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LA FOTO DE KASMÍA, por JUAN MANUEL FERNÁNDEZ GALLARDO

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Por supuesto, era inveitable que Juan Manuel escribiera algo de la fotografía. Y al llegarme su texto hace unos minutos, lo correcto es colgarlo de inmediato, a continuación de «Kasmía». Así cerramos este capítulo, por ahora.

Sergio Barce, enero 2013

KASMÍA, y Juan Manuel a izquierda
KASMÍA, y Juan Manuel a izquierda

¡Virgen del amor hermoso…! Como decían las abuelas: ¡Vaya foto! Nunca la había visto o, al menos, no la tenía presente y eso que algunas de mis neuronas aún almacenan datos correctos: Sarahuel y blusa… Kasmía vestía sarahuel y blusa (“Recuerdo cada detalle. Los alemanes vestían de gris y tú de azul”).

El bebé que Kasmía lleva en brazos es José María, el tercero de los cuatro hermanos que somos. Curiosamente, su cara aún conserva (cumplirá 60 este año) la misma fisonomía. Las “boquiabiertas” son (I believe) mi prima Elvirita y mi hermana, Maribel.

El “desastre” soy yo. Vaya pelo de pincho, vaya orejas de Dumbo, vaya dientes, vaya peto, vaya pantalones y vaya zapatos. Parodiando a Serrat: Con estos mimbres, señora Francis… ¿Que podía esperarse de mí?

La puerta claveteada que se ve tras la cabeza del rorro era la entrada principal del nº 1 de la Carretera de Larache, el “patio” en el argot familiar. A la derecha se ve la tapia que rodeaba el huerto que algún día dio frutos y que yo recuerdo como un erial, hasta el punto de que llego a perder casi todo el lienzo de muro que lo separaba de la calle. (Repasa el FB de los Gallardo Gallardo y verás la degradación en el tiempo de la protectora tapia).

A la izquierda se puede ver la tapia, con su desconchón y todo, del nº 2 de la Carretera de Larache. Hasta la Independencia, estuvo habitada por la familia de El Fassi, un comisario marroquí de la policía española. Su esposa, Julia, era una española islamizada, que hablaba con las mujeres de casa a través de una ventaba enrejada que había entre las dos viviendas. Tenían dos hijos: un chico llamado Mohammed y una preciosa muchacha con el nombre de reina, Malika, que tenía el pelo ensortijado y del color del azafrán, como la Mary Kate Danaher que el homérico hombre tranquilo encontró en Innisfree.

Decía que, cuando llegó “la pendensia”, los Fassi marcharon destinados a Ceuta y nosotros cambiamos “el patio” por aquella otra vivienda pegada a él, mucho más pequeña pero más acogedora. No sé cómo fueron los intríngulis de las negociaciones del tema, pero quien fuera (quizá el propietario de la manzana) decidió que el patio era lugar idóneo para instalar una escuela o un dispensario de la “Media Luna Roja” y que podíamos permutarlo por la casa vacía de al lado. Era cierto que “el patio” era muy grande para una familia que había ido disminuyendo a menudo que las tías jóvenes se habían ido casando, y los tíos militares habían sido destinados a España, y quizá por ello, mis padres aceptaron el cambio, no sé si de buen grado (a lo mejor el alquiler y el mantenimiento eran más adecuados) o a regañadientes.

En esa época yo tendría 11 años y sé que Kasmía ya no vivió en esa casa. Para hacer un favor a unos amigos de la familia que vivían en la “Cuesta de los Negros”, a unos pocos kilómetros de “el Kerma” (nuestra primigenia “Tara” marroquí), Salvadora y su hijo en edad escolar vinieron a vivir con nosotros y su esposo y padre venía a pasar con ellos el fin de semana. Como era “natural” en aquella época, dormían en la cocina, que había de cambiar cada noche de función, cuando se apagaban los fogones y se extendía la cama.

La nueva casa contaba con un pequeño jardín, éste sí, bien plantado y cuidado. En una esquina había un platanero de tamaño apreciable que daba frutos. De sus arriates, geométricamente diseñados, emergían algunos arbustos y ciertas clases de plantas con flores y hierbas aromáticas. Recuerdo como destacadas las rosas de pitiminí, y a las “damas de noche” y a las buganvillas, que apoyadas ambas en la tapia, daban sosiego al jardín e intimidad a la familia, apartándola de las miradas externas. 

Mi padre estaba destinado, en aquella su última etapa de servicio en Marruecos, al Puente Internacional de Tánger y sólo vivía con nosotros dos días de cada tres. Durante ese día “huérfano”, yo era, ya con trece años, el “hombre de la casa” y responsable del cuidado del jardín. En verano, durante las vacaciones escolares, cuando caía la tarde, regaba con fruición el pequeño edén y la parte exterior de la puerta de fuera con el fin de aplacar el polvo y refrescar la tierra (existía bordillo entre la carretera y la acera, pero ésta no estaba pavimentada) para que cuando noche saliese y la familia fuese a sentarse a “tomar la fresca” a la entrada, no saliese fuego de las entrañas de la tierra magrebí.

Mientras los padres charlaban con los vecinos y se refrescaban con el agua del botijo (adecuadamente edulcorada con un chorrito de anís), los muchachos jugábamos dando vueltas con nuestras bicicletas alrededor de la farola, o cazando pajaritos con azufre y murciélagos con una boina negra. Y cuando nos cansábamos, nos sentábamos sobre la tapia del patio, que ya no era nuestro, esperando que llegase el frescor de la madrugada intentando engañar a los conductores de los escasos coches extranjeros que desde la Zona Francesa pasaban raudos por la carretera de circunvalación de Alcázar, camino del norte: “Monsieur, monsieur… la valise va tomber!”

Juan Manuel Fernández Gallardo

                                                

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9 respuestas

  1. Desde luego es siempre agradable el poder contemplar una foto de la infancia, que como en este caso traiga tan buenos recuerdos, y que al mismo tiempo nos hace recordar a Larache. Muy bueno el comentario que haces.

  2. Esta noche no he podido dormir.El reloj digital que reposa sobre la cómoda me recordaba minuto a minuto de una forma insultante que la noche es para soñar y yo seguía descaradamente despierto. La «responsable», una llamada telefónica que recibí de la persona que guarda celosamente las llaves del cajón más antiguo de mi memoria (Maribel, mi hermana mayor). Ella es la que puntualmente abre el cajón donde guardo mi más temprana infancia, para depositar sobre el confuso interior, algún recuerdo, alguna anécdota de las que habitualmente no tengo constancia. En el auricular del teléfono sonó su potente voz «si quieres ver una foto de cuando eras un bebe, mira el bloc de Sergio Barce».
    No tengo el placer de conocerte personalmente, pero recordé haber leído un libro tuyo «EN EL JARDÍN DE LAS HESPÉRIDES», que nos une algún lazo sanguíneo, pero sobre todo que compartimos el apellido GALLARDO, por lo que sin más titubeo busqué en Google tu bloc y entré en él.
    Ahí estaba, una foto en blanco y negro, donde se puede ver una joven con un bebé en brazos, dos niñas y un niño. Leo los escritos que acompañan a la foto y me entero que el bebé que reposa sobre los brazos de la joven soy yo.
    Desde ese mismo instante me invadió una extraña sensación, pues aunque puse todo el esfuerzo posible para encontrar en lo más recóndito de mi celebro un leve recuerdo de esa joven que llamáis Kasmía, no consigo recordar el brillo de sus ojos, el tono de su voz, ni tan siquiera el calor de sus caricias. No tengo conciencia de haber vivido ese instante y en ese lugar.
    Una vez más el estigma que sobre mi documento de identidad se refleja «Alcazarquivir» un lugar de Marruecos, de cuyo nombre no quiero acordarme. Supongo que mis primeros cinco años de vida, no es suficiente tiempo como para crear un recuerdo y por lo tanto nacer allí solo fue una casualidad. Cuando el cansancio empezó a hacer mella, cerré los ojos y soñé con otro patio……………….
    Yo jugaba en un patio de arena,
    en el corazón de un puerto de mar.
    Lindaba con la tierra negra,
    con la huertas de San Beltrán.
    Yo jugaba con espadas de madera,
    conquistaba castillos de balas de algodón.
    Desafiaba enormes dragones de hierro,
    que me envolvían entre nubes de vapor.
    Yo jugaba de sol a sol con mi imaginación,
    lloraba a moco tendido, reía sin razón,
    yo gritaba de alegría a pleno pulmón.
    Yo jugaba en el país de Nunca Jamás,
    Olía a salitre, a yerbabuena, a libertad,
    yo jugaba con Emilio y a veces con Peter Pan

    José María Fdez. Gallardo

    1. Querido Jose María: Precioso todo lo que escribes, hermoso el poema final. Está lleno de emociones.
      Pues sí, algo nos une, algo que corre por nuestras venas, y también un latido antiguo que hemos heredado.
      Me alegro de que hayas aterrizado en mi blog. Bienvenido a casa.
      sergio

      1. Gracias por tus comentarios, tu bloc es exquisito. La fotografía de inicio me recuerda muchísimo a unas de las primeras obras de Dali, pero la composición de la foto es mejor. felicidades
        Tengo a medias un poema sobre una persona que nos une, espero poderlo compartir pronto.
        un abrazo .

  3. Preciosa forma de describir la foto y no menos preciosa manera de contarnos tus recuerdos Juan Manuel Fernández Gallardo. En cuanto al poema de José María… no sé si el nacer allí fue una casualidad, pero no es casualidad tu pluma ligera y llena de sentimiento… cosa de familia!!
    Sergio, debo felicitarte por todo lo bueno que vive aquí!!
    Un beso

  4. Buenas noches Sergio, tal como te comente, aquí tienes el poema

    EL ÚNICO VARÓN

    Junto a las últimas golondrinas,
    allá por el florido mes de mayo.
    Huyendo del calor de tierras Africanas,
    una vez al año viajaba a la Ciudad Condal.

    Porque el apellido Gallardo lo exigía,
    por cumplir con el cuarto mandamiento.
    Porque era su único hijo varón,
    por rendir pleitesía a María.

    Dura aventura para su viejo seiscientos,
    costoso peaje para su oxidada salud.
    Dos jornadas de sol a sol, un palier roto,
    varios calentones del radiador.

    Caballero de dura estampa,
    corpulento, malhumorado, gruñón.
    Los ojos pequeños de color azul,
    el pelo blanco al estilo militar.

    Un invitado de honor acostumbrado a mandar,
    con el pertinente permiso de la autoridad.
    Durante un mes y un día declaraba la dictadura,
    en la república independiente de mi casa.

    Imponiendo a todos los moradores,
    una espartana y férrea disciplina.
    » Niño, deja de joder con la pelota,
    niño, eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca. »

    Por aquel entonces solo tenía ocho años,
    pero mi abuela decía que era la piel del diablo.
    Esconderle la petaca del rapé mientras dormía,
    la menor de mis travesuras estivales.

    Pero cuando sus dedos acariciaban mi cabeza,
    yo era consciente de sus enorme ternura.
    De los lazos sanguíneos que compartíamos,
    de la mucha complicidad que nos unía.

    Llegaba el momento de desandar lo andado,
    de volver a su querida Málaga adoptiva.
    Desconocía si mi tío Manolo volvería la próxima primavera,
    pero siempre supe que era un inquilino de mi corazón.

    José María Fdez. Gallardo
    » LA PIEL DEL DIABLO »

    Barcelona, 30 de enero 2013

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