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«HACE BUEN TIEMPO», UN RELATO DE ALICIA MUÑOZ ALABAU

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Sigo con la nueva sección dedicada a la Generación BiblioCafé, el grupo de escritores al que me siento orgulloso de pertenecer y que está dando tan buenos frutos (literarios).
La segunda autora del grupo que hoy presento se llama Alicia Muñoz Alabau (sinceramente me parece un nombre muy de novelista), y aunque sólo nos conocemos a través de los correos y de las redes invisibles, tras leer su novela y algunos de sus cuentos, ya sé que es una persona elegante, y que disfruta enormemente refugiándose en la escritura, como me ocurre a mí.

ALICIA MUÑOZ ALABAU
ALICIA MUÑOZ ALABAU

El relato de Alicia que hoy cuelgo se titula Hace buen tiempo. Es demoledor. Hacía tiempo que no se me hacía un nudo en la garganta tan físico y tan evidente al acabar de leer un relato como el que he sentido con éste de Alicia.
Habla del tiempo, sí, de cómo pasa por delante nuestra, de cómo nos arrolla, de cómo borra lo que debimos hacer y ya no hay forma de lograrlo, de cómo percibimos el tiempo, pero también habla de algo profundo y humano, de la pérdida, del dolor. Escribe con una sencillez que desarma, y es capaz de desnudar el alma, no solo de la protagonista, sino también la del propio lector porque hace que pienses, que reflexiones y que sopeses muchos proyectos pospuestos o muchas decisiones tomadas.
Alicia escribe <…aunque me acompañe su olor, todo lo demás se me va desdibujando y por eso me siento incluso un poco infiel cuando intento buscar su boca o la negrura de sus pestañas y ya no se me aparecen como antes>. Una delicada pero intensa confesión de lo que provoca la pérdida de la persona amada, y que resume el tono de esta historia íntima y emocionante.

PONERSE ALAS
Perfecto aperitivo para adentrarse en la novela de Alicia Muñoz Alabau Ponerse alas, que igualmente recomiendo.

Sergio Barce, mayo 2014 

HACE BUEN TIEMPO

Hace buen tiempo, pero sólo estamos en mayo así que, de vez en cuando, se levanta una brisilla fresca que maltrata mi cuerpo semidesnudo demasiado sensible a los cambios de temperatura. Seguramente no debería haberme puesto en bañador tan pronto, pero necesitaba sentirme profanada por el sol, necesitaba que a falta de abrazos el calor del astro primaveral me recogiera y me reconfortara. Expuesta al sol con el bikini más minúsculo que he encontrado entre las reliquias de juventud de mis armarios, cierro los ojos y soy capaz de detener los minutos mientras sólo escucho el rumor de las olas y siento en cada centímetro de mi piel el prometedor calorcito que induce a pensar en que se aproxima el verano.
Sonrío al pensar que los niños y los jóvenes desconocen lo que es en realidad el tiempo, lo que es el tiempo para los adultos, desconocen la certeza de la relatividad del tiempo. Antes todo sucedía mucho más despacio. Ahora dices “el otro día” y ya han pasado dos años, cuentas una anécdota cercana en la que disfrutaste con dos amigas y han pasado veinte. Y no es que parezca que fue ayer, es que realmente tú lo vives como si hubiera sido ayer. Lo que ocurre es que tu ayer está completamente lleno de preocupaciones, está totalmente impregnado de prisas y por eso los tiempos se han vuelto tan extraños.
Me he venido sola a este hotel recóndito con este balcón fantástico que da al mar para reflexionar sobre el tiempo, sobre la vida, sobre mi vida, sobre por qué me siento atrapada en esta vida y en este tiempo. No quiero que los demás se preocupen por mí, pero no soy fuerte. A pesar de que Hugo nos dejó hace ya meses, sigo mi rutina como si todavía estuviera viviendo con él. Sé que hace ya “un tiempo” porque la gente me lo dice, porque me insisten en que el período de duelo ya sobrepasa lo prudencial y me aseguran que sería conveniente pasar página, asumir lo sucedido, aprender a vivir de otra manera. Ignoro cuál es esa medida a la que se refieren en términos de días, horas o semanas ¿habrá transcurrido incluso algún año? No contemplo los calendarios, cuando me enfrento a esa maraña de números ordenados en filas y columnas que alternan los colores azul o negro con el rojo no veo nada, como si una nebulosa emborronara de repente esa visión y soy incapaz de realizar interpretación alguna. He olvidado cualquier fecha importante, cualquier aniversario. Sé que Hugo no está, pero no sé si se marchó ayer o la semana pasada, hace un mes o hace más… por eso, por eso precisamente no puedo mover sus cosas de sitio y nadie lo comprende.
En su despacho siguen el proyecto a medio concluir, el cenicero medio lleno, el vaso medio apurado, la lista de tareas pendientes para la semana que comenzaba, las zapatillas de estar por casa abandonadas sin el más mínimo cuidado por debajo de la mesa, el maletín un poco abierto. Permanecen en el cuarto de baño su cepillo y su especial pasta de dientes en un tubo todo estrujado por la mitad del que apenas se puede recuperar contenido alguno, su champú con la tapa abierta, su maquinilla de afeitar sobre el lavabo, sus zapatos perfectamente limpios y preparados para el día siguiente…
Todos se permiten aconsejar: “mujer, ya ha pasado un tiempo”, “es mejor que te des tiempo”, “el tiempo todo lo cura”, “el tiempo pone cada cosa en su sitio”, pero sólo yo soy la poseedora de mi tiempo; un tiempo de dolor que, es cierto, se ha ido atenuando, un tiempo de recuperación de mí misma, un tiempo de reencuentro, un tiempo de interrogantes, de desconcierto, un tiempo de apertura hacia lo que vendrá ahora que ha de ser necesariamente nuevo, diferente, extraordinario, distinto.
Así que ahora hace buen tiempo y cuando Hugo murió la temperatura también era agradable, aunque no recuerdo en qué estación del año nos encontrábamos. Mis padres ni siquiera vinieron al funeral, pero enviaron a su primogénito en mi rescate y me tuvieron recluida en la casona del pueblo durante una temporada. Estuvieron bastante cariñosos, teniendo en cuenta que no podían ni ver a Hugo y que estuvieron totalmente en desacuerdo con que viviéramos juntos. Supongo que a pesar de todo se compadecieron de la desgracia de una persona tan joven y para bien o para mal (a veces me han hecho sentir que para mal, esa es la verdad) yo era su hija pequeña. En la terraza de la casona da gusto desayunar por las mañanas bajo la parra y allí me sentaba yo desde bien temprano, completamente ida, intentando desentrañar esos secretos del universo que permiten que vidas aparentemente perfectas acaben totalmente hechas pedazos. Hacía buen tiempo y yo dormitaba al sol y quería encontrar respuestas y apretaba los ojos con fuerza y quería volverlo a ver, recuperar aquel rostro moreno de sonrisa amplia, pero sólo conseguía ver estrellitas y luego los ojos me empezaban a llorar o yo empezaba a llorar, o se mezclaban las dos cosas, no lo sé. Cuando sentía mi cara totalmente empapada salía corriendo hacia el río y me refrescaba sin importarme si me mojaba la ropa o si era todavía el camisón lo que vestía. Al momento intuía la figura de mi madre a mis espaldas porque supongo que temían que hiciera alguna locura.
Al final todo aquello no desembocó en locura, sólo en esta peculiar percepción del tiempo. Que para mí no existe, que no sé cómo vivirlo ni cómo ni con qué distancia recordarlo. Que me da igual el día de la semana en el que nos encontramos. Ignoro el tiempo cronológico. Hugo se marchó para siempre, soy consciente de ello, pero en mi mente no hace tanto, en mi mente siempre está y estará como ayer y como la semana pasada y como hoy mismo cuando al levantarme he podido sentir su olor en mi almohada porque siempre va conmigo.
Una vez, en algún momento, en algún tiempo, viajamos a Roses y recuerdo que hicimos la ruta de Dalí y que me interesó su historia de amor con Gala y que leí bastante sobre ellos. Creo que no hemos estado juntos mucho tiempo, pero ha sido un amor intenso que ahora me sabe a poco. Tal vez deberíamos haber vivido juntos mucho antes, tal vez esperamos mucho. Yo me sentía romántica por aquel entonces y quise que él me lo pidiera y ahora me da la sensación de que se demoró demasiado. Si hubiera habido más de aquellas mañanas de despertares eróticos y de aquellas cenas llenas de sensualidad medio desnudos, puede que ahora tuviera la sensación de haber llenado mejor el tiempo que estuvimos juntos, puede que ahora me llenara más la densidad de aquel tiempo. Pero ahora creo que fue efímero, que duró poco y que merecíamos más, que se nos debió de dar más tiempo; tiempo para enfadarnos, para pelearnos, para discutir, para reconciliarnos, tiempo para plantearnos si queríamos tener hijos juntos… pero no hubo tiempo para nada, sólo para querernos.
Ahora ha desaparecido totalmente de mi vida, no existe ni siquiera simbólicamente en algún lugar donde poder visitarlo cuando la tristeza me mate y hablarle y depositar junto a su nombre algunas flores que pongan de manifiesto que se le recuerda. Lo incineraron y su familia recogió las cenizas. No es que no me preguntaran, lo hicieron, pero yo no quise tomar decisiones en aquellos momentos, lo delegué todo porque hubiera delegado mi propia vida si hubiera podido. No quería decidir porque no quería pensar, no quería pensar porque no quería sentir, no quería sentir porque no quería vivir… y eso fue todo. Tampoco les reprocho nada ni me arrepiento, no querría tenerlo en ninguno de los estantes de la librería, tal vez no me daría ningún consuelo visitar su tumba. Es sólo que a veces me desespero sin saber dónde buscarlo y sé que si estuviera allí, en algún lugar, aunque fuera a muchos kilómetros de distancia, si sus datos figuraran en una lápida de mármol con la persistencia de lo imborrable labrado en piedra, pues que yo viajaría adonde fuera con tal de sentarme cerca de lo que él hubiera sido y le hablaría y le diría que por qué no me dio más besos aquella mañana, que por qué no me hizo el amor una última vez para apurar ese sentimiento de unidad que se nos apoderaba y que hacía estallar todos nuestros sentidos.
Pero se levantó con prisa aquel día, él que siempre se las daba de madrugador y puntual. Quiso apurar el tiempo de descanso porque se había quedado trabajando hasta tarde y entonces tuvimos que prescindir de las caricias y arrumacos que a menudo nos despertaban. Otras veces se levantaba mucho antes de que sonara el despertador, se preparaba y tomaba el café y sólo después de haberme dejado un tiempo prudencial en la soledad del enorme lecho aparecía para compensarme todos los momentos de soledad de mi vida para compartir conmigo el sabor a café, el olor a sueño y su pelo revuelto. Sentía que venía en mi rescate, sentía que me poseía y me trasladaba a mundos lejanos en los que sólo existíamos los dos y no había prisas ni horas en las que levantarse, ni había obligaciones, ni trabajos ni familias suyas ni mías, que se construía un lugar y un tiempo en el que no cabían las interferencias y nadie podría encontrarnos.
Lo he perdido a él y he perdido esos espacios y esos tiempos. Hago esfuerzos tremendos por volver a construirlos en mi imaginación, por recogerme en el silencio y la soledad y volver a recrear esas delicias, pero mi piel ya no siente lo mismo. A veces espero que me hable, pero no me habla. Espero que en sueños venga a visitarme, pero no lo hace. Mantengo la esperanza de que no me abandone, pero aunque me acompañe su olor, todo lo demás se me va desdibujando y por eso me siento incluso un poco infiel cuando intento buscar su boca o la negrura de sus pestañas y ya no se me aparecen como antes.
Parece que, efectivamente el tiempo va realizando su labor de manera minuciosa y sin tregua, aunque hace mucho que ha dejado de importarme cuánto dura un día o cuántos días pasan entrelazando mis estados de ánimo. No siento que eso tenga un efecto terapéutico, la verdad, no es que te afecte menos, es que te afecta de otra manera. Le has encontrado un hueco en tu yo cotidiano, junto a tu corazón o a medio camino entre el corazón y el estómago y has colocado allí la pena y el desconcierto y bueno, al tenerlo más ordenado y recogido puede dar la impresión de que ya lo llevas mejor. Es como si hubieras ordenado la estantería de tus sentimientos y ya le has asignado un lugar y quiere decir que ya no está tirado por el suelo en cualquier sitio, quiere decir que ya te acompañará siempre, que al catalogarlo e incluirlo en tu especial librería ya no lo perderás ni dejarás que cualquier terapia médica o psicológica se lo lleve.
Así que ahora sólo me importa el tiempo meteorológico y sé que hoy hace buen tiempo.

Alicia Muñoz Alabau

GENERACIÓN BIBLOCAFÉ - Alicia Muñoz Alabau, en el centro del grupo
GENERACIÓN BIBLOCAFÉ – Alicia Muñoz Alabau, en el centro del grupo

ALICIA MUÑOZ ALABAU es Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Valencia, actualmente es profesora de Secundaria en el Colegio La Salle de Paterna (Valencia), impartiendo las asignaturas de Lengua y Literatura Castellana, y Filosofía.
De su actividad literaria, destacar que ha obtenido varios premios y galardones: el Segundo premio en el X Concurso de Relatos Breves del CDL de Valencia, en el año 2006, con el relato Dos Mujeres, el Segundo premio en el XIV Concurso de Relatos Breves del CDL de Valencia, en el año 2010, con el relato Querido papá, fnalista en la XIII edición del Premio Literario de Narrativa para Mujeres de Valencia, correspondiente al año 2012, con el relato Zoe ya no juega con muñecas, y finalista en el concurso La Isla de las Letras, convocado por ediciones Atlantis, en noviembre de 2013.
Ha participado en varias antologías y libros colectivos, como la dedicada a la corrupción Valencia y Murcia: golpe a la corrupción, con el relato Me llamo Caridad, publicado por Ed. Atlantis en junio de 2013, y en tres de los libros de relatos colectivos de la Generacón Bibliocafé, en concreto, en Sesión continua (diciembre, 2013), con el relato Intocable Sara, en Animales en su tinta (diciembre 2013) con el relato Yo también quisiera volar, y en Último encuentro en BiblioCafé, (febrero, 2014) con el relato ¿Demasiada literatura?.
En abril de 2013 se publicó su primera novela, Ponerse alas, con ediciones Atlantis.

Animales en su tintaPortada

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2 respuestas

  1. Alicia, es triste… Pero maravillosamente triste. Sencillamente, muy hermoso tu relato. Sergio tiene la cualidad de, siempre, traernos lo mejor a su blog. Contigo se ha vuelto a lucir y así nos tiene aquí, irremediablemente atrapados. entre letras mayúsculas. Muy pronto voy a querer «ponerme alas» con tu novela… Felicidades por transmitir tanto sentimiento, por conseguir llegar al lector tan dulcemente, por decirlo tan bien! Un abrazo

  2. No tengo palabras para decir lo q he sentido al leer esta historia de amor…he llorado ,pero me he dicho ,si se es capaz de sentir un tan bello amor y aun compartido por el ser amado…Es lo mas grandioso q se puede vivir…. Comprendo q lo continue oliendo….Yo tambien lo siento tan dentro de mi q su olor no me abandona…..Q dulce novela y q escritora tan super dotada….Para escribir asi ,se tiene q tener una gran sensibilidad ….GRACIAS SERGIO

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