos sabemos cómo es la arena de la otra banda, acertamos con la temperatura del agua, reconocemos las huellas de sus piedras, incluso suponemos dónde se esconden los pequeños cangrejos transparentes. Ahí vuelve Ahmed con el cubo de plástico ya vacío. Los dirhams tintinean en el bolsillo de su bañador negro desgastado. Es un niño fibroso, con la piel ya curtida por el sol. Huele a río, a la otra banda. Va en busca de una barca para cruzar el río.
Fátima reaparece por el espigón. La veo moverse por delante de las casetas, esas pequeñas bellas construcciones que ya no existen, y al darme cuenta de esto la niña comienza a desvanecerse como un viejo recuerdo.
Los niños pequeños continúan correteando por la orilla, excitados; me giro, y me quedo mirándolos, dejándome embozar conscientemente por sus gritos inocentes, temeroso de que el resto de la fotografía se borre de la misma forma, pero no, estoy ahí, paralizado en medio de la media luna de la otra banda, sobre otras letras escritas de nuevo, y noto la L mayúscula bajo los pies; parece que me halle sobre la cima de una montaña, y desde ahí arriba, de reojo, descubro otra vez a Fátima sentada ahora en el espigón junto a Amina, las dos balanceando sus piernas, golpeando la piedra con los talones, y se ponen de pronto a reír a carcajadas en esa foto de no sé qué año, en esa foto en la que, si se presta atención, es posible oír entre el suave romper de las olas todas esas risas, todas nuestras risas, como si fuesen el himno que acompañara al mecer de la bandera de arena que día tras día ese abuelo se empeña en izar en medio de la playa de la otra banda de Larache…
Sergio Barce, junio 2012
20 respuestas
La Otra Banda es la playa que mi madre siempre recuerda, el ir con el bote hasta ella, a veces el botero le prestaba los remos y la dejaba remar…..llegar y entrar al agua de inmediato, nadar y luego echarse en la arena caliente y descansar……lindo relato Sergio, que aunque nunca he disfrutado de esa playa es como si lo hiciera con ustedes.
Estoy turbado. El zigzagueo de la emoción mientras leí tu relato – del tirón – fué tan rápido e intenso que saturó mis sentidos. Ah, no, no… bien sé que una ola no se parece a otra aunque descansen en la misma orilla. Mejor será esperar a mañana.
Imagino que el viajero en el desierto intuye la proximidad del oasis, olfateando, escuchando el frufrú de los cristalitos de la arena en las ráfagas del viento. Tengo sueño porque tengo ganas de soñar con lo que he leído ¿no parecen estar las efigies entre las pirámides en una eterna duermevela?
Mañana sabré qué decir.
Amigo Sergio: Celebro enormemente que esta foto, que se me ocurrió enviarte de la Otra Banda, o mejor dicho «Nuestra Playa», te haya servido de inspiración para escribir este maravilloso artículo, que creo que a todos los larachenses nos traen a la memoria imborrables recuerdos. Un abrazo..
Que bonito Sergio, como has sabido con tu relato introducirnos en esa foto de la playa de la otra banda. Como me he visto bañándome en sus aguas transparentes, cogiendo cangrejos entre las rocas y al salir con frio, buscar el calor de su arena enterrándome en ella para más tarde con el pretexto de quitármela volver a sus aguas de nuevo. Recuerdo la voz de mi madre gritándome (vamos ya está bien de agua).
Como dice José Garcia los recuerdos que nos trae son imborrables.
Gracias y un abrazo Sergio.
Un abrazo y un saludo tambien para Raquel .
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Bueno, Sergio, no tengo palabras, lo describes todo con tanta maestría…..que me emociono. Gracias.
M-Carmen
Cómo no emocionarse con nuestra «otra banda», recuerdo el barquero pasándonos hasta ella. Un día, lo vuelvo a vivir recordándolo, Felisa Carrillo se cayó al agua y ni el barquero podía sacarla, todas reíamos con esa juventud pasada. Cúantas añoranzas.
Gracias Sergio
Hola, creo que Felisa era mi madre, hermana de Lili.
Es asi?
Sergio,¿En esta playa no era donde estaba aquel barco hundido ,todo oxidado y lleno de lapas,y cangrejos «zapateros» que no eran comestibles?
Y si,es cierto,que todos esos olores y sabores los llevamos en lo mas profundo de nuestros sentidos,pero al menor atisbo del pasado,nos invade con tanta fuerza,que cerrando los ojos,crees,piensas,sientes que estas alli
otra vez y lo revives con mucho mas deseo,porque es nuestro pasado,que nunca volvera,aunque si te gustaria,solo por un momento,vivirlo de nuevo.
Que tiempos!!!!!!!
Un abrazo
Efectivamente, Adela, esa es la playa que dices…
Me encanta saber que el relato os hace revivir todo lo que dices.
besos
sergio
LLego de la gran ciudad, con su tráfico y la consecuente polución, con sus gentes -tan diversas!-, me descalzo y empiezo a sentir la tibieza de la arena de tu playa -Larache- me dejo llevar por tu relato, Sergio, y me doy cuenta que ella -la inmensa, espléndida y abierta Barcelona a todo cuantos llegamos desde otros mares hace ya tantos años- no ha podido ni podrá conseguir borrar las huellas de mi infancia, aquellas que ni las olas pueden arrastrar.
Y de la otra banda me vienen los recuerdos y vivencias que mi madre me ha contado una y otra vez sin descanso.
Precioso, Sergio, todo lo que nos dices y nos haces sentir.
Un beso
Joana, anoche, cuando vi que había un nuevo comentario, me dije: el de Joana. ¿Y era el de Joana!
Un beso
sergio
El barco semi hundido que menciona Adela, se llamaba El Pax, hace unos meses cuando Sergio publicó fotos de Larache y larachenses, salia parte de esa familia de mi madre encaramados todos en el y tomándose la foto….mama recuerda que los niños se subían y se lanzaban a modo de juego.
Hola Esperanza como estas? igualmente saludos para ti…
Me alegra mucho que gracias a este blog donde solo se leen cosas interesantes y sobre todo recuerdos de Larache nos encontremos cada vez, en espera de nuevos relatos y noticias.
Saludos a todos
Lejos del laberinto de la oreja habita el sonido. El rumor de las olas. En las rocas del acantilado de la playa de la Duquesa, los niños cobrizos y temerarios, capturaban caracolas gigantes que una vez vacías reproducían la respiración del océano. Pero ahora estamos en LA OTRA BANDA, nuestra playa, cálida, familiar, gelatinosa a veces tras la visita de las algas.En el extremo de la mirada existía una línea horizontal donde el Atlántico engullía el caudal fértl del Luccus.
Sergio, a mí, mi madre, me obligaba a guardar la digestión tras el almuerzo y algo parecido me sucede con la lectura de tu relato jajjajja… demasiados nutrientes para el alma, vaya!
En el extremo de los dedos noto el tacto de la arena. Sería justo que en la punta de la palabra amor o deseo estuviesen el amor o el deseo instalados. Corporizar de este modo lo que se nombra. Quiero utilizar en este espacio la palabra «estoy» y se me yuxtapone el «soy» como acariciar la superficie del agua con la mano y que al final nada retienes por mucho que aprietes el puño. Este verbo es un liante y siempre me confunde.
Cuando leo tu emotivo relato tengo la impresión de que algunos de mis amigos de entonces grita mi nombre. Allí voy. En el extremo de mi nombre estoy yo, se supone. Muy cerca de las hermosas palabras de tu texto estamos muchos de nosotros que allí vivimos. Y es la ternura y la emoción las que nos hace vulnerables pero VISIBLES de nuevo. Pues allá voy, mejor dicho, ahí estoy.
Lo dicho, Fran, y como también dice Carlos, chapeau! Qué manera de completar el relato con lo que tú narras… Gracias, y siempre un abrazo
sergio
Pues estuve encantado de ver esa foto de aquella playa tan amada y bonita..Aunque no tengo el gusto de conocerte y lo siento pues te lo agradesco por haber puesto esa foto como otras que pusiste a disposicion de los larachenses del estrangero . Marcel.
Marcel, yo soy el que está agradecido a vosotros.
un saludo
sergio
muy bonito sergio , sabes que esa playa en larache la llamammos desde siempre la playita de los espanoles . jajajaja yo der nino tambien vendia cangrejos en la median despues de cazarlos en ainchaka y y toda la costa de larache . a esa playa habra que poner una pancarta y nombrarla con el nombre de ese relato tan bonito . cuando tenia 19,20, hasta los 24 anos siempre con mis amigos nos nadamos y descansamso en esa playa en verano era muy tranquila y acojidora . un abrazo sergio
No sabía lo vendías cangrejos en la playa de pequeño, qué bueno… Gracias por tus palabras, Aberrahman, y sobre todo por lo que cuentas, tampoco sabía que la llamáseis la playa de los españoles, y por lo que cuentas también tienes muy buenos recuerdos de ella. Un abrazo, y um beso para Sami!
sergio
Gracias Sergio, gracias una vez más.
¿ Os acordais de los nombres de las barcas? . Yo recuerdo el «Joven Toñito», Mohamed Chico» «Aquí tespero» y otros más.
Madre mía que tiempos¡¡¡¡¡¡¡¡¡.
Un abrazo Margara
Tambien recuerdo,la playa peligrosa,me parecia larguisima,no se cuantos klm.
tendria de largo) con su oleaje bravio y continuo,nos ibamos caminando hasta Punta Negra,donde cogiamos cangrejos de buen tamaño.
¡Que bonita playa,que arena rubia y dorada! pero ¡que peligrosa!
Teniamos totalmente prohibido,bañarnos alli.El dia que nos ibamos a esta playa lo considerabamos una aventura,porque siempre estaba solitaria,y el ruido del mar era muy fuerte,en el fondo nos causaba temor y respeto.
Ahora ,transcurrido tantos años,recordandolo de nuevo,hay que decir que a mi me parecia una playa maravillosa,a la que tambien me gustaria muchisimo
volver,si cierro los ojos y me concentro,oigo el ruido del mar,del oleaje y respiro el olor del salitre en el aire…..¡Que nostalgia!