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MIS ACTRICES DE LOS 60 (ACTUALIZADO)

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En 2011, un amigo me escribió un mensaje que, más o menos, decía así: “Mucho Larache, mucho Marruecos, mucho relato, mucha novela… ¡A ver si hablas de mujeres!”.  Me sentí entonces obligado a complacerle. Hoy repaso ese post, y me doy cuenta de que había algunas lagunas importantes, así que voy a recomponer ese viejo artículo, añadiendo los vacíos que me parecen imperdonables. También aprovecharé para introducir varias correcciones y, por supuesto, eliminar lo que me parece ahora prescindible.

Aclaro que nací en el 61. Lo reseño para situar temporalmente mis comentarios como cinéfilo empedernido. Creo que es un detalle importante para comprender lo que narro a continuación.

Me gusta el cine. Pertenezco a esa generación que ha crecido con James Bond, con Clint Eastwood y con ese cine maravilloso de los sesenta y setenta; pero también somos los que hemos pasado las tardes de los sábados viendo en la televisión viejas películas de aventuras (Tarzán, Errol Flynn, Sabú, Robert Taylor, Virginia Mayo, John Wayne o Tyrone Power), los ciclos que ponían los martes por la noche de Bogart, de John Ford o de Hitchcock, de los que nos asomábamos a “La Clave” para descubrir los mensajes que encerraban las películas clásicas, hemos sido los dueños de las sesiones dobles, de los spaghetti-westerns, fans irreductibles de Leone al que ya veíamos como el clásico que es ahora, y espectadores ilusionados de los cines de verano (cómo olvidar el sonido de las películas en esas salas al aire libre), hemos imitado a Bruce Lee y nos impactó en su día “El luchador manco”, nos inquietaba Drácula con el físico de Christopher Lee, o su Fu-Manchú, y la noche de Walpurgis con Paul Naschy, nos hemos escapado a los cine-clubs para ver los films de Bergman, Kurosawa, Fellini o Fassbinder (pero también, y sobre todo, a las primeras salas X, y nos tragamos “Cuerno de cabra” y admiramos a “Emmanuelle”); y luego llegaron en los setenta Coppola con su padrino, Scorsese con su taxista, Spielberg con su tiburón y Lucas con sus galaxias, seguimos a Truffaut, a Visconti, a Godard, y mientras éramos testigos del envejecimiento de Henry Fonda, Burt Lancaster o Robert Mitchum, veíamos madurar a Paul Newman, Seran Connery o Marlon Brando, y surgían Pacino, de Niro, Meryl Streep, la Keaton, Woody Allen y Nicholson, y más tarde llegaba gente como Lynch, Kusturica, Parker, Tarkovski, de Palma, Kieslowski, Ridley Scott, Tornatore y hasta nos fuimos de París a Texas con Wenders… y hemos seguido yendo a las salas, y nos hemos convertido en la única generación a caballo entre el cine más clásico y el cine más moderno y actual, de Berlanga a Amenábar, sí, lo hemos visto todo… Ahora, incluso el nuevo cine en plataformas. Desde pequeño me han llevado a ver películas. Mis padres lo hacían en Larache cuando aún estaba en el capacho, así que es como si lo hubiera mamado desde la cuna.

Iba a hablar de mujeres, de mujeres de película, pero me he dado cuenta de que hay tantas que me han fascinado por alguna u otra razón (su talento, su belleza, su calidad artística, su sensualidad, su encanto personal, su mirada, su aportación creativa, su atractivo) que he decidido cortar por lo sano, y este primer capítulo sobre mis musas de celuloide se lo dedico a las que llenaban las pantallas de los años sesenta… 

Trataré de marcar a cada actriz con alguna de sus películas emblemáticas de ese decenio alocado.

Ya he dicho que crecimos con James Bond. Y, junto a este personaje de Ian Fleming, están las “chicas Bond”. Entre todas ellas, hay una efímera (por el corto tiempo que está en pantalla, en concreto en “Goldfinger” (1964)), pero que a los cinéfilos nos marcó de alguna forma: Shirley Eaton (n.1937). Era preciosa. Aparece al comienzo del film “Goldfinger” pero, a las primeras de cambio, la asesinan de la forma más cruel pero también original –cinematográficamente hablando-: bañándola en oro…

Ese cuerpo desnudo cubierto de púrpura es una escena imborrable; como el bikini (eso es un eufemismo, en realidad el atuendo era lo de menos y lo importante era el “cuerpo”) de Ursula Andress (1936) al salir del mar en “James Bond contra el Dr. No (Dr.No, 1962).

Honor Blackman (1925-2020) era otra chica Bond de “Goldfinger”, quizá la que más me impactó: atractiva, inteligente, resolutiva, aquellos ojos suyos. Sean Connery tuvo la fortuna de trabajar con todas ellas.

Pero como le ocurre al personaje de Tim Robbins en “Cadena perpetua” (The Shawshank redemption, 1994), me quedo con la rotunda Raquel Welch (1940) de “Hace un millón de años(One Million years B.C., 1966), con aquella ropa prehistórica de diseño, que nos hacía soñar con esas mujeres primitivas que luego la productora Hammer exprimiría en pequeñas películas baratas.

Y así, gracias a la estela de Raquel, llegaron Martine Beswick (1941) (chica Bond tanto en “Dr. No” como en “Desde Rusia con amor”, y que acompañaba a la Welch en sus aventuras entre dinosaurios);

o Caroline Munro (1949) (vista en “Casino Royale” -1966- y que fue una de las habituales de los films de terror de esos años);

y también la exótica actriz israelí Daliah Lavi (1942-2017) (otras de las chicas de “Casino Royale”, e inolvidable en “Lord Jim”- 1964-);

y, por supuesto, Linda Harrison (1945). Charlton Heston encontró a Linda en un bosque mientras huía de los monos en “El planeta de los simios” (Planet of the apes, 1968), y se convirtió en otra imagen grabada en nuestro subconsciente, con sus enormes ojos que miraban atónitos a ese hombre que pensaba y hablaba como si fuera otro simio…

Y nos inflamaban la imaginación las míticas B.B. y C.C.; así llamábamos a Brigitte Bardot (1934) y a Claudida Cardinale (1938).

Inolvidables una en “La verdad” (La vérité, 1960) y la otra en “Los profesionales” (The profesionals, 1966) y, sobre todo, en “Hasta que llegó su hora” (Once upon a time in the West, 1968) de Leone, donde la Cardinale pasó a ser una de mis actrices fetiches. Aunque hubo muchas más películas con ellas, por supuesto. Hasta que en el 71 rodaron en España un film juntas: “Las petroleras”. 

En Argentina triunfaba por entonces una mujer que representaba el pecado, la tentación, la lujuria: Isabel Sarli (1929-2019). Todos la llamaban «la Sarli». Dirigida en general por su marido Armando Bo, explotaba su físico hasta la saciedad. En los sesenta es cuando su nombre y su cuerpo saltó a la fama con títulos tan explícitos como «Los días calientes» (1966), «Carne» (1968) o «Fuego» (1969).

Sylvia Miles (1924-2019) pertenecía a la contracultura, al cine independiente, y saltó a la fama como mujer sensual y sexual por su papel de prostituta que le saca dinero al inocente de Jon Voight en la magnífica «Cowboy de medianoche» (Midnight cowboy, 1969). Su desnudo en la película, apenas visto unos segundos, fue entonces casi un escándalo. Luego, explotaría esa faceta en varias películas para la factoría de Andy Warhol en la década siguiente.

Pero fue antes, en 1967, cuando Anne Bancroft (1935-2005), una de las grandes actrices americanas, rompió muchas de las limitaciones de la censura y la moral imperante con su maravilloso papel como la señora Robinson en «El graduado» (The graduate). Imborrables sus artimañas para seducir al joven que interpreta Dustin Hoffman, novio de su hija. De esos films que no se olvidan. La Bancroft fue nominada al Oscar por ese papel, aunque ya lo había conseguido por su otro magnífico trabajo en «El milagro de Ana Sullivan» (The miracle worker, 1962). En los sesenta además protagonizó films como «Siempre estoy sola» (The Pumpkin Eater, 1964), que le supuso otra nueva nominación, o «Siete mujeres» (7 women, 1966), el último film dirigido por John Ford. Una impresionante actriz Anne Bancroft.

Opuesta a la señora Robinson de la Bancroft era la Marnie que Tippi Hedren (1930) interpretaría para Alfred Hitchcock en otra de sus obras maestras: «Marnie, la ladrona» ( Marnie, 1964), donde el tema de la cleptomanía y la frigidez sexual a causa de un trauma convertían a esta cinta en audaz y adelantada a su tiempo. Tippi Hedren venía de interpretar otro clásico de Hitchcock, «Los pájaros» (The birds, 1962), y en las dos cintas el realizador británico quiso subrayar la sexualidad gélida de esta actriz, lo que consiguió. Pese a estas dos grandes películas,…

…Tippi Hedren apenas se prodigó en cine en la década de los sesenta y solo intervino en la cinta de Chaplin «La condesa de Hong Kong» (A countess from Hong Kong, 1968) en un rol secundario.

De su misma generación es otra excelente actriz, Gena Rowlands (1930), que tuvo sus mejores papeles en las películas dirigidas por su marido John Cassavetes. Había ya despuntado en los cincuenta, pero en este nuevo decenio se destapó la gran actriz que era en títulos como la magnífica «Los valientes andan solos» (Lonely are the brave, 1962), «Ángeles sin paraíso» (A child is waiting, 1963) y «Faces» (1968), ambas de Cassavetes, o en «Hampa dorada» (Tony Rome, 1967). Hizo en esos años y siguientes mucha televisión, y obtuvo bastante éxito con su papel en la serie «Payton Place» (1967).

Piper Laurie (1932) destacó en esos años en multitud de series de televisión, pero su único film para el cine en la década de los sesenta es tan excepcional, tan bueno, que no puedo dejar de referirla: se trata del personaje de Sarah Packard en la obra maestra de Robert Rossen «El buscavidas» (The hustler, 1961), por la que fue nominada al Oscar.

De su misma quinta era Vera Miles (1929). Actriz más de televisión que de cine, creo que ha intervenido en algún capítulo de todas las series más famosas, y fue muy asidua en cintas de dos grandes maestros, Alfred Hitchcock y John Ford, para quienes actuó en los sesenta en obras maestras como «Psicosis» (Psycho, 1960) y «El hombre que mató a Liberty Valance, 1962). Ya con ese bagaje, merece aparecer en este artículo.

Otra excelente actriz de esta generación es la británica Claire Bloom (1931), reconocida intérprete teatral, habitual en obras de Shakespeare, con una larguísima filmografía en cine y televisión, en los sesenta intervino en varias excelentes películas como «Confidencias de mujer» (The Chapman report, 1962) para el gran Cukor; «Cuatro confesiones» (The outrage, 1964), junto a Paul Newman; «El espía que surgió del frío» (The spy who came in from the cold, 1965), quizá su mejor interpretación, o «Charly» (1968).    

Luego estaban las actrices francesas (o de otros países que los franceses adoptaban, inteligentemente, menudos truhanes son para apropiarse de lo que merece la pena), actrices que refulgían en films de la nouvelle vague, sofisticadas, bellas, frágiles, sensuales y excelentes intérpretes a un tiempo. Mi amigo Jesús dice que la primera película que recuerda es “Un hombre y una mujer(Un homme et une femme, 1966), y que no puede olvidar a su protagonista, la delicada Anouk Aimée (1932); que antes fue la hermosa “Lola” (1961), y paseaba su estilazo en “Fellini 8/2” (1963), pero, en realidad, nadie de los que la vimos la hemos olvidado.

Y por entonces triunfó la “Belle de jour” (1966), Catherine Deneuve (1943), de la que se dice que tiene un pacto con el diablo (a mí siempre me pareció demasiado fría, pero he de reconocer que es de una belleza evidente e imperecedera), que me perturbó en Repulsión” (Repulsion, 1965) de Polanski.

Jeanne Moreau (1928-2017) se convertía por entonces en musa de Truffaut en «Jules et Jim» (1962) y en otros títulos suyos, lo fue de Orson Welles, que dijo de ella que era la mejor actriz del mundo, en “El proceso” (Le procés, 1962), “Campanadas a medianoche” (1965) y en “Una historia inmortal” (Histoire immortelle, 1967), y también fue musa de Antonioni, de Losey, de Malle… Historia del cine.

Jean Seberg (1938-1979). ¡Ah, Jean Seberg! Cuánto sufrió por amor. Dice que Clint Eastwood la utilizó durante el rodaje de “La leyenda de la ciudad sin nombre” (Paint your wagon, 1969) y luego la dejó sin más, y eso le provocó un trauma del que, se dice, jamás se recuperó. La Seberg venía de la irrepetible “Al final de la escapada(A bout de souffle, 1959) y se convirtió en la perturbadora “Lilith” (1964). Aunque es norteamericana, siempre la hemos asociado al cine francés por su papel en el film de Godard.

Y qué decir de otras musas del cine de los sesenta: ahí estaba Delphine Seyrig (1932-1990), protagonista de “El año pasado en Marienbad” (L´année dernière à Mareinbad, 1961).

Caso aparte, entre las francesas, es el de Leslie Caron (1931), ya que su éxito se cimentó en Hollywood en los cincuenta, donde se convirtió en la eterna Gigí. Pero en los sesenta trató de recuperar su éxito con ese mismo tipo de papel algo empalagoso con la cinta «Fanny» (1961). Sin embargo, logró el reconocimiento profesional al ser nominada al Oscar por su trabajo en «La habitación en forma de L» (The L-shaped room, 1962). Tiene una larguísima carrera a sus espaldas.

Y cómo no enamorarse de aquella actriz austríaca, Romy Schneider (1938-1982) (en cuanto dejó de ser la tontorrona de Sissi y se convirtió en una mujer de verdad me dejé embaucar por su mirada, por su pálida sonrisa, por ese aire melancólico de sus gestos), y quise ser Alain Delon en “A pleno sol” (Plein soleil, 1960) para nadar con ella. La Schneider sonreía y te embobabas, pero había en ella un algo de melancólica tristeza, que resultó ser real. Trabajó en los sesenta con Orson Welles, Otto Preminger y con Jacques Deray, y cada papel la hacía mejor actriz, que explotaría con sus mejores papeles en la década siguiente.  

Ahí van las tuyas, Jesús, esas otras tres más que tanto te apasionan: Anna Karina 1940-2019), tan francesa ella quizá porque era danesa, en “Una mujer es una mujer” (Une femme est une femme, 1961), y “Vivir su vida” (Vivre sa vie, 1962), musa de Godard, claro;

y Corinne Marchand (1937), la de “Cleo de 5 a 7” (1962).

Te dejo para el final a Marina Vlady (1938), no sé si es muy representativa pero cito “Los siete pecados capitales” (Les sept péchés capitaux, 1962), por razones obvias.

También francesa, Capucine (1928-1990) es un caso más atípico. Hablaba varios idiomas, y eso le facilitó el trabajo en distintas cinematografías. Rebelde por naturaleza, nunca quiso someterse a los dictados de nada ni de nadie y su trayectoria profesional es un ejemplo de libertad absoluta. En los sesenta trabajó en obras tan dispares como «Sueño de amor» (Song without end, 1960), «Alaska, tierra de oro» (North to Alaska, 1960) junto a John Wayne, «La pantera rosa» (The pink panther, 1963) acompañando a Peter Sellers, «Mujeres en Venecia» (The honey pot, 1967) dirigida por el gran Joseph L. Mankiewicz, «Las crueles» (1969) de Vicente Aranda o «Satiricón» (Satyricon, 1969) de Federico Fellini, lo que prueba su versatilidad interpretativa. De una gran belleza, con sus enormes ojos, su vida acabó por otros derroteros hasta acabar suicidándose.

Pero ahí seguía, tras años de cosechar éxitos, la bellísima Simone Signoret (1921-1985), con esos ojos enormes, ya madura, pero conservando todo su carisma. En los sesenta, además, interpreta varios de sus mejores papeles: «Escándalo en las aulas» (Term of trial, 1962) junto a Laurence Olivier; «El barco de los locos» (Ship of fools, 1965), por la que fue nominada al Oscar; «Llamada para un muerto» (The deadly affair, 1967) de Lumet; «Los raíles del crimen» (Compartiment Tueurs, 1965) de Gavras o «El ejército de las sombras» (L´armée des ombres, 1969). 

De su misma generación es Alida Valli (1921-2006), la bella Valli, que había destacado en los cuarenta y cincuenta en varias obras maestras del cine, y que en los sesenta continuó participando en buenas cintas como «Los ojos sin rostro» (Les yeux sans visage, 1960) de Franju, «Una larga ausencia» (Una aussi longue absence, 1961), «Ofelia» (1963), «El hombre de papel«, producción mexicana que le supuso una nominación a los Globos de Oro, o «Edipo re«, de Pasolini. 

No puedo dejar a atrás a Sylva Koscina (1933-1994), actriz de origen yugoslavo, que irradiaba una estética elegante y atemporal. Trabajó en toda Europa, desde grandes films a producciones deleznables, de peplums a westerns pasando por policíacos y films de acción o históricos, pero siempre actuaba bien. De sus títulos de los 60, rescato  «La máscara de hierro» (La masque de fer, 1962), «Proceso en Venecia» (Il fornaretto dsi Venezia, 1963), «Judex» (1963), «Giulietta de los espíritus» (Giulietta degli spiriti, 1965) para Fellini, o «Comando secreto» (The secret war of Harry Frigg, 1968) que coprotagonizó junto a Paul Newman.  

Bueno, va, y tu (y mi) adorada Ingrid Thulin (1926-2004), belleza nórdica que me deslumbró en “La caída de los dioses” (La caduta degli dei, 1969), pero que ya tenia su largo bagaje con Bergman, en títulos emblemáticos como “El silencio” (Tystnaden, 1963).

Y ya que estamos con Ingmar Bergman y con bellezas nórdicas, ¿cómo dejar de mencionar a una de las intérpretes más atractivas e inteligentes de su generación? Me refiero a la musa del director sueco: Liv Ullmann (1938). Durante los años sesenta, protagonizó varios títulos que marcaron el cine sueco y europeo en general, entre ellos «Persona» (1966), «La hora del lobo» (Vargtimmen, 1968), «La vergüenza» (Skammen, 1968) y, especialmente, «Pasión» (En passion, 1969), films que, tras su visionado en el cine-club, nos hacían discutir del profundo significado de sus herméticas imágenes. Y Liv Ullmann en cada fotograma de nuestra retina. 

  

Del cine español de los sesenta habría que destacar, a mi entender, a Silvia Pinal (mexicana, sí, pero protagonista del film español más importante de la década), Emma Penella, Sara Montiel, Aurora Bautista y Analía Gadé (argentina, pero adoptada por nuestro cine).

Silvia Pinal (1931) llenó de carnalidad y de sensualidad la gran película de Buñuel de 1961 “Viridiana”, film escandaloso en la época por la pacata censura del cine español, pero hay que reconocer que tal vez esa fuera la razón para que sus imágenes pasaran a ser tan poderosas. Un año antes, también protagonizó uno de los grandes éxitos del cine español: Maribel y la extraña familia” (1960). Fuera de nuestro país siguió colaborando con Buñuel, en la obra maestra El ángel exterminador” (1962), donde la Pinal estuvo deslumbrante, y en Simón del desierto” (1965), donde de nuevo su faceta más erótica estalla en la gran pantalla. El resto de sus films en esos años fueron comedias algo picantes y spaghetti-westerns. 

Por su parte, Emma Penella (1930-2007), también una mujer voluptuosa y muy sensual, demostró lo gran actriz que era en El verdugo” (1963) y en La busca” (1966). Su voz rota y su carácter la hacían una intérprete atípica. 

La gran estrella del cine español de los cincuenta, Sara Montiel (1928-2013), trató de mantenerse y, aunque tuvo varios éxitos de taquilla, Mi último tango” (1960), “Pecado de amor” (1961), “La bella Lola” (1962) o “La reina del Chantecler” (1963), seguían la estela de su mayor triunfo de los cincuenta, “El último cuplé”, pero los gustos ya estaban cambiando. Sin embargo, hay que decir que seguía siendo una mujer bellísima que arrastraba a una legión de seguidores a las salas de cine. 

Por su parte, la otra gran diva española, Aurora Bautista (1925-2012), iba a dar un giro inesperado en su larga carrera cuando, en 1964, demostró su gran calidad con su inolvidable rol en La tía Tula”, uno de los grandes hitos del cine español de los sesenta. La Bautista pasaba del cine de cartón-piedra al cine más realista posible. Y, sin embargo, llegar a la cumbre interpretativa para ella significó su decadencia, porque el resto de su filmografía no estuvo a su altura. 

Y Analía Gadé (1931-2019). Una de las actrices más interesantes y atractivas del cine español. De la mano de Fernando Fernán-Gómez, se convertiría en los cincuenta en un referente de nuestro cine como intérprete de excelentes films. Pero a partir de esta década que nos ocupa de los sesenta se fue transformando en un mito erótico y en una gran comediante, con películas como Sólo para hombres” (1960) o “Mayores con reparos” (1967). 

Pero la actriz española que surge de los sesenta con más fuerza es Teresa Gimpera (1936), que se convertirá en la musa del cine independiente en títulos que han pasado a la historia del cine español por ir contra corriente o abrir nuevas sendas: Fata Morgana” (1966), “Una historia de amor” (1967), “Tuset Street” (1968) o “Las crueles” (1969). Su rostro se convirtió en un signo de modernidad y cambio, y su calidad interpretativa la demostró en esos films y en la siguiente década.

Junto a ella, desembarca en España, de la mano de Carlos Saura, otro rostro mítico del cine español de finales de los sesenta y de los años setenta: Geraldine Chaplin (1944), que venía de actuar en el mayor éxito del cine internacional de la época, “Doctor Zhivago” (1965). La Chaplin protagoniza a partir de entonces en España títulos radicales y rompedores como Peppermint frappé” (1967), “Stress es tres, tres” (1968) y “La madriguera” (1970).

El cine español, el italiano y el griego aportaban actrices de raza, de aire mediterráneo, recias. En 1964 se estrenó una de las películas más famosas de los sesenta: «Zorba, el griego» (Zorba, the greak), personaje que se identifica con Anthony Quinn por siempre. En esa cinta aparece una actriz excepcional: Irene Papas (1926). Y, aunque su personaje era antipático, ella lo embozó en una especie de sensualidad castrada que la hacía enormemente atrayente. Su fuerte personalidad hizo que apareciese en esta década en películas de diferentes géneros y siempre con una gran presencia: «Los cañones de Navarone» (The guns of Navarone, 1961), «Electra» (Ilectra, 1962), «Z» (1969) o «Sueño de reyes» (A dream of kings, 1969). Todas avalan una carrera muy sólida.

También de origen griego es Melina Mercouri (1920-1994), otra artista de un atractivo que mezcla misterio e inteligencia. La Mercouri fue una actriz muy comprometida con su tiempo, y descolló en varios papeles de la mano del que fuera su marido, el realizador americano Jules Dassin. Se hizo mundialmente famosa en otra película típica de los sesenta: «Topkapi» (1964), aunque ya tenía una sólida carrera. Otros títulos suyos son «Nunca en domingo» (Pote tin Kyriaki, 1960), «Los vencedores» (The victors, 1963) y «Los pianos mecánicos» (1965) de Juan A, Bardem.    

¿Sigo? ¡Mamma mía! ¡La Loren! Ya sé que ella es de los cincuenta, y de los sesenta, y de los setenta y ochenta, y ahí sigue, incombustible, preciosa, eterna, magnífica… Sofía Loren (1934). Ya sé, hoy sólo los años sesenta… Me impresionó la Loren en su desgarrador papel de “Dos mujeres” (La ciociara, 1960), estuvo más guapa que nunca en “El Cid” (1961) y tierna, hermosa y dolorosa, como sólo ella sabe serlo, en “Los girasoles” (I girasoli, 1969). Charles Chaplin la convirtió en “La condesa de Hong-Kong(A Countess from Hong Kong, 1967), y pasaba de ser una maggiorata y una verdulera (con gracia) a los palacios como si pudiera transformarse por arte de magia. La emparentaban con los mejores actores, y trabajó como coprotagonista junto a Paul Newman, Clark Gable, Cary Grant, Marlon Brando, Gregory Peck, Frank Sinatra, Ralf Vallone, Vittorio Gassman, Charlton Heston, John Wayne, Anthony Quinn, Maurice Chevalier, Christopher Plummer, Maximiliam Schell, Vittorio de Sica, George Peppard, Omar Shariff, David Niven, Peter Finch, Robert Hossein, Anthony Perkins y, por supuesto, con Marcello Mastroianni (y solo nombro a sus partenaires de esos años 60). Una actriz descomunal.    

De una fuente, en el año 59, surgió otra diosa para los sesenta, otra diosa más carnal, más pecaminosa, más abrumadora, un icono: Anita Ekberg (1931-2015), que sigue ahí, como si la hubiesen esculpido en piedra, en la Fontana di Trevi de “La dolce vita” (1959). En 1962 fue la tentación del doctor Antonio en el episodio que protagonizó en “Boccaccio 70”, y paseó su escultural cuerpo por diversos peplums que hacían las delicias en las sesiones dobles.    

Aparte, en otro lugar, hay que colocar a Audrey Hepburn (1929-1993). También venía de los cincuenta. Como la Loren, otro animal cinematográfico que podía con cualquier papel que le pusiesen por delante. Irreemplazable, única, irrepetible, en esos años estuvo tierna, frágilmente abrumadora en su interpretación más redonda en “Desayuno en Tiffany´s” (Breakfast at Tiffany´s, 1961), y valiente en la magnífica “La calumnia” (The children´s hour, 1961) de Wyler; divertidísima en Charada” (Charade, 1963) de Donen, junto a un extraordinario Cary Grant. Ninguna otra, sino ella, podría haber interpretado a la Eliza Doolittle de My fair lady” (1964) de Cukor. Los años sesenta los cerró, junto a dos films más, con otro de sus personajes más icónicos, el de Joanne en Dos en la carretera” (Two for the road. 1967), de nuevo bajo las órdenes de Stanley Donen, acompañada de Albert Finney. Quizá uno de los films más románticos de la historia del cine.   

Y no me olvido de Lea Massari (1933) y de Monica Vitti (1931), que trabajaron juntas en “La aventura” (L´avventura, 1960).

La Vitti fue musa de Antonioni, pero se convirtió en referente pop y sex-symbol gracias a “Modesty Blaise, superagente femenino” (Modesty Blaise, 1966).

Algo más jóvenes, entran en escena en estos años dos animales cinematográficos. La primera es Glenda Jackson (1936), que siempre me atrajo por su poderosa presencia, y que apareció tanto en televisión como en cine, destacando entonces en «Marat-Sade» (1967) para Peter Brook, y, sobre todo, en «Mujeres enamoradas» (Women in love, 1969), que fue un gran escándalo en su momento. Por su papel en esta cinta Glenda Jackscon obtuvo su primer Oscar. En los setenta, arrasó.

Y la segunda es Vanessa Redgrave (1937). Su filmografía es espectacular, llegando hasta nuestros días en primera línea. En los sesenta interpretó un ramillete de buenos papeles en escelentes cintas: con «Blow up» (1966) de Antonioni, le llegó la fama; «Un hombre para la eternidad» (A man for all seasons, 1966), el gran musical «Camelot» (1967) de Logan, «Morgan, un caso clínico» (Morgan, a suitable case of treatment, 1967) por la que obtiene su primera nominación al Oscar, «La última carga» (The charge of the Light Brigade, 1968), «Un lugar tranquilo en el campo» (Un tranquillo posto di campagne, 1968) y, en especial, su inolvidable papel en «Isadora» (1968) que le supuso ganar el Oscar a la mejor actriz. Me rindo a ella. 

Quien había enamorado a los espectadores en los cincuenta había sido Natalie Wood (1938-1981), que en los sesenta continuó su fulgurante carrera con dos obras maestras inolvidables: «Esplendor en la hierba» (Splendor inm the grass, 1961) del gran Elia Kazan, por la que, con su papel de la inestable Wilma fue nominada al Oscar, y el musical más famoso «West side story« (1961), como María, uno de esos personajes que quedan en la memoria de los cinéfilos; además de intervenor en otras buenas cintas como «Los jóvenes caníbales» (All the fine young cannibals, 1960), «Gypsy» (1962), «Amores con un extraño» (Love with the proper stranger, 1963), que le valió otra nominación al Oscar, «La carrera del siglo» (The great race, 1965), «Propiedad condenada» (The property is condemned, 1966) y el film independiente «Bob, Carol, Ted & Alice» (1969) de Paul Mazursky. Una filmografía brillante.   

También nos atrapó Katherine Ross (1940) que logró enamorar a Paul Newman y a Robert Redford en “Dos hombres y un destino” (Butch Cassidy & the Sundance Kid, 1969) después de hacerlo con Dustin Hoffman en “El graduado” (The graduate, 1967). Tenía un encanto dulce que la hacía enormemente sugerente.

Y en 1966, con «El grupo» (The group), de la mano de Sidney Lumet, comenzó su carrera Candice Bergen (1946), otra de las actrices que me gustaban tanto, una mujer espectacular y mejor actriz, que también intervino junto a Steve McQueen en «El Yang-Tsé en llamas» (The Sand Pebbles, 1966) o en la bella «Vivir para vivir» (Vivre pour vivre, 1967) de Lelouch. Los setenta serían los años en los que Candice Bergen llegaría al verdadero estrellato.    

Y las había, como muchas de las que he mencionado más arriba, que eran atractivas, sensuales y buenas actrices. Americanas, como Angie Dickinson (1931). Siempre me pareció tentadora (igual que a tío Junior en “Los Soprano”, obsesionado con acostarse con ella), y estuvo preciosa y perfecta en “Código del hampa” (The killers, 1964), en “La jauría humana” (The chase, 1965) y, especialmente, en  “A quemarropa” (Point Blank, 1967).

Al igual que Lee Remick (1935-1991), otra excelente actriz que despuntó en “Río salvaje” (Wild river, 1960) y “Días de vino y rosas” (Days of wine and roses, 1962), en un soberbio papel de alcohólica junto a un excelente Jack Lemmon.   

Y la siempre insinuante Faye Dunaway (1941), gran actriz, que supo dotar a sus personajes de una mezcla de tortura interna y procacidad sexual, quizá una de las mejores intérpretes de ese decenio, y que inmortalizó a Bonnie Parker en “Bonnie & Clyde” (1967), uno de los films emblemáticos de los sesenta. Sin olvidar sus papeles en “El caso Thomas Crown” (The Thomas Crown affair, 1968), “Amantes” (Amanti, 1968) y “El compromiso” (The arrangement, 1969). Faye Dunaway siempre me ha parecido una de las mejores actrices de los sesenta y setenta, con un amplio registro interpretativo. 

   

Hay más: la gran Jane Fonda (1937), pura vitalidad, capaz de atreverse con cualquier papel, una actriz soberbia, y por eso ella fue “Barbarella” (1967) y bailó hasta la extenuación en la extraordinaria cinta de Pollack “Danzad, danzad, malditos” (They shoot horses, don´t they?, 1969). Pero estuvo también a una gran altura en “La jauría humana” (The chase, 1965), donde coincidió por vez primera con Robert Redford, con quien protagonizó una de las mejores comedias de ese decenio: Descalzos por el parque” (Barefoot in the park, 1967). Dejando a un lado sus films franceses bajo su entonces marido Roger Vadim, sobresale su papel en Los felinos” (Les félins, 1964) de René Clément.   

En los sesenta también surge Mia Farrow (1945), que parecía poder romperse, físicamente tan frágil y vulnerable. Actriz ya famosa en televisión, la Farrow protagoniza en 1968 una de las películas más citadas de la historia del cine: La semilla del diablo” (Rosemary´s baby), de Polanski. Su interpretación es memorable y esa mezcla de timidez, sumisión y miedo hicieron que su Rosemary pasara a ser un personaje antológico. Luego, sería Mary, la pareja de Dustin Hoffman en “John & Mary” (1969). 

Pero como mito erótico, tal vez haya que mencionar a uno de los más sorprendentes de  la década, el de Sue Lyon (1946-2019), que fue la “Lolita” (1961) de Stanley Kubrick. No pudo haber escogido a  nadie mejor para dotar al personaje de ese aura de inocencia perversa.

 

carroll-baker

En los cincuenta, una explosión parecida ocurrió con Carroll Baker (1931) cuando interpretó la famosa cinta de Kazan “Baby doll” (1956). Convertida en icono sexual, participó en buenas películas, y en los sesenta participó en films sin una carrera definida, pero lo hizo en títulos como El gran combate” (Cheyenne Autumn, 1964), “Sylvia” (1965) o “Harlow” (1965), en la que hacía de la famosa actriz Jean Harlow, es decir, una actriz sexy como la Baker interpretando a otro símbolo sexual del cine clásico americano. Pero, a partir de ahí, Carroll Baker entró en coproducciones europeas en las que lo importante era su físico y su atractivo, películas eróticas y de baja calidad, con títulos como El dulce cuerpo de Deborah” (Il dolce corpo di Deborah, 1968). Una decadencia absoluta.     

Ayer murió el gran actor Christopher Plummer, y me acordé de otras de las estrellas de los sesenta, su inolvidable pareja en Sonrisas y lágrimas” (The sound of music, 1965), Julie Andrews (1935), excelente comediante, cantante y actriz dramática, que además de la cinta nombrada, fue la eterna Mary Poppins” (1964). Pero he de destacar otros de sus papeles, el de la protagonista de La americanización de Emily” (The americanization of Emily, 1964), y el que interpretó para Hitchcock en Cortina rasgada” (Torn curtain, 1966).   

Y Doris Day (1922-2019) seguía siendo la reina de las comedias «de teléfonos blancos», películas que planteaban dilemas sexuales pero de una manera muy light y al más puso estilo del cine de los cincuenta. Pero en esta década, Doris Day protagonizaría varias de sus películas más famosas y divertidas: «Pijama para dos» (Lover come back, 1961), «Suave como el visón» (That touch of Mink, 1962) o «No me mandes flores» (Send me no flowers, 1964). 

 

Pero confieso que tengo dos debilidades más: una es Julie Christie (1940). Lo sé: sus ojos, su aparente fragilidad, pero también su carácter y su rebeldía, y sí, su belleza absoluta. Hay algo en ella imperecedero. En “Dr.Zhivago” (1965) borda su papel, en “Fahrenheit 451” (1966) eleva de categoría su trabajo y en “Lejos del mundanal ruido” (Far for the Madding Croad, 1967) simplemente roba el corazón. En “Darling” (1965) está un tanto desquiciada, pero a quién le importa. 

Mi otra debilidad es Jacqueline Bisset (1944). También son sus ojos, qué demonios, pero qué decir de su boca o de sus pómulos… La descubrí, creo, en “Bullit” (1968) y desde entonces me visita a hurtadillas.  

Otra actriz que me sugestionaba poderosamente fue Senta Berger (1941), a quien recuerdo en Mayor Dundee” (1965) de Peckinpah, y en Conspiración en Berlín” (The Quiller memorándum, 1966) y “Diabólicamente tuyo” (Diaboliquement vôtre, 1967). Siempre me pareció de una gran belleza, con una mirada que traspasaba la pantalla.

De Alemania es también la hermana de Maximilan Schell, María Schell (1926-2005), que había llegado al estrellato en los años cincuenta, pero que en esta nueva década protagonizó varios grandes títulos: «Cimarrón» (1960), «Hombre marcado» (The mark, 1961) y «El diablo por la cola» (Le diable par  la queue, 1969), para terminar en films de serie B y hasta Z. Su sonrisa siempre me gustó. 

¿Hay una película más famosa que la que abre los años sesenta? Me refiero a «Psicosis» (Psycho) de Alfred Hitchcock. Si pensamos en este titulo se nos viene a la cabeza el personaje de Norman Bates (Anthony Perkins), pero también Janet Leigh (1927-2004) y la escena de la ducha. Pocas veces, la Leigh ha sido filmada para que resultase tan sexy y provocadora como en la película del maestro. Tras este éxito descomunal, que supuso su única  nominación al Oscar, Janet Leigh, que venía de interpretar ya un gran número de cintas en los años cincuenta, se embarca en distintos proyectos con resultados dispares. Pero interviene en la excelente «El mensajero del miedo» (The Manchurian candidate, 1962), en la también exitosa «Harper» (1966) y en la divertida comedia de Jerry Lewis «Tres en un sofá» (Three on a couch, 1966).

Y si «Psicosis» marca una época, ¿qué decir de esa obra maestra del cine que se rueda en el mismo año 1960 que es «El apartamento» (The apattment)?  Un film maravilloso con un Jack Lemmon magistral, con un guion sobresaliente y una dirección genial de Billy Wilder. Pero esta película no sería lo que es sin Shirley MacLaine (1934). No fue ningún símbolo sexual pero nos hubiésemos ido con ella a donde nos hubiese pedido, la magia de sus ojos y de su candidez te atrapaban por completo. Excelente cómica y gran actriz dramática, en los sesenta rodó algunas otras joyas, de nuevo con Wilder (en las dos fue nominada al Oscar) un título inolvidable: «Irma, la dulce» (Irma la douce, 1963), y, entre otras, grandes cintas e interpretaciones de la MacLaine en «La calumnia» (The children´s hour, 1961), «Siete veces mujer» (Woman times seven 1967) o «Noches en la ciudad» (Sweet Charity, 1969).

Pero la generación más veterana seguía ahí. Las estrellas más rutilantes de los cincuenta, protagonizaron algunos de sus papeles más inolvidables en los sesenta: Elizabeth Taylor (1932-2011), una de las grandes, fue «Cleopatra» (1963) e hizo uno de sus dramas más impactantes en «¿Quién teme a Virginia Woolf?» (Who´s afraid of Virginia Woolf?, 1967), sin olvidar algún que otro excelente papel, como los que interpretó en Castillos en la arena” (The sandpiper, 1965), “Reflejos en un ojo dorado” (Reflections in a Golden eyes, 1967) o Los comediantes” (The comedians, 1968).

Una de las grandes figuras del cine de fantasía y aventuras, Yvonne de Carlo (1922-2007), acabó en los sesenta refugiándose en la televisión, y si la menciono en este artículo es porque ella fue Lily Munster, la protagonista de la serie «La familia Monster» (The Munsters) que se emitió en USA entre 1964 y 1966, una de esas series de mi infancia. 

De la misma generación, Joanne Woodward (1930), otra excelente actriz que en los sesenta bordó varios papeles, a destacar  «Piel de serpiente» (The fugitive kid, 1960), donde compartía protagonismo con Marlon Brando y Anna Magnani, pero fue ella la que obtuvo algún galardón por el film en un papel de mujer desquiciada; y las que interpretó junto a su marido Paul Newman:  «Desde la terraza» (From the terrace, 1960), «Un día volveré» (Paris blues, 1961) y «Samantha» (A new kind of love, 1963), aunque su mejor papel en estos años fue en «Rachel, Rachel» (1968), por la que fue nominada al Oscar y donde la dirigía el propio Paul Newman, que la consideraba la mejor actriz. 

Por su parte, Kim Novak (1933), aún la cresta de la ola de su belleza tras su reciente trabajo con Hitchcock, en los sesenta comenzó por desquiciar a Kirk Douglas en «Un extraño en mi vida» (Strangers when we meet, 1960), fue «La misteriosa dama de negro» (The Notorious Landlady, 1962), estuvo deliciosamente graciosa en la comedia de Wilder Bésame, tonto” (Kiss me, stupid, 1964) y, en mi opinión, excelente en la cinta La leyenda de Lylah Clare” (The legend of Lylah Clare, 1968).  

Otras de mis actrices favoritas, que une belleza seductora y calidad interpretativa, es Jean Simmons (1929-2010) que protagonizó «Espartaco» (Spartacus, 1960), donde su mirada cautivadora juega un papel fundamental, y, especialmente, «El fuego y la palabra» (Elmer Gantry, 1960), como la predicadora fanática y convencida, en una composición de personaje compleja y perfecta. Sin embargo, el resto de su filmografía en esa década de los sesenta fue de capa caída, aunque en 1969 se reivindicó con un magnífico trabajo en Con los ojos cerrados” (The happy ending) de Richard Brooks, que la sacó momentáneamente de su pozo, y que le valió una nominación al Oscar.

Y las grandes damas del cine americano desde los años treinta, ¿qué hicieron en los sesenta? Actrices como Joan Crawford (1904-1977), Bette Davis (1908-1989) o Katherine Hepburn (1907-2003) demostraron que seguían siendo excelentes actrices y que la edad no marchitaba sus excelencias artísticas.  Joan Crawford y Bette Davis protagonizaron juntas un inolvidable film de terror dirigido por Ronert Aldrich: “¿Qué fue de Baby Jane?” (What ever happened to Baby Jane, 1962), donde ellas llenaban la pantalla con sus personajes decadentes y malditos, y que a ambas les supuso el reconocimiento con varios premios y nominaciones. La Crawford, a partir de esa película, se refugió en films de bajo coste y producciones televisivas, mientras que Bette Davis, que un años antes bordó su papel en “Un gángster para un milagro” (Rocketful of miracles, 1961), del maestro Capra, papel que para mí es inolvidable por los matices que otorgó a su personaje, cosechó más tarde algunos otros buenos trabajos, como el de Canción de cuna para un cadáver” (Hush… hush, sweet Charlotte, 1964).

Sus impresionantes ojos seguían siendo los de Bette Davis. En este film, compartía protagonismo con Olivia de Havilland (1916-2020), otra de las grandes damas, que, sin embargo, ya no hizo nada destacable.  

Deborah Kerr (1921-2007), siempre excelente, siguió con un puñado de buenos papeles, como los que protagonizó en Tres vidas errantes” ((The sundowners, 1960), “Suspense” (The innocents, 1961), “La noche de la iguana” (The night of the iguana, 1964) y “El compromiso” (The arrangement, 1969), en todas ellas estuvo magistral.

De su  misma edad era Shelley Winters (1920-2006), una de las mejores actrices americanas con varios grandes títulos a sus espaldas en los años cincuenta, pero que en esta década cosechó excelentes trabajos en «Los jóvenes salvajes» (The young savages, 1961), en su papel de madre de «Lolita» (1962), «Un retazo de azul» (A patch of blue, 1965), junto a Sidney Poitier, que le supuso un Oscar como mejor actriz, «Harper» (1966″ o «Alfie» (1966).    

Y  la maravillosa Ingrid Bergman (1915-1982) seguía demostrando que no solo era una mujer elegante y atractiva, sino que era una de las mejores actrices de la historia. Los años cuarenta y cincuenta fueron los mejores de su carrera, pero aún mantendría un alto nivel en las dos siguientes décadas, En los sesenta, la Bergman interpretó algunas joyas como «No me digas adiós» (Goodbye again, 1961), donde enamoraba a un jovencísimo Anthony Perkins y a un mujeriego Yves Montand; «La visita del rencor» (The visit, 1964), excelente drama junto a Anthony Quinn, y una comedia muy divertida, en la que demostraba sus dotes para este género, titulada «Flor de cactus» (Cactus flower, 1969).

Otra veterana, Judy Garland, que era mucho más joven de lo que aparentaba a causa de sus adicciones, había nacido en 1922 (y falleció en 1969) pero comenzó su carrera siendo una niña, sorprendió a todos con dos roles muy alejados a lo que tenía acostumbrados a sus admiradores de los años treinta, cuarenta y cincuenta, que fueron los de «Vencedores o vencidos» (Judgment at Nuremberg, 1961), con un personaje conmovedor y muy duro que le valió una nominación al Oscar, y de «Ángeles sin paraíso» (A child is waiting, 1963), un film independiente de John Cassavetes.

Susan Hayward (1917-1975), estrella rutilante de los cincuenta, entró en una etapa menos brillante, pero logró un par de excelentes papeles en estos años en «Mujeres en Venecia» (Te honey pot, 1967) y en «El valle de las muñecas» (Valley of the dolls, 1967). El resto de sus trabajos no estaba a su altura. 

Pero la reina del baile, para mi gusto, siempre ha sido Katherine Hepburn (1907-2003). La mejor comediante y la mejor actriz dramática del cine. Desde los años treinta hasta los ochenta dejó su huella. Y en la década de los sesenta no iba a ser menos: de los 4 premios Oscar que obtuvo en su carrera, dos de ellos fueron en estos años, como actriz protagonista por El león en invierno” (The Lion in Winter, 1968), en su impecable papel de Leonor de Aquitania, y como actriz de reparto en la última película que rodó junto al amor de su vida, Spencer Tracy, Adivina quién viene esta noche” (Guess who´s coming to dinner, 1967), alegato antirracista en el que la Hepburn pone toda la carne en el asador. Pero además protagonizó otras buenas cintas y su trabajo descollaba: Larga jornada hacia la noche” (Long day´s journey into night, 1962), por la que fue de nuevo nominada al Oscar, o La loca de Chaillot” (The madwoman of Chaillot, 1969). 

Y, aunque solo fuesen dos películas las que pudo rodar en el inicio de la década antes de su trágica muerte, los sesenta marcan un hito en la carrera cinematográfica de otra de las estrellas de los años cincuenta, quizá más imperecedera: Marilyn Monroe (1926-1962), que demostró que podía ser mejor actriz de lo que se decía de ella con El multimillonario” (Let´s make love, 1960) y sobre todo con su extraordinario trabajo en «Vidas rebeldes» (The misfits, 1960), un papel escrito por su marido Arthur Miller, que creó para ella y sus compañeros de reparto unos caracteres crepusculares y maravillosos.  

¿Y la más bella de los años cincuenta? Ava Gardner (1922-1990) se reivindicó por enésima vez como actriz de carácter en algunos buenos títulos de los sesenta: estaba preciosa en 55 días en Pekín” (55 days at Pekin, 1963), correcta en 7 días de mayo” (Seven days in May, 1964) y como una gran intérprete en su memorable papel en La noche de la iguana” (The ight of ghe iguana, 1964) dirigida por su mayor admirador, John Huston, que confesaría que siempre estuvo enamorado de ella.

De la generación próxima al animal más bello del mundo, es la también elegante y atractiva Eva Marie Saint (1924), que venía de protagonizar en los cincuenta una obra maestra de Hitchcock. Y en estos años, intervino en films como «Éxodo» (Exodus, 1960), «Su propio infierno» (All fall down, 1962), «¡Que vienen los rusos!» (The Russians are coming…, 1966) o la muy estimable «La noche de los gigantes» (The stalking moon, 1968), junto a Gregory Peck. Siempre me pareció una actriz sugerente.

Nacida en el mismo año, Geraldine Page (1924-1987), fue una de las grandes damas del teatro americano. En cine fue una de las actrices más nominadas al Oscar, con una extensa carrera, que en los años sesenta descolló en papeles como los que interpretó en «Verano y humo» (Summer and smoke, 1961), «Dulce pájaro de juventud» (Sweet bird of youth, 1962) o «Ya eres un gran chico» (You´re a big boy now, 1966) de Coppola. Por estas tres películas estuvo nominada al premio de la academia.    

Otra clásica de los cuarenta y los cincuenta, Anna Magnani (1908-1973), la  más veterana de las intérpretes italianas, nos dejó en los sesenta, ya en plena madurez, dos de sus interpretaciones majestuosas: «Piel de serpiente» (The fugitive Kid, 1960), junto a Marlon Brando, y «Mamma Roma» (1962) dirigida por Pasolini. Y otro buen trabajo suyo fue en una producción americana de Stanley Kramer titulada «El secreto de Santa Vittoria» (The secret of Santa Vittoria, 1969).

Silvana Mangano (1930-1989) llevaba dos décadas también en la cresta de la ola, y en los sesenta y setenta continuó participando en títulos claves, especialmente del italiano.  Los sesenta arrancaron para ella con una buena película bélica de Martin Ritt titulada «Cinco mujeres marcadas» (Five branded women, 1960), y le siguieron grandes producciones como «El juicio universal» (Il giudizio universale, 1961) de De Sica y «Barrabás» (Barabbas, 1961), algunas comedias, y obras importantes como «Edipo Re» (1967) o «Teorema» (1968) ambas de Pasolini. La Mangano siempre supo darle un aire misterioso a sus personajes, un velo oculto, y una elegancia que sería su seña de identidad en la siguiente década.

La musa de Fellini, su mujer Giulietta Masina (1921-1994), me había enternecido en las películas que hicieron en los cincuenta, y en esta etapa Federico Fellini volvió a sacarse de la chistera otra cinta en honor a ella, incluso utilizando su nombre en el título: «Giulietta de los espíritus» (Giulietta degli spititi, 1965), una nueva declaración de amor. En este decenio la Masina participó también, al lado de Katherine Hepburn, en «La loca de Chaillot» (The madwoman of Chaillot, 1969), pero en un rol secundario. Ya solo protagonizaba para el maestro.

Seis años más joven era Gina Lollobrigida (1927), otra estrella más comercial, que en los sesenta seguía manteniendo su atractivo intacto. En esta década, la Lollo se convirtió en una gran comediante, en títulos muy conocidos como «Cuando llegue septiembre» (Come september, 1961) de Robert Mulligan, «Pensión a la italiana» (Mare matto, 1963) o «Yo, yo, yo y los demás» (Io, io, io e gli altri, 1966), que alternó con films históricos, dramas y algún thriller como el que protagonizó junto a Sean Connery «La mujer de paja» (Woman of straw, 1964).

También la gran femme-fatale del cine mexicano, María Félix (1914-2002), en la última etapa de su carrera, evidenciándose ya su decadencia física, fue capaz sin embargo de mantener su atractivo y su fuerza animal en varias cintas en los sesenta: «La estrella vacía» (1960), «La bandida» (1962) donde compartía cartel con quien fuera una de sus parejas míticas en los cuarenta y cincuenta, Pedro Armendáriz, «Amor y sexo» (1964), y, quizá la mejor de esta etapa, «Juana Gallo» (1961) junto al galán español Jorge Mistral. A partir de ahí, su filmografía decayó por completo.   

En los años 60, dan el salto a la pantalla una serie de actrices, muy profesionales, que supieron alternar cine y televisión, y que daban aire nuevo y fresco a estas producciones. Voy a destacar las que me parecen más interesantes: la primera, Susan Clark (1943). Una buena actriz que podía aparecer como una mujer indefensa o, por el contrario, mostrarse fría y distante. Títulos suyos destacables de estos años en cine son «Brigada homicida» (Madigan, 1968), «La jungla humana» (Coogan´s bluff, 1968) y «El valle del fugitivo» (Tell them Willie Boy is here, 1969). Excelentes films. 

Otras de estas actrices es Sally Kellerman (1937), que tendría una prolífica carrera en los setenta en el nuevo cine americano. La descubrí en «El estrangulador de Boston» (The Boston strangler, 1968), aunque ya tenía una larguísima trayectoria en famosas series de televisión.

También de la televisión, surgió una de las actrices más perturbadoras: Janice Rule (1931-2003), a quien es difícil de olvidar en su papel de esposa insatisfecha y infiel de Robert Duvall en «La jauría humana» (The chase, 1966), quizá su mejor papel. Como he dicho, su carrera se desarrolló especialmente en series televisivas, pero en los sesenta también tuvo un destacado papel en la excelente «El nadador» (The swimmer, 1968). 

Y Diana Rigg.     

Diana Rigg (1938-2020) fue la famosa Emma Peel de la serie «Los vengadores» (The avengers), que se emitió entre 1965 y 1968. Un personaje de los que marcan una carrera, yo la recuerdo perfectamente porque era una de mis series favoritas. Pero la Rigg es además una buena actriz que ha mantenido su carrera contra viento y marea hasta hoy en día.

Los años 60 fueron tan prolíficos que es imposible abarcarlo todo. Aún quedan algunos nombres destacables: Samantha Eggar, Mónica Randall, Katy Jurado, Dyan Cannon, Liza Minnelli, Goldie Hawn, Barbra Streisand, Genevieve Bujold, Carolyn Jones, Inger Stevens, Françoise Dorleac, Catherine Spaak, Dorothy Malone, Diane Cilento, Rachel Roberts, Marianna Koch, Patricia Neal, Alida Valli, Shirley Knight, Thelma Ritter, Millie Perkins, Yvette Mimieux, Virna Lisi, Rita Tushinghan, Laura Antonelli, Vivien Merchant, Sandy Dennis, Lila Kedrova, Debbie Reynolds, Agnes Moorehead, Estelle Parsons, Maggie Smith, Margarita Lozano, Ann Margret, Juliette Grecó… que o bien continuaban una carrera ya iniciada en años anteriores, o alcanzarían su madurez como actrices en la siguientes décadas. Y hay otras artistas interesantes: Barbara Rush, Joan Blondell, Nieves Navarro, May Britt, Florinda Bolkan, Elsa Martinelli, Jacqueline Sassard, Elisa Montés, Joan Hackett, Flor Silvestre, Luciana Paluzzi, Perla Cristal,  Akiko Wakabayashi, Joanna Pettet, Elke Sommer, Rosanna Schiaffino, Pilar Velázquez, Claudine Auger, Karin Dor, Mie Hama, Diana Lorys, Pina Pellicer…, de estas, algunas rozaron el estrellato, otras alimentaron producciones de serie B, de aventuras, spaghetti-westerns, films de terror o películas ya olvidadas, trabajaron en series de televisión y lucharon por abrirse un hueco en la industria, unas se han mantenido en el tiempo y otras han desaparecido sin dejar rastro. Hubo quien llegó a deslumbrar no por sus cualidades dramáticas, sino por sus encantos físicos, aunque alguna de ellas hizo algún que otro buen papel y, me temo, que incluso en muchos casos jamás tuvieron la oportunidad de demostrar que eran excelentes intérpretes. La lista es interminable. 

Mención aparte merecerían las chicas Meyer, las Vixens. Russ Meyer, ese gamberro que hacía films baratos con actrices tan exuberantes como excesivas (siempre hablando del físico porque como intérpretes dejaban mucho que desear), arrancaron sus primeros largos en los años 60 y revolucionó la manera de presentar las cintas de desnudos. Su film «Lorna« de 1964 ya fue un escándalo, solo había que ver a su protagonista, Lorna Maitland para comprender la reacción del público, pero sería con «Vixen» en 1968, con Erica Gavin, cuando saltó realmente a la fama. Durante los setenta, sus cintas se convertirían en films de culto. La verdad es que son realmente divertidas y desmesuradas en todos los aspectos. Pero las Vixens y las SuperVixens merecen un monográfico.

En fin, una década de los sesenta que significaba el ocaso de un sistema de producción que iba desapareciendo y la aparición de otro tipo de cine más libre, crítico y desenfadado, una década desmelenada y sicodélica, quizá la más interesante, vanguardista y creativa.

Sergio Barce, junio 2011 (revisado en febrero de 2021)

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