Llegamos a la cuarta entrega sobre los autores de la Generación BiblioCafé que vengo presentando en mi blog.
En esta ocasión se trata de alguien muy especial para este grupo: José Luis Rodríguez-Núñez, la persona que, junto a María Fernanda, puso en pie el espacio literario llamado <BiblioCafé>, en Valencia, esa librería mágica desde la que arrancó todo este movimiento literario…
Esa pasión por levantar ese sueño, ha hecho que se convierta en alguien a quien admirar.
Pero, además, cuando le pedí un relato inédito para este blog, y recibir casi al día siguiente el que me envió, descubrí que también he de admirarlo como narrador (ya me habían gustado tanto su cuento en el libro en el que compartimos espacio de Sesión continua como las películas que José Luis recomendaba en él).
Sé, por lo que he leído por ahí, que, además, es muy generoso. La prueba está en que su cuento me lo envió sin pensárselo dos veces. No sabe lo que ha hecho…
¿No me estaré ya pasando con tanto halago? Cambiemos de tercio, vaya a ser que alguien piense que hay algo más que literatura entre nosotros… Y centrémonos en el relato.
Se titula Estoy seguro. Y es magnífico.
Lo lees como si escucharas música, una pieza suave, con el volumen bajo. Tiene algo este relato que lo hace intrigante, misterioso, porque no sabes a dónde te lleva el narrador ni qué es lo que vas a encontrar al final.
En mi caso, cuando llegué a la última frase de la historia, sentí el vacío del protagonista. El suelo abriéndose bajo mis pies, y la sensación de que alguien así solo debe existir en la ficción. Lo contrario es la devastación absoluta. Da miedo imaginarse siendo ese personaje.
José Luis Rodríguez-Núñez crea una situación de aparente abstracción, como un cuadro suspendido en el aire que no tuviera marco, pero la intención que intuyo es la de haber querido meterse en la piel de un hombre que ha perdido la conciencia de su realidad, no sé si por el Alzhéimer, quizá por otra razón más trascendente, en cualquier caso consigue ese objetivo, y uno solo puede pensar que lo más terrible que podría ocurrir es llegar a estar seguro de que nada es lo que uno cree que es.
Os invito a leerlo, ya. Antes de que olvidemos que merece la pena hacerlo.
Sergio Barce, junio 2014
Estoy seguro
Me despierta el grito de un bebé. Una mujer se levanta de mi lado. Oigo desde la cama como el llanto se apacigua y a dos niños regocijados por el despertar de su nuevo hermanito (así le llaman): uno hace pedorretas y la otra ríe sin parar. Una risa abierta, encantadora.
Solo que yo —estoy seguro— no tengo familia.
Me meto bajo el chorro de la ducha, acompañado por una sensación de soledad que se pega a mi piel como la mugre y no sale ni frotando con la más áspera de las esponjas. Cierro el grifo, tonificado por el calor del agua, y agito la cabeza para secarme el pelo y borrar las imágenes de la mentira. Me visto con esmero, ajustando el nudo de la corbata gris y uniforme, mientras me contemplo en el espejo del vestíbulo inmaculado, en perfecto orden, con ese aroma inconfundible de la madera noble. Desciendo con parsimonia las escaleras, acariciando con la mano diestra la fría barandilla de acero pulido y me subo al coche deportivo que está estacionado en el garaje.
Solo que yo —estoy seguro— no tengo casa.
Llego a la oficina, tarde como siempre, y veo que han montado una reunión de urgencia a la que no he sido invitado. Desde mi cubículo, atestado de documentos pendientes, puedo oír al jefe, gesticulante y descontrolado, informando sobre un cliente muy importante que acabamos de perder y de las consecuencias que va a tener en la empresa. Rodarán cabezas, amenaza a mis compañeros, quienes lo miran aterrados. La sesión se disuelve con un rumor febril de soluciones inviables y mi colega de escritorio se deja caer en su silla desgastada con un suspiro de impotencia.
Solo que yo —estoy seguro— no tengo trabajo.
Apuro el café, que ya empieza a enfriarse, pues llego tarde a la cita vespertina con Laura, Carlos, Juan y Susana. Vamos al minicine del centro, a ver la última película de Woody Allen en versión original, con lo que a mí me cuesta seguir los subtítulos. Es un pésimo pastiche de postales turísticas, pero todos permanecemos en el asiento por respeto reverencial hacia el maestro. Oigo cuchichear a las chicas, incómodas en las butacas de respaldo excesivamente corto, mientras me río regocijado con el calor de la compañía.
Solo que yo —estoy seguro— no tengo amigos.
Encienden las luces de la sala, casi vacía, y me deslizo hacia la noche lluviosa de una ciudad casi desierta. Me encamino hacia la cafetería de siempre, a conseguir un último bocado antes de que cierren. El camarero nuevo me mira con desconfianza mientras me sirve la ración recalentada de sepia con mayonesa y una cerveza desventada. Pregunto por Toni, el de toda la vida, el de las largas conversaciones sobre fútbol y toros, el que me invitaba a una tapa de vez en cuando. Nadie sabe de él. Traen la cuenta y, como de costumbre, dejo una generosa propina.
Solo que yo —estoy seguro— no tengo dinero.
Regreso por fin a la casa que no tengo, junto a mi familia que no existe, después de una dura jornada en un trabajo que no es, recordando los comentarios de mis amigos que no viven, digiriendo una cena que no he comido, contando las monedas que no poseo, para sentarme en mi sillón preferido que no está, junto a un fuego que no arde, para escribir en este diario que no leo.
Solo que yo —estoy seguro— no tengo memoria.Por José Luis Rodríguez-Núñez
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2 respuestas
Sería terriblemente dura una realidad tal… De lo que yo -sí estoy segura- comparto contigo, Sergio, es que me ha encantado. Nos haces pensar intensamente, José Luis, en aquellos que tienen la soledad por compañera. Un beso
A través de este blog he sabido de la existencia de la llamada Generación «BiblioCafé», una constelación de escritores que laboran conjuntamente, aunque con temática y estilo muy diversos, y que instauran, en una serie de relatos, la fantasía y sus agregados de alegría, misterio y ensueño.
Sergio Barce es uno de los componentes de la Generación «BiblioCafé» y gracias a él he leído algunos de estos relatos. Creo que José Luis Rodríguez-Núñez, autor de «Estoy seguro» es portador del estandarte de esta agrupación, consiguiendo en su narración decir de manera bella y sutil cosas íntimas y profundas, disfrazando lo feo, lo hiriente.
Enhorabuena a todos.
Alicia González Díaz.