He acudido a la invitación que me hizo Abderrahman Lanjeri para participar en el Festival Intercultural 2015 en Larache, sin saber que, una vez más, la emoción se iba a adueñar de nosotros. Ha sido tan especial, tan entrañable, tan divertido. Participé en una mesa redonda con larachenses para hablar de Larache y de nuestra experiencia personal para mostrar a todos que la convivencia y el respeto es posible. El aire se llenó de magia.
Habló Ange Ramírez, embargada por una emoción desbordante, abriendo el encuentro, y luego intervino el profesor Abdallah Benaissa-Bucarruman, desplazado ex-profeso desde Casablanca, que hizo una interesantísima exposición sobre la haketía.
El cineasta larachense Abdeslam Kelay nos iba presentando a medida que interveníamos, y así nos vimos hablando de nuestra infancia y de nuestras experiencias Emilio Gallego, Ernesto Blanco y yo. Los recuerdos brotaban con facilidad y entrábamos y salíamos del Cine Ideal, del Cine Avenida, del Jardín de las Hespérides o del Zoco Chico, íbamos de caza a la Ghaba y a nadar a la playa peligrosa, y nos asomábamos al Balcón del Atlántico como si de pronto hubiésemos regresado a un pasado que no nos abandona.
Han sido días intensos, en los que la música ha sido protagonista principal, la música y los amigos. Hacía tiempo que no me reía tanto con tanta buena gente. Sara Sae nos deslumbró con su voz potente, cantando a capella en la Casa de la Cultura que nos hizo llorar, literalmente, y luego nos regaló otra canción también a capella en el Café Valencia, mientras desayunábamos el último día, y se nos hizo un nudo en la garganta. Cuando actuó en el albergue juvenil, acompañada de su grupo, su voz nos transportó con el sonido sefardita y con las leyendas de Granada….
Actuaron grupos de Bulgaria, de Madrid, escuchamos temas de Bossa Nova con el dúo Nossa Bossa, el grupo de guitarra que venía con Ernesto Blanco del Conservatorio de Córdoba Músico Ziryab, impresionantes, la preciosas canciones del cantautor Ramón Tarrío, en cuyos temas había versos de El Fathi, Fernández Gomá o Chakor, el grupo Repiques, música Gnawa, saltimbanquis, el grupo Ma Samba, batucada, el dúo Colores que fusiona la guitarra flamenca y letras en inglés, precioso, el grupo larachense Lalla Mennana que nos dejó con ganas de más… En fin, estuvo fantástico. Y las actuaciones en lugares simbólicos: en las ruinas de Lixus, en la plaza de España (Liberación), en el Zoco Chico, en la capilla de la Cruz Roja, en la Iglesia del Pilar… Fusión real.
Las risas y las bromas de Carmen, Rosa María, Mercedes, Fefi, Rafi, Ángela, María, Hanan, Joyce, Sara. Katya… La compañía de El Hachmi, Marcos, Emilio, Ernesto, Berry, Luisito, Ramón o Paloma… En fin, todo ha salido redondo. Y gracias a Abderrahman Lanjeri por su esfuerzo y a todos los que, junto a él y Ange, han hecho posible este encuentro.
Para quienes tengan paciencia, reproduzco a continuación mi intervención en la mesa redonda.
Hoy quienes estamos aquí sentados en esta mesa redonda somos unos amigos. Y nos rodean más amigos. Y a todos nos une algo invisible y etéreo que es difícil de explicar. Nos une una ciudad, una ciudad muy especial.
Larache tiene embrujo, y aunque le hayan echado todos los males de ojo del mundo, ha conseguido sin embargo que todos nosotros no sólo seamos amigos sino que nos sintamos como una familia.
Yo no me acuerdo de Ernesto Blanco cuando era niño. Tampoco sé, si ya siendo niño tenía barba o no, y si ya entonces tocaba la guitarra. En todo caso, espero que no tuviera barba.
Seguramente jugaríamos en alguna ocasión juntos, o quizá incluso nos tirásemos alguna piedra -a lo que éramos muy aficionados los del callejón de Uniban y los de la calle Daisuri-, pero desde que nos reencontramos casualmente hace unos años se ha tejido entre nosotros una amistad muy estrecha y especial. Yo sé que cuento con él para lo que necesite, y él sabe que cuenta conmigo para lo que le haga falta. Y esto no sucede con cualquiera. Sucede porque los dos somos de Larache, y Larache nos convierte en hermanos.
Con Abdeslam Kelai ocurre otro tanto. No lo recuerdo de mi infancia, ni él me recuerda a mí, pero seguro que nos cruzamos en más de una ocasión y hasta es posible que hablásemos o jugásemos. Quién lo sabe. Pero cuando nos vemos, es como si nos conociésemos de siempre. Yo lo admiro por su trabajo como cineasta, y lo sigo con cierta ansiedad cuando nos anuncia que acude a un festival a competir con alguna de sus películas, porque estoy deseando que mi hermano (él me llama así, y yo le dijo jay) que Abdeslam gane el primer premio. Un premio de lo que sea. Da igual, pero que lo gane. Y también nos sentimos hermanos.
Pero con Emilio Gallego me ocurre algo distinto. Nosotros sí habíamos jugado de pequeños por las calles de Larache, y yo había entrado en el cine de su padre, en el mágico Cine Ideal, gracias a que nos colaba gratis para ver películas. Luego, nos olvidamos el uno del otro. Pasaron los años. Y cuando nos reencontramos, en este caso, todo fluyó de manera natural. Todo se fue recomponiendo volviendo a su sitio, y el pasado incluso parecía cercano. Nos sentimos muy unidos. Y también somos como hermanos.
Con Ange Ramírez, la cosa tiene sus matices. Ella es, sencillamente, familia, alguien que va muy unida a mi madre, con quien en los últimos años compartió momentos muy entrañables. Es muy especial.
¿Por qué os cuento esto? Porque creo que esto demuestra que el vínculo entre los larachenses es muy difícil de comprender para alguien que no es de aquí. Yo creo que nos miran mal. Como si estuviésemos locos.
Pon a dos larachenses en medio de un desierto, y se pondrán a hadrear sin parar de Larache. Y si los pones en una plaza redonda, como la plaza de España, se pondrán a rallar la plaza –como decimos aquí- dando vueltas como si fuera un disco mientras hablan y hablan larachensemente.
…
En general, a los que tenemos cierta edad y a nuestros mayores, nos invade una especie de nostalgia por el Larache que conocimos una vez. Ese Larache que se esconde tras los horribles bloques de pisos que han sustituido a esas preciosas casas y edificios que conocíamos. La razón es que en aquel Larache (para los mayores, el que formaba parte del protectorado; pero para nosotros, los más jóvenes, nacidos ya en el Marruecos independiente, es el Larache que conocimos ya bajo Hassan II), en ese Larache, digo, aprendimos una asignatura que es difícil de estudiar en ninguna universidad del mundo. Aprendimos lo que es respetar al diferente.
No aprendimos a tolerar, porque nadie estaba por encima de otro, sino a convivir y respetar a nuestros vecinos, a entender que las ideas, creencias y costumbres son diversas y diferentes pero tan respetables y dignas de admiración como puedan serlo las propias.
Hace unos días, colgaba en mi blog un listado de teléfonos de Larache del año 1956. Busqué lógicamente el teléfono de mi abuelo Manuel Barce: era el número 2207.
Me llamó la atención una cosa de ese listín: la mezcla de los apellidos.
Iba leyendo con el dedo bajando ese listín y me encontraba con un montón de Bares… Bar Coliseo, Bar La Marquesina, Bar Royal, Bar Selva… y luego con los apellidos: Barce, Barcelona, Barrabah, Barrada, Barranco, Bekuri, Belity, Belkassem, Bemergui, Ben Abdellah, Ben Abdeslam, Ben Ahmed, Ben Hach, Ben Musa, Benaisa, Benarroch, Benasuly, Benchimol, Bendayan, Bengoa, Beniflah, Bensabat, Bensimón, Berenguer, Bueno, Busfeha, Butler, Buzaglo… Apellidos musulmanes, cristianos y hebreos.
No sé si os habéis dado cuenta pero nos miran raros cuando contamos que, en nuestra infancia, y en los años anteriores, los de nuestros padres, convivíamos todos juntos y que nunca había nada que nos hiciera pensar mal unos de otros.
Celebrábamos juntos el Mulud y el Aid el Kebir, el Passad y las Navidades, y si veíamos un cortejo fúnebre que se dirigía a toda prisa al cementerio musulmán, nos quedábamos quietos en silencio en las aceras hasta que pasaba el cortejo y sólo entonces seguíamos jugando.
Cuando escribía los cuentos que forman parte de mi libro Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente, me daba cuenta de la riqueza que poseemos. Hemos sido muy ricos.
Y somos unos privilegiados.
Aprendimos a respetarnos sin que nadie nos obligara a ello. Surgió de una manera espontánea y natural. ¿Cómo iba a ser diferente si vivíamos en la calle, jugando de la mañana a la noche unos con otros, sin que supiésemos que podían existir diferencias entre nosotros? Ni las veíamos.
Si el padre de mi amigo Lotfi iba a la mezquita, si el padre de mi amigo Mesod iba a la sinagoga o si mi padre iba a la iglesia, no nos suponía nada especial. Era lo cotidiano.
¿Qué niño cristiano no estaba deseando que se cocinara harira en Ramadán? Nos moríamos porque nos invitaran a tomar una taza de harira. Y si no nos invitaban, nuestras madres, las preparaban en nuestras casas. Qué harira hacía mi madre. Siento decirlo, pero era la mejor harira del mundo.
¿No era eso una especie de pequeño y humilde homenaje de respeto a la comunidad musulmana?
Y cuando Yebari montaba el pequeño estrado en su bazar para que los tres reyes magos pudiesen recibir a los niños cristianos para que les entregaran sus cartas pidiendo sus juguetes (yo entre ellos), ¿no era eso también una especie de pequeño y humilde homenaje de respeto a la comunidad cristiana?
Y cuando nuestras familias acudían a la casa de unos amigos hebreos para felicitarlos por el Rosh Hashaná y nos daban manzanas mojadas en miel, ¿no era eso de la misma forma una especie de pequeño y humilde homenaje de respeto a la comunidad hebrea?
Y por eso, escribiendo esos cuentos de Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente, no sólo me di cuenta de todo esto, sino de que sigo atado de por vida a mis amigos, que forman parte de mi familia.
Y decidí que debía rescatar ese espíritu y plasmarlo en un libro, y, gracias a eso, recuperar a los amigos y a los familiares para que nunca se pierdan en las páginas del olvido.
En cada cuento del libro, trato de que deambule cualquiera de mis amigos de aquí, y los homenajeo de esa forma; y lo mismo hice en mi novela Una sirena se ahogó en Larache. El 90% de los personajes son reales. Sois vosotros. Somos nosotros.
Leer estos dos libros significa reencontraros a vosotros y a los que desgraciadamente ya no están. Porque yo quería que viviésemos para siempre. Convertirnos en inmortales. Que mi Larache no se olvide, que no la borren de la memoria.
Sé que ya no existen ni mis abuelos, ni Mina, ni Brital, ni el señor Gallego, ni don Aurelio, ni el mayor de los hermanos Yebari, ni tampoco Dukali, ni Juanito Vargas, ni Manolo Alvarez, ni Fadela Tadlaoui, ni estarán con nosotros María (la madre de Ange), ni nos cruzaremos con Mohamed Sibari, ni veremos llegar de nuevo a mi madre. Pero todos siguen vivos en mis libros.
Y aunque estamos aquí, es fácil hallaros en mis cuentos, porque sois mis amigos, mis compañeros, mis paisanos, mis hermanos…
Sin ninguna duda, un día, también nosotros desapareceremos. Pero nuestros hijos abrirán estos libros y creo que habré conseguido que ellos descubran quiénes fuimos, y también sé, sin ninguna duda, de que se darán cuenta de que hemos sido los más ricos del mundo.
Sergio Barce, Larache, 10 de octubre de 2015
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6 respuestas
¿Sabes, Sergio…? Me has hecho llorar… con tu maravillosa intervención… y sí, ya ves, he tenido paciencia de leerla y de compartir sensaciones que muchos no entienden… «atado de por vida…»
Preciosas fotos.
Un beso
Gracias, Joana. La verdad es que el acto se llenó de mucha emoción porque todas las intervenciones fueron muy entrañables.
Un beso
Gracias Sergio por tú magnifica intervención en la qué hablas con mi corazón y mis sentimientos y qué son las vivencias de todos nosotros . Muchas gracias por tantas emociones y por trasmitírnoslas . Muchas gracias a todos los participantes en éste precioso festival y a su organizador y organización.,y otra vez, muchas gracias a ti por ser nuestra voz , nuestra muy importante voz
Me has llenado de orgullo, María Teresa. Gracias de corazón, besos
Me encantó leerlo, saludos a tu padre de Paquito como el me conoce de la agencia de viajes Euro…..
Gracias. Se lo diré de tu parte.
Un abrazo