Un pequeño descubrimiento, una agradable sorpresa. Mi Marruecos (Mon Maroc) de Abdelá Taia (Edit. Cabaret Voltaire), es un libro entrañable, nostálgico, escrito por alguien que consiguió salir de la miseria de su infancia para convertirse en un excelente narrador, alguien que desde París, donde vive, mira con un cariño desmesurado a su pasado y a su país de origen: Marruecos.
Su narrativa es sencilla, pero envolvente, y nos va sumergiendo muy poco a poco en su pequeño universo, alrededor de M´Barka, su madre, a la que declara un amor profundo, y de sus hermanos, su padre y sus tíos. Cuando rememora a su tía Fatema, a la que llamaba mamá, su escritura se hace tierna, se dulcifica. La despedida de su madre en el andén, cuando se marcha a la tierra de los infieles, está teñida de emoción. Su vida entre la pobreza da pie igualmente a pinceladas excepcionales: el día que se corrió la voz de que todos los niños podrían entrar en la piscina militar o su incesante búsqueda de ese basurero en el que se decía que los americanos arrojaban objetos increíbles, te llegan al corazón.
Todas sus descripciones son efectivas, sin utilizar recursos complejos; al contrario, su claridad expositiva es su mejor baza literaria.
“…En Hay Salam, el barrio de Salé donde vivía, hay dos zocos, el conocido como douar El-hach Mohamed, más cerca, y el que se llama extrañamente zoco El-kelb (del perro) porque los carniceros venden, según cuentan, carne de perro que hacen pasar por carne de cordero –más lejos y más barato-. En general íbamos para hacer las compras de la semana.
Entre M´Barka y yo, hay amor, un amor mucho más intenso que el amor maternal. No puedo negarle nada, o casi nada. La acompañaba a los dos mercados, aunque no siempre me apeteciera. Cuando no tenía ganas, llegaba incluso a pagarme, por supuesto a su manera: . ¡Es mi punto flaco, los plátanos me vuelven loco! Circulando entre los puestos, a su lado, bella, con su chilaba azul cielo, siempre sentía el mismo malestar, tenía la impresión de ser el marido de M´Barka y no su hijo.
M´Barka me llevaba a menudo a ver al marabú o al santo de turno, o también a la vidente, siempre la misma, a la que consultaba periódicamente. Era una vidente muy buena que trabajaba con genios buenos. Se llamaba Salha y me quería mucho. Si la invitaban a una boda o a un bautizo, M´Barka me llevaba siempre con ella el día de las mujeres. Nnca habría consentido que mi padre me llevara con él el día de los hombres (francamente, ¿qué iba a hacer con esos hombres, todos padres de familia? Juegan demasiado a hacerse los hombres, precisamente, exhibiendo su supuesta virilidad, les falta espontaneidad, fantasía; con las mujeres, hay teatro, circo, espectáculo garantizado a todas horas: danza, perfumes, caftanes, miradas, celos, peleas, siempre pasa algo, imposible aburrirse con ellas). Hasta los seis años consiguió llevarme al hammam femenino (la felicidad en el infierno). Después, tuve que ir al de hombres, donde descubrí su otra cara: frágiles, sensibles, bellos y dispuestos a cualquier experiencia: una ternura infinita se transmite entre los cuerpos, entre las pieles de olor intenso y embriagador. Se rozan se tocan. Pura sensualidad…”
Hay también lugar para sincerarse y mostrar su homosexualidad. No oculta sin embargo sus pasiones infantiles, mientras descubre su verdadero ser: su amor por una niña compañera de clase, su frustración al no verse correspondido… Luego, sus miedos al alejarse de Marruecos y marcharse a Francia, la soledad que encuentra en las calles parisinas (curiosa comparación entre la forma de ser del marroquí y la del francés)… Y también hay páginas para hablar de sus admirados Paul Bowles y, especialmente, Mohamed Chukri. Cuando descubre El pan a secas o El pan desnudo, todo cambiará en su vida.
“…Esta novela (El pan a secas) me dejó literalmente tocado. Marcado. Herido. Puede que cambiado. Y desde ese día habita en mí. Pienso mucho en él. Me alimentó. Me vio nacer literariamente.
Chukri se convirtió pues en mi segundo padre, un padre literario. No podía soñar nada mejor.
Sin buscarlo, me encontré con ese padre tres veces.
La primera vez en el Boulevard Mohamed V en Rabat. Volvía del Instituto francés, donde descubría yo otro mundo, vagabundeando, mirando atentamente a la gente bien vestida, que suele pasearse por ese Boulevard. Y de repente, como una aparición religiosa, se presentó ante mis ojos. Venía hacia mí. Lo reconocí enseguida. Por haberlo visto varias veces en la televisión y en los periódicos, su cara y su silueta me resultaban familiares. ¡Era él, él, Mohamed Chukri: mi padre!
¿Qué hacer? ¿Ir a hablarle, confesarle mi admiración, declararle mi deuda? ¿Tocarle para obtener su baraka? ¿Besarle? ¿Pedirle un autógrafo en mi diario que llevo siempre conmigo? ¿Qué hacer? Decídete Abdelá, vamos, vamos, quizá este momento no se repita nunca. Vamos, rápido, ¡a por él!
No fui a por él. Lo dejé pasar tranquilamente junto a mí. Nos cruzamos sin hablarnos, sin tocarnos, pero estuvo cerca, muy cerca de mí, de mi cuerpo.
El mito de Chukri volvió a penetrarme.
Por supuesto, en cuanto hubo pasado, me volví para verlo alejarse poco a poco, cada vez más. Desapareció entre la gente. Después, cada vez que me encontraba frente al café Balima, el lugar de nuestro desencuentro, pensaba con todas mis fuerzas en él y lo saludaba.
Volví a verlo una segunda vez…”
Mi Marruecos es un libro delicado, bello y sugerente. Una delicia para cualquier lector, especialmente para los que amamos aquel país. Por momentos, uno regresa allí gracias a Abdelá Taia.
6 respuestas
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Hola Sergio, si me permites y como conozco la obra del autor, te aporto algún dato más, vive en París desde 1998, en español tiene otro libro en Cabaret Voltaire, ‘Infieles’ pero antes publicó en la editorial vasca Alberdania, ‘El Ejército de Salvación’ que precisamente es el título de la película ganadora del Festival de Cine Africano de Córdoba -antes de Tarifa- de este año 2015. Precisamente es su primera película, ya que es el autor y director de la película, su primera obra que rodó en 2012, la adaptación es suya, claro.
Gracias, Jesús. No sabía lo de la película. Qué curioso.
Un abrazo
Nada más que comenzar a leer tu reseña he pensado en Chukri… y no me he equivocado. El título me atrae porque esa posesión solamente puede tenerla quien realmente ama ese país… la ternura y sinceridad de Abdelá Taia seguro que me van a atrapar también.
Un beso
Precioso y de una gran delicadeza. Acaba el libro con una carta dirigida a su amigo Marc, donde le pide si le fuera posible, «que le traiga de Marruecos un poquito de sol, de Rabat una piedra de la kasba de los Udayas y del río Bu Regreg su olor»… y además, no quiere regalo, sólo quiere «unos paquetes de galletas Henry’s … siempre nos han vuelto locos».
Y yo, al acabar esta lectura corrí al cajón donde guardaba, hace muchos años ya y traído desde Larache, un envoltorio de papel de brillo en preciosos colores verde, rojo y plateado. El dibujo de una tetera -o cafetera- y una taza sobre una bandeja, al lado tres galletas. La inscripción de una marca: Henry’s. Intenté recuperar el aroma, el sabor de aquellas inigualables galletas que también a mi me volvieron loca!!
Ahora, mi envoltorio encontró acomodo de lujo entre las páginas de Abdelá Taia. Fue un momento mágico para mí.
No es maravilloso?
Un beso
Chukri es el maestro de la sensibilidad cotidiana de lo abrupto de la vida.El marroquí representa el estado puro de el mundo emocional donde muchas veces no cabe la razón, pero muchos de ellos como en otros países con el anhelo muchas veces frustrado de huir de la pobreza y más que de la pobreza material de sentirse atrapado de forma esquizofrenica entre la libertad y sus raices