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«LOS HEREDEROS DE AL-ÁNDALUS», un relato de SERGIO BARCE

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En el número 4-5 de la Revista ENTRERÍOS, publicada en 2007 en Granada, número dedicado a Al-Ándalus, se incluye un relato que escribí específicamente por tal motivo. Se trata de un cuento inventado, pero supongo que no ha de andar muy alejado de aquella realidad que aconteció por esa época. Es una historia con alguna base histórica, es cierto, pero la peripecia relatada y los personajes que la protagonizan son producto de mi imaginación. Siempre he pensado que muchos de los judíos y moriscos expulsados de España debieron acabar en Larache, que era por entonces un puerto relativamente activo, y donde muchos corsarios buscaron refugio. Aun siendo una fantasía mía, espero que os la creáis.

Los herederos de Al-Ándalus

Ahmed Ben Hassen el Hakhdar había salido de la provincia de Córdoba, junto a los suyos, allá por el otoño de 1495 rumbo al puerto de Almería. Ahmed había conseguido dilatar la orden de expulsión gracias a sus trabajos como cetrero para Don Diego Fernández de Córdoba Montemayor, Alcaide de los Alcázares de Córdoba y Alcalá la Real, Conde de Cabra y Grande de España. Sin embargo, la presión de los inquisidores aconsejó a su protector darle cobijo sólo hasta las costas y que así pudiera ponerse a salvo en tierras herejes.    Dos años antes, la familia de Salomón Samun, descendiente del Maestre Judá Ben Samun, médico del Rey de Aragón Don Pedro IV, y entroncado con el rabino de Fez Elazar Samun, hubo de sufrir el oprobio de una orden de expulsión cainita y salvaje. También Salomón había trabajado a las órdenes del Conde de Cabra, razón por la que Ahmed Ben Hassen y Salomón Samun se conocían y habían trabado más que una estrecha amistad.

   Escudo de Diego Fernández de Córdoba, Conde de Cabra

La noche antes de su partida, Salomón lloró al hombro de Ahmed y ambos hubieron de fundirse en un largo abrazo que, años después, aún emocionaba a Ahmed Ben Hassen cuando lo rememoraba en sus vigilias. Y, durante esa misma noche, incierta, negra y gélida, Salomón juró que su casa siempre estaría abierta a la familia de Ahmed si, alguna vez, decidían o le obligaban a cruzar el mar. Le había dicho a su amigo que estaba decidido a llegar al Magreb y que cruzaría sus tierras hasta alcanzar el Atlántico, a un lugar que se llamaba “jardín de las flores”, que se asentaría a la orilla de un río, para tratar de imaginar que seguía en los meandros del Guadalquivir donde había corrido de niño, y le ofreció su futura casa, fuera la que fuese.

   Las lágrimas de esos dos hombres lo eran no sólo por un destino impuesto, sino por la certeza en ambos de ser testigos de lo que ya sólo eran las cenizas de Al-Ándalus, la tierra que les había hecho crecer felices y que ahora, irremediablemente, parecía condenada al oscurantismo.
   El viaje de Salomón Samun hubo de ser triste y desgarrador. El ulterior de Ahmed, por supuesto, resultó igualmente dramático. A las inclemencias del viaje, por caminos y territorios ajenos, se unió el dolor que les abría el alma y les arrancaba de cuajo las raíces más ancianas.
  Como predijera Salomón la noche antes de su partida, cerca de Medina Azahara, su largo y mudo viaje terminó en una pequeña población en la costa Atlántica, el jardín de las flores, el lugar donde, según le había enseñado su viejo profesor Alí Ben Bouissef el Granadino, el gran historiador griego Estrabón había situado el mítico “Jardín de las Hespérides”, en el que Hércules realizó una de sus proezas, arrancando las manzanas de oro, y donde también Plinio el Viejo ubicaba extraordinarias leyendas. Salomón Samun había llegado, pues, a Larache, la antigua Lixus, y a la orilla del río Lükus asentó primero su jaima y, más tarde, levantó una casa rectangular, con patio interior, y empotró la llave de su vieja morada de Córdoba en el quicio de la puerta, jurándose, como miles de desarraigados más como él, que, un día, regresaría a su Al-Ándalus.

De perseguido, de perro, de desheredado, Salomón Samun, despojado de su condición de hijo del venerado Yucef Samun, se convierte, por la gracia y generosidad del sultán, en protegido del Imperio. En Marruecos, los judíos expulsados del Reino Católico, ya no sólo no son tratados como parias sino que son acogidos como las “Gentes del Libro” y comienzan a ocupar cargos importantes en la corte.

Medina Azahara

La casa de Salomón tenía dos plantas y, desde la terraza superior, la vista se perdía más allá de la desembocadura del río, más allá de las ruinas romanas de Lixus, más allá incluso de las colinas más lejanas. Situada a la falda de la Medina, desde ella Salomón fue testigo de algo extraordinario: tras visitar las ciudades del sur, Fez, Marrakech, Meknes, se dio cuenta de que en Larache algo del esplendor de Al-Ándalus había decidido instalarse, sin que pudiera entender porqué precisamente en ese rincón del país, el que había soñado como destino. En efecto, con ocasión de sus numerosos viajes comerciales, en los que volvió a contactar con antiguos paisanos cordobeses, pudo comprobar que en aquéllas se habían levantado barrios judíos, apartados del resto de la población autóctona, mientras que en Larache no existía ningún “Mel´láh”. Como él, los judíos se habían ido arraigando en la propia Medina de la ciudad, en el barrio genuinamente musulmán, de tal modo que su fusión con la ciudad vieja fue plena y fructífera y, gracias a su potencial económico y comercial, los propios judíos pusieron de su parte para que la Medina de Larache fuera creciendo y prosperando. Muy cerca de su casa, también construyeron las suyas las familias de Buzaglo, Amselem, Bendayán, Serfati, Barcesat, Chocrón o Benayón. Pared con pared, podían escucharse los rezos hebreos, las plegarias cristianas y las aleyas musulmanas. La familia de los Beni Serrouj y la de los Guzmán se mezclaban en la misma cuesta de los joyeros junto a las de los Benarroch, los Vázquez y los Guennouni. Al-Ándalus parecía haberse guarecido en esas calles marineras.

Medina de Larache

Poco después, comienzan a llegar también los moriscos, igualmente expulsados, y que proceden de la misma tierra de origen de esos judíos asentados ya en Larache como Salomón.

El sueño de la esplendorosa vieja España añorada, ese Al-Andalus jamás olvidado y, con los años, mitificado, fue estrechando, silenciosa y lentamente, los lazos entre las familias que habían compartido los mismos sinsabores del exilio, del rechazo, de la intolerancia y, sobre todo, del desarraigo por la vía de la violencia política y religiosa. Fácil es comprender, por lo tanto, que, pese a las diferencias religiosas, ese sentir de la tierra perdida uniera a gentes tan diversas y que inoculara en ellas una primera semilla, singular, de confraternización y de respeto mutuo que, realmente, sólo era el revivir lo que, un tiempo, se había respirado en la tierra de Al-Ándalus.

   Con la llegada en 1496 de Ahmed Ben Hassen el Hakhdar a Larache, a Salomón Samun le pareció que las maldiciones habían cesado y que, de alguna manera, algo de su tierra volvía a recobrar vigor en la ciudad de Larache. Acogió a la familia de Ahmed en su casa, como le prometiera, y celebraron juntos el Aid el Kebir y la fiesta del Passad. Salomón y Ahmed tuvieron una vida longeva que les permitió asistir a las posteriores incursiones de cristianos, especialmente portugueses y españoles, el asentamiento en Larache de algunos mercaderes genoveses y holandeses, con los que hicieron negocios fructíferos, y la llegada, a medida que avanzaba el tormentoso siglo XVI, de renegados españoles, holandeses, portugueses e ingleses.

 Medina de Larache

El hecho de que conviviesen las tres religiones y tres idiomas, creó, además, un lenguaje propio y genuino que desarrollaron, principalmente, los judíos de Larache: el uso del haquetía. Este idioma, curioso y circunscrito a Marruecos, cuyo origen se remonta al ladino hablado por los judíos, mezcla el hebreo, el castellano antiguo y el árabe dialectal marroquí.

   En Larache fue convergiendo, pues, en el tiempo, la población autóctona, supuestamente bajo el control del Sultán, la formada por los moriscos y los judíos expulsados de la península, que eran la base primordial y más numerosa de sus habitantes, el grupo de comerciantes europeos venidos para tratar con los piratas y corsarios, y que se fueron asentando en su puerto, y, finalmente, las posteriores invasiones portuguesas y españolas que se disputaron el control de la ciudad.
   Y es que fue tal la importancia que se le dio en la época a Larache que incluso el Rey Felipe II llegaría en su momento a decir que “sólo Larache vale por todo el África”.
   Muchas veces me he preguntado quiénes fueron los herederos de Al-Ándalus, incluso si realmente hubo tales herederos. El espíritu pacífico de Salomón y de Ahmed, experimentado ya en el hecho insoslayable de que la tolerancia y la convivencia es no sólo necesaria sino vital, arraigó sutilmente en las calles de esa Medina. En pocos lugares, como en Larache, se podía escuchar el repique de las campanas junto a la llamada del almuédano. Es más que dudoso que otra Medina albergara en el laberinto vertiginoso de sus calles estrechas una iglesia católica (aún se mantiene en pie parte de la fachada de la de San José), la Madraza, la sinagoga hebrea, las Zagüías y los mausoleos de los santones locales, en una mezcla de creencias múltiple y plural. Campanarios y minaretes, cúpulas cristianas, hebreas y musulmanas, una Torre albarrana llamada del Judío…
   ¿Quiénes son los herederos de Al-Ándalus? ¿Los hubo? Ahmed y Salomón llegaron a Larache, al jardín de las flores, a finales del siglo XV. Traían con ellos la sabia aún fresca de los vestigios del esplendor de Al-Ándalus. Ellos, y todos los expulsados, también llevaban en sus equipajes íntimos las huellas de una civilización tolerante que había sabido admitir en su seno la sapiencia de los pensadores y de los científicos de la época, fuera cual fuese su creencia, su ética o su moral. Sabedores, pues, de que ésa era la auténtica riqueza y el más valioso tesoro que habían conseguido sustraer a la voracidad de sus verdugos, se limitaron a escribir un código secreto de conducta que transmitieron a sus hijos y éstos a los suyos, hasta llegar a casi finales del siglo pasado.
    Hoy resisten el paso de las tormentas la mezquita Anwar, la Iglesia del Pilar, la Madraza del Zoco Chico, las viejas sinagogas cerradas, la Zagüía Qadiriyya. Existían (hay aún) cementerios musulmanes, cristianos y judíos. Los niños, como todavía hacen, acudían a sus escuelas respectivas según la fe de sus padres. Y quedan rescoldos de las enseñanzas impartidas en el reino andalusí, transmitidas de generación en generación. Los últimos herederos de Al-Ándalus continúan ahí, en las callejuelas de Larache. Sólo hay que entrar en la Medina, hablar con la gente, estrechar sus manos, leer en sus pupilas. Poco a poco, van resurgiendo, sacudiéndose el olvido de sus chilabas ajadas, y vuelven a reclamar su condición de tales. Reciben ahora a los hijos de los judíos que entonces construyeron y vivieron en sus casas y a los cristianos que también fueron sus vecinos, y les tratan con la deferencia del buen musulmán, cumpliendo con las enseñanzas del Profeta Muhammad. Nadie es forastero en el Al-Ándalus de Larache. Yo los he visto. Yo vengo de allí.

Sergio Barce

LARACHE – castillo Laqalit, de las Cigüeñas

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17 respuestas

  1. Gracias Sergio, muy emocionante y visual y desde luego creible.
    Enmetas mi apellido Barcesat lo lei con mucha emocion. Si muy probable que asi fue, solo quedan hoy las huyas de esos tiempos en las memorias.Ojala sigan perpetuandose. Acerca del haquetia, lo hablo y lo escribo estoy sacando un libre multilengue, la quata parte son textos en haquetia viviencias y invenciones mias. Ya te lo mandare a saber cuando se publique.
    Eres un excelente contador, me gusto como cuentas.
    abrazos.
    Merche

    1. Mercedes, tengo una duda: ¿tendrá el mismo origen mi apellido Barce que el de Barcesat?
      Me alegra sabr que dominas el haquetía, se te nota en la manera que escribes, aunque yo no sepa mucho del asunto, pero sí he incluido en mi novela «La emperatriz de Tánger» pequeños diálogos con palabras en haquetía, espero que si un día se publica el libro me corrijas antes por si hay algún error.
      un beso
      sergio

  2. Hola Sergio no sabes lo bien que me haces con tus relatos ,y en especial este porque yo no sabia nada de lo que tu cuentas en los herederos Al-Andalus.
    Me gusta siempre enterarme de cosas que yo no sabia jamas ,gracias por tus email que me envias.
    Un abrazo
    Simon

  3. emocionante ese relato historico que te lleva dentro de la historia . sllo vale la convivencia . la foto de la medina de larache es la de mi casa la primera a la izquierda . gracias sergio

  4. Guenouni Mohamad: Muchisimas gracias querido amigo sergio,por tu interesante documento,tu forma de contar tiene mucha majia y mas cuando lo lea un larachense que ha vivido y sigue viviendo del fruto e esa bonita tri cultura:Choukran Khay.

  5. Querido Sergio: Es maravillosa tu labor. Nos haces recordar constantemente a nuestro Larache. Yo creo firmemente sin que me ciegue la pasión que Larache ha sido una ciudad única en cuanto a la convivencia entre religiones. Esto lo publiqué hace ya algun tiempo en un artículo que escribí en la revista que publicaba la ACAM, titulado «La convivencia en Larache». Yo particularmente conservo mi amistad con judíos y musulmanes a los que mando un gran abrazo. Gracias Sergio, ¡Hojalá hubiese muchos larachenses como tú». Pepe García Gálvez.

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