Después de publicar en este blog mi relato <Mohammed, el niño de Alhucemas>, Juan Manuel Fernández, primo de mi madre, me remite este texto inesperado, como lo es también la fotografía que lo acompaña. No es un punto final a la historia de Mohammed, ni a la de Kasmía, la protagonista de este relato, sino la continuación de lo que presumo que aún debe depararnos alguna sorpresa más.
Sergio Barce, enero 2013
KASMÍA
Pues retomo el tema…Te dije en una ocasión que, hace unos años, acabé de escribir unas páginas con mis recuerdos de niñez que bautice como “El país de mi infancia”… ¡Que pesado soy, ni que fueras un editor…! Pues bien: en un capítulo de aquellos garabatos, hablo sobre Kasmía, la novia alcazareña de Mohammed. Yo, a él le llamaba Abdelkader, porque, para evitar que alguien pudiera sentirse ofendido por algún comentario, decidí cambiar los nombres de las personas que mencionaba, pero el de Kasmía me ha gustado tanto siempre que lo dejé, adrede.
No sé cómo se inició exactamente el tema, pero en casa siempre se explicaba que, como dices, Mohammed era conductor de los autocares de “la Valenciana”. Este servicio tenía parada delante de nuestra casa (“el patio” en la jerga familiar) ubicada en la carretera de Larache nº 1, y Mohammed venía con frecuencia a saludarnos, mientras el ómnibus se llenaba, y a traer noticias o recados de tus abuelos. Conocí siempre la relación paterno/filial de mi tío con aquel muchacho, aunque veo por tu relato que mis recuerdos diferían de la realidad que describes. Siempre he creído que Mohammed era un huérfano larachense y que tu abuelo lo “apadrinó” cuando el muchacho se acercaba al amparo y cariño que le daban los motoristas de tráfico del Cuartel de Larache. No importa… Me gusta más la historia real. Vuelvo a Kasmía.
Según recuerdo, Mohammed debió conocer a la dulce Kasmía en Alcázar y se relacionó con ella en los descansos obligados del servicio de chofer. Seguramente, profundizaron su relación y decidieron que Kasmía podía/debía conocer el “modo de vida español” antes de casarse, ya que Mohammed había sido criado en un ambiente “europeo” que le gustaba.
El “patio” era grande, mi abuela y mi madre hacían de modistas y había muchos niños, por lo que mi tío Manolo acordó con mi madre, en un viaje “ad hoc”, que Kasmía viviría con nosotros y se ocuparía de los niños pequeños. La casa disponía de dos grandes cocinas y una de ellas se habilitó como habitación de Kasmía. Kasmía entró en nuestras vidas como una bendición y su belleza y su amabilidad nos cautivaron a todos. Atendía a los niños con afectividad y eficacia y ayudaba en la casa con prontitud y dedicación. Aprendió a cocinar platos españoles con pericia (a pesar de ello, su cena favorita eran las tortillas a la francesa con mucho perejil, que nunca llegamos a probar) y cuando acababa su cometido aprendía, como nosotros, a escribir y a hacer cuentas en español. Mi padre compró una pizarra y nos daba, ayudándose de ella, lecciones extras a Kasmía y a mí. Calculo que debería tener en aquella época entre 17 y 19 años y, como es natural, yo me enamoré de ella con un sentimiento platónico.
Nunca vi a Kasmía vestida de occidental. En casa vestía los típicos sarahueles y blusas y en la calle, como cualquier chica marroquí, iba protegida por su jaique. Era una mujer muy limpia. Mi madre era muy estricta con el aseo personal y nunca hubo de recriminarle nada al respecto. En aquella época no había ducha ni baño en “el patio” y ella usaba en su habitación un barreño de cinc para su aseo, aunque eso, claro está, lo supongo porque nunca la vi bañarse.
Nos acompañaba siempre en los paseos que daba la familia y te adjunto una foto en la que está con nosotros en una mesa de una terraza de un bar (a lo mejor en la del Café Imperial, regentado por mi tío Antonio Alguacil y su hermano). Mi cabezón y mis orejones impiden ver la parte inferior de su cara, pero se puede intuir que era una chica guapa. El bebé que tiene en sus brazos es mi hermano José María, la niña que está con mi padre es mi hermana Maribel y la de su lado mi prima Pepita.
No logro recordar que fue de ella cuando nos vinimos a Barcelona, aunque si tengo la sensación de que se despidió de nosotros a la puerta de nuestra casa el día que “La Valenciana” arrancó, por última vez para nosotros, de Alcazarquivir, a principios de julio de 1958. En nuestro viaje a Barcelona descansamos una semana en casa de tu madre y abuelos en Málaga, pero ese es otro episodio del “país de mi infancia”.
Muchas veces me he preguntado qué sería de la dulce Kasmía y me la imagino felizmente casada y enamorada de su Romeo valencianero, aplicando al educar a su familia los conocimientos occidentales que aprendió de una familia española que la trató como si de una hija se tratara.
Cierro este breve resumen con una curiosidad: En el bloc de Alcazarquivir que creé en el año 2002, un interviniente explicaba que volvió a Alcázar el año 200 5 y visitó su barrio, el de La Hara. Preguntaba por los antiguos amigos de juventud y se le acercó un hombre que le dijo “que él era Mohamed, el hijo de Kasmía y que su madre aún vivía”.
¿Mohammed, Kasmía? ¿Quién sabe si eran el hijo y la esposa del Mohammed de Alhucemas del que hablas?
Por cierto… Nunca he sabido que significa “Kasmía”
Juan Manuel Fernández Gallardo
9 respuestas
Esta lectura ha sido un punto y seguido a la historia que dejaste en el aire, Sergio, y a la que mi curiosidad irá persiguiendo a medida que vayan surgiendo nuevas páginas pisando la huella de «Mohammed, el niño de Alhucemas».
Ojalá que tenga un final feliz, sobre todo para Maruja para la que tanto significó ese hermano.
Un beso
Un relato estupendo para mi gusto y me gustaría seguir leyendo temas de este estilo -Felicitación para el sobrino de Maruja mi gran amiga-Mercedes desde Canarias-
Quise decir el primo de Maruja Gallardo a la que conocí este verano en Larache-He vuelto a pasar por aquí a leer nuevamente el relato -Gracias-
Me alegra que Sergio nos tenga al tanto de estos relatos de el primo de Maru una de mis mejores amigas-Un abrazo a los tres desde Canarias
Gracias a ti, Mercedes.
Un beso
Estoy por pensar ( más bien, sentir) que los que nacimos y fuimos alimentados en esa tierra, en la sabia trinidad de sus costumbres y culturas, estamos hechos de un tejido especial. Obviamente, cada cual, tiene sus características propias y su sello personal a la hora de expresar sus emociones y recuerdos… pero hay un «no se qué», una manera de emplear la urdimbre y la trama de los hilos del tejido que se me antoja cercano y acogedor, reconocible. Como el olor y el tacto de las sábanas con las que nos arropábamos en nuestra infancia.
Hermoso relato que nos deja con ganas de saber más sobre Mohammed y Kasmía, tal y como se persigue el rastro de un sueño en la neblina.
Fran, totalmente de acuerdo contigo. Hay algo. Y es fantástico como lo expresas.
Un abrazo
Pues mucho de ello te lo debo a ti y a este blog, y bien lo saben nuestros dioses comunes y protectores que lo digo de corazón. En este espacio (cuando más perdido me hallaba) descubrí un universo paralelo, esa mi «otra realidad» de la que me había desconectado. Y he encontrado algunas personas por las que además de un gran respeto y admiración, siento un cariño muy especial.
Tenía que decirlo, jae.
Un abrazo.
Pues gracias por la parte que me corresponde. Y te digo que me alegra saberlo.
Leer esto hace que me sienta mejor.
Un abrazo, jay