Aprovechando el recordar a todos que mañana día 22 de marzo, a las 19:30, en la Sociedad General de Autores y Editores, en Madrid, se presentará la novela “La ciudad del Lucus” del escritor larachense Luis María Cazorla Prieto, novela publicada por la editorial Almuzara, he pensado que sería el mejor momento para leer cómo describe Luis Cazorla el Larache de los primeros años del pasado siglo.
En esta novela, de la que ya podéis encontrar varios artículos míos en este mismo blog, Luis María Cazorla describe ese Larache de inicios del siglo XX con detalle y con exactitud histórica. Además de su trama sobre las intrigas y luchas que se produjeron en Marruecos por parte de la potencias europeas para hacerse con el control del país, y las disputas de estos mismos países con el sultán y con El Raisuni, además de todo ello, como digo, hay una constante referencia a la vida cotidiana que se desarrollaba en esos tiempos en Larache. Resulta curioso leerlo, porque parece escrito por alguien que hubiera estado viviendo en la ciudad en aquellos años, y descubrimos, en pinceladas que van salpicando la historia, cómo eran sus calles, cómo se construían edificios o cuándo se edificó algún que otro inmueble emblemático de la ciudad del Lucus. Y esto es otro activo de la novela de Luis. Sirvan como ejemplo tres fragmentos que he escogido del libro:
“Absorto por el panorama que se ofrecía a sus ojos curiosos, Cantéliz acabó topándose en el lado izquierdo del Zoco Chico con la mezquita Naziria y, frente a ella, con el callejón donde estaban situados los principales hornos de la ciudad. Un suave olor agradable le anunció su proximidad con varios metros de antelación.
Aunque el callejón era corto, la homogeneidad de las casas que lo delimitaban y el enjambre de personas que por allí pululaban le dificultó dar a la primera con el horno de Hicham. En pocos metros se agolpaban indígenas vestidos con amplios seruales, cuya parte trasera se descolgaba hasta las pantorrillas, y con una especie de chaleco o bedaia, descolorido por el uso, a través del cual se podían apreciar fuertes torsos y poderosos brazos embadurnados de restos de harina; mujeres recubiertas con enormes caftanes y holgados jaiques; hombres coronados por xambrinos o sombreros de paja coloreada, que hacían olvidar el resto de su vestimenta; algún que otro transeúnte vestido de negro desde los zapatos hasta el sombrero de ala corta y, por fin, varios individuos vestidos a la europea con traje de tonos claros que se fundía con el colorido que prevalecía en aquel entorno. La sotana amarronada del padre Cantéliz puso la guinda en la variada paleta cromática. No había dos personas iguales, cada cual revelaba con su indumentaria un origen distinto y un cometido singular. No resultaba sencillo explicar cómo aquella abigarrada composición formaba un conjunto gobernado por una armonía interna que cada elemento particular respetaba para no alterar el equilibrio inestable que el franciscano observaba en esos momentos.”
“Tras despedir a Zugasti, Ninet decidió salir a dar un paseo. Necesitaba respirar, estirar las piernas. Lo que menos le apetecía en esos momentos era encerrarse en su oficina o subir a casa. Atravesó a paso lento y meditativo la vieja plaza de armas del siglo XVII donde se asentaba el Zoco Chico. Se dirigió hacia Bab el-Barra o Puerta de Afuera de la medina. La franqueó entre los dos fuertes baluartes que la flanqueaban y pasó por debajo del revellín que, poderoso y desafiante, la defendía. Tomó el camino hacia la playa del desembarcadero, en la que las últimas horas del día se desvanecían ante el empuje irresistible de la noche. No pudo ir lejos porque la rampante oscuridad se lo impidió, no era recomendable adentrarse por esos lugares de noche y sin protección.
Iba ya de regreso cuando, ayudado por la última luz, reparó en el volumen de tres edificaciones en obras que emergían en la gran explanada que se extendía ante la puerta de la medina. <Para eso sí que está sirviendo lo de Algeciras>, musitó. <La autorización general concedida por el sultán para que los extranjeros puedan comprar y edificar en un radio de diez kilómetros en los ocho puertos abiertos al comercio parece que, al menos en Larache, está empezando a dar sus frutos>, reflexionó según traspasaba la Puerta de Afuera.”
2 respuestas
Hola Sergio, !me han regalado este libro !sólo lo he ojeado ! espero leerlo prontito Abrazo Angelita
Gracias por darnos esta bonita noticia,mañana lo buscaré para comprarlo.Seguro que lo ha escrito con mucho cariño…para mí es suficiente.
Enhorabuena a Luis Mª Cazorla.
Un abrazo