Algunas imágenes de Itziar Gorostiaga no necesitan comentarios. Están ahí atrapando el instante de los larachenses en sus quehaceres, como Rachid, en su pequeña tienda de la Medina, junto a la Maison Haute, o los panaderos de la ciudad vieja que nos atraen con sus tortas de pan recién hechas, expuestas en sus mostradores de madera, el atrayente olor del pan recién hecho que no es más que un juego de magia.
Hay colores y olores en Larache, sus colores y sus olores. El olor de sus calles, que supuran a pescado y a salitre en el embarcadero, y en la Lonja, y a la entrada del puerto.
Huele a sardinas asadas cuando bajas la cuesta que te lleva al marsa, el lugar en el que los marineros se reúnen al mediodía para contarse sus cuitas, sus frustraciones, sus luchas con la mar. Hay atunes abiertos en canal, aguja palá… Los chiquillos corretean alrededor, pensando ya en marcharse a coger una barca que les lleve a la playa.
El olor del Mercado Central. Las especias hacen que tu nariz sienta un leve picor, suave, es el culantro, el pimentón, el azafrán, y las naranjas, y las sandías y los melones cortados por la mitad, huele al pescado que se exhibe en los mostradores de mármol, y huele a aceitunas aliñadas, a mandarinas, a higos y a uvas. No me resisto a coger una breva, y al morderla noto un cosquilleo en la boca. Los tomates estallan en rojo. Luego, llega el olor más seco de las carnes, carne de cordero, alguna cabeza cuelga de los ganchos de los tenderetes, igual que las chuletas de ternera, y las gallinas y los pollos desplumados y sin cabeza. Olores que acuden vertiginosos a recibirnos, a acompañarnos mientras cruzamos el edificio neonazarí del hermoso Mercado, la Plaza. Hay otros mercados en Larache, esos que abren por la noche y nos brindan un espectáculo alucinante de colores chillones y dramáticos.
Y están los colores. Esos que salen de una paleta milagrosa que se encarga de impresionar a los que se asoman al Balcón del Atlántico. Todos los tonos de azul y celeste, el añil, y el crepúsculo enrojecido, un infierno que no es infernal sino esplendoroso. Se confunden entre el alminar de la mezquita y el cementerio cristiano los blancos y azules, los padrenuestros y las aleyas, una confusión de voces con diferentes colores, nada ajenos, nada enfrentados, al contrario, allí siguen conviviendo, en el sordo eco del recuerdo de quienes yacen bajo la tierra, en el murmullo reiterativo de quienes rezan tras esas paredes cubiertas por un techo verde siempre de esperanza.
Y está el olor y los colores grises de la barra, cuando el mar se encrespa, y los pesqueros se atreven a cruzarla, y el espigón, y las olas rompiendo en el estruendo de su lucha inútil y eterna. Olores y colores de Larache, mil gamas, mil sensaciones, mil recuerdos impregnados en nuestra piel…
Sergio Barce, junio 2011
2 respuestas
Gracias Querido Sergio por traernos aqui estos comentarios sobre nuestra ciudad Larache eres genial me haces sentir al leer como si estubiera ahi ..
Y las fotos tambien todo muy bonito GRACIAS
Un abrazo
Cómo no recordar las visitas a los zocos, el bullicio, el colorido de las telas, la ventas de dulces de miel y almendras… o aquellas tardes de teatro que los niños ofrecíamos a los mayores en el terrado de la casa de la abuela.
Si, cierro mis ojos y me traslado allií, vuelvo a oler, me vuelve a embargar la felicidad que entones sentía y sobre todo vuelvo a sentir mucho amor, todo el amor que marcó aquellos irrepetibles años.