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«LA LIBRAIRIE DES COLONNES» UN RELATO DEL ESCRITOR LARACHENSE LEÓN COHEN

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Foto tomada de la página "Siempre Tánger"
Foto tomada de la página «Siempre Tánger»

Mi amigo y paisano León Cohen hizo, no hace mucho, un viaje a Tánger, otro viaje más de regreso. Él, un larachense que vivió parte del vejo esplendor del Tánger más decadente, recrea en este texto un curioso periplo a través del tiempo y del espacio. El encuentro imposible con Mohamed Chukri y con Ángel Vázquez, le sirve a León Cohen para hurgar en las diferentes visiones que sobre la misma ciudad escribieron esos dos autores y la suya propia. Es un ejercicio interesante, y muy aleccionador. La inserción en el relato de Sol Bensusan, ese personaje creado por León, como contrapeso a la Juanita Narboni de Vázquez, me parece tan sugerente como esclarecedor, porque, frente al resentimiento de Juanita y a la permanente venganza de Chukri, Sol, que es León, reivindica otra forma de sentir Tánger, quizá la más hermosa, o tal vez la más entrañable. Probablemente sea porque, como ella-él mismo dice, se amamantó en Larache.

Un relato fascinante.

Sergio Barce, septiembre 2015

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“La utopía necesaria de Tánger que estamos construyendo a partir de Antonio y Emilio es un hermoso edificio de palabras y recuerdos, que flota en el ambiente con mayor fuerza que la realidad y que nos recuerda que tanto si fue cierta como si no lo fue en todos sus matices, merecería haberlo sido. Se trata, ni más ni menos, de disponer de un lugar donde poder ser judío, cristiano, musulmán o agnóstico en libertad, de profesar las ideas que cada cual profese sin temor y sin violencias, de respetar la forma en que cada cual expresa su relación con el amor, que es lo que distingue al ser humano – hombre y mujer – de los seres irracionales.” Domingo del Pino

Librairie des Colonnes

La Librairie des Colonnes

1ªparte

Aquel era un viaje anodino que no hacía presagiar lo que después ocurriría. No disponía de demasiado tiempo, pero aprovechó un tiempo muerto en la apretada agenda de los dos días de visita a Tánger, para acudir a aquel pequeño templo de la cultura, que en tiempos fue además un círculo de reunión de republicanos y de antifranquistas. Aquella mañana desayunó temprano en una cafetería próxima a la Librairie des Colonnes situada en el 54 del Boulevard Pasteur, estaba alojado en el Hotel Rembrandt, todo quedaba pues muy cerca, dando la impresión de que los hados del destino se hubieran confabulado para hacer inevitable la visita. Era todavía pronto cuando terminó de desayunar, de manera que se puso a leer los diarios para darle tiempo al tiempo, hasta que llegara la hora de apertura de la librería. Cualquier tangerino con una mínima inquietud intelectual había entrado en ella alguna vez. En los años 60 del siglo pasado, la librería conservaba esas señas de identidad que la convertían en símbolo y patrimonio de los tangerinos. Bastaba con darse una vuelta por el Boulevard Pasteur para toparse con ella. Uno desfilaba por sus estanterías o sus mesas repletas de libros, con una mezcla de curiosidad y ansiedad, esperando encontrar alguna publicación novedosa de Ruedo Ibérico, o a Eduardo Haro Tecglen en persona, o a su amigo Ángel Vázquez, entre otros muchos ilustres de la pluma o de la política. En aquella pequeña superficie rectangular, oyó por vez primera el nombre de Jorge Semprún, alias Federico Sánchez. Esa librería era frecuentada por el padre de su amigo, José Marmolejo, que solía aprovechar las visitas para charlar con sus amigos exiliados y comprar algún libro para regalar al hijo de algún conocido. Recordaba como en una ocasión compró algunos ejemplares de Platero y yo. Era su manera de sembrar cultura en los jóvenes e iniciarlos en lo que consideraba más que hábito, el arte de la lectura.

Primero Isabelle Gerofi (de soltera Doneux) y su cuñada Yvonne, y más tarde Rachel Moyal o Muyal, (apellido que parece tener su origen en Moya de la provincia de Lugo), habían sido las gestoras y el alma de la librería, en épocas distintas. Las dos primeras, mujer y hermana respectivamente del fundador de la librería en 1949, Robert Gerofi, un profesor belga del Lycée Regnault convertido en mecenas. La tercera, Rachel, se hizo cargo hacia 1974 y se mantuvo hasta 1999. Gestionar la librería en aquellos tiempos mágicos en la historia tangerina, debió de ser emocionante y absorbente. Esas tres  mujeres, tuvieron la difícil misión de mantener vivas las inquietudes culturales de muchos tangerinos y de visitantes extranjeros que por aquellos tiempos abundaban en aquel Tánger, tierra de todos y de nadie. Frecuentada por grandes nombres de la literatura, como Beckett, Genet, Goytisolo, Tennessee Williams, Capote, Choukri, Jane y Paul Bowles, o Tahar Ben Jelloun; intelectuales como Sanz de Soto o artistas como Francis Bacon, entre muchos otros, la librería se convirtió pronto en un referente cultural para los tangerinos. Un empleado ilustre fue Ángel Vázquez, el último y gran escritor maldito de la literatura en castellano. El inefable autor de ese imperecedero y magnífico monólogo que es La vida perra de Juanita Narboni

:::

Había hecho tiempo, y tocaba subir unos veinte metros que eran los que separaban a la librería de la cafetería. Empujó la puerta de entrada suavemente como cuando uno entra en una biblioteca, para no hacer ruido, sigilosamente. El local conservaba su antigua apariencia, como si el tiempo no hubiera querido importunarlo, no obstante, la mayoría de los títulos expuestos en nada se parecía a los de su época, evidentemente. Había ordenadores, tabletas, libros electrónicos, lo normal en estos tiempos tecnológicos.       

Mientras se entretenía en hojear algún ejemplar elegido al azar con curiosidad y parsimonia, se le acercó un empleado que sorpresivamente se dirigió a él en estos términos:

-Sr. C., nada más verlo entrar, he sabido que era usted un tangerino exiliado, de aquellos que abandonaron la ciudad a finales de los años 60, su manera de entrar, su mirada, sus gestos dubitativos, todo en usted hacía presagiar su origen, y me permitía  identificarlo.

Foto tomada de la página de Tomás Calvo
Foto tomada de la página de Tomás Calvo

¿Cómo sabía mi apellido, si jamás me había visto, ni yo a él? Se preguntó nuestro protagonista. Halló la respuesta enseguida:

-Le veo sorprendido y preocupado -continuó el empleado-, conozco su apellido porque me lo ha comunicado mi amigo Nordine, al que usted puede ver al fondo y que es el recepcionista del hotel donde usted se hospeda. No hay ningún misterio como puede comprobar.

-¡Uf! No sabía qué pensar, me ha sacado usted de un apuro -exclamó C.

-Tenemos la costumbre -continuó el joven encargado-, de obsequiar a nuestros clientes tangerinos, con un libro y una visita a nuestra trastienda. Acompáñeme por favor señor C.

Nuestro hombre ignoraba que la librería tuviera dependencias ocultas a primera vista. El empleado abrió una puerta muy bien disimulada tras un enorme espejo e invitó a C. a que pasase. Él nunca lo hubiera imaginado, se trataba de una sala enorme, con mesas simétricamente distribuidas, algunas de ellas ocupadas por personas que parecían hablar muy animadamente, y a lo largo y ancho, uno podía discernir estanterías repletas de libros, todo ello formando un conjunto agradable, a medio camino entre una sala de lectura y una cafetería, una especie de club privado. Pudo observar cómo, en una de las paredes al  fondo del salón, proyectaban, sobre distintas pantallas, imágenes y películas del esplendor tangerino. Pero las sorpresas no habían hecho más que empezar.

Foto tomada de la página de Tomás Calvo
Foto tomada de la página de Tomás Calvo

C. no daba crédito a lo que estaba viendo, en unas de las mesas, apoyadas cada una en una silla, de pie, distinguió a las Gerofi, y casi en la misma postura pero en otra mesa, estaba Rachel Muyal. Pero cómo, se preguntó, si las Gerofi  habían fallecido hacía muchos años. Su sorpresa fue en aumento cuando pudo ver cómo las tres damas se separaron de sus contertulios y se acercaron a él para recibirlo y saludarlo. Todavía anonadado por la sorpresa, pudo oír cómo las tres mujeres alternativamente tomaban la palabra y se pronunciaban en términos parecidos a estos:

-Señor C. comprendemos su asombro al vernos, pasados tantos años, pero seguimos aquí, no porque seamos inmortales, sino más bien porque alguien, cuya identidad no podemos desvelar, nos encomendó seguir nuestra labor “educadora”, desde otro lugar como es o representa esta trastienda de nuestra librería. Solo algunos clientes distinguidos como usted, son invitados a compartir con nosotras un tiempo y a ser informados sobre lo que aquí ocurre. Verá, señor C., este club privado, incluye entre sus socios a artistas y clientes ilustres, ya desaparecidos y que en el pasado guardaron algún tipo de relación con la librería (condiciones sine qua non para ser admitido). Somos de alguna manera las testigos y guardianas eternas de la vida cultural de aquella Tánger encantada, única y variopinta, alabada y siempre añorada por aquellos que la conocieron y se enamoraron de ella. Le recuerdo la evocación que de nuestra ciudad hizo Sol Bensusan en su cariñosa Carta a Juanita Narboni :    

“Juanita, en ocasiones he comentado con otros tangerinos las razones ocultas o demasiado evidentes que nos obligaron a todos a dejar nuestro pueblo. ¿Fue acaso una mano oculta la que nos expulsó? ¿No sería más bien un castigo de unos dioses atónitos y desconcertados, cansados hasta la envidia de permitirnos vivir en un paraíso al que contra su voluntad nos habíamos hecho acreedores? ¿O fueron los tiempos históricos, eso que llaman el devenir y que siempre acaba impidiendo la existencia prolongada de situaciones diferentes, impropias de la vulgaridad en que se desenvuelve la mayoría? ¿Chi lo sa? El hecho cierto es que nos fuimos empujados por esa posible mezcla de fuerzas misteriosas, abandonamos nuestra torre de Babel, nuestra pequeña Troya, nuestras casas y nuestras avenidas, nuestro Boulevard y nuestro Monte Viejo, nuestras playas incomparables, nuestra “façon d’être”, ese estilo de vida único e irrepetible. Y nos dispersamos por el mundo, aunque ninguno de nosotros volvió la vista atrás por temor a que nuestro pueblo se convirtiera en montaña de sal como le ocurrió a la mujer de Loth en la mitología judía. Hoy sabemos que la suma de nuestras melancolías ha traspasado los mares y las montañas y que Tánger desapareció con el último tangerino, que de ella  sólo queda una imagen hueca hecha de recuerdos y de nostalgia.

Hoy sabemos también que Tánger fue paradigma durante un periodo relativamente largo, que abarca más de la mitad del siglo XX, del florecimiento de una cultura cosmopolita que iba más allá del simple multilingüismo para adentrarse en facetas más amplias como la heterogeneidad religiosa y social de la que surgió una sociedad  donde la regla era la pluralidad, el “laissez faire y el laissez vivre”. En Tánger casi nadie prejuzgaba a nadie ni por su origen social ni menos aún por el religioso o nacional. En este punto los tangerinos fueron más que tolerantes, clarividentes y solidarios. En Tánger se podía pasar sin transición del castellano al francés y viceversa, también era el único lugar en el mundo donde los no judíos hablaban haketía, hacía parte de la cultura tangerina. Paradójicamente, esa altura de miras se daba en una sociedad necesariamente cerrada y aislada  por un lado por el mar y  por otro por la frontera con el resto de Marruecos.” 

ÁNGEL VÁZQUEZ
ÁNGEL VÁZQUEZ          

-También cultivamos en este club la palabra precisa, el giro justo, la metáfora, el matiz, la claridad del concepto, la frase fluida, las dicotomías del pensamiento, la ironía, la riqueza descriptiva, la paradoja… Todos aquellos elementos del lenguaje y del pensamiento, que enriquecen la expresión literaria y la expresión a secas, y  elevan el nivel de la palabra desde mera herramienta de comunicación hasta convertirla en arte -añadió Isabelle Gerofi-. Y lo hacemos en varios idiomas, como buenos tangerinos.

Rachel Muyal tomó el relevo diciendo:    

-Como sabemos que no dispone usted, como nosotras, de todo el tiempo del mundo, le proponemos elegir a dos o tres personas, de las que aquí se encuentran, y con las que usted tenga particular interés en hablar y debatir.

A pesar de sentirse algo aturdido y confuso por la experiencia que estaba viviendo, C. siguió el juego y aunque le hubiera encantado hablar con muchos de los que fueron y que ahí se encontraban, no dudó en su elección, nombrando a Ángel Vázquez y a Mohamed Chukri. ¿Qué podía unirle a esos dos escritores malditos, borrachos más que alcohólicos, que había elegido? Solo había leído un libro de cada uno, pero ambos, La vida perra de Juanita y Tiempo de errores, le habían impresionado y marcado, le habían hecho sentirse próximo a estos dos empedernidos pesimistas, él, que era un optimista irreconciliable. Sus vidas no habían sido un ejemplo para nadie, nada bueno que aprender de ellos, pero la innegable y terrible clarividencia de ambos como la del fascista Céline, le había atrapado. “Voir clair dans ce qui est” decía Céline con cínico sarcasmo. ¿Por qué deseaba enfrentarse a ellos? ¿Acaso echaba en falta una vida de sufrimientos y carencias que no había tenido? Nada de eso, lo que C. realmente deseaba, era  hablar de su Tánger con dos auténticos tangerinos que conocieran la cruz y la cara de la ciudad, sus hechizos y sus secretos no siempre revelados. No le interesaba la opinión de los “extranjeros”, de esos que nunca y a su pesar, pudieron evitar establecer esa invisible distancia con el Tánger profundo, como si siempre hubieran estado de visita o de paso. Los lugares pertenecen a sus habitantes, a aquellos que asumen, interiorizan y hacen suya la ciudad y a sus vecinos, pero nunca será de sus visitantes. Para los primeros son su vida, para los segundos son una experiencia más o menos enriquecedora.

-Mira Mohamed, yo no me puedo inventar los malos recuerdos que no tengo, ni los malos ratos que no viví. Ni tú tampoco, pero al revés -se dijo a sí mismo como si hablara con Chukri-. Ya nos has contado hasta la saciedad lo mal que lo pasaste, y bien que te vengaste de tus protectores Paul Bowles y Jean Genet, en una miserable demostración de ingratitud y de nula lealtad. Pero esos conceptos para ti, viniendo del otro lado, del lado malo de la vida, no tienen demasiado peso, ni sentido. Mas una cosa te digo, no se pasa de vivir en la miseria a escritor de éxito sin un mecenas o muchos mecenas. Tú sabrás lo que callas. Tú sabrás a qué altura situaste tu dignidad. Dicen tus paisanos que das una mala imagen de Tánger, yo, sin embargo, pienso que tanto el negativo como la foto son necesarios para completar la imagen. Nada es totalmente blanco ni negro, hay demasiados matices entre ambos colores o falta de colores. Creo encontrarme en medio, donde la gente corriente. Ni turista, ni limpiabotas. Ni borracho, ni abstemio. Desde tu extremo, eres un escritor maldito pero necesario. Mohamed, una parte de la verdad sobre la vida y sobre Tánger es tuya, pero no puedes negar las alícuotas bien distintas que nos corresponden a Paul y a mí. Yo no barnicé con una pátina dulzona mis recuerdos, ni enmascaré mí pasado, simplemente traté de describirlo desde mi nostalgia y mi cariño. Era mi parte de una realidad más completa y compleja  que engloba e incluye a la tuya. Me fastidia tu maniqueísmo y todos los maniqueísmos, porque nacen del resentimiento y de la envidia. Echarles la culpa a los que no han tenido tu mala suerte y convertirlos en los responsables directos o indirectos de tus desdichas, no es el mejor remedio, ni tampoco la justificación para aplacar tu malestar y tu rebeldía.

MOHAMED CHUKRI
MOHAMED CHUKRI

Sentado frente a él, Mohamed Chukri o su fantasma, miraba al vacío con aire indiferente, sin ningún gesto que revelara su pensamiento o su opinión. C. tuvo que imaginar su respuesta, porque del “resucitado” no salió nada:

-Eres un pequeño cabrón, al que podría destrozar con una argumentación precisa y pasarte por encima como una apisonadora. Pero estoy muerto, enano, y los muertos ya hemos dicho o escrito todo lo que teníamos que decir y que callar en vida. Así que jódete. Si quieres una respuesta vuelve a mis libros y piensa lo que te  apetezca.

Mientras C. se respondía por Chukri, este había desaparecido y en su lugar estaba sentado Ángel Vázquez (en realidad su primer nombre era Antonio y él se inclinó por Ángel, porque Antonio le parecía un nombre muy de torero, seguramente pensaba en Antonio Bienvenida y en Antonio Ordoñez), el tangerino que escribió la vida perra de la inefable Juanita Narboni, su alter ego.

-Estimado Ángel: Juanita se ha convertido en un arquetipo de tangerina de clase media baja, pero además, a través de sus palabras queda reflejada parte de la gloria y de la decadencia de Tánger, sobre todo de esta última. Yo leí la novela en 1981, cinco años después de su publicación. Lo extraordinario es que pasados veinte años, en una noche de insomnio y de extraña inspiración por inesperada, le escribí una carta a Juanita, en la que mi personaje, Sol Bensusan, consigue reproducir el lenguaje, la cadencia y el ritmo que empleaba Juanita, para situarse en su universo, como si el texto le hubiera sido dictado por ti mismo. Pero con todo, Sol no habla como Juanita, en sus recuerdos tangerinos, hay añoranza y cariño, como demuestra este párrafo de su segunda e inédita carta a Juanita:

“Querida Juanita: Aquí estoy de nuevo, reina. Soy tu amiga Sol. Mira “habiba”, dices que Tánger es como una caracola que va recogiendo los peores ruidos del mundo, seguramente sea verdad en parte, pero te olvidas de lo bueno mi bien, porque también recogía todos los ruidos buenos, en esa “deliciosa mentira”, como dijo alguna vez tu entrañable amigo Emilio Sanz de Soto, cabíamos todos, los buenos, los malos y los regulares. Nadie nos preguntaba por nuestras creencias religiosas ni políticas o nuestra condición sexual. Y eso, era y sigue siendo bueno. Juanita, tu estudiaste en tres escuelas, la francesa, la italiana y la inglesa, “aiwa”, te parece poco? Trabajaste con un judío húngaro al que tú solo entendías, hablabas haquetía, qué quieres que te diga reina, eso nada más que podía pasar en Tánger. ¿Tú crees que en otro lugar del mundo, tu madre, Mariquita Molina, habría encontrado una pigmalión como Monique Boissonet, la dueña de la sombrerería en la que ella empezó? ¿Por qué esa amargura entonces, de dónde te vino ese mal que “te cayó el mazal” ? Dicen que si no te llega a amamantar una negra de Larache te hubieras muerto. Ya sabía yo, Juanita, que algo teníamos en común tú y yo, la leche que mamamos era del mismo sitio, de mi entrañable Larache, pero a mí parece que me sentó mejor, querida.”

Por el contrario, en Juanita hay ironía, un pelín de mala leche, pero también una amargura mal disimuladas. Para mí, Tánger trasciende tu pesimismo y el resentimiento de Chukri, y discurre por muchos senderos donde también caben la alegría de vivir y de ser tangerinos. Nadie puede negar su belleza paisajística, abrazada en sus extremos por dos cabos, el Espartel y el Malabata, las aguas que bañan su bahía recogen el encuentro de dos mares, el tranquilo Mediterráneo y el majestuoso Atlántico, dando lugar a extraordinarias playas a uno y otro lado de la ciudad. La época del auge tangerino, la belle époque, no solo perdura en los libros y en los recuerdos de algunos y ya escasos supervivientes, sino que todavía su luz ilumina algunas calles y edificios, y su espíritu planea sobre la ciudad como queriendo dejar constancia  de su rico pasado. Contigo, amigo Ángel, me ocurre como con Mohamed, aprecio y admiro tu extraordinario monólogo tangerino, pero rechazo parte del pesimismo que de él se desprende.

Tampoco Vázquez pareció atender al relato de C. y solo se permitió exhibir una sonrisa entre cómplice y socarrona, como punto final a su breve encuentro. Eso sí, demostró más educación y mayor cortesía que el tosco Chukri en su despedida.

C. estaba de nuevo solo en la mesa, miró a su alrededor, recorriendo con pausa y fijándose en el detalle, toda la sala. Sintió que todo aquello (ambiente, personas y decoración) que en principio podía considerarse un loable intento (ficticio o real) de recuperación de la memoria cultural tangerina, había resultado fallido y había quedado reducido a un pequeño esperpento que le inspiraba una mezcla de sensaciones contradictorias como tristeza, decepción, pena y hastío. No habían transcurrido más de cinco minutos, cuando las tres damas se le acercaron para acompañarlo a la puerta y se manifestaron del modo siguiente:  

-Estimado amigo: Como podrá imaginar, nos hubiera gustado dedicarle más tiempo y que su entrevista, más que encuentro, con los dos escritores tangerinos, hubiera resultado más provechosa, pero las cosas son como son o como fueron, y todo ha cambiado tanto, querido amigo, que volver sobre nuestros pasos, puede resultar una pérdida irreparable de tiempo. Todos nosotros fuimos, estuvimos, y dejamos nuestro legado, cada cual según sus capacidades. Pero indudablemente, entre unos y otros ayudamos a levantar el pequeño o gran edificio de la historia de nuestra ciudad.

Las últimas palabras fueron de Rachel Muyal:

-Jasrá. Tanger for ever.    

C. se preguntó cómo y por qué su visita a la librería se había convertido en un viaje al pasado y a la nostalgia, en un nuevo reencuentro (pues no era el primero) con el Tánger mítico y eterno. Reflexionó sobre la conveniencia e incluso sobre la utilidad de volver a escribir sobre lo mismo y sobre su validez literaria. ¿Para qué y por qué se escribe? Las preguntas de siempre le acechaban de nuevo.

Salió a la calle y respiró profundamente pues sintió alivio, por una doble razón, en primer lugar, por abandonar un pasado que empezaba a agobiarle y en segundo lugar, por acabar un relato que no parecía tener fin. Salió con paso ligero, recorrió apenas veinte metros, giró hacía la calle Goya y desapareció.

                                                                      León Cohen

                                                                      24-07-2015

Nota del autor: No sabemos hacía dónde se dirigió C. por la calle Goya, pues es posible que este relato no haya acabado todavía.

 

LEON COHEN
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5 respuestas

  1. Bonita historia … pero ni la mejor de las historias contadas por el mejor escritor-historiador, llega a vislumbrar al verdadero Tánger (como de otras ciudades del Marruecos de aquellos años). Fué increible. De ahí nuestra ánsia por evocar el pasado …

  2. ¿Para qué escribimos? … por supuesto, para que nos lean, para que te leamos, León.
    ¿Por qué? … para sentirnos mejor, para sacar todo lo que llevamos dentro y queremos compartir, para alcanzar la felicidad que solamente la escritura puede darnos, ya que solamente a instantes podemos disfrutar de una dicha plena, el acto de escribir nos puede embargar de goce sin límite en el tiempo…. a mí me ocurre…
    León, sorprendente y, a la vez, maravilloso relato
    Un beso

    1. Gracias a los tres por vuestros comentarios. Joana, algo de cierto hay en lo que dices, aunque todavía busco la respuesta, por eso fui tras C. por la Calle Goya y en breve te contaré qué ocurrió.

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