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«MARRUECOS», UNA NOVELA DE AGUSTÍN GÓMEZ-ARCOS

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“Las pertenencias de Marruecos cabían en un cesto de esparto, áspero como un chumbo y raído como su chilaba dominguera. Su fuerza de cinco años bastaba para transportar la exigua herencia, que se limitaba a tres o cuatro prendas que otros habían usado antes que él. Camiseta, babuchas, gorro, pantalón y playeras provenían de la caridad de los que habían crecido más deprisa. O de los trueques de su madre, cuya labor consistía en ganarse la vida como fuese, revendiendo o cambiando todo lo que encontraba…”

El poeta Salvador López Becerra me regaló hace unas semanas un ejemplar que guardaba de la novela Marruecos, de Agustín Gómez-Arcos. Hablando de ese libro, me reprochó no haberlo leído. Pocos días después, me envió el ejemplar por correo postal, como si le urgiera que yo lo leyese cuanto antes, como si hubiera cometido una grave falta que había de reparar. En el interior del volumen, Salvador me ha escrito lo siguiente: “Para Sergio, para que nunca olvide que fui yo quien le recomendó leer a este autor y a este libro en particular”, y lo firma en mayo de 2023. Tengo que decir que el libro no sólo me ha gustado y me ha descubierto a un escritor fascinante, sino que me ha entusiasmado, divertido, perturbado de alguna manera y emocionado sin duda. Una novela excepcional, es cierto. Y he de dar las gracias a Salvador por querer enmendarme la plana.

Marruecos cuenta la historia de Jalil, un niño de cinco años, al que todos llaman Marruecos, que, además de padecer unas cataratas que lo convierten en casi ciego del todo, es pobre como las ratas, y, para sobrevivir, ha de embarcarse en oficios llenos de penuria: basurero que recoge boñigas, lazarillo cegato de un viejo ciego, mendigo…

“…Prevenido por este último, que, no sin reticencias, se había lavado el morro para la visita y pintado un incipiente bigote de caíd, el señor Magdul interrumpió el martilleo zapateril e hizo sus abluciones- <Un poco demasiado rápido>, gruñó Fátima. Se mostraba la mar de exigente cuando se trataba de la higiene ajena. El tío-abuelo le ordenó, <fémina del diablo>, sacar mantel bordado, vasos de colorinches con arcos y minaretes dorados y tetera de fiesta. Luego la envió a comprar medio kilo de dulces a una pastelería del centro- <¡De reputación mundial!>, recalcó, viendo que la criada le salía respondona.

-¡Como si los de la medina no pudieran comerse! -protestó Fátima-. ¡Ese capricho de pudiente nos va a costar cincuenta dirhams!

-El dinero gastado en agasajar a los huéspedes nos lo devuelve Alá con creces, mujer descreída.

-¿Y de dónde saco yo cincuenta dirhams?

-Acércate a cobrarle la deuda al italiano de la trattoria. Hace más de un año que me debe el arreglo de tres pares de zapatos. Esos macarronis son más golfos que los tunecinos. Si se te pone chulo le dices que iré a denunciarle a la policía… O no, no a la policía: los truhanes se entienden entre sí. Dile que le encargaré al morabito echarle uno de esos mal de ojo de los que nadie se recupera nunca. ¡Adorna la cosa como quieras, pero cobra la deuda! Ya sólo de mirarte le das miedo; si encima le amenazas con amarrarle un brujo a las pelotas el tío acabará por arañarse el bolsillo. No quiero verte regresar a la casa sin los pasteles. ¿Pretendes, acaso, que le hagamos un feo a mi nuevo socio?

Fátima salió dando un portazo y se alejó renegando por la callejuela. Como de costumbre. La condenada mujer renegaba más que un grifo que gotea. Estuvo de vuelta en menos de una hora. Con los pastelillos. No medio kilo sino tres cuartos. Venía más contenta que unas pascuas.

-¡Al italiano se los he puesto como dos putos garbanzos en remojo! -anunció encantada, riendo como en sus mejores tiempos, <cuando aún le daba gusto la cosa>, aclaró el tío-abuelo. Al parecer, bastaba con que riese para que Fátima volviera a ser tan guapa como en los viejos tiempos. Andaba de negociante de sexo por el puerto de Tánger cuando el señor Magdul la conoció…”

Los personajes se hacen inolvidables: Lola, Fátima, el hombre de negocios Mehdi Tahib, la Señora, el señor Magdul, el señor Asur, Mademoiselle Sabine, Munia la tronchada y Marruecos, ese niño que va descubriendo su entorno miserable pero que sueña con poder ver alguna vez y encontrar otro mundo distinto. Tanto Lola como Fátima nos regalan los instantes más hilarantes de esta triste pero hermosa historia.

«Sucedió al atardecer, cuando se aplacan todos los quejidos. El ruido de la circulación se borraba a lo lejos, como un eco hundiéndose en las dunas. La última llamada del almuecín parecía enredada todavía en las palmeras. La sala estaba a punto de dormirse. Les habían dado la sopa y la pastilla, tomado la temperatura. Los calmantes iniciaban ya su efecto: ronquidos prolongados, respiraciones asmáticas o entrecortadas… De pronto, Marruecos oyó un revuelo de faldas femeninas y un murmullo de conversación. La enfermera dijo a medida voz:

-Puede sentarse aquí, Señora. A pesar de que es tarde, sigue despierto. ¿No le ve sonreír?

La Señora respondió:

-Sí, siempre sonríe así. Tiene la suerte de no haber visto aún ninguna de las cosas que borran la sonrisa. Gracias, señorita. Sólo estaré con él unos momentos.

La sonrisa de Marruecos se tornó más amplia. Pero no dijo nada. Correspondía hablar a la Señora. Hablar o callarse, como ella prefiriera. La dama le tomó una mano entre las suyas. La acarició. Sus manos no mostraban la nerviosa dureza de las manos de Fátima. Ni el amor tembloroso que parecía sollozar en las de su madre. Manos tranquilas, aunque desencantadas. Como si hubiesen pasado la vida entera cerrando puertas, en lugar de abrirlas.

-Marruecos, cuando veas por fin, no sé lo que verás de mí, ni de los otros, ni del mundo. Tampoco sé lo que verás de la existencia y ni siquiera si lo comprenderás. De todas las herencias de la vida, sólo se guarda la angustia. Para siempre. La angustia es lo único que nos pertenece, lo único que importa. Lo esencial…

(…) Mi deseo es que vivas en un mundo en el que el derecho a hablar de algunos no implique el silencio de todos los demás. Un mundo en el que cada palabra y cada silencio, cada vida y cada muerte tengan el mismo peso…”

Cada página nos conduce a los más profundo del país, a los barrios más humildes, a las vidas más desamparadas y olvidadas. Recorremos con el personaje de Marruecos un itinerario que bebe de distintas fuentes, desde el Lazarillo de Tormes a las obras de Chukri; un camino salpicado de incidentes que están llenos de humanidad. Y al final del libro, lo que descubrimos con gran emoción, cerrando Gómez-Arcos este viaje vital de una manera magistral, es que el libro es un homenaje a Marruecos como país, a su gente más sencilla, a la gente que lo convierte en el país que amamos. Una novela dura, explícita, conmovedora, una verdadera joya.

El ejemplar que me ha regalado Salvador López Becerra es la edición de 1991 publicada por Narrativa Mondadori.

Sergio Barce, 17 de junio de 2023

Marruecos, novela de Agustín Gómez-Arcos
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