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LA VIEJA POSTAL – un relato de JUAN MANUEL FERNÁNDEZ GALLARDO

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    Me dice que la encontró por casualidad, cuando buscaba otra cosa <i>, y me comenta que al observarla con atención se dio cuenta de la peculiaridad de los elementos que contenía. Entonces, descubrió que aquella antigua tarjeta era, salvando las distancias, un poco como él… que es de Larache, pero que lleva incorporada a su ser más íntimo una marca indeleble alcazareña que lo singulariza. La postal es una foto que muestra un paisaje de Larache, y tiene adherido en su esquina superior derecha un sello de Alcázar que está obliterado <ii> por un matasellos redondo entintado.

Opina que si intentásemos despegar la estampilla de la foto, lo más seguro es que estropearíamos el timbre y dejaríamos malparada la postal. Por tanto, para que ambos objetos permanezcan indemnes, deben continuar juntos para siempre más, en una especie de pacto de parasitismo compartido <iii> que garantice la pervivencia de uno y otro ente, aunque de la coexistencia mutua salga más beneficiado el efecto postal, condenado al olvido o, como máximo, a engrosar en compañía de otros congéneres suyos el oscuro álbum de algún coleccionista filatélico.  

En la unión entre ambos, que podemos ver certificada −como cualquier enlace permanente que se precie− con una alianza circular que los abraza, se puede observar como las veteranas palmeras de Sidi Jacob aproximan su frondosidad al escuálido, joven y solitario eucalipto larachense, mientras que el religioso alminar de la alcazareña mezquita indica a la torre almenada de la Jefatura la dirección que debe seguir y que no es otra más que el camino del cielo en derechura a las estrellas.

La esbelta atalaya laica que sirve de faro indicador de la existencia de la sede donde reside el poder civil “protector foráneo” −instalado tras ventanas árabes de medio punto y observando desde un balcón <iv> estilo “mucharabieh”, el transcurrir de la historia−, ve pasar abúlico las horas marcadas por su reloj, a la espera de que la voz del almuédano se expanda desde lo alto del minarete del templo musulmán a toda la medina para recordar a los fieles mahometanos las obligaciones que tienen contraídas −y que deben cumplir− respecto al poder religioso nativo.

Para que el pueblo no olvide la dependencia que tiene de ambos estamentos, cuando vaya a saciar su sed a la fuente que se adivina a la derecha del cuadro, habrá de pasar entre las horcas caudinas de los dos leones sedentes <v>, representantes de las jerarquías que imponen las leyes espirituales y terrenales.

Pero volvamos al busilis de la cuestión… Me decía al inicio de estas rayas que la añeja postal le recordaba, con las lógicas diferencias que existen entre una persona y una cartulina, a si mismo. Desde siempre, y para no dejarse atrapar por su natural personalidad irresoluta y dubitativa, ha procurado ser permanentemente taxativo en sus decisiones y nada complaciente con las incógnitas existenciales que le han abrumado: ha tenido necesidad de definirse continuamente para saber en todo momento cual era su norte y ha intentado que su comportamiento fuese, en cualquier circunstancia, coherente con el objetivo marcado.

Larache

Reconoce que ha sido muy estricto con su comportamiento “público” (¡Permítase la “boutade”!) y que también ha intentado serlo con las cosas y los temas referidos a su esencia vital, en el ámbito de su privacidad. Cuando ha tenido una duda, ha buscado los mecanismos necesarios para intentar despejar la incógnita y seguir avanzando, a sabiendas de que es un sino humano tropezarse de continuo en el camino que nos conduce hacia el destino con incertidumbres que habrán de superarse a medida que vayan surgiendo.   

Una de las cosas que lleva toda la vida intentando explicarse es la interrogación sobre de donde es él. ¿Es de Larache o es de Alcázar? Nació en Larache, es verdad, pero se crió en Alcazarquivir y, aparte de las explicaciones que le han ido dando algunos componentes de su familia sobre su existencia en Larache, sus recuerdos personales de infancia, los que son verdaderamente propios y no herencia oral transmitida por sus mayores son todos ellos de Alcazarquivir. 

¿Es de Alcázar o de Larache? Esta pregunta siempre ha rondado por su cabeza y nunca ha sabido a que carta quedarse. Muchas veces ha pensado que había llegado la ocasión en la debía decidir tajantemente por una de las dos opciones posibles: o era de Larache o era de Alcázar. Así, taxativamente, sin dudas ni vacilaciones. Las cosas debían ser siempre claras… ¡O carne o pescado! 

Alcazarquivir

Pero era una decisión complicada. Si renunciaba a lo que Larache significa para él a fin de declararse inequívocamente alcazareño, estaba abjurando no sólo de los tres primeros años de su existencia, sino de las vivencias de aquellos meses que sus padres habían intentado sembrar en él y a los “días de vino y rosas, de sonrisas y lágrimas <vi>” que su familia vivió allí.

Si renunciaba a su ser alcazareño para declararse unívocamente larachense estaba contradiciendo no solo sus diez años de residencia alcazareña sino a los principios morales, culturales y éticos sobre los que ha construido su personalidad y que le fueron aportados en esa década en la que se formó como ser racional. Después de su alejamiento de Alcázar ha seguido aprendiendo muchas cosas, ha perseguido con ahínco el conocimiento y la sabiduría y  ha ido intentando descubrir (sin conseguirlo, claro está) las bases certeras sobre las que se sustenta la existencia humana y las normas sobre las que se desarrolla la convivencia entre las personas.

No quiere juzgarse… No sabe si ha aprovechado bien las oportunidades que la vida le ha ofrecido o si ha respondido positivamente a las expectativas que otros esperaban de él. Pero siempre ha sabido que su paso por “el mundo” lo ha desarrollado con el bagaje que adquirió en sus años de formación básica en aquella pequeña ciudad del Protectorado español de Marruecos que colindaba con la frontera de “la Zona francesa”. Después se ha sofisticado, se ha moldeado, se ha pulido; ha ido adquiriendo destreza y disimulo, cinismo y esgrima, tolerancia y educación, pero en su fuero interno siempre ha sabido que él solo era “un chavea de Alcázar”. Sabe que, aún hoy, comete las mismas faltas ortográficas que el día en que se examinó de ingreso de bachiller y sabe que sigue utilizando el mismo baremo (Por cierto… Casi nunca le falla) para “calificar” a las personas que conoce de nuevo que el que utilizaba cuando había de decidir en un segundo si debía confiar su amistad al niño con el que le hacían compartir pupitre o no.

Ha aprendido muchas cosas… aunque ignora infinidad de otras más. Y entre las que desconoce, se encuentra el arcano de entender cabalmente su identidad nativa. A veces, en plan de broma, dice que él nació en Alcazarquivir a los tres años y medio de edad <vii>. ¡No está mal! Disimula irónicamente su vacilación sobre su lar primigenia… Pero aleja la posibilidad de dar solución a su pregunta trascendente: ¿De donde es? Quizá esa sea una pregunta sin réplica, un problema sin solución, una duda sin razón, una incógnita que no se pueda despejar. ¿Y si no hubiese respuesta? ¿Y si no necesitase refutación?

Vuelve a mirar la vieja postal que encontró sin buscarla, por chiripa, un cierto día de un cierto mes de un cierto año. ¿No sería lo más sensato, admitir que su biografía puede quedar resumida en la imagen que refleja la tarjeta? Al fin y al cabo, si así lo hiciera no estaría sino reconociendo el viejo aforismo chino de que “una imagen vale más que mis palabras”. Cada uno de nosotros somos producto de las cosas que nos suceden, de las circunstancias que vivimos, de los sentimientos que experimentamos, de los afectos que recibimos y de las ternuras que devolvemos. ¿Y entonces…? Si somos fruto de multitud de aportaciones diversas… ¿Por qué no podemos definirnos como pertenecientes a los diversos lugares donde hemos vivido? ¿Por qué no podemos sentirnos enraizados en los sitios en los que hemos amado y en los que hubiésemos querido ser amados?      

En él conviven sin contraponerse, el sentimiento de haber nacido en Larache y el de haberse criado en Alcazarquivir. Quizás deba admitir por siempre más que es (sabe que no existe esa palabra y que su procesador de textos la subrayará en cuanto haya finalizado de escribirla) un larachensealcazareño.

Al final, me dice que lo ha decidido… Es como la vieja postal que encontró por azar en una ocasión en la que buscaba otra cosa. Por casualidad… ¡Como él mismo!

5 de Abril de 2008

De mi libreta “Garabateando”, por Juan Manuel Fernández Gallardo

JUAN MANUEL FERNÁNDEZ GALLARDO


[i] ¡Ah, la serendipia…! ¡Y tanto tiempo transcurrido sin saber de ella!

[ii] Sello obliterado.- Sello al que le han aplicado una marca o signo postal para anularlo, inutilizarlo e impedir que pueda emplearse nuevamente a efectos de franqueo.

[iii] Parasitismo.- Es una interacción biológica entre dos organismos, en la que uno de los organismos (el parásito) consigue la mayor parte del beneficio de una relación estrecha con otro, el huésped u hospedador.

[iv] De clara influencia mudéjar, con celosías.

[v] ¿Los que hoy hacen guardia a la puerta del “Jardín de las Hespérides?

[vi] Cedo por enésima vez a transcribir sus “aportaciones” cinematográficas, quizá por que se de cierto que sus padres siempre han sido profundamente abstemios.

[vii] Esta paráfrasis es un guiño a una frase atribuida a Carlos Gardel, cuando el famoso actor y cantante de tangos dijo: “Nací en Buenos Aires, Argentina, a los 2 años y medio de edad». Con esta ingeniosa locución, el cantante desoía las constantes conjeturas sobre su procedencia.

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6 respuestas

  1. Los de Larache y Alcazar siempre han tenido discrepancias, en mi familia tenemos muchos amigos y parientes kasris, y recuerdo que los de Larache les decían que les llego la Herra, que es cuando el río se desbordaba, decían que Alcazar solo tenia moshcas y granadas, claro, todo esto en tono simpático, pero primos hermanos de mi madre son mitad kasris mitad larachenses….y la viuda de mi tío, es kasria….

    Muy lindo relato y se lo voy a reenviar a los dos bandos….

  2. Efectivamente: los leones sedentes que aparecen en esta fotografía titulada «Comandª General a la derecha Dar Magzen», son los mismos que en la actualidad custodian la entrada principal del «Jardín de las Hespérides».Os cuento su procedencia por si pudiera interesaros. Un barco mercante que atracó en el puerto de Larache, fue detenido, y toda su mercancía decomisada. Esto ocurrió porque entre lo que que declaraba transportar, ocultaba un cuantioso cargamento de café, comercio sobre el que en aquel momento pesaba algo así como un monopolio. El caso es que toda la mercancía, una vez decomisada, pasó a ser subastada. Quien entre otras cosas compró en dicha subasta los leones, fue el Contratista de Obras y propietario (entre otros negocios e inmuebles en Larache y Alcazarquivir) de la droguería «LA AMÉRICA»: don Francisco ROMÁN QUIÑONES (abuelo de mi gran amigo Eduardo Espinosa Román).
    Ya siendo de su propiedad, decidió donarlos gratuitamente a la JUNTA MUNICIPAL (o Ayuntamiento). Primero, estuvieron situados donde aparecen en la postal. Cuando se hizo el «Jardín de las Hespérides», los colocaron donde todos los hemos conocido. A finales de la década de 1970 o comienzos de 1980, decidieron situar uno de ellos en la Glorieta de Cuatro Caminos, encima de un pedestal. Pero como su emplazamento no gustó a los larachenses, y sobre todo porque nada pintaba un sólo león en la entrada de «nuestro» jardín, decidieron devolverlo a su emplazamiento anterior..
    Sin exagerar, creo que estos dos leones, no sólo porque nos traigan a casi todos recuerdos de nuestra infancia, sino que por su historia, el mármol en que están tallados, la calidad de la talla en sí y su curiosa procedencia, forman sin lugar a dudas parte del patrimonio cultural y artístico de Larache.
    Además, son muy significativos: hace poco más de cien años, existían leones salvajes en el Atlas marroquí: Y en el escudo del REINO DE MARRUECOS, los leones ocupan un lugar importante.
    Un abrazo a todos/as,
    CARLOS

  3. Ella, nacida Francisca -aunque casi todos la llaman Paquita-, en Tánger … pero criada en Larache. Sus primeros recuerdos de infancia son de Larache, su primera escuela, su primer trabajo -muy jovencita-, su primer amor, sus primeros sueños… Pero cosas de la vida, se volvió a Tánger a buscar trabajo y allí se quedó para después casarse -con un guapo tangerino, mi padre-. Donde seguramente fue muy feliz… pero la luz que ilumina su mirada, la felicidad que envuelve sus palabras y aunque esto no se puede ver, sí siento que su corazón estalla de alegría cuando pronuncia la palabra mágica: Larache!!
    Porque ella es de Larache, ama a Larache por todos los poros de su piel, allí es donde quedó enterrada una de las personas a quien más quería -su padre-, pero también quedó vagando en aquel aire que siempre huele a mar un sueño inalcanzable…, siempre, siempre, sus recuerdos son para Larache.
    Por eso, Juan Manuel Fernández Gallardo, von todo respeto y cariño te voy a tutear para decirte que entiendo esos sentimientos compartidos, divididos, a Paquita le ocurrre lo mismo.
    Y si me apuras te diré más… yo también me siento un poco de todos aquellos lugares donde viví, donde aprendí porque me enseñaron y porque quise aprender de otras culturas, de otras religiones y de otros colores de piel, donde me amaron, donde padecí y donde también amé. Porque vamos echando raíces en la infancia -inolvidables años-,en la adolescencia -nos marca para siempre jamás-, en la edad adulta -cuando la pasión estalla pero es insospechadamente paciente-, en la madurez de la vida…-cuando…..
    Y todas estas etapas de la vida a más de uno nos ha puesto en lugares distintos, a veces muy distantes unos de otros, donde alguien o algún especial acontecimiento nos marca ya para siempre.
    Tu relato es PRECIOSO, Juan Manuel!!
    Gracias, Sergio, por dejarnos compartir lecturas de la libreta «Garabateando».
    Un beso.

  4. Confieso que en esta ocasión he hecho un poquito de trampa. Al ver la imagen me sorprendí, y mucho, descubrir que los leones custodios habían estado antes en otro lugar. No tenía ni idea y preferí esperar, eso sí, pero con la intriga en suspenso. Seguro que Tessainer lo sabe – pensé – de alguna manera, Carlos oye los cantos de náufrago.. gracias, amigo, por tu interesante aporte.
    El relato de Juan Manuel Fernández me acerca con una precisión milimétrica a ese sentimiento de origen, pero también en sentido más amplio hace que reflexione ante todo aquello que divide y obliga a elegir. «Somos» hijos de nuestro paisaje en la medida que armonizamos con él y conformamos nuestra realidad interior, y «pertenecemos» al lugar donde una vez nos arrancaron el corazón – entiéndase esto cada cual como juzgue conveniente – ese lugar donde peregrinamos tan a menudo e involuntariamente como una respiración, ese suelo donde establecemos nuestro santuario. Algo nos hace indisolubles como el pegamento y saliva que timbró definitivamente el sello y la imagen.

    1. Amigo Fran: debe ser cierto que oigo «los cantos de náufrago», pues desde que vi la postal y recompuse toda la «historia» de los leones, en ese poco tiempo, una especie de impaciencia se apoderó de mí: era como una necesidad perentoria que me decía que debía cuanto antes decir lo que sabía; sin comprender bien qué prisa me urgía. Ahora lo entiendo: alguien esperaba que le explicasen qué pintaban «nuestros leones» en lugar tan extraño..
      Te escribiré en poco tiempo. Abrazos,
      CARLOS

  5. Entrañable relato! Me ha gustado leer vuestros aclaradores comentarios -A principios de este mes tuve la suerte de montarme,de nuevo en nuestros leones y es curioso en la glorieta de Cuatro Caminos han colocado una fuente rodeada de unos quince leones grandes y algunos mas pequeños
    Abrazos

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