«LA EMPERATRIZ DE TÁNGER, DE SERGIO BARCE, O LA TENTACIÓN DE NOVELAR TÁNGER» POR EL ESCRITOR MOHAMED LAHCHIRI

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Cuando me invitaron de la Biblioteca de Ceuta a presentar mi novela La emperatriz de Tánger, pensé inmediatamente en Mohamed Lahchiri, porque sabía que iba a aceptar. Es un amigo de verdad, y un escritor fabuloso. Le pedí que me enviara su charla, y aquí están sus sabias palabras.

Hace mención a los errores taquigráficos que aparecieron en mi primera novela En el jardín de las Hespérides, que se publicó allá en el año 2000, y es verdad, fue una edición horrible que espero que nadie encuentre porque, a esas alturas, a uno le avergüenzan ciertas cosas. Sin embargo, no deja de ser una novela a la que le tengo mucho cariño y que, como bien dice Lahchiri, quizá merezca una segunda oportunidad con una nueva edición debidamente revisada. También menciona Lahchiri que he utilizado en aquella novela y en La emperatriz de Tánger el nombre de un personaje marroquí, Taha, y que no es un nombre habitual, y apunta a que, quizá, fuera el nombre de algún amigo de la infancia. Lahchiri ha acertado. Efectivamente, Taha era un amigo, alto y espigado, de piel oscura, casi negra, con el que jugaba a la pelota en la calle. 

PORTADA La emperatriz de Tánger

He de agradecerle a Lahchiri varias cosas, pero ahora sólo nombraré dos: la primera, que cuando fuimos a llevar las cenizas de mi madre a Larache, se desplazara desde Mohamedía hasta allí para acompañarnos, y la segunda, hacer otro nuevo viaje desde el sur de Marruecos hasta su ciudad natal, Ceuta, para presentar mi novela, y, además. hablar tan bien y con tanto entusiasmo del libro. Es un privilegio tenerlo como amigo y como compañero de letras.

Aquí os dejo su intervención en Ceuta. Sus palabras son otro buen espaldarazo a mi novela La emperatriz de Tánger.

Sergio Barce, octubre 2015

MOHAMED LAHCHIRI PRESENTANDO LA EMPERATRIZ DE TÁNGER
MOHAMED LAHCHIRI PRESENTANDO LA EMPERATRIZ DE TÁNGER

 

LA TENTACIÓN 

DE NOVELAR

TÁNGER

por Mohamed Lahchiri

Sergio Barce, a quien me une una buena amistad que debemos al hecho de que los dos somos escritores, me pidió hace un par de meses que me hiciera cargo de la presentación, aquí en Ceuta, de esta novela suya –La emperatriz de Tánger– en la que cuenta una historia -nada aburrida- que ocurre en la Tánger internacional de mediados del pasado siglo XX; y a pesar de que no me siento nada cómodo en el papel de crítico o de comentarista, le agradecí que me lo propusiera a mí, que me eligiera a mí y me obligara así a sacudirme esta pereza mía que está peor desde que me jubilé. Creo que me dijo que quería que fuera un escritor ceutí amigo suyo –que cuenta historias como él- el que presentase su novela aquí en Ceuta, que es una ciudad fronteriza en la que se cruzan, se encuentran, conviven dos grandes religiones y dos grandes culturas, y por tanto, dos grandes lenguas, el español y el árabe.

Esta situación de cruce de culturas diferentes la conoce perfectamente S. Barce, pese a no ser de Ceuta, a no haber vivido su infancia en una zona fronteriza, porque su patria chica, esa Larache presente en todos sus libros, o en casi todos, esa Larache vivió –siendo él niño- el cruce, el encuentro de dos religiones (o tres), la musulmana, la cristiana y la judía y de dos culturas, la hispana y la árabe-marroquí; porque esta situación no sólo se produjo durante la época del protectorado español en Marruecos, sino también durante muchos de los años posteriores a dicho protectorado. Y fue en esos años posteriores donde transcurrió la infancia de Sergio Barce, en la ciudad de Larache; una infancia feliz, una infancia que él no puede olvidar y que, en su caso, confirma el dicho de que «la infancia es la patria del hombre». El protagonista de la primera novela de Sergio Barce, En el jardín de las Hespérides, lanza el grito de “Mi patria es mi tierra y mi tierra es Larache”.

En esa infancia feliz, Sergio Barce estuvo rodeado de amiguetes moritos, cristianos y judíos, amiguetes muy queridos, naturalmente; ese querer que parece que alcanza su mayor grado de fuerza y de pureza durante esos años tempranos, unos años que muchas veces son, como dice el título de la célebre película de William Wyler, los mejores años de nuestra vida.

Suele ocurrir en estos casos de cruces de culturas, de lenguas, que siempre hay una cultura que sobresale, que es la dominante –la de la administración- y otra la dominada, y el grupo humano al que pertenece esta última se ve obligado a aprenderse la lengua dominante, para que sea posible la comunicación cotidiana entre los componentes de las dos culturas.

La famosa ley del esfuerzo mínimo suele tener mucho que ver en una situación como ésta. Si tú, por la fuerza de las circunstancias, te has aprendido mi lengua, has resuelto el problema de la comunicación, me has ahorrado el esfuerzo de tener que aprenderme la tuya.

La infancia de Sergio Barce transcurrió, como acabo de decir, entre niños de vecinos españoles y marroquíes (incluidos judíos marroquíes), correteando felices de sol a sol, en las vacaciones y días festivos, también en días no festivos, arrastrando por la pequeña ciudad sus travesuras, la lengua de la cháchara y de los gritos era el español, el castellano, alguna que otra palabra o palabrota o exclamación en árabe marroquí, que el escritor todavía conserva, cómo no, pero nada más.

Esa carambola feliz de encontrarse en una zona fronteriza entre dos o más culturas y crecer impregnándose de esas culturas, crecer bilingüe, esa carambola, esa lotería no le tocó a Sergio Barce (en alguna página de esta novela que presentamos hoy, el autor culpa a los españoles y a los europeos -se culpa a sí mismo- de no haberse tomado la molestia de aprenderse la lengua del país que administraban durante los largos 40 años del protectorado. El inspector de policía Said Barrada, uno de los personajes de la novela nos revela la opinión del autor al respecto, diciendo:

“-Os ocurre a la mayoría de los europeos que habéis nacido aquí, no os molestáis en aprender el idioma del país…”

:::

El pertenecer a la cultura dominante supuso, por tanto,  para Sergio Barce el perderse la oportunidad de aprenderse la lengua árabe, y conocer, entre otras cosas, ese exquisito e ingente bagaje cultural dejado por los largos siglos de la España musulmana. Un bagaje que se estudia en institutos y universidades árabes y que los que en Ceuta pertenecíamos a la cultura dominada –y que hemos podido coger por los cuernos al toro de la educación- sí hemos conocido, sí conocemos. Porque crecimos bilingües.

Subrayemos que lo de cultura dominada no tiene aquí el sentido de algo negativo o de condición víctima, no, en absoluto. En mi caso, en nuestro caso en Ceuta, el hecho de pertenecer a una cultura de segunda división, semimarginada allá en la barriada del Príncipe o en Los Rosales, ha sido muy positivo para muchos de nosotros los vástagos de los vecinos que componían la comunidad musulmana de la ciudad, porque hay que considerar toda una buena suerte, todo un lujo crecer bilingüe, bicultural, aprender de profesores españoles y de profesores marroquíes, de alfaquíes musulmanes y de monjas y curas católicos (estoy hablando de la Ceuta de los años 50 y 60), de entrar en mezquitas a hacer la oración y en iglesias a asistir a la boda del familiar de un amiguete o vecino cristiano, con quien jugabas al fútbol o a quien has dado alguna vez un par de puñetazos o cabezazos o él te los ha dado a ti. Todo un lujo, sobre todo, tener bien sujetas las riendas de dos grandes lenguas universales, que son la lengua de El Quijote y la lengua de El collar de la paloma. Un lujo, en fin, que nunca nos cansaremos de agradecérselo a nuestro sino.

LARACHE - foto de Akran Bouhsina
LARACHE – foto de Akran Bouhsina

Sergio Barce nos tenía acostumbrados a escribir historias relacionadas con Larache, a hablarnos de su Larache del alma (en charlas andantes, en comidas, en taburetes ante un par de copas), no sólo la Larache de su infancia, sino también la de su adultez, porque, después de dejar la patria chica obligado, arrastrado por su familia y por las circunstancias, mucho después, decidió un día volver, a ver cómo estará aquello, se encontró con conductas, con actitudes muy alejadas del egoísmo y de la hipocresía, actitudes muy generosas y muy sanas de sus antiguos paisanos larachenses. Ello resucitó, reforzó, multiplicó su afecto por la patria chica y por sus gentes.

En la novela En el jardín de las Hespérides nos encontramos con episodios entrañables –o pedacitos entrañables- de los primeros diez años de la vida del autor –de los que forman parte los cinco años primeros de la vida considerados decisivos por el padre del psicoanálisis, S. Freud-. Esa primera novela se lee con muchas ganas y muchas prisas de pasar una página tras otra, porque cuando leemos cosas que se cuentan con tanto mimo, palpamos la emoción del autor en los momentos de gracia en los que las escribía. Sergio Barce, que es un escritor nato, nos contagia su emoción al recordar con la pluma aquellos años felices suyos.

Qué dulces (esos años) –leemos en la pág. 32 de la novela-, qué inconscientemente rápidos, ahora sé cuánto valen esas horas, cómo las habría estirado, cuánto jugo habría exprimido de sus minutos, de sus segundos”.

En la pág. 37 el autor afirma que “fuimos los niños más felices del mundo”.

Un amigo nuestro, Cristian Ricci, ensayista y profesor en EE UU,  nos dedicó a los dos –a Sergio y a mi- todo un capítulo en su libro Hay moros en la costa, un libro que aborda el tema de la literatura marroquí escrita en español y en catalán.

¡Hay moros en la costa! de Cristián Ricci

En este capítulo, que se titula Mohamed Lahchiri y Sergio Barce: epítomes del escritor fronterizo (supongo que si mi nombre figura primero en el título será por respeto a mi edad, a que soy diez años más viejo que Sergio); en este capítulo Ricci subraya que “tanto las historias de Lahchiri como las novelas y cuentos de Barce poseen un intenso contenido autobiográfico en el que se refleja una vida marcada por el cruce de culturas. Sus narraciones son fundamentalmente un ejercicio de nostalgia y de memoria crítica por un mundo, el de su niñez y adolescencia”. Y a propósito de la postura de Sergio Barce con respecto a Marruecos y a los marroquíes, Ricci, que ha charlado largo y tendido tanto con Barce como conmigo, afirma que Sergio Barce “dice conocer la bondad marroquí y su rol de escritor estriba, entre otras cosas, en transmitirle esa bondad a los españoles que tienen una visión distorsionada de Marruecos”. Ricci destaca que en las narraciones de Sergio Barce y en las entrevistas que se le han hecho, el escritor insiste en resaltar la convivencia entre las tres culturas (la cristiana, la judía y la musulmana) en la Larache de su infancia, donde nunca hubo un atisbo de racismo o xenofobia, sino muy al contrario, compartían fiestas, juegos y reuniones familiares.

Volviendo a En el jardín de las Hespérides es una buena novela que merece una segunda edición. Pero también merece una buena limpieza de algunas imperfecciones, debidas seguramente al hecho de ser el primer libro de su autor. Mientras leía-disfrutaba el libro, no he podido evitar el descubrir y subrayar un ramillete bastante poblado de erratas, o eso me ha parecido a mí, que hice el trabajo de corrector en un periódico durante muchos años y alguna manía estaré arrastrando por ello: “Agradecido” en lugar de “agraciado” o “diferente” en lugar de “diferencia”, “primogénito” en lugar de “progenitor”, etc., claramente debidas al corrector del ordenador. Pero son erratas que en una buena novela enrabietan tanto al autor como a un lector empedernido como yo y que deben desaparecer en una segunda edición; porque, repito, la novela se merece las dos cosas: la segunda edición y la desaparición de las erratas.

También habría que retocar algún dato relacionado con la historia de Marruecos.

Ricci afirma que En el jardín de las Hespérides tuvo gran repercusión entre los españoles nacidos en Marruecos.

Decía que Barce nos tenía acostumbrados a escribir historias relacionadas con su Larache entrañable, pero ahora sabemos que la tentación de escribir una novela sobre Tánger, de novelar la Tánger internacional, estaba ahí, una tentación muy fuerte que padece todo escritor oriundo de esta región de las orillas norte y sur del Estrecho de Gibraltar o que haya vivido mucho tiempo aquí, como es el caso de algunos escritores, que están en la mente de todos, ya con un lugar entre los clásicos de la literatura universal.

Como gran novela española sobre la Tánger internacional se suele destacar la obra de Ángel Vázquez La vida perra de Juanita Narboni.

Pero el autor del libro Tánger en la literatura española, José Luis González Hidalgo, nos habla de otra gran novela tangerina, de la que dice que es “tal vez la mejor novela sobre Tánger”; se titula Elagarre, el tangerino, de M. de la Sorola, no he podido encontrar si la M. es de Miguel o de Manuel o de Mariano.

Otro estudioso del tema, Antonio Carrasco González, autor del libro La novela colonial hispanoafricana, considera que la Tánger internacional era un escenario singular por sus características políticas, pero que no han sido muchos los autores que la toman como lugar de sus novelas. Y al hablar de los autores de novelas sobre la ciudad del Estrecho, afirma que Tomás Salvador, autor de Hotel Tánger, es “sin duda el mejor narrador sobre Tánger”.

Y últimamente hemos leído en la prensa la noticia de la publicación de la novela Tangerina de un adicto a Tánger y a Marruecos en general, que es Javier Valenzuela, autor también (con otro periodista llamado Alberto Masegosa) de un libro sobre el Marruecos de Hassan II, titulado La última frontera, un libro que nos impresionó en Casablanca, en los años 90, por la cantidad de información que contenía sobre el régimen de Hassan II, información facilitada por unos periodistas extranjeros y de la que no disponíamos los periodistas marroquíes.

Otra buena novela, que hemos leído casi todos, considerada tangerina por J. Valenzuela es El tiempo entre costuras, de María Dueñas.

TANGER - foto tomada de la página Siempre Tánger
TANGER – foto tomada de la página Siempre Tánger

En cuanto al libro motivo de este encuentro de hoy, La emperatriz de Tánger… ya en En el jardín de las Hespérides, nos encontramos con varios párrafos en los que Sergio Barce alude a la Tánger internacional:

«Entonces parecía que ir a Tánger era una viaje larguísimo –dice el personaje principal de esa primera novela- y la ciudad era tan cosmopolita, con ese colorido inolvidable, caminar por sus bulevares y escuchar el rumor de todos los idiomas. Ahí estaban los grandes escritores norteamericanos que no dudaban en quedarse enredados en sus calles.»

Lo de los idiomas en Tánger el autor lo vuelve a subrayar, como no, en la novela que estamos presentando hoy. Así, leemos en la pág. 17: «Se sentía a gusto caminando por Tánger (…) cuando sus calles se convertían en un hervidero de risas, de voces, de idiomas diferentes.»

Sobre este fenómeno de los idiomas diferentes de la Tánger internacional, ya desde el S. XVII, la ciudad tenía una lengua mezcolanza que posibilitaba el comercio, y después su cosmopolitismo hizo que cualquier tangerino hablara varias lenguas. Porque, como sabemos, antes de que se constituyera la Tánger internacional, que era administrada durante los años del Protectorado español en Marruecos, 1912-1956, por  varias potencias extranjeras y gozaba de mucho libertad y gran prosperidad… antes de eso, Tánger fue capital diplomática de un imperio –el marroquí- con el interior cerrado al extranjero.

Esto es, si aquella Larache ha marcado al autor con aquella infancia mora, cristiana y judía correteando por sus calles, a pie o en bicicleta o tirando de una fabulosa cometa… creo que fue Sergio Barce quien me contó el momento increíble de la ruptura del ayuno en el mes de Ramadán, en la que la pequeña ciudad era suya palmo a palmo durante una buena media hora…

Decía que si Larache ha marcado al autor, también ocupa un lugar importante entre sus obsesiones aquella Tánger, que él, agarrado a las faldas de su familia, atravesó en numerosas ocasiones, con mirada infantil, camino del puerto (para coger el ferry que les llevaba a Algeciras), una mirada infantil de personaje de tebeo, que espera encontrarse con Simbad el Marino, a bordo de su bajel, preparado para emprender uno de sus siete viajes extraordinarios.

La emperatriz de Tánger no es una novela larga, 174 páginas; se puede leer de un tirón, en un tren Tánger-Casablanca o en sentido contrario; ya he dicho que no aburre en absoluto y está tan bien escrita, que parece salida del taller de un gran maestro. Todo en la novela, desde el título, el tamaño de los capítulos, los títulos de los mismos, etc…, todo ha sido calculado con mente sabia y astuta, para atrapar al lector y sólo permitirle soltar las riendas en la última frase de la historia.

En la novela nos encontramos primero con las tribulaciones sentimentales del escritor Augusto Cobos, tangerino, personaje principal de la historia, que acaba de publicar una novela titulada precisamente La emperatriz de Tánger, cuya protagonista es una prostituta de la ciudad del Estrecho. Luego asistimos a la presentación de la novela en una conocida librería de Tánger y a una noche de borrachera del personaje, de la que, cuando se despierta, no se acuerda de nada. Y aparece la noticia de la muerte de un capitán del Ejército español. Después, el novelista va desgranando los hechos y vamos descubriendo, página a página, todo lo que pasó aquella noche.

No he podido resistirme a resaltar algo que me llamó mucho la atención, como conocedor y casi adicto a la literatura árabe clásica; a la altura de la página 113 de la novela leemos algo que parece sacado con pelos y señales de nuestras más trepidantes mil y una noches; escuchen los que conocen de cerca o de lejos esa mina o cueva de Alí Babá que nos ha dado los cuentos más maravillosos de la historia de la literatura, el libro quizá más leído, contado y traducido de todos los tiempos: (el comisario Said Barrada está interrogando a Augusto Cobos, y éste le cuenta cómo conoció a Yamila, su amante tangerina).

«…al fin, se detuvo frente a una puerta y me miró un segundo. Sus ojos me rogaban que siguiese a una distancia prudente del callejón, y allí me aposté, sediento de sus labios y hambriento de su vientre y de sus pechos… Me consumía. Absolutamente. Así transcurrió un buen rato sin que nada ocurriese (…) Seguí en esa bocacalle hasta que llegó la noche. Estaba desesperado. Habría ido entonces, sin dudarlo, hasta la puerta y habría llamado, le habría rogado con tal de estar con ella, pero sabía que debía aguardar. Tuve suerte y alguien salió del edificio, era un hombre mayor que, renqueante, fue alejándose por la calleja hasta perderse en un recodo. Dudé si debía continuar en mi puesto de vigilancia: tal vez ella me había olvidado y dormía, tal vez no creía que yo me hubiese armado de tanta paciencia (…) Justo en ese instante de incertidumbre, Yamila se asomó… »

Hay que resaltar asimismo la existencia de un personaje trascendental de nacionalidad marroquí en esta novela de Sergio Barce, resaltar esto porque parece ser que en muchas otras novelas tangerinas o no aparece ningún personaje autóctono o aparece pero como muy secundario, como poner una chilaba, un turbante y unas babuchas allá al fondo de un cuadro. Barrada es un inspector de policía culto, que ha leído la novela de Augusto Cobos y que tiene un papel decisivo en el desarrollo de los acontecimientos y en el desenlace de la trama.

Es curiosa la utilización por parte del autor de un nombre marroquí no muy corriente, casi raro: el nombre de Taha (otro personaje marroquí de la historia). Tanto en esta novela tangerina como en En el jardín de las Hespérides, lo utiliza para dárselo al personaje de un chico. La explicación más fácil es que un amigo suyo de la infancia, muy querido, se llamaba así.

Llama nuestra atención también el hecho de que un protagonista trascendental en la novela sea la situación atmosférica, porque la lluvia está presente –insistente, irritante- a lo largo de las 174 página de la historia que se nos cuenta. Y su protagonismo se agudiza en el capítulo en el que se produce la inundación de la pensión en la que se hospeda Paul Bowles y su esposa y el escritor americano está desesperado al ver como el agua ha borrado del mapa dos capítulos de su nueva novela.

La belleza literaria del texto, esa belleza a la que somos tan adictos tanto escritores como lectores exigentes, va asomándose con naturalidad, en dosis pequeñas y distanciadas, a medida que vamos avanzando por la trama. Así, podemos leer con deleite cosas como:

-«Los senos de Yamila quedaron al aire igual que rosas agitadas por el viento»

-«Pensar en ella era como un anzuelo que deseaba morder»

-«Las farolas asaeteaban la negritud de la noche»

-«Se entregó al azar de las callejuelas»

-«Su cabeza rumiando sin parar»

-«Esas manos que habían rastreado toda su piel hasta hacerse dueñas de su delirio»

Como ven en estos pocos ejemplos entrecomillados y también en la larga cita miliunanochesca anterior, el erotismo en esta novela de Sergio Barce brilla por su presencia; es un libro no apto para beatos; digo esto recordando el rapapolvo que me dieron unos lectores míos en esta biblioteca, en su antigua versión de Las Puertas del Campo, por ciertas escenas en algunas de mis historias, cuando presenté mi cuarto libro de relatos, que ellos ya habían leído antes de asistir a la presentación.

He descubierto en uno de los diálogos de la novela, que el autor coloca en el escenario del Café Paris… he descubierto un verbo que no está en los diccionarios de español que he consultado, el verbo hadrear, con h al principio; claramente procedente del marroquí hablado: hadar, hablar. El encontrar este verbo marroquí en una conversación en castellano me sorprendió, porque a lo que estábamos acostumbrados era a oír lo contrario, esto es, verbos españoles, enteros, infinitivos, en el árabe ceutí. A más de un niño nuestro le hemos oído decir: «Abuela, ¿vas a dormir con nosotros?» Todo en árabe menos el infinitivo del verbo «dormir», que permanece en su castellano original. Y en mi casa, y supongo que en otras casas, cuántas veces hemos oído decir aquello de «déjame pensar», el imperativo “déjame” “jal-lini” en árabe y el infinitivo “pensar” en español.

No podemos por menos de llegar a la conclusión de que debían ser bastante corrientes los verbos del árabe marroquí incrustados en las lenguas que formaban la algarabía extranjera cotidiana de aquella Tánger internacional.

Ya acabando: si Sergio Barce no tuvo la carambola suertuda de crecer bilingüe, crecer nadando como pez en el agua en las dos lenguas del lugar (el español en casa y el árabe en la calle con los hijos de vecinos musulmanes y judíos, como hacíamos en Ceuta, pero a la inversa: el árabe en casa y el español fuera, con amiguetes payos y gitanos); si Sergio Barce no tuvo esa suerte, su ignorancia del árabe no fue óbice para que tuviera una infancia como Dios manda, una infancia larachense, marroquí, una infancia feliz; y es posiblemente por eso por lo que ha querido siempre a Marruecos y a los marroquíes, y nunca deja pasar la ocasión (por muy frágil que sea) de cruzar el Estrecho, desembarcar en Tánger, estar los días que se pueda en su Larache, darles un abrazo sano a sus paisanos, y cumplir siempre el rito de asomarse al Balcón del Atlántico y mirar (pero con el rabillo del ojo, como si lo considerase algo pueril, como si tuviese una pizca de vergüenza), mirar si todavía sigue ahí una ventana desde donde siempre ve o cree ver a un niño de mirada asombrada y soñadora, clavada en el azul inmenso del Océano, un niño larachense llamado Sergio Barce Gallardo.

Espero haber logrado mi propósito de no haber sido aburrido. Muchas gracias.

Mohamed Lahchiri

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Un comentario

  1. Me he recreado en esta intervención de Mohamed Lahchiri, en su sinceridad, me hubiera gustado presenciarla. Y me ha hecho evocar mon enfance marocaine, mis días felices con mis hermanos musulmanes y hebreos.
    Podría citar tantísimos momentos en esta novela que me cautivaron, pero ahora solamente citaré al inspector Said Barrada -viviendo con el recuerdo de la mujer que conoció en Arbaoua y sin poder olvidarla- personaje que se hace querer, además de poeta…»Cuando son historias de amor, todos nos mostramos igual de desvalidos…» que me transmitió hermosos sentimientos.
    Bellas páginas las de Sergio Barce! Gracias Lahchiri por ese cariño tan especial.
    Un beso

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