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«MAMY BLUE», UN RELATO DE SERGIO BARCE

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Mamy Blue es uno de los relatos que forman parte de mi nuevo libro Paseando por el Zoco Chico. Larachensemente (Jam Ediciones – Generación Bibliocafé – Valencia, 2014). Y es una pequeña historia de esas que, de tarde en tarde, te trae de regreso la memoria, inesperadamente.

Sergio Barce, septiembre 2014

Este es el enlace para escuchar el tema musical que da título al relato:

Mamy Blue

Recuerdo que un día me quedé pegado al escaparate del Bazar Eléctrico, el que estaba en la avenida Hassan II, junto a la tienda del susi que hacía esquina con la calle Cervantes. Me había quedado allí mirando la portada del disco de los Pop Tops. El disco de 45 rpm se exhibía en el escaparate de la izquierda, entre aparatos y componentes eléctricos, que era lo que realmente vendían allí, como una especie de extraño pájaro tropical que menudeara por entre cardos y chumberas. Los Pop Tops estaban liderados por Phil Trimm, y el grupo lo formaban siete miembros, con el aspecto típico de la época, medio hippies, flower power, con melenas, vistiendo, como tenía que ser, pantalones campana bien ajustados y camisas de cuello alado y floreadas, y a veces con un chaleco abierto. El disco en cuestión contenía la canción que se escuchaba entonces por todas partes: Mamy Blue. Y yo quería ese disco.
Acabó por aparecer por mi casa, pero no sé si lo compró mi padre, lo que dudo, porque a él le gustaban Paul Anka y Elvis, y también Frank Sinatra, o conseguí que me lo regalasen, lo que ahora me parece incluso sorprendente. Fuera como fuese, la canción estaba en el aire, y en Larache se escuchaba en el Casino, y escapaba de los tocadiscos y de las radios por las ventanas de las casas.

POP TOPS
Tengo la imagen de Phil Trimm, con un pañuelo anudado a la frente, sus dientes separados, rodeado de aquel numeroso grupo de los Pop Tops, enmarcados en la pantalla de la televisión, en blanco y negro, como si el mundo, más allá de Larache, fuese gris.
Es curioso, pero asocio rápidamente Mamy Blue con Los invencibles de Némesis, y con Los intocables, El Santo, Misión: Imposible, Los vengadores, Jim West, El gran Chaparral… Blanco y negro también (en la pantalla de nuestro televisor, claro), pero un blanco y negro que era pura fantasía, acción, aventura, con bandas sonoras inolvidables, y con actores memorables e irrepetibles. Pero, por encima de todos, la asocio con Napoleón Solo e Illya Kuryakin, es decir, con Los agentes de Cipol. Y no me pregunten por qué.
Me tiraba al suelo, bajo la mesa de madera del salón, y desde allí veía a mis héroes. Soñaba con ser Kuryakin. Me gustaba su nombre. Sonaba enigmático, a algo lejano. Illya Kuryakin bajo las órdenes de Alexander Waverly. Yo entonces tenía el cabello rubio y lacio, como Kuryakin. Por eso pensaba que podía ser él.
Entonces era todo muy pop: James Bond y las chicas Bond, Raquel Welch, Barbarella, Julie Christie, The Beatles y el submarino amarillo, el Fantomas de los sesenta, Modesty Blaise… Los bailes de disfraces en el Casino se impregnaban de todos estos iconos y de otros muchos. Y Mamy Blue sonando en el tocadiscos, que llamábamos «picú».

«Oh, Mamy, oh, Mamy, Mamy Blue, oh, Mamy Blue…».

También las chicas de Larache eran muy pops. Llevaban faldas muy cortas y felpas anchas. Ya fuesen cristianas, hebreas o musulmanas. La palma se la llevaba una chica que se llamaba Salwa. Era de película. Y yo la seguía muchas veces por la calle, a cierta distancia, disimulando, como si llevara el mismo camino que ella.

BELLEZONES LARACHENSES

Recuerdo las piernas espectaculares de aquellas chicas. Las había realmente preciosas. Pero esas jóvenes, las de la generación de Marisa Fernández Carrillo, Marilé Yepes o María Ortega Ayllón, eran algo mayores que yo (en la niñez, la diferencia de edad parece abismal), y, por tanto, inaccesibles. Yo solo era un niño comparado con ellas, que ya comenzaban a tontear. Me conformaba entonces con levantarles las faldas a las niñas de mi edad, en el patio del colegio Santa Isabel.
Pero era Marisa Alguacil la que me dejaba con la boca abierta. También era mayor que yo. Prima de mi madre, vivió en nuestra casa de Mulay Ismail una corta temporada. Venía de Alcazarquivir, y tuvo que pasar en Larache un tiempo, que se hizo corto. Dice mi madre que solo tenía ojos para Marisa, que me la quedaba mirando embobado, sin abrir la boca, y hasta demoraba el bajar a la calle para jugar con mis amigos Javi Ruiz y Juan Carlos Fernández, que me esperaban con inusitada paciencia en los jardines del Balcón. Yo quería esconderme en los ojos claros de Marisa.
Las niñas de mi niñez: Silvana Fesser, Matilde López Quesada, Amina, Fatima el Bouthoury, Conchi Lama, Yamila Yacobi, Pepona, Gabriela Grech… Me peleé con mi amigo José Gabriel por culpa de Silvana, por un beso en la mejilla que le dio a él y no a mí. Y eso que yo era Illya Kuryakin, que incluso algunos me apodaban Django. Pero José Gabriel era más alto e, incluso, más rubio. Me venció en ese duelo.
Pero he de confesar que Mamy Blue sonaba de otra manera con Fatimita. Fatimita era una chica que trabajó una temporada en nuestra siguiente casa, a la que nos mudamos en la avenida Mohamed V, en el edificio de Uniban. Ayudaba a mi madre con los quehaceres del hogar. Ya éramos tres hermanos: dos niñas y yo (y faltaban por llegar otras dos niñas más). Así que había faena en la casa.
Fatimita era delgada, fibrosa, de piel canela, muy guapa y muy alegre. Podría ser cuatro años mayor que yo, es decir, ella tendría entonces unos quince. Me acuerdo que me agazapaba en el pasillo, vigilándola mientras ella alisaba las sábanas de las camas, y cuando estaba más inclinada, sin posibilidad de que pudiera reaccionar, entraba en la habitación a la carrera y me echaba encima suya, por sorpresa, derribándola sobre el colchón, y entonces le hacía cosquillas. Confieso, sí, confieso que aprovechaba para hacer rápidas exploraciones por su cuerpo, que no era como el mío. Y yo quería descubrir lo que imaginaba, o lo que había visto en alguna película francesa. Ella no paraba de reírse, y cuando lo decidía se zafaba de mí sin mucho esfuerzo, hasta con elegancia. Cuando la tenía bajo mi cuerpo me gustaba verla carcajeándose; exudaba una alegría que no he vuelto a ver, como si ningún problema pudiera acecharla en toda su vida. También me gustaban sus dientes, blancos y alineados, con una rara perfección natural, que parecían brillar al asomar entre sus preciosos labios.
Fatimita siempre llevaba su pelo recogido bajo un pañuelo, que, a veces, en el forcejeo, yo le quitaba. Ella, como siempre, se reía. Volvía a ponérselo, y safi. Creo que ella se divertía con ese mocoso que era yo entonces, barruntándose sin duda mis verdaderas intenciones, que debían ser las mismas que las de todos los niños de mi edad. Las mujeres siempre han madurado antes, ya lo sabemos.
Aún me llega el eco de sus carcajadas, descontrolada cuando las cosquillas la vencían, y también el fulgor irrepetible de su sonrisa fresca y cándida.
Pero volvamos a mi confesión de antes: que Mamy Blue sonaba de otra manera con Fatimita. Y eso es verdad. Porque lo que ocurría es que Fatimita sobresaltaba a toda la familia cuando, mientras limpiaba el polvo o ponía orden en el salón, de pronto, de improviso, se acercaba al tocadiscos, levantaba el brazo y lo dejaba caer, y la aguja se estrellaba contra el vinilo, que había comenzado a girar. La canción saltaba al aire con un gruñido previo que nos hacía dar un respingo o un salto. A Fatimita le encantaba Mamy Blue, que tarareaba mientras fregaba el suelo, de rodillas, como se hacía entonces, y yo volvía a espiarla, pero supongo que en esos instantes se me caería la baba, atontado: allí estaba, trabajando, pero moviendo el culo suavemente, al compás de la música, y yo le clavaba las pupilas como si descubriera un milagro.
Fatimita pronunciaba Mamy Blue con tal suavidad que parecía que acariciara las palabras. Los labios se convertían en un corazón. Y cuando la canción acababa, yo me lanzaba sobre ella como una red, atrapándola, y su risa inundaba todo el corredor… Se llamaba Fatimita, y, mientras fregaba, bailaba suavemente Mamy Blue. Y ella me hipnotizaba.

PASEANDO POR EL ZOCO CHICO - cubierta

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11 respuestas

  1. Sergio, en Larache ya no hay chicas hebreas, ni cristianas. Ni tan siquiera musulmanas, que vistan «faldas cortas y felpas muy anchas». NOS GUSTE O NO, ESA ES LA AUTÉNTICA REALIDAD… ¡Lo que pudo ser y no fue! ¡FUE UN BARCO A LA DERIVA!

    MAMY BLUE, los POP TOPS… Si la memoria no me falla, era el año 1971. Y tan solo son recuerdos de ese año y de la canción. EN ESE VERANO, EL DE 1971, LA ESCUCHÁBAMOS COMO POSESOS. Recuerdo lo que te comento cuando tenía catorce años para quince. Mi primer recuerdo, es en la «Playa Peligrosa», oyendo la canción cuando la persona que me acompañaba, en medio de aquel lugar idílico y que por siempre estará en mí como un auténtico paraíso, al son de la música, me decía: «¡ESTO PARECE HAWAII!».

    La segunda vez que recuerdo algo relacionado con esta canción y con nuestra tierra, es a bordo del «IBN BATOUTA». Iba CON MIS PADRES DESTINO A MÁLAGA, EN DICIEMBRE DE 1971. Y nos encontramos con Amrán AMSELEM (por supuestísimo, el médico) que era muy amigo de mi padre. Me acuerdo que yo tenía lo que entonces se llamaba un «cassette» y lo activé. El Doctor AMSELEM´, nada más comenzar la canción me dijo: «¡NO IRÁS A PONER EL MAMY BLUE!». Yo le dije que no y apagué inmediatamente la canción…
    Amrán AMSELEM me dijo que le parecía lastimera… Él tenía la edad de mi padre y yo, por supuesto que le hice caso.
    MAMY BLUE me acompañó y meció en el paisaje más bonito que he visto, el que jamás olvidaré; mis baños en la «Playa Peligrosa» o la «Playa Grande»; caminando hacia «PUNTA NEGRA» en un día del mes de agosto del año que te digo y que en mi memoria siempre estará…
    Cuando me encuentro algo perdido, SIEMPRE PIENSO EN ESA PLAYA, porque, por mucho que haya podido ver en todo este tiempo, para mí, lo que mis sentidos y mi sentir captaron en ese lugar de LARACHE, son de los recuerdos y las imágenes más hermosas que jamás vi Y QUE SIEMPRE ESTÁN Y ESTARÁN CONMIGO.
    ¡Y además, unidos a MAMY BLUE¡
    Un abrazo,
    CARLOS.

    1. Carlos, terminaremos por escribir algo mano a mano, y no solo un relato.
      Efectivamente es del 71, por eso yo tenía entonces unos diez y once años. Y sí, solo son recuerdos fulgurantes, como fogonazos, como fotos congeladas en un momento.
      Un abrazo muy fuerte, y que siga sonando en nuestro recuerdo aquella Mamy Blue, y no otra…

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