LARACHENSEMENTE
Es el mes de julio. Hace calor. El atardecer se vislumbra sobre las palmeras de la plaza de España. Ahmed baja por la avenida Hassan II, saluda a un par de conocidos que levantan la mano a modo de respuesta en la puerta del Valencia y continúa caminando. Los pasos de Ahmed son lentos, no tiene prisa, y cuando hace este calor prefiere tomarse las cosas con tranquilidad.
Se sienta en la esquina de la terraza del Café Central. Pepe Osuna lo saluda con un movimiento de cabeza, desde otra mesa. La rotonda de la plaza empieza a desperezarse de la tórrida tarde y ya se ven algunos grupos de amigos pasear de un lado a otro.
Pasan diez minutos antes de que Hamid salga del local, con su eterna sonrisa, y le pregunta a Ahmed qué va a tomar. Qué va a ser, responde encogiéndose de hombros. Hamid suelta una risotada y regresa sobre sus pasos. Ahmed lleva treinta años sentándose en el mismo lugar, y siempre pide café solo. Pero a Hamid le gusta preguntarle para que siempre le responda enfurruñado qué va a ser.
Apoya el codo en la mesa y posa la frente en la palma de la mano, como si reflexionara profundamente. En realidad da una leve cabezada, y cuando abre los ojos se encuentra su vaso de café humeante junto a un vaso de agua Sidi Harazem que Hamid, sin perturbarlo, ha dejado en la mesa hace unos minutos. Le gusta el olor del café. Lo aspira. Da un sorbo ruidoso. Mira de reojo a la izquierda, y descubre a Dris Capone discutiendo con Mustapha, el secretario del Consejo Municipal. Luego, los ve besarse en la mejilla y separarse.
Bebe otro poco. En la mesa de al lado se ha sentado Sibari con un español al que no conoce. Se estrechan las manos.
-Assalam âlaykum.
-Hoy estás más viejo que ayer, jay.
-Y tú más guapo.
Es así como se saludan desde que tienen memoria. Y no añaden una coma.
Ahmed oye hablar a Sibari con el joven, se entera de que es un poeta que viene a presentar en la Casa de la Cultura un libro que ha escrito sobre jarchas y endechas. Hay unas jornadas culturales organizadas por varias asociaciones locales. Le oye expresarse con palabras atropelladas, y a Sibari tomarle el pelo.
Llegan Abid y Serroukj, que se sientan con los dos escritores. Le dan las buenas tardes a Ahmed que da otro sorbo a su café mientras estudia al grupo de soslayo. El recién llegado les pregunta si suele ir mucha gente a las lecturas de poesía, le dicen que sí, bueno no mucha gente pero la suficiente, en realidad, añade Serroukj, a estos eventos suele ir siempre la misma gente. Pero le dicen que tranquilo, que va a estar bien. Ahmed mira de nuevo por el rabillo del ojo. El escritor está inquieto, echa un vistazo a su reloj una y otra vez.
Abdeslam Kelai se ha acercado por la plaza y lo sorprende dándole unos golpecitos en el hombro. Ahmed arquea las cejas, le da la mano a Abdeslam, retira una silla para que pueda sentarse a su vera. Le pregunta si ha visto a Mounir.
-No sé quién es Mounir –replica Ahmed con desgana.
-Sí, hombre, vive en la calle Real. Su padre tiene un puesto en el Zoco y…
-No me hagas pensar, Kelai… Llevo todo el día con dolor de cabeza.
-Lo conoces –zanja Abdeslam antes de pedir un té a Hamid.
Con un gesto le pregunta quién es el que anda con los tres poetas. Ahmed se encoge de hombros, da otro sorbo a su café, que ya empieza a estar templado, y dice:
-Otro poeta. Y me parece que viene con prisas.
Kelai pone atención y oye fragmentos de la conversación de al lado. Abid le explica al forastero que está a punto de publicar un poemario, pero el otro le replica preguntando si no deberían ir ya camino de la Casa de la Cultura, porque solo quedan quince minutos para la hora en la que ha de presentar su libro.
-Tranquilo –le dicen los tres-. No hay prisas.
Llega Morad Jad y se sienta con ellos. El escritor le hace la misma pregunta al recién llegado.
-Bilati, jay –dice Morad arqueando las cejas como si se su impaciencia le molestara.
-Pero quizá haya gente esperando…
-Estamos en Larache… -le dice Serroukj sonriéndole.
-Al que madruga, Dios no lo ayuda –ironiza Sibari.
Morad alza la mano y se la estrecha a Sibari sellando la frase anterior. Mientras, Ahmed hace un gesto con la cabeza y Hamid aparece raudo, le retira el vaso de café y, al cabo de dos o tres minutos, reaparece con otro vaso humeante.
-¡El segundo!
-¿Por qué levantas la voz, jay? –se queja Ahmed-. ¿Quieres que todo el mundo sepa cuántos cafés me tomo?
-Sidi, siempre te tomas dos. Y todos lo saben –le replica Hamid riendo su propia broma.
Ahmed menea la cabeza de un lado a otro en un gesto de infinita paciencia. Pero de pronto se queda muy quieto, con el vaso de café entre los dedos, en el aire, a medio camino. A la altura del Café Lixus, Filali avanza a su encuentro, se dirige a la terraza del Central, sin ninguna duda, y viene directamente hacia el lugar donde él se encuentra plácidamente tomando sus dos cafés del atardecer. El rostro de Filali está algo alterado, y eso es señal de contratiempo, de disgusto, de discusión. Ahora parece que la cabeza le va a estallar de verdad.
Aunque sabe que ya es tarde para escabullirse, hace un amago, pero está atrapado entre la mesa que tiene delante y Kelai a un lado y Sibari y sus acompañantes al otro. Así que aguarda ahí sentado, estoico, y se hace el despistado dando un largo trago a su segundo café, pero ya no lo disfruta de la misma manera.
Filali se planta al fin frente a su mesa, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón; los brazos dejan abierta la chaqueta y al descubierto su prominente barriga. Levanta el mentón al dirigirse a Ahmed.
-Tengo un problema con tu hijo… -dice como preámbulo.
-Entonces ve a hablar con él –responde Ahmed.
-No, no… Estoy harto de él, y por eso te he buscado.
-Deja a Ahmed tranquilo –tercia Sibari.
-No te metas en lo que no te importa –dice Filali con mal humor.
-Vale –responde el otro volviendo a sus cuitas con los otros poetas. Pero en realidad todos ponen su atención en lo que viene.
-A ver, ¿qué ha hecho mi hijo?
-Lo hace todo mal, sidi. Todo. Tú has sido el mejor carpintero de Larache, te lo digo con la mano en el corazón, pero desde que tu hijo se ha hecho cargo del negocio…
-¿Cuál es el problema? –la voz templada de Ahmed se desliza como un susurro, sin alterarse, ni sube de tono ni se destempla.
-Mira, jay. Le encargué un armazón de madera para un sillón. Es para mi anciana madre. Quiero que esté cómoda cuando se ponga frente al televisor o esté cosiendo. Esta mañana lo ha llevado a mi casa, lo ha dejado en medio del salón, y Larbi el tapicero ha traído hace un rato el sillón con la nueva funda que le ha puesto… Ha quedado muy bonito, de verdad. Pero cuando mi madre se ha sentado, ¿sabes qué ha pasado? –los parroquianos, incluso Pepe Osuna, estiran los cuellos para no perder onda, para escucharlo todo- Que el sillón se ha caído hacia atrás y mi madre, la pobre mujer, se ha dado un susto de muerte… Se ha quedado boca arriba…
-Vaya –Ahmed hace un gesto con las cejas, y luego tuerce la boca-. Un error de cálculo…
-¿Cómo? –Filali frunce el ceño y clava sus ojos en el rostro huesudo y pacífico de Ahmed.
-Un error de cálculo… Seguramente mi hijo no ha situado bien el punto de equilibrio. Si no hay simetría no hay equilibrio. Y si las patas de atrás son más bajas… Habrá medido mal los listones. No tiene arreglo.
-¿Cómo que no tiene arreglo? ¡Claro que tiene arreglo! –la voz de Filali comienza a subir mientras las venas se le hinchan, y el escritor español que está sentado con Sibari y los otros, al ver el cariz de los acontecimientos, pregunta si no sería mejor irse ya a la Casa de la Cultura porque se está haciendo realmente tarde.
-Tranquilo, es temprano. Bilaaati… -le dice Abid.
-Ya son y cuarto… -protesta débilmente-. La presentación debería haber comenzado hace quince minutos, Mohamed Laabi debe estar desesperado, él es el moderador y no querría…
-No hay prisa –trata de tranquilizarlo de nuevo Serroukj, y le hace un gesto para que se calme y centre su atención en lo que dice Filali-. Laabi sabe cuándo llegaremos…
-¿Sabes cómo se arregla esto? –pregunta acercándose un poco más a la mesa de Ahmed-. Haciendo el trabajo como hay que hacerlo. ¡Bien!
-¿Ya le has pagado a mi hijo?
-¡Claro que le he pagado a tu hijo! Me pidió el dinero por adelantado…
-Eso te pasa por ser rico –le lanza Sibari con socarronería, y Filali se muerde los labios.
-Todo tiene solución, jay –dice entonces Ahmed con gesto fatigado-. Todo tiene solución menos la muerte… A ver. Me dices que al sentarse tu madre en el sillón, éste se ha ido hacia atrás… ¿Sabes lo que hay que hacer? –Filali frunce el cejo esperando la sentencia de Ahmed-. Apoyar el sillón contra la pared, jay. Lo empujas, lo pegas a la pared del salón y safi baraka.
-¿Safi baraka?
-Safi baraka, pero de verdad –vuelve a pinchar Mohamed Sibari que se parte de la risa.
-¿Crees que eso lo arregla todo? –el color del rostro de Filali se ha tornado granate, a punto de ebullición.
-Claro que lo arregla. Ya verás como tu madre no vuelve a caerse…
Desconcertado, Filali se queda mirando a Ahmed sin saber muy bien qué hacer. Mientras, el anciano da otro sorbo al café y mira distraídamente hacia la plaza, como si buscara con la vista a alguien. En realidad solo quiere que le dejen en paz para acabar su segundo cafelito.
-Esto no va a quedarse así –farfulla Filali exasperado, pero opta por marcharse y ni siquiera se despide-. Esto no va quedarse así…
-¡Dile a tu hijo que arregle ese sillón, Ahmed! Como vuelva a caerse esa mujer…
El hombre hace un gesto con la mano, como si espantara una mosca.
-Mañana será otro día –dice en un murmullo.
Pasan dos o tres hombres camino del Club de Funcionarios de Larache, lo saludan.
-Ualikum as´alám.
-Kif entsá. Al ajer, el hamdulilá.
-Kulshi misián?
-Hamduliláh.
-¿Te vienes a jugar al dominó? –le pregunta uno de ellos a Ahmed.
-Hoy no puedo. Tengo que solucionar un problema de mi hijo.
-¿Vas para el taller?
-No. Mañana. Pero tengo que pensar tranquilamente. Encontrar el punto de equilibrio…
-Waha, sidi.
Los funcionarios jubilados continúan su camino, y los poetas se incorporan para marcharse ya a la Casa de la Cultura cuando El Guennouni llega con Rachid, vienen de la Librería Al Ahram.
-No os levantéis, el músico ha avisado de que se retrasa…
-¿No viene el músico? –pregunta el poeta español.
-Sí, pero tendrá que hacer algo… Y sin música, ¿cómo vas a leer tus poemas? Queda mejor con su acompañamiento.
-Pero ya es muy tarde…
-En Larache todo se hace larachensemente –le explica Rachid con una sonrisa torcida en sus labios, socarrona-. Si te dicen que algo empieza a las siete, hasta las ocho no aparece nadie… Shuia, shuia…
Ahmed ve que el escritor español da un suspiro y que vuelve a mirar su reloj. Está absolutamente desencajado.
-¡Sidi Mohamed! –interpela a Sibari-. Dile a ese joven que no tenga tanta prisa, me está poniendo nervioso…
-¡Joven! –le dice entonces Sibari al poeta-. Que dice este venerable anciano que haga el favor de no estresarlo.
Pero antes de que pueda decir algo, todos se quedan por un momento petrificados.
-Ahí viene… -murmura alguien.
Una mujer se acerca caminando desde la avenida Mohamed V en dirección a la de Hassan II, rodeando la manzana. Tiene que pasar por delante de ellos. Todas las tardes pasa por delante de ellos. Es una mujer altiva, orgullosa, que viste una chilaba negra ceñida. Lleva el cabello negro recogido en un moño, los ojos, inmensos, enmarcados con el khol, los labios afrutados. Sabe que llama la atención, y camina a un ritmo que no es ni muy rápido ni muy lento.
-Una diosa… -se oye en la mesa que ocupan Ragala, Aziz y Majid.
-Una estrella ha caído del cielo –dice otra voz desde el lugar donde están sentados Abderrahman Lanjri, Chrif Tribak, Rachid, Kasmi y Yebari. El Hach suelta una carcajada.
La mujer esboza una insinuación de sonrisa, como si se contuviera. Tiene unos ojos tan espectaculares que, al mirar un segundo a las mesas del café, sus pupilas parecen posarse en todos los que la observan pasar. Es como si dominara el aire, como si la brisa se detuviera, como si el reloj se parara. Nadie dice nada.
Ahmed se yergue en su silla, la observa, contiene la respiración. Se lleva una mano al pecho.
-A este hombre se le ha parado el corazón –dice alguien, y la mujer mira de reojo a Ahmed, lo ve con la mano pegada al pecho, y se tapa la boca para ocultar su risa.
-¿Quién dijo que las flores no andan?
-Si esos ojos se posaran un segundo en mí…
Los comentarios se suceden hasta que la mujer, que no ha alterado el ritmo de sus pasos, se aleja y deja la terraza sumida de pronto en el silencio. El poeta pregunta quién es.
-Un sueño que cada tarde pasa por aquí –le explica Sibari.
Ahmed saca unas monedes, hace un gesto y Hamid se acerca a él. Le cobra los cafés, y lo ve beberse el vaso de agua.
-Me tengo que marchar –dice.
Hamid le sonríe. También saben que hasta que no pasa esa mujer misteriosa, Ahmed no se mueve de su poltrona. Así que la rutina se cumple un día más.
-¡Hamid! Cobra por aquí que nos tenemos que ir…
Los escritores y sus acompañantes se ponen en marcha. Van con una hora de retraso al acto de la Casa de la Cultura, pero avanzan muy despacio porque saben que no llegan tarde. Shuia, shuia. Ahmed los sigue a corta distancia, oyéndoles hablar. Lleva las manos cogidas a la espalda, pensando en el error de su hijo al hacer el armazón de madera, pero es un pensamiento vago y lejano, en realidad es algo que puede esperar.
Se cruza con Curro, que se dirige a la Casa de España. Se estrechan la mano, se preguntan por la familia. Curro camina tan despacio como Ahmed, y también lleva las manos cogidas a la espalda. Es una forma de caminar muy peculiar, es la manera de hacerlo de todo el que no va contrarreloj. El aire es cálido, huele a azahar y a mar, un buen atardecer para terminar el día sin prisas. Larachensemente.
Sergio Barce, junio 2013
33 respuestas
Como siempre ,estupendo relato, parece qe estaba sentada en la mesa de al lado tomandome un té.Gracias Sergio.Un abrazo.
Gracias, Isabela.
Te mando un beso,
sergio
Precioso tu relato. Efectivamente así se vivía en Larache, sin prisas, tranquilos, que hay tiempo para todo, shuia, shuia. allí me he visto en la terraza del Café Central desde una mesa de al lado contemplando la escena y con mi tio Pepe al lado. Me ha encantado.
Terminé tu novela «Una sirena se ahogó en Larache». Desde la mitad hasta el final me la leí de un tirón, quería saber como terminaba la vida del pobre Tami.
Está tan bien relatado que sin darte cuenta te vas introduciendo en su argumento y te ves como un miembro mudo de la trama expectante de su desenlace.
En hora buena. Me ha gustado.
Un beso.
Muchas gracias, Esperanza, por lo que me dices del relato y porque te haya gustado la novela. Me alegro, de verdad.
Ha sido una suerte conocerte a ti y a tu hermana en persona.
Un beso
Yo también me alegro de haberte conocido.
Sigue deleitándonos con tus relatos y recuerdos. Un beso
He leido, su relato me parece extraordinario despues de conocer un poco la ciudad que os han visto nacer a usted y mis amigos,Felicidades por hacernos recorrer Larache desde la silla delante del ordenador.
Muchas gracias por estar ahí, en la silla de su ordenador, leyéndolo.
Un saludo.
Tu relato maravioso es que me esiste pensar que estaba sentada gunto à ellos y sabes algo que morad jad es mi primo de parte de mi madre gracias sergio
Me alegro mucho de que te gustara. Amina. Shukram!!
Dale recuerdos a Morad.
sergio
Precioso, encantador, divertido… para leerlo y releerlo larachensemente. Me ha encantado cómo se dan cita en tus líneas tantos y tantos amigos y paisanos que ya me son tan familiares a día de hoy.
Como este relato necesitamos muchos más…
Un beso
Muchas gracias, Joana. Sí, siempre trato de que mis amigos aparezcan en los cuentos, es como un pequeño homenaje a todos ellos.
un beso
Hermoso relato Sergio, basado en personajes del sentir larachense, ya sabes que me encanta como escribes, me gusta la sencillez, la calidez, la cotidianidad……esperando una nueva novela tuya……
Lo sé Raquel, y es muy alentador leer comentarios como el tuyo.
En dos o tres semanas la nueva novela estará en la calle. Ya os daré noticias.
Un beso
sergio
Genial, Sergio. Es un relato cinematográfico, más que fotográfico, de un día cualquiera de comienzos de verano en mi querido pueblo. Me ha pasado lo que a Isabela. Lo he visto y oído todo desde la mesa de al lado. Una de las maravillas de Larache, el tempo, el suai suai.
Un abrazo, monstruo
José Manuel
Me a mucha alegría que te asomes por aquí Semanué. Y sobre todo que disfrutéis con mis relatos.
Un abrazo muy fuerte,
sergio
He compartido en facebook este magnífico y familiar relato.
Te lo agradezco, Paloma. Siempre tan amable conmigo.
Un beso
Estupendo relato,como ya dicen algun@s,durante la lectura te da la sensacion de estar presente.Te hace recordar tiempos pasados y en verdad se lee con mucho interes.
Agradezco a Semanuel,el poner la direccion en HHH los de Larache.
Un saludo Jose Crespo
Gracias, Jose.
Un abrazo
¡¡¡Fantástico, genial!!! Oye Sergio me lo he pasado pipa leyendo el relato. Mira, si es que hasta me reía a carcajadas, porque es que es un relato genuinamente larachense, sin trampa ni cartón, tal como se vivía allí, o como supongo que se sigue viviendo allí.
Te aseguro, que por unos momentos, me sentí allí, sentado en otra mesita y observando la escena, lo mismo que Pepe Osuna.
Las personas que conozco, a veces, me dicen que hablo demasiado de Larache, que cómo es posible que, después de tantos años de irme de allí, me pueda acordar tanto de mi bendito pueblo.
Yo les digo que es normal, que no entiendan que yo me acuerde tanto de Larache, porque para eso hace falta ser de allí, haber vivido en Larache y sobre todo, haber sentido Larache hasta los tuétanos, porque no sé de ningún larachense, que no sienta Larache de esa manera, hasta los tuétanos.
Bueno, menos mal que mis paisanos/as entienden lo que quiero decir en estas líneas y a todos ellos/as, les envío un sincero saludo.
Alfonso Santamaría
Pues eso Alfonso, hasta el tuétano… Me alegro que te hayas reído, y que lo hayas disfrutado tanto.
Un abrazo
sergio
Estimado Sergio: MagnIfico relato costumbrista, lleno de ingenio y veracidad.
Un abrazo. Alicia.
Muchas gracias, Alicia.
Cuando me dicen ¿pero que tiene tu pueblo Larache, que tanto ponderais? les digo que es diferente a los de aquí, que es tan tan «sin igual»que quien no sea de allí dificil lo tiene de entender.- Sergio me ha agradado mucho el relato y como es normal, lo he leido dos veces, y la segunda tranquilo con pausa, vamos LARACHENSEMENTE.- Un abrazo Luis
Gracias, Luis. Seguro que laracehnsemente lo disfrutas mejor.
un abrazo
Gracias Sergio, llevo cierto tiempo sin abrir ningún correo, pues me encuentro muy mal, pues, he perdido 40 Kg. en tres meses, los médicos sospechan algo malo, pero nohay nada que pueda con un larachense. Mientras que estaban discutiendo en el Bar Central, en la mesa de a lado estaba yo tomándome un café con leche, pero del Bar Selva.
Un abrazo : Antonio Selva
Muy bueno, Antonio.
El otro día estuve con tu hermano Paco en el Ateneo.
Resiste, que nop van a poder contigo. Y si te sirve de algo, tienes mi abrazo. Mejórate.
sergio
ESTIMADO SERGIO
ACABO DE LEER TU INTERESANTE RELATO Y TB LOS CARINOSOS COMENTARIOS QUE PLACER!!!!!UNA VEZ MAS NOS LLEVAS A NUESTROS EMBLEMATICOS LUGARES COMO NUESTRO PUEBLO Y EL CAFE CENTRAL!!
RECUERDO DE NINA QUE MIS PADRES Q.E.P.D. ME MANDABAN AL CAFE CENTRAL, PARA QUE LES GUARDARA UNA MESA JUNTO A LA VENTANA QUE DA AL «»PASEO»»
YO , ESPERABA QUE ALGUIEN SE LEVANTASE Y YO CORRIENDO ME IBA Y ME SENATABA EN UNA SILLA HASTA QUE ELLOS LLEGARAN.
QUE TIEMPOS.
UN CARINOSO SALUDO
BELLA- JERUSALEN
Me alegro muchísimo de que este relato te traiga tan buenos recuerdos.
Un beso, Bella.
sergio
Paisano Sergio, me ha gustado muchísimo tu relato, los Larachenses es que nos tomamos las cosas con mucha calma. Recuerdo que en el Café Central fué donde tomé mi primera copa de ginebra, que por cierto me salió a chinche.
Un fuerte abrazo
Pepe Jurado
Querido Pepe:
También era el lugar habitual al que acudía mi padre con sus amigos, y si no me equivoco alguna vez te ha mencionado. No sé si hay algún larachense que haya estado en el Central.
Un abrazo
sergio
Hola Sergio,
Un poco en atraso lei este maravilloso relato yo tambien me imagine sentada al lado siguiendo la conversacion de los amigos Larachensemente como dices ….que bonitos recuerdos !!!! Recuerdo nombres de amigos musulmanes de mis padres por ejemplo el Sr. Dris y el Sr. Feddol .
Gracias por estos precisos recuerdos que nos traes .
Un saludo carinoso desde Natanya – Israel.
Nurita
Gracias, Nurita.