Cuando yo vivía en Larache, mis padres y yo nos asomábamos a la ventana de casa, sobre el Balcón del Atlántico, y desde allí veíamos cada año el Campeonato de Tiro al Plato. Hasta ahora no sabía que uno de aquellos tiradores, probablemente el mejor de todos ellos, se llamaba Jacob Cohen, el padre de mi amigo León Cohen Mesonero.
“Larache. 1960. El pintor de brocha gorda había vendido todos sus enseres y se disponía al día siguiente a marcharse a Israel, el sueño de todo judío de la Diáspora. Aunque, aquel hombre, se agarraba a aquel sueño desesperado porque no le quedaba otro remedio, pues, si de él hubiera dependido, como una gran mayoría de correligionarios, nunca hubiera abandonado su pueblo. Se dijo que aquella noche de Purim bien valía desafiar al azar y se metió en el Casino Israelita para jugarse unos francos al bacarrá. En la banca estaba como siempre Jacobi y era su noche de suerte. La banca ganó aquella noche y el pintor de brocha gorda se quedó sin plumas. Ahora tenía razones para sentirse doblemente desesperado, por una parte, dejaba el pueblo donde nació, vivió y al que amaba profundamente, por otro lado, se había gastado de manera irresponsable todos los pocos francos que tenía ahorrados y aquellos que le habían dado por los muebles esa misma mañana. Ya se marchaba, despojado de todo, cuando Jacobi le interpeló, se acercó a él cuando éste ya estaba con un pie en la calle y le preguntó: <¿Cuánto perdiste “al malogrado”?> Y sin más, ante la sorpresa de aquél, le dio todo su dinero. El pintor de brocha gorda se lo agradeció entre abrazos y lágrimas…”
Este fragmento es uno de los ejemplos que León Cohen Mesonero nos ofrece para reconstruir la figura de su padre y para mostrarnos de qué pasta estaba hecho. Lo cierto es que uno acaba por encariñarse con ese hombre, y las mujeres lectoras, tal vez, terminen enamorándose de él platónicamente.
Jacob Cohen es el libro que León Cohen Mesonero siempre tuvo en mente, escribiéndolo a retazos y construyéndolo con el paso de los años hasta embridarlo en este volumen. Supongo que ha zanjado una deuda pendiente. Y a los lectores les ha regalado una declaración de amor. La declaración de amor de un hijo por su padre.
Hay momentos en sus páginas que la emoción te agarrota del pescuezo y es difícil tragar saliva. Son instantes en los que te das de bruces con una confesión del autor o la descripción minuciosa de un hecho que está lleno de simbolismo, como el fragmento que he trascrito antes, o este otro que ahora copio:
“…No nos vemos desde el día 4 de julio de año 1997. Mucho tiempo, aunque todavía no demasiado. Sin embargo, hay días como hoy, en que no tengo mucho que hacer y me gustaría acercarme a tu tienda de coches usados a echar un rato contigo, como hacía hace unos años. Para nada en concreto. Para sentarme a tu lado en la tienda, mientras tú te fumarías un cigarrillo, y para estar callados y de vez en cuando hacer un comentario corto, una picotada sobre cualquier tema, sin venir demasiado a cuento, supongo que por no dejar al silencio vacío…”
¿Quién era Jacob Cohen? Un hombre que nació en Larache en diciembre de 1917 o en marzo de 1918 y que, según vamos descubriendo en estas páginas, en esta declaración de amor, también era un hombre afable, aventurero, algo pícaro, seductor, generoso, muy generoso, carismático, atractivo, arrojado, amante, jugador, marido, padre. Las instantáneas que León Cohen nos ofrece de él parten de relatos, de extractos de textos ya publicados, de fragmentos de otras obras en las que aparece como personaje, de cartas remitidas a través del tiempo, y estas instantáneas en sepia, y en blanco y negro, nos atrapan de una manera poderosa.
Jacob Cohen bien podría ser el protagonista de una novela. Un hebrero nacido en Marruecos, enamorado de Larache, que hizo sus pinitos con el contrabando en Tánger, que ganó dinero y luego lo perdió, que competía como galán y se las llevaba de calle, y que competía en la yincana o en los campeonatos de tiro al plato y también ganaba de calle. Alguien así no es alguien normal.
Escribe León Cohen:
“…Siempre tuve la sensación remota, pero cierta, de que tú no eras mi padre de carne y hueso, sino un personaje de película o de novela que se había instalado en mi vida…”
En casi todas las fotografías que se incluyen en este pequeño volumen, Jacob Cohen sonríe. Sonríe como lo hacen los galanes frente a una cámara, sonríe como un hombre seguro de sí mismo, sonríe como quien no le teme a nada, sonríe como si supiera que un día su hijo escribiría de él y por eso se esforzaba en mostrar su mejor imagen.
¿Quién era Jacob Cohen? Un soñador, un joven que fue detenido por los sublevados contra la República en Larache, un hombre comprometido, un hombre que amaba a los suyos.
Sólo hay un pequeño reproche por parte de León Cohen a su padre, pero las palabras son tan bellas que el reproche es otra inmensa declaración de amor.
“…Recuerdo cuando nos llevabas a mi hermano y a mí a ver los partidos en Santa Bárbara, primero a ver al Larache C.F. de Bozambo y más tarde al Chabab de Facundo, Bouchaid, los hermanos Roda, Said y Riahi entre otros. Tú eras hincha del Atletic de Bilbao. Años más tarde, a mediados de los 60, yo también me hice futbolista en equipos juveniles, pero tú nunca fuiste a verme jugar, ni siquiera en Tánger cuando mejor lo hice. Te lo perdiste, porque valía la pena. No tuvimos esa suerte, tú de verme y yo de que me vieras. Siempre mantuve la esperanza de que un día aparecieras. En más de una ocasión he tenido la tentación de robarle treinta o cuarenta años al tiempo que tiene tantos. En fin, hablar por hablar y desear por desear. Pero lo que tú nunca hiciste y que yo siempre deseé, ha tenido lugar en otro tiempo y con otros protagonistas. Yo soy ahora el abuelo espectador que hace las veces del padre que tú no fuiste conmigo y mi nieto es el extraordinario jugador que un día fui…”
3 respuestas
De nuevo muchas felicitaciones León por este nuevo libro. Ya escribí al correos que puso Sergio y esperando me digan cómo comprarlo y d de u lo envían a casa.
Me encantará leerlo
Saludos y mi enhorabuena
Excelente y muy esperado libro !!
Jacob era una buena persona , cabal, cautivadora , noble .
Su sonrisa infundía seguridad , tranquilidad.
En anteriores relatos y finalmente en este libro León ha conseguido, con valentía, sinceridad y ternura que el lector aprecie y se encariñe con Jacob, personaje y persona.
El mejor homenaje que se le podía hacer !
Enhorabuena León !
Y enhorabuena a tus nietos , último eslabón hasta la fecha, que pueden disfrutar de todas esas vivencias y sentimientos.
Gracias a Raquel y gracias a ti amigo Leo.