Este relato lo escribí en julio de 2003, y forma parte de mi libro de cuentos Últimas noticias de Larache, Edit. Aljaima, Málaga, 2004. Lo cuelgo en el blog con algunas pequeñas modificaciones
El Renault 10 de mi padre ya estaba listo a la puerta del edificio de la Unión Bancaria Hispano Marroquí, cargado hasta los topes, con toda una vida aprisionada en paquetes y en bolsas de plástico. Mi madre se había abrazado a Mina, que había pasado los últimos años con nosotros, y luego lo hizo con Pepita, la mujer de Manolo Álvarez. Yo me había sentado en los escalones de entrada al banco, que era además el edificio donde también vivíamos, en el segundo piso. Nos habíamos mudado allí después de muchos años en Mulay Ismail.
De aquel día, sólo recuerdo que hubo mucho llanto y excesivas promesas. Mustapha, el chico que traía la compra de la Plaza, apareció a última hora con carne de cordero.
-Ilispania carne no buena, Maru –le dijo a mi madre, como excusa para su regalo de despedida.
-No podemos llevarla, Mustapha. Pero gracias. Quédatela tú.
Luisito Velasco, Lotfi Barrada, César Fernández y Pablo Serrano estaban sentados a mi lado, en los escalones grises. Nos habíamos conjurado para escribirnos y volver a vernos muy pronto. Éramos excesivamente ingenuos. Creíamos controlar el tiempo, nuestros destinos y el de los demás. Nada sucedió como habíamos imaginado.
Yo sentí un extraño desconsuelo, como si barruntara que todo iba a acabar ahí. Pensaba en Javier, y en Isabelita Matamala, que se habían marchado mucho antes, con los que también había hecho en su momento las mismas promesas y que nunca cumplimos. Sólo Luisito y Lotfi serían capaces de escribirme más tarde, aunque luego el tiempo se encargaría de diluir aquella hermandad presuntamente inquebrantable. A Pablo Serrano lo vi en Málaga una sola vez.
Pablo, que era bastante bruto, fue el que menos habló entonces. Nuestras palabras se confundían en meandros esquivos, en frases huecas que sólo trataban de ahuyentar la ineludible despedida.
Observábamos a mi padre tensar los ganchos del pulpo que sujetaba los bultos que iban en la baca del coche y descubríamos en su rostro una tensión árida y huidiza. Era como si no quisiera pensar demasiado en lo que hacía. Mi padre estaba a punto de dejar su pasado arrumbado en cada esquina de su pueblo, a punto de abandonar las huellas de su niñez en las callejuelas del barrio de Las Navas, a punto de soltar las amarras que aún lo ataban a las ilusiones de su juventud, a punto de separarse de los restos de una mujer indómita y única, los de su madre, mi abuela Salud, a punto, en fin, de embarcarnos a todos en el Ibn Battuta hacia un futuro incierto y demasiado lejano.
Yo aún sentía un escalofrío en las entrañas, una especie de hielo incrustado en el estómago que me hacía tiritar. Lo había sentido desde que, la tarde antes, me había marchado con Luisito Velasco para pasar juntos las últimas horas en Larache. Engullí ese tiempo raquítico con la ansiedad del hambriento, con la gula del pecador más indecente, pero se me escapó por entre los dedos con la insolencia de las manecillas del reloj. Nada las puede detener.
Habíamos dormido uno pegado al otro, y habíamos llorado durante una larga noche sin crepúsculo. Cada uno perdía la mitad de su alma infantil, y sufrimos el desgarro incruento de la separación, nosotros que habíamos crecido juntos. Y ambos comprendimos que las lágrimas, por muy abundantes que sean, no consiguen descifrar el inextricable significado del destino. Luisito y yo habíamos sido uña y carne, más que hermanos, y sabíamos que nuestro pequeño mundo agonizaba, que nos alejábamos sin guardar la más mínima certeza de volver a vernos. Todo eso nos sumió, a la mañana siguiente, en un profundo silencio que no se quebró ni siquiera cuando fui a subirme al coche de mi padre.
Seguía aún entre las ácidas ascuas de la noche, cuando, de pronto, apareció el susi del bacalito de al lado, con su babi azul y el mostacho trasquilado. Llevaba una pequeña bolsa de papel arrugada entre las manos. Se acercó a mi madre. Hablaron en voz baja. Vi que a ella comenzaba a traicionarle la amargura. Luego, los dos se giraron para mirarme con curiosidad. El susi se acercó a donde seguíamos sentados y me dio la bolsa de papel arrugado. Estaba llena de caramelos.
-Para ti, jay. Para el viaje, que es muy largo, por Dios.
Yo continué allí sin moverme, no sé ni siquiera si le di las gracias. El susi se metió las manos en los bolsillos del babi azul, me dio la espalda, se despidió de mi padre y regresó al bacalito arrastrando los pies, pensativo. En ese instante, me di cuenta de que casi nadie de los que rodeaban a mis padres decía una palabra. Y, desde hacía unos minutos, los amigos se habían ido arremolinando alrededor del coche, como cobijando a mis padres con sus últimos abrazos.
Me puse a pensar en Juan Yankovich, en Taha, en el hermano Espinosa, en Matilde, en José Gabriel, en Colomé, en los Sedeño, en Carlitos Tessainer, en Gabriela Grech, en la señorita Puri Paz, en Fatima, en Emilio Gallego, en Marina Gambero, en Javier Ruiz, en mi primo Antonio Abad… era un mar de nombres y de historias. En cuántos pensarían mis padres.
-¿Y Silvana? –pregunté a Luís súbitamente, despabilando así de mi extraña ruta por esos nombres.
-En su casa.
Salí corriendo. Me metí en el callejón sin salida. Asía la bolsa de los caramelos con todas mis fuerzas. Corrí como si me empujara un viento iracundo hasta llegar a la casa de Silvana Fesser. Llamé a la puerta, con la respiración atolondrada y demasiado excitado como para recobrar el ritmo de mi corazón. Abrió su madre. Silvana no estaba allí, así que le di la bolsa de caramelos a aquella mujer que no entendía nada.
-Dígale que es de mi parte –balbuceé con un leve temblor en la mandíbula. La mujer sonrió con una dulzura llena de conmiseración.
Para cuando volví con mis amigos, el equipaje ya estaba fatalmente asegurado en la baca. Mis hermanas pequeñas estaban sentadas en el asiento de atrás del coche. En pocos minutos, todo comenzó a correr, a pasar ante mi vista con una especie de inusitada armonía. Manolo López Gambero, Abdelazziz Hakhdar, Manolo Alvarez, Juanito Vargas y los demás compañeros de trabajo volvían a abrazar, uno a uno, a mi atribulado padre. Mi madre, por su parte, se había aferrado a un pañuelo empapado de rocío que le servía, además, de refugio para ocultar su cara desencajada.
Algunas niñas aparecieron con Juan Carlos Palarea. Conchita Lama me miró con sus inmensos ojos aguamarina, como si fuese el último reflejo del Atlántico. En apenas un minuto, me vi al lado de mis hermanas metido en el coche, avanzando lentamente por la avenida Mohamed V. Sólo escuchaba el llanto reprimido de mi madre, el silencio sepulcral de mi padre, las voces que nos despedían a gritos y que se apagaban poco a poco a nuestras espaldas. Luisito se había quedado con el brazo medio encogido, dudando si yo conseguía verlo allí parado en el bordillo de la acera, entre tantos adultos que agitaban sus pañuelos enmudecidos. Pero sí, lo veía llorar desde mi miedo a la frontera, lo veía llorar solo, detrás de mis propias lágrimas.
Mi padre aceleró. Fue un acto de rabia y de huida, pero también de valentía, y de temor a que le embargara el arrepentimiento. Pero ya todo estaba escrito y no había vuelta atrás. Había perdido de vista a Luisito. Pegué la frente contra el cristal, tembloroso y repentinamente acobardado.
Al girar en Cuatro Caminos, la vi. Silvana caminaba al lado de su padre. Pegué mi cara aún más contra el cristal del coche. El vaho de mi respiración lo empañó hasta cubrir de una niebla imposible aquel rostro lleno de candor, de ojos celestes y suaves pómulos. La borré con mis ansias, con un garabato de aliento desesperado. Jamás volví a verla.
El viaje hasta Tánger fue tan silencioso que duró un suspiro. Yo permanecí con la cabeza hundida entre los hombros hasta llegar al barco, como si me hubiese tragado la lengua. Todo quedaba lejos, así, sin más.
Cuando veo a los emigrantes marroquíes viajar por las autovías en dirección a Algeciras, con todos esos bultos pertrechados en los maleteros y en las bacas de sus vehículos, no puedo evitar el ver de nuevo a mi familia en aquel Renault 10 amarillo, con matrícula de Larache, desembarcando en el mismo puerto de Algeciras al que ahora ellos se dirigen. No hay diferencia alguna. Todos viajamos con la misma memoria a nuestras espaldas.
Pocos días después, ya en Málaga, asistí a mi primera clase en mi nuevo colegio. El profesor, un hermano marista al que apodaban El Pichi, me presentó de mala gana al resto de la clase. Me sentaron en un pupitre que había quedado vacío pocos días antes. Manolo Franquelo, mi compañero de mesa, me susurró que el niño que antes ocupaba mi sitio había muerto la semana anterior. Yo ahora ocupaba su ausencia.
Entonces El Pichi se acercó a mí. Me ordenó que abriese el manual de inglés y que leyese un párrafo, un párrafo que me señaló con un dedo inquisitorial. Luego apoyó, de manera amenazadora, su puño cerrado en mi cabeza. Yo jamás había oído antes una palabra en inglés y, mucho menos, lo había visto escrito, porque en Marruecos sólo estudiábamos francés. De manera que comencé a leer. Imagino que pronuncié esas letras absurdas como mejor pude, quizá imitando el acento francés. El profesor no tardó en hacerme callar de inmediato dándome un coscorrón, que provocó el consiguiente alboroto de los chavales que se mofaron de mi ignorancia. Pese al dolor del golpe y al de la humillación pública, no me atreví a levantar la cabeza ni a quejarme, pero entonces él siseó para que le prestara atención.
-Así que no sabes leer este texto… –sus ojos pequeños y huidizos se achicaron, como si me escrutara para cerciorarse de que permanecía atento a su discurso. Se llevó las manos a la espalda, dio unos pasitos en la tarima, junto a su mesa, y entonces arrastró su siguiente palabra con un desprecio desconocido: Moro… Moro –repitió.
Mi pupitre se agigantó, como engulléndome, y yo me convertí en un insignificante insecto, notando mis mejillas arder como ascuas. Por primera vez en mi vida me sentía solo, acobardado y extranjero.
Permanecí encerrado en mi dormitorio durante toda la tarde. Mi habitación no tenía ventanas. Era un séptimo asediado por otros bloques de ladrillo visto y terrazas anónimas. Echaba de menos a Lotfi Barrada y a Juan Carlos Palarea y a Yankovich y a José Gabriel… Pero en ese instante, milagrosamente, mi paisaje se dibujó en el techo arrugado de la habitación. Tumbado boca arriba, mis ojos veían las callejuelas de mi pueblo, y recé con todas mis ansias para despertar de esa pesadilla, para despertar en la habitación de Luisito, para despertar donde nunca me habían humillado, donde siempre me había sentido seguro y feliz.
Sergio Barce
25 respuestas
Entrañable recuerdo y bonito relato, que bien lo has sabido plasmar en el fluir de la pluma con la cual escribes, amén de saber revivir momentos lejanos y olvidados. Capacidad tienes de hacerlo, mi gran amigo Sergio.
Me acuerdo perfectamente de esos momentos…malos fueron sí señor…mi sensación fué de la pérdida de una parte de mi alma y lloré , ya lo creo que sí. Te recuerdo que al poco mis padres me llevaron a Málaga, seguro por la paliza que les di para verte y te hicimos una visita.
Pero bueno desde Larache te escribo y seguimos siendo los mismos quizás puede ser una de las razones por la cual decidí volver a nuestro pueblo.
Luis Velasco.-
Querido Luisito:
Por fortuna, aunque nos separó la vida y las circunstancias, luego nos reencontramos y, para nuestra dicha, ya no hemos vuelto a perder el contacto. De hecho, ya te anuncio que no tardaré en ir por allí a verte.
Es verdad lo que cuentas, y lo recuerdo, apareciste un día en Málaga con tus padres, e hicistesis ese viaje por tu cabezonería. Pero luego, y esto lo hemos hablado algunas veces sin encontrar las razones, el tiempo hizo que durante bastantes años perdiésemos el contacto. Será ley de vida, no lo sé. Pero lo cierto es que no hace muchos años, las distancias eran otras y Larache parecía estar en el fin del mundo. Ahora, con las autovías y el ferry, llega uno en un santiamén.
Supongo que es un privilegio decir que tu mejor amigo de la infancia sigue siendo tu mejor amigo de adulto. En este caso, Luisito, no sólo somos amigos, es verdad que somos como hermanos.
Y que sigamos así, incha al´l láh.
sergio
Lo que más me sorprende de tu escritura es que no escatimas ni el más mínimo detalle para llevar al lector hasta el más profundo sentimiento y que haga que lo sienta tan real.
Gracias a Dios el mundo ha cambiado.
Flor, los detalles es que se grabaron en la memoria. Y si te detienes a leer algunos de los comentarios a este cuento, verás que hay más gente que vivió algo o muy parecido o casi idéntico.
En cuanto a que el mundo ha cambiado, me temo que no tanto, como dice Angelines. De hecho, una amiga a la que quiero muchísimo ha vivido hace poco una experiencia muy parecida, pero esto me lo reservo para relatarlo como un pequeño cuento.
Gracias por seguir leyéndome, un beso enorme
sergio
No creo que el mundo haya cambiado…
Antes de leer este relato, ya te oí contar esta historia cuando nos reunimos los antiguos alumnos («antiguos» por algunos, claro, no por todos… :P). Está muy bien narrado, con esa meticulosidad con la que describes situaciones, lugares y emociones.
Un beso
Angelines, veo que tu paciencia hace que sigas leyendo lo que cuelgo en el blog, eso es buena señal, según creo.
Ya sé que lo conocías, pero hay algunos antiguos compañeros de los Maristas que estuvieron conmigo aquel año, como Manolo Franquelo, Fernando Alvarez… en fin, que ellos me recordaron otros detalles que yo olvidé, como el hecho de que todos me viesen como un extranjero y, por tanto, me convertí en la novedad del curso (y eso tenía sus cosas buenas y otras no tan buenas).
Como le decía a Flor, los detalles, las microminucias, son esenciales para que un relato sea creíble, y yo intento hacerlo.
Un beso, guapa
sergio
Me has hecho recordar o mas bien , revivir mi salida de nuestra querida tierra . Sobretodo cuando llegue a Jaen tambien al colegio de los Maristas y me dejaron interno . Los primeros meses , se me vino el mundo encima . Deseaba que llegaran las vacaciones de verano para volver otra vez y ver de nuevo a mis amigos de verdad. Bueno esto siguio pasando dos años , hasta que ya no volvi mas . Gracias Sergio , por tan entrañable relato. Un abrazo.
Rosendo, si es que terminamos siendo una generación un tanto atípica. En alguna parte escribí que éramos españoles, pero en España no nos querían porque veníamos a quitar los puestos de trabajo (eso le decían a mis padres en las tiendas), y nos sentíamos marroquíes, pero Marruecos, con la política que se aplicó de la marroquinización de los setenta, tampoco nos consideraba del país, de modo que somos unos desarraigados de alguna forma. Pero lo que sí sé es que hemos recibido de Larache una hermosa herencia y que la convivencia entre las tres religiones nos enriqueció y nos hizo mejores.
Un abrazo, Rosendo
sergio
Hola Sergio, te sigo constantemente ya que me recuerdas mi Larache con intensidad.
Tu relato de despedida fue idéntica a la mía, en 1976, pero sin amigos. La verdad, por una parte me hubiera gustado que hubiera ido alguien conocido, y por por otra parte, así fue mejor, porque aquello fue un drama, sólo faltó que alguien se muriera, estaban todos los vecinos marroquíes y la señora que trabajaba en casa, Mennana, sólo hacía besarle las manos a mi madre.
Para mi madre no había consuelo. En fín, lo dicho, me lo has recordado todo. Como dice mi mujer, Angela, es un placer leerte. Un abrazo. Javi y Angela.
Mi querido Javi: Supongo que, de una u otra forma, todos pasamos por el mismo trago. A veces me pregunto por qué debió de suceder así, pero ya sabemos que la politica y otros factores dificultaron que nuestros mayores continuaran en Larache, y también me pregunto en alguna ocasión cómo sería ahora nuestras vidas si hubiésemos permanecido allí.
Para mí es un privilegio que me sigáis leyendo, te lo digo de corazón, y a veces temo no estar a al altura, pero luego me doy cuenta de que ése es el aliciente para seguir escribiendo.
Una de las cosas más emocionantes que me han dicho nunca, provino de Ángela: que tenía mis libros en la mesita de noche y que, antes de dormirse, los abría al azar y leía un párrafo o una frase, cada día. Qué podría desear un escritor más que eso. Así que me hace muy feliz saber que tú me lees, pero he de decirte que lo es más que lo haga Ángela, porque ella es mucho más guapa que tú.
En serio, es muy halagador que te lean y que te digan, además, que se emocionan con lo que les ofreces.
En fin, que me he enrollado mucho. Un abrazo con todo cariño para los dos
sergio
Mi querido paisano y estimado amigo Sergio un buen relato biográfico, que mi hizo rabiarme contigo cuando te insultaron con la palabra Moro, que por desgracia hasta el momento a pesar del tanto tiempo pasado hay algunos en España cuando quieren insultar a alguien emplean la palabra Moro, si estar enterados de lo que significa. Querido amigo Sergio solo he notado en vuestro escrito la ausencia de fechas que limitan bien el tiempo de lo ocurrido para que sea el relato un documento histórico.
Pues muchas gracias por compartir algo tan relacionado con mi lindo Larache.
Un abrazo muy cordial.
MUSTAFA BOUHSINA
Pues mira Mustapha, eso debió de ser a principios del año 73, cuando con mi familia abandonamos Larache.
Gracias por tus palabras, un abrazo jay
sergio
Sergio, gracias por compartir tu salida de larache, «que no definitiva» porque está dentro de tu corazón y vuelves a ella frecuentemente.
Bonito relato, un beso
Dori.
Realmente me has emocionado, ahora entiendo la tristeza de tu mirada. Gracias a Dios o a Alá o a lo que sea, creo que por lo menos en clase se te acogió bien.
Sirva este fuerte abrazo en desagravio.
Hola Pepe.
Me has sorprendido al decir que te acuerdas de la tristeza de mi mirada, siempre has tenido buena memoria pero en esto te superas. El que se ha emocionado soy yo, y sí, me acogísteis muy bien, y sabes que te aprecio especialmente, tenemos muchos recuedos que compartimos.
gracias, pepe
sergio
Hola Sergio !! Hoy casualmente he aterrizado en los relatos de tu bloq -dicho sea de paso llevados con una maestria imponente y a todas luces llenos de sensibilidad- y me han recordado a historias que una amiga y vecina mia le he escuchado contar de su vuelta de Tanger a España. Los paralelismos son continuos y sus relatos de vivencias coinciden con los tuyos. Bueno q ha sido una gozada saber q tengo un compañero de colegio con una pluma tan docta. Un abrazo
Querido Pedro.
Es que es fácil vivir experiencias similares. cuando hablo con gente de Larache, Tetuán, Tánger, Alhucemas… todos han compartido trozos de vida que podrían ser intercambiados. Lo que sí es común, es el carino a esa tierra.
Gracias por leerme, Pedro.
Y un abrazo muy fuerte
sergio
¡qué envidia de memoria!, tengo totalmente borrado de mi mente el momento en que salimos de Larache, recuerdo los días previos e inclusive los momentos previos haciendome fotos con toda mi clase en frente del cementerio musulman de la avenida, pero he borrado totalmente ese momento que tu describes con tanta precisión y que debió ser muy parecido, todos en el coche en silencio rumbo a Tanger, quizás lo he borrado porque no quería que existiese ese momento, no sé, a lo mejor es una manera de consolarme ante mi falta de memoria, sin embargo recuerdo perfectamente cuando volvé a los 4 meses para examinarme, de todos modos ¡¡envidio tu memoria!!, con todo el cariño del mundo y con una envidia sana.
Besos Charo
Charito, lo que seguro que sí recuerdas son los días en que tu padre y el mío trabajaron juntos, y las veces que iba a tu casa a jugar con tus hermanos. Son cosas que llevamos guardadas en un pequeño cofre de tesoros.
Un beso
sergio
Sergio, como dice mi hermana tienes una memoria privilegiada, pero yo al contrario de ella, me acuerdo perfectamente de cuando nos fuimos, y charo no se acordará, pero recuerdo como se despedía de sus amigas,, parece que estaban en fila despidiéndose una a una, yo era una niña de 9 añitos, pero tengo tantos recuerdos de nuestra Larache, que podríamos hacer un reportaje entre los dos, jajaja….me rio porque son momento muy nostálgicos, tu has tenido la suerte, o la valentía, o la capacidad de poder seguir en contacto con nuestra tierra. Recuerdo los primeros días en mi colegio de Córdoba que es donde nos fuimos nosotros, cada familia emigramos donde pudieron, y recuerdo aquel día con horror, era el colegio de mi tío Manolo donde el trabajaba como maestros, pero que no tenia ni idea nadie de como echaba de menos mi tierra, mis amigos, porque también me sentí extranjera en mi propio país, con despecho me llamaban mora, y parece que tenia que estar justificando diciendo no soy mora, pero si lo fuese que!!!….siempre me he revelado ante las injusticias, y de las formas de pensar de algunas personas. Un día iba con mi padre por la calle, y jamás se me olvidará un hombre que le dijo a otro no ve el negro, claro que por aquella época no se veía a ninguna persona de distinta raza, que no fuese la nuestra.
Le dije papá porque le han llamado negro, y el me contesto porque es negro mi vida, pero jamás hable así de una persona, porque sea negro, blanco, chino, japonés o de cualquier raza, jamás lo digas con despotismo, porque nadie es más que nadie, ni nadie es menos, desde aquel día jamás llame a las personas por su color, raza o religión, lo malo no es como sea sino como tu lo digas…..Son tantos recuerdos, la fiesta del borrego, la fiesta hebrea, las costumbres árabes, ahora de adulta me considero que fui una privilegiada, porque aunque me vine muy pequeña, tuve unas vivencias que ningún niño de aquí los tuvo, y sobre todo, les doy las gracias a los padres que tuve por la rica educación y el respeto hacia los demás…
Por eso cuando he leído tu relato, han venido a mi mente muchas cosas…Es más ayer mismo estuve hablando de este tema con una amiga, y enseñándole fotos, salimos de pequeños, a ver si la escaneo y te la mando. Seguro que te hará ilusión. Bueno Sergio, sigue escribiendo y déjanos esos lazos tan bonitos que tienes de nuestra tierra, y a que tantos recuerdos bonitos nos hicieron pasar, pero desde luego nuestros padres lo tuvieron que notar más, Mi madre estuvo viviendo en Larache 40 años, porque ya nació allí, mi abuelo se fue de Olvera su pueblo, pueblo de Cádiz, para llevarse a su familia y tener un porvenir mejor, y mi padre, mi padre otro tanto, al que solo tengo que agradecer lo mucho que me enseñaron, me hizo comprender, y me llego a entender, que es lo más bonito de un padre y de una madre….así que estos recuerdos van por ellos, por lo bien que lo hicieron…Un beso muy grande. Isa.
Querida Isa. Todo lo que dices, lo suscribo, como si lo escribiera yo. A nosotros lo que nos ocurría en el barrio de Málaga al que fuimos a vivir es que nos llamaban moros en las tiendas y que nos volviésemos a Marruecos porque habíamos venido a España a quitarles el trabajo… ¿Nos suena esto? Y eso que éramos españoles… Eso hizo que yo me haya sentido siempre apátrida, no creo en las banderas ni en nada de eso, porque es lo que me han enseñado «mis conciudadanos». Lo que vivimos en Larache lo llevamos muy dentro, porque fue algo irrepetible, y al igual que hizo tu padre contigo, los míos también me han enseñado a respetar a los demás y a mirar a los otros como iguales, sean de donde sean.
De vosotros me acuerdo perfectamente cuando vivíamos en el mismo edificio, y aquellas luchas que teníamos en tu casa peleándonos para ver quién le quitaba el pijama al otro. También me acuerdo de entrar en la cocina de tu casa, que recuerdo como una cocina grande, y que tu madre me daba de merendar. Qué buenos recuerdos.
Ya sabes que vosotros sois como nuestra familia. Un beso, preciosa.
Supongo; el daño que te haría ese simpático profesor, aunque de eso creo que tenía poco y si mucho de racista, la verdad yo nunca me he ofendido de que me dijeran moro, pues cuando vine a España era mucho mayor que tu y nunca he renegado de mi procedencia antes al contrario me he sentido orgulloso, como sé que tu te sientes ahora pero pienso ¡que clase de persona era ese señor y encima presumiría de ser cura!. Como dicen ellos ¡que Dios lo perdone !
Como bien dices, Paco, me siento muy orgulloso de venir de donde vengo, y tampoco me importa que me llamen moro, al contrario, es un orgullo, pero a esa edad resultaba impactante porque nunca había vivido algo así.
Un abrazo muy fuerte,
sergio
Sergio, tu relato es el sentir de tod@s que nacimos en Larache. Plasmado de una forma física en tu existencia. Los que quedaron sufren ese tiempo escapado de una existencia sin igual. Sentimientos profundos por la tierra que te vio y nos vio nacer. Lugar de convivencia y amor sin igual. Seamos moros, judíos, cristianos, apostatas. Que más da, lo bello es ser lo que somos, románticos , nostálgicos, hij@s de un Larache que posiblemente llore nuestra ausencia y el destino que nos deparo nuestra existencia. Pero te puedo decir que ahí sigue Lotfi, Yebari, Luisito, Guenouni………Amigos de toda la vida. Gente bella y hermosa que nos representan y velan por ese pasado que es presente . Tus palabras nos hacen legítimos de amar nuestras raíces y tener esperanza de reencuentros .
No sabes cuánto te agradezco tus palabras, Abdelghani, que, además, son tan certeras en lo que dices de nuestros amigos comunes, y de lo que somos. Lo más importante es que nos sentimos orgullosos de nuestras raíces y de nuestros amigos. Espero que nos volvamos a ver, y si es en Larache, mejor.
Un abrazo jay.