TRINA MERCADER nació en Alicante, en 1919. Poetisa, vivió en Marruecos, en concreto en Alhucemas y en Tetuán, pero la ciudad que realmente le marcó profundamente desde su infancia y a la que amó por encima de todo fue Larache. En Larache fundó una de las revistas literarias más importantes de la época, ya casi legendaria, la revista Al Motamid. Gracias a esta publicación, en la que colaboró asiduamente el escritor larachense Dris Diuri, comenzó a florecer un número importante de autores marroquíes que escribían en castellano.
Entre las obras de Trina Mercader destacan Tiempo a salvo (1956) o Sonetos ascéticos (1971). Trina murió en Granada en el año 1984.
En la revista Turia, que se editaba en Teruel, se publicó este pequeño relato donde Trina Mercader describe parte de la Medina de Larache. Siendo poetisa, su narración está atravesada de musicalidad y de una prosa poética dulce y envolvente.
Sergio Barce
UNA CALLE DEL BARRIO MORO DE LARACHE
de Trina Mercader
Penetrar por una calle de Marruecos es abrir el libro de lo maravilloso. La luz vendrá, atravesando bóvedas, a nuestro encuentro. Porque hay que perderse, sin prisas, por el pequeño laberinto luminoso.
El barrio moro de Larache es ese laberinto de luces y sombras por donde me pierdo. Hay que aceptar la cuesta, y el guijarro resbaladizo, y la escalinata desigual y el rincón lóbrego y maloliente. Porque todo forma parte de esta escenografía ya en desuso en nuestro mundo civilizado, que nos engulle y atropella. Aquí, por el contrario, todo está a la mano, todo tiene una altura que no sobrepasa nuestra humanidad.
La misma estrechez de la calle es agradable a nuestra estatura. Es como andar por el interior de una casa grande, familiar. La voz del mendigo ciego nos acompaña desde todos los ángulos, resonando. La salmodia del almuédano, desde su torre, es una impresión nueva a nuestros oídos. La novedad, la sorpresa nos va acompañando. Los ojos se acostumbran a la luz y a la sombra simultáneas. La cal de las paredes tiene sólo la estridencia de la luz, el propio reflejo trascendido. Mi paso se hace lento, obligadamente parsimonioso. Aquí la prisa lo rompería todo.
Una mujer atraviesa la calle. El sol estalla en el blanco jaique y casi la transparenta. Los pliegues del manto retienen la sombra precisa, dándoles profundidad. Es un manto que tiene mucho de griego, en su cascada de pliegues a la espalda. De él emergen unos pies calzados de babuchas, blancas también, a ras del manto. Arriba, unos ojos negros, a veces verdes, en lo alto del <letam>, del velo. Acaso la tersura de una mejilla no vista, adivinada. El paso siempre es lento, comedido, remontando sin prisa la ascensión. La calle, las paredes de las casas son el marco de esa figura única, el único detalle vivo que aprisionan. La más leve esquina, una línea blanca entre lo blanco la oculta, desaparece. La calle, ahora, queda estática, más quieta que nunca, como en reposo.
Alguna puerta se entreabre. Un bisbiseo apenas perceptible, comenta en árabe: Es una nazarena. Y la puerta se cierra blandamente, sin ruido, como la voz de las mujeres en el interior de la vivienda, o como sus pasos de pie descalzo sobre la cal de las azoteas.
En el recuadro blanco de otra azotea, una mujer se asoma:
-Buenos días, dice. Y sonríe.
Es una mujer que quiere conversación. Es la clásica mujer de siempre, atenta a cualquier posibilidad de charla. La voz del ciego insiste, se alza o se pierde, para regresar una vez más, llenando las callejuelas con su eco. De pronto tropiezo con él, a bocajarro, en una esquina. Con su cayado tantea los pequeños peldaños. Me hago a un lado y le dejo pasar, mientras inicia una vez más su petición de ayuda.
Toda la calle asciende con mi propia ascensión. Su soberbia sube o baja su propio desnivel. Los edificios son enjutos, sobrios, de pequeñas ventanas altas que coronan las desiguales alturas. No hay tejados; sólo una terminación brusca del blanco, cortando en cubos una arquitectura sin complicaciones.
A mi lado pasan los jaiques, las severas chilabas, destacando en lo blanco el amarillo limón de las babuchas. Los seres van como envueltos en su blancura. La calma de sus ademanes convierte cada calle en un claustro de mínimas proporciones. Claustro o celda para un pueblo religioso, en el que el silencio tiene una dimensión casi mística.
En Enero de 1948, se edita en Larache, el número 11 de la Revista Al-Motamid. En este número, entre varios poemas, se recoge el siguiente escrito por Andrés Sánchez Pérez:
Que bonito el poema. Alguien me puede explicar por qué las muchachitas judias sienten ganas de llorar al escuchar el cante de los moritos almadraberos,no entiendo bien; ¿lloran por Andalucia? ¿por qué? ¿Son judias andalusas? ¿y quieren volver a andalucia? no entiendo, pero es bonito y el cuadro del pintor es precioso.
Hermano Ahmed: Muchas veces los poemas son difíciles de interpretar. Yo creo que en este en concreto el autor mezcla un poco el ambiente del Larache de los años 40, cuando las chicas judías -que según cuentan eran las más hermosas- eran bastantes en el pueblo, y crea un ambiente de mixtura entre culturas: es curioso, es a los chicos marineros marroquíes a quienes cantan las chicas judías, eso resulta muy aleccionador de la convivencia existente en la ciudad. Luego, al referirse a Andalucía, pienso que evoca un poco la añoranza de Al Anadlus, y juega con el sueño de aquella Andalucía de la que, no lo olvidemos, los judíos fueron expulsados en los siglos XV y XVI, por eso lloran, por la tierra de la que vienen pero a la que no pueden volver. La poesía crea ambientes que se cruzan en el tiempo, y así lo hace el poeta. Pero sea cual sea la interpretación, y quizá yo me equivoque en mi explicación, como bien dices, Ahmed, el poema es muy bonito.
Un abrazo, jay
sergio
Hola, Asunción. Pues tal y como explico en el post, este poema se publicó en enero de 1948 en el número 11 de la Revista Al-Motamid, que se editaba en Larache.
Un saludo
6 respuestas
La conocí en Granada hace muchos años.
Era una gran escritora.
Carmen Martínez Albarracín
Que bonito el poema. Alguien me puede explicar por qué las muchachitas judias sienten ganas de llorar al escuchar el cante de los moritos almadraberos,no entiendo bien; ¿lloran por Andalucia? ¿por qué? ¿Son judias andalusas? ¿y quieren volver a andalucia? no entiendo, pero es bonito y el cuadro del pintor es precioso.
Hermano Ahmed: Muchas veces los poemas son difíciles de interpretar. Yo creo que en este en concreto el autor mezcla un poco el ambiente del Larache de los años 40, cuando las chicas judías -que según cuentan eran las más hermosas- eran bastantes en el pueblo, y crea un ambiente de mixtura entre culturas: es curioso, es a los chicos marineros marroquíes a quienes cantan las chicas judías, eso resulta muy aleccionador de la convivencia existente en la ciudad. Luego, al referirse a Andalucía, pienso que evoca un poco la añoranza de Al Anadlus, y juega con el sueño de aquella Andalucía de la que, no lo olvidemos, los judíos fueron expulsados en los siglos XV y XVI, por eso lloran, por la tierra de la que vienen pero a la que no pueden volver. La poesía crea ambientes que se cruzan en el tiempo, y así lo hace el poeta. Pero sea cual sea la interpretación, y quizá yo me equivoque en mi explicación, como bien dices, Ahmed, el poema es muy bonito.
Un abrazo, jay
sergio
QUE BONITO.LARACHE ES UNA CUIDAD HERMOSA Y UNICA G
GRACIAS
Soy nieta de Andres Sanchez Perez y ademas nacida en Larache
Me gustaria saber donde han encontrado esa poesia
Saludos
Asuncion Aizpurua
Hola, Asunción. Pues tal y como explico en el post, este poema se publicó en enero de 1948 en el número 11 de la Revista Al-Motamid, que se editaba en Larache.
Un saludo