Los hermanos Coen casi nunca defraudan. Llevo años asistiendo al estreno de cada una de sus películas porque sé que voy a asistir a una buena sesión de cine. Y este año se han lanzado por primera vez a rodar un western. Dicen, desde hace tres décadas, que es un género que está muriendo, pero nunca he creído en eso. Cada cierto tiempo resurge de sus cenizas y grita a los cuatro vientos que sigue siendo el género más cinematográfico. Desde “Sin perdón” (Unforgiven, 1992), hay un racimo de buenas películas del Oeste: “El último mohicano” (The last mohican, 1992) de Michael Mann, “Tombstone” (1993) de Pan Cosmatos, “El hombre muerto” (The dead man, 1994) de Jim Jarmusch, “Wild Bill” (1994) de Walter Hill, “Cabalgar con el diablo” (Ride with the devil, 1999) de Ang Lee, “3.10 to Yuma” (2007) de James Mangold y hasta magníficas series de televisión como “Deadwood” . Y ahora llega un remake de una de una película de John Wayne, “Valor de ley” (True grit, 1969) del clásico Henry Hathaway. De esta última recordaba a Wayne con su parche en el ojo y la escena que carga con dos rifles contra los otros pistoleros, pero hace ya muchos años que la vi y los recuerdos son nebulosos.
Anoche, sentado en la butaca del cine, volví a ver cine de verdad. Me di cuenta en cuando las imágenes arrancaron… La película comienza como empiezan muchos grandes westerns: con un tren llegando a la ciudad. Luego, como hace Leone en “Hasta que llegó su hora”, una panorámica genérica del lugar. De pronto, el diseño de producción comienza a tener su protagonismo: recreación de la época y de los edificios, vestuario, la guardarropía… deslumbrante, sencillamente impecable. Luego, te das cuenta de que los detalles no se quedan ahí, los personajes secundarios parecen sacados de las antiguas fotografías del lejano Oeste: las barbas y los mostachos, la estructura y la forma de sus rostros, los sombreros, las levitas…
Y también como otros grandes westerns, es la historia de una venganza. Lo original estriba en que es una chica de catorce años, Mattie Ross, quien busca esa venganza por el asesinato de su padre, y la búsqueda del autor del crimen es el motor de la trama. La actriz que encarna a Mattie, Hailee Steinfeld, borda el papel (aunque quien efectúa su doblaje al castellano no le hace justicia y la perjudica), con unos diálogos inteligentísimos y en muchas ocasiones divertidos (la mano de los hermanos Coen lo domina todo). Y aunque es de ley resaltarlo, sin duda el caramelo que han diseñado Joel y Ethan Coen para este film se lo han reservado al personaje del viejo alguacil Rooster Cogburn que clava el inmenso Jeff Bridges.
Si John Wayne hizo un buen papel en la primera versión (es decir, hizo de John Wayne), Jeff Bridges se mete literalmente en la piel de Cogburn, lo humaniza, diseña un personaje que nos hace sonreír por sus bravatas pero también por su cinismo al encarar la vida, y aunque nos recuerda inevitablemente al “Nota” (quizá su interpretación más inolvidable en “El gran Lebowski” también de los Coen, especialmente cuando la chica va en su busca y lo encuentra dormido, sucio y con una resaca de caballo), logra no obstante crear otro personaje que ya irá unido a este actor. Simpática la broma de los Coen de cambiar el parche del ojo izquierdo de John Wayne al derecho de Jeff Bridges.
Hay homenajes al western clásico, por supuesto, en especial a “Centauros del desierto” (The searchers, 1956) de John Ford, con ese largo viaje a territorio indio, al spaghetti-western de Leone, ahí está esa escena del alguacil que apuesta al “ranger” de Texas LaBoeuf (Matt Damon) a acertar con su revólver a unas tortas de maíz que lanza al aire y que se convierte en una de las más humanas y divertida de la película, y también a “La noche del cazador” (The night of the hunter, 1955) de Charles Laughton (esto me lo sopló mi amigo Pablo Cantos en voz baja).
La película se hace corta, muy corta, como ocurre con las grandes cintas. Hay épica, hay humor, mucho humor, hay galopadas, hay tiroteos, hay aventura y hay una historia muy bien contada. Los personajes secundarios están definidos, también tienen vida propia, desde el “ranger” que interpreta con sobriedad Matt Damon hasta el asesino Tom Chaney, al que Josh Brolin convierte en una suerte de pistolero torpe, descerebrado y primitivo, pasando por el jefe de su banda, el prestamista (magnífico), el abogado que interroga a Cogburn en el Tribunal (delirantes las respuestas de éste describiendo cómo ha acabado con varios tipos), los tres desgraciados que van a ser ahorcados, el vaquero que imita a los animales o el indio que viaja cubierto por la piel de un oso… todos y cada uno de ellos enriquecen este inmenso collage del viejo Oeste que, de pronto, se mueve tras los viejos dagerrotipos…
A destacar la soberbia fotografía de Roger Deakins, un habitual de los Coen, que le da un tono ocre, casi sepia, a gran parte del metraje, como viejas estampas de la época, y que sabe irradiar una luz especial a las escenas nocturnas y las cabalgadas que se recortan contra el horizonte. E igualmente la banda sonora de Carter Burwell.
En fin, quizá no sea una obra maestra, que casi lo es, pero es una película hermosa, con algunos de los mejores diálogos de los últimos años, y que al terminar, aunque algo amarga, te deja una sonrisa en los labios.
Sergio Barce, febrero 2011
2 respuestas
Ford, la aplaudiria, con eso te digo todo….
Yo también le aplaudo, por supuesto.
Saludos