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«NARRATIVA ANACRÓNICA: PARA UNA LECTURA POSTCOLONIAL», DEL PROFESOR JOSÉ MANUEL GOÑI PÉREZ

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En este exhaustivo y denso artículo del profesor de la Aberystwyth University, Department of European Languages, de Gales (UK), José Manuel Goñi Pérez, se condensan muchos de los títulos más representativos de la literatura relacionada con el protectorado español en Marruecos y, especialmente, con el Tánger mítico y soñado. Me decía José Manuel en el correo que me enviaba al permitirme colgar este artículo en mi blog que “…escribí ese pequeño trabajo como una especie de recuerdo a los estudiosos de la literatura de una nueva narrativa sobre el Protectorado que creía en aquel entonces que tenía mucho que ofrecer al lector contemporáneo.” Y, para mi sorpresa, José Manuel, que menciona algunos de mis libros en este estudio, añadía: “…He de decir que soy muy aficionado a tu narrativa que considero de lo mejor que se publica en estos días, y que he leído con gran entusiasmo, y aprovecho para darte las gracias por esas obras tan amenas y de agradable estilo.” No he podido resistirme a transcribirlo, no por vanidad, sino porque verme mencionado entre autores que admiro y entre títulos que me resultan ejemplares, no deja de ser emocionante. En fin, que especialmente para quienes desean bucear en ese mundo tan atractivo como idealizado y mitificado, este artículo del profesor Goñi abre las páginas a libros tan atractivos como sugerentes y a autores que, de una u otra forma, retratan aquel mundo que nos ha marcado a todos los que venimos de la otra orilla.

Sergio Barce, febrero 2015

TANGER
TANGER

Narrativa anacrónica: para una lectura postcolonial

de

José Manuel Goñi Pérez

Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro. Lo que él respira es lo que a ti te asfixia, lo que come es tu hambre. Muere con la mitad más pura de tu muerte. Rosario Castellanos, El otro

La literatura del protectorado y de la ciudad internacional de Tánger en español, denominación de la producción literaria desde 1912 hasta 1956/1959, tiene a su vez otra literatura, homóloga, coetánea y anacrónica que versa sobre temas del protectorado y que en las últimas dos décadas ha empezado a despertar el interés no sólo de lectores nacidos o relacionados con la zona colonial sino de ciertas editoriales independientes y algunos reducidos círculos literarios (editoriales tales como 451 Editores -del escritor y filólogo Javier Azpeitia- la Librería Hebraica, la editorial Pre-Textos, la editorial Aljaima entre otras).(1)

Esta reciente poiesis está facilitando una reconstrucción histórica de los enclaves coloniales del norte de África y su interés no sólo se centra en la ficcionalización de la misma Tánger, Larache o Tetuán, sino que, como ya destacara Bernabé López García (Prólogo, Nogué y Villanova: 1999), este interés también ha vivificado el estudio sobre las relaciones entre España y el país magrebí en distintos ámbitos, así como los posibles significados de la época colonial. Por otro lado, la representación novelada de tales enclaves e historias no es la visión paradisíaca de un territorio distanciado y ajeno a ideologías absolutas y dominantes que imperaban en las décadas de los cincuenta y sesenta por allende y por aquende. Sino que, como es el caso de Último verano en el paraíso (2004), la obra literaria está marcada por la reflexión histórica sobre el norte de Marruecos, de los marroquíes y de los españoles y de los apátridas y sobre la meditación y definición del tornadizo concepto del Otro. (2) A esta ficción moderna, anacrónica y de mirada penetrante, hay que añadir la existencia hoy en día de distintos documentos, algunos de ellos digitales, que se están convirtiendo poco a poco en una base de datos -tanto histórica como literaria- que alberga memorias, ideologías, biografías, autobiografías, pensamientos y visiones sobre la cotidianidad de la vida bajo el Protectorado y la internacionalidad de Tánger, soterradas o que se creían perdidas, con la anexión de las tierras coloniales al reino alauí. De entre estos documentos destaca la revista Tingis (dirigida y editada por Lydia Sanz de Soto), que aúna todavía más la relación entre la historia y la intrahistoria, entendida esta última como una búsqueda del pasado histórico a través de lo humano y lo aprendido por el ser común e individual -antítesis del héroe histórico. (3) Esto es, la búsqueda del mundo olvidado y, a su vez, el temperamento histórico de la ciudad colonial. De ahí que la intrahistoria o su reconstrucción esté limitada a quienes de alguna u otra manera vivieron en ella y la rescriben. (4) La importancia de esta visión intrahistórica de Tánger reside en la individualidad de cada visión y en la amplitud de las mismas. Tánger no existe, pues, sino en la desmembración de cada una de sus visiones, pues a cada persona le corresponde un Tánger. No obstante, hay que especificar que estos datos históricos no son parte de la recuperación de una memoria histórica regida y desiderativa, sino, muy al contrario, una visión cercana a la ‘base eterna’ azoriniana, esto es, a lo que queda tras filtrar el pasado por el tamiz del presente. De ahí que parte de la literatura actual sobre Tánger tenga un cierto aire de reminiscencia realista o de ‘novela ecfrástica’, como El último verano en Tánger, de Juan Vega Montoya. (5)

EL ULTIMO VERANO EN TANGER

No obstante, lo que diferencia a la ficción coetánea sobre Tánger, producto de la emigración, la República y posteriormente la diáspora, producto de esa «España silente y la Tercera España silenciada» -como la llamara Ramírez Ortiz (2005: 9)- con la visión literaria tanto de finales del XIX como del primer tercio del siglo XX, es que el escritor tangerino (6), será un escritor independiente, emancipado y algunos de sus escritores alejados de las dificultades y penurias por la que transcurría la misma España, como bien se demuestra al leer la obra de A.Vázquez (7), mientras que la visión de escritores decimonónicos e incluso de principios del siglo XX como Joaquín Gatell (8) y Foch, Giménez Caballero, Díaz Fernández o el mismo Pedro Antonio de Alarcón –corresponsales, voluntarios al cuerpo del ejército o financiados por instituciones españolas– era una visión parcial e impedida. Manuela Marín en su exhaustivo estudio sobre las imágenes opresivas de la literatura de viajes sobre Marruecos explica que desde mitad del siglo XIX hasta comienzos del Protectorado en 1912 «la vigencia de unos signos interpretativos inmediatamente aceptados y difundidos a través de fórmulas literarias e iconográficas debe relacionarse con el carácter particular de la literatura española de viajes sobre Marruecos en este periodo», y añade que este es un periodo «de observación, catalogación y clasificación de una sociedad vecina pero fundamentalmente ajena» (2002: 88). Es menester añadir que la presencia española en el norte de África no produjo solamente una visión literaria en español sino que también facilitó la impresión de obras en árabe, posibilitada por la imprenta hispanoárabe del Padre franciscano Lerchundi en Tánger, quien también pusiera su empeño en sacar a la luz la revista Mauritania (Tánger, 1928). Darias de las Heras da cuenta de las publicaciones periódicas del Marruecos español: 

<Igualmente existió en las llamadas plazas de soberanía la esforzada y en muchos casos subvencionada publicación de prensa periódica poseedora de una admirable historia que se prolongará durante más de una centuria. Se inicia en 1860 con “El Eco de Tetuán”, fundado por Pedro Antonio de Alarcón, pionero de los corresponsales de guerra españoles, y que, tras fusionarse con “El Norte de África”, pasaría a llamarse ”La Gaceta de África”; continúa con el melillense ”El Telegrama del Rif” (1902), “El Faro” –rebautizado después como “El Faro de Ceuta” (1934)–, “El Eco de Chef Chauen” –editado desde 1920 inicialmente en multicopista y en el que colabora Tomás Borrás–, “El Heraldo de Marruecos” –que aparece en Larache en 1925– y los tangerinos ”El Porvenir”, ”El Diario de África” y sobre todo “España”, cuya trayectoria va desde 1938 a 1967, cubriendo los años de esplendor de la ”Ciudad Internacional” y siendo dirigida desde sus comienzos hasta 1955 por Gregorio Corrochano, otro preclaro corresponsal de guerra.> (2002)

Hasta fechas recientes se ha acusado a las letras españolas de no tener una literatura colonial africana, esto es, autóctona, y de tener una literatura sobre las colonias escritas por escritores peninsulares (Antonio Carrasco: 2000). A diferencia de la literatura hispanoamericana, véase el caso de Rosario Castellanos y en concreto Balún Canán (1958), la inexistencia de un narrador que penetrara en las relaciones de los distintos grupos sociales, en la mezcla de lenguas, de religiones y de intereses, ha sido una de las características más significativas de la literatura tangerina –si exceptuamos –ya a finales de la década de los 50– la narración íntima e inclusiva de Antonio Vázquez. El protectorado no termina por novelar y describir enteramente las distintas esferas sociales, etnias y clases sociales, y su difícil interacción. Si aceptamos siguiendo a Antonio Carrasco que las visiones coloniales de la literatura del Protectorado «son parciales y siempre imbuidas por la distancia del europeo hacia el africano, incluso los que se muestran más comprensivos con los marroquíes» –sin olvidar también a la comunidad sefardí– y que en su representación ficcional:

<La ilusión supone la falsedad de gran parte de las situaciones que se plantean en los libros españoles, la falta de objetividad al mostrar a unos y otros. Hay exceso de heroísmo injustificado y exceso de crueldad inventada. Ilusión es sugestión, distorsión, imaginación o deformación más o menos grande de la realidad. Es sentido de alteridad y, en muchas ocasiones, de superioridad, eurocentrismo o lo que los colonialistas ingleses llamaron jingoismo.>  (Eco de Tetuán, 2006)

Si aceptamos, decía, en mayor o menor medida este análisis generalista, (9) hay que añadir que será un grupo de escritores, cuyo rasgo común es el de la diáspora y el distanciamiento temporal de lo que fue Tánger y la zona del Protectorado español, el que describa y desentrañe a principios del siglo XXI, y de forma paulatina, una visión y una historia del pasado colonial reflexionada y acicalada por más de cuatro décadas de silencio. (10) En muchos casos estos textos literarios, creados desde visiones, ideologías e intenciones distintas, conforman no una corriente literaria, sino una respuesta común y coetánea a los problemas y conceptos del Otro y la diáspora. (11)

Definir la literatura sobre la ciudad de Tánger escrita en la última década como la representación de la búsqueda sublime de lo exótico, lo orientalista o el redescubrimiento de unas vidas colonizadas resulta arduo y hasta embarazoso. Ya que si la visión novelística actual ahonda más en el distanciamiento político y utópico de la zona internacional y colonial, y da más importancia a la reflexión del Yo y del no–Yo con referencia a los sentimientos vitales (literatura nostálgica se la ha llegado a denominar), la visión de la primera mitad del siglo XX tanto en narraciones, libros de viajes, pintura, y artes plásticas –postales dibujadas e incluso fotografías– están más cercanas al estereotipo peninsular que se tenía del norte de África. (12) Un estereotipo de rasgos exóticos y casi metaliterarios que dotará a la ficcionalización de los territorios colonizados de una falsa superioridad basada en comparaciones sociales y que les hará obviar los elementos culturales. Incluso el viajero de finales del siglo XIX, alimentado por esta caterva de miradas, descubrirá un mundo hostil y de difícil aclimatación. (13) Los libros de viajes, ya mencionados, darán una visión predeterminada y esperada por parte de un lector específico que buscaba el descubrimiento de lo ajeno, de lo desconocido y opuesto, de una nueva barbarie frente a la civilización incansable, de nuevo hilo que recondujera los designios de grandeza e hiciera olvidar la pérdida de las últimas colonias y el fracaso reconocido de finales del XIX y la estrepitosa inhabilidad política de principios del siglo XX y devolviera lo perdido a un pasado irrecuperable. Nuestro orientalismo no fue tal –pues incluso el modernismo español o el latinoamericano pasó por el tamiz de la visión orientalista de la literatura francesa, basada en la sensación y en la belleza de los ensueños proyectados por Shehrezade. Si nuestro orientalismo no fue tal, nuestro colonialismo fue más bien un intento fútil, efímero y visionario de reencontrarnos con la América perdida. Esto por una parte. Por otra, habría que añadir que el entendimiento de la ficción de la ciudad de Tánger en la literatura española contemporánea pasa también por el conocimiento de la mitificación (14) del Tánger de Paul Bowles, de Jane Bowles, de Tennessee Williams, de Ginsberg, de Kerouac y de William Burroughs, Genet, Truman Capote de escritores como Alejo Carpentier y Rodrigo Rey Rosa, y de esta y aquella efímera representación, y de todos aquellos que han mitificado la mitificación de la ciudad de Tánger, una ciudad en palabras de Domingo del Pino ‘de limbos’, ‘mitos y sueños tal vez necesarios pero no siempre reales’. (15) Y a todos y a cada uno de estos Tángeres les corresponde la visión del Tánger de For bread Alone o de Día de silencio en Tánger. Y si es cierto que toda representación de una ciudad real –véase la reciente deconstrucción onírica neoyorkina de Ray Loriga– es ficcional, también lo es heurística, como la búsqueda fugaz que llevara a cabo la generación Beat tan apartada de esas otras posibles realidades históricas de Tánger, de esas mismas realidades ligadas por una apócrifa internacionalidad cuestionada de forma sin par por Antonio Parra en El Obispo de Tánger:

<Ser ciudadano del mundo. ¡Qué ingenuidad! El cosmopolitismo sólo es posible cuando se es el dueño de la situación. En la Tánger discretamente cosmopolita del pasado la “internacionalidad” de sus habitantes no era más que un juego alegre de quienes, en el fondo, se sentían respaldados por la seguridad de una patria, por el calor de una raíz, de un origen. Eran, más que cosmopolitas, espectadores radiantes de un cosmopolitismo que en realidad no existía en ninguna parte, en ningún corazón, salvo en el de unos pocos mentecatos. Se necesita mucha superficialidad para ser un verdadero cosmopolita. La tierra no es sólo el terruño, lo mezquino de la aldea, sino la intuición elemental y sentimental, pero firme, de nuestra severa raíz campesina; la irredenta memoria de un lugar, en alguna parte, en algún tiempo, en el que fuimos felices pastores o primorosos hortelanos. El paraíso del que fuimos expulsados.>   (1995: 14-15)

EL OBISPO DE TANGER

Y de todas esas realidades, de todas esas visiones anacrónicas sobre el Protectorado y el Tánger internacional que la diáspora y aquellos que vivieron el fin de la internacionalidad han creado recientemente, el concepto más destacado y que más se repite es el del Otro, el de la alteridad en la literatura –y perdóneseme tan amplio preámbulo. Y específicamente no sólo sobre quién es el Otro, el extraño, sino su relación con el ser que lo enuncia en tanto en que el que habla del otro revela más sobre sí mismo que sobre el objeto/sujeto del que habla (Castilla del Pino, 2002). Esto es, la ausencia o presencia del Otro en la narrativa contemporánea tendrá un valor esencial en la descodificación de la imaginería narrativa.

EL AÑO QUE VIENE EN TANGER

Es menester decir, pues, que esta novelística española está redefiniendo el concepto de alteridad a través de una serie de novelas que escritas desde el exterior –exilio, o cuando menos diáspora– versan sobre distintas ciudades marroquíes, como Larache, Alcázar, Tetuán o Tánger. Y esta redefinición está basada en la reflexión del pasado en cuanto que recoge lo lírico, lo utópico sin desechar lo marginal, lo incierto y lo secundario. Esta redefinición, digo, se basa en torno a la imaginación literaria, en torno a la recreación de un mundo –en el caso de Tánger– internacional y cuya visión idealizada la llega a convertir en casi un paraíso, pero en un paraíso ficcional que deja penetrar los anatemas y la reprobación, y en el que cohabitan las penurias vitales como las descritas en el Tetuán de Leo Aflalo, y muy distintas a las representadas por la narrativa descriptiva de La vida perra de Juanita Narboni o de Se enciende y se apaga una luz de A. Vázquez, y en sí mismas también de inmenso valor. Y es que cada vez que Tánger se ficcionaliza –única vía a su supervivencia–, cada vez que se convierte en leyenda –única forma de ser procreada– se divide en múltiples tángeres como el de El último verano en Tánger (2000) de Juan Vega, el de los distintos tángeres expresados en la impactante novela El jardín (2007) de Sonia García Soubriet, el de la reciente novela de Sergio Barce Sombras en Sepia (2006) o el de En el jardín de las Hespérides (Aljaima–Málaga, 2000); el de El año que viene en Tánger (1998) de Ramón Buenaventura, el de Los muertos de Roni. Crónicas confusas y antiguas, soñadas y verdaderas, de dos familias judías entre Tánger y Tetuán, de Leo Aflalo.

Portada SOMBRAS EN SEPIA

La literatura contemporánea en español no distorsiona la realidad tangerina, ni de Larache o Tetuán, su refutable internacionalidad o el refugio que supuso para aquellas vidas, sino que la recrea. Y esa redefinición ha sido explicada por el mismo Domingo del Pino quien en su loa a Emilio Sanz de Soto comenta:

<Si hoy proliferan los boletines, las revistas y los sitios en la red relacionados con el Tánger de nuestras infancias, si todos creemos en ese Tánger que con la palabra y el recuerdo hemos convertido en multirracial y pluriconfesional, libre, democrático y humano, es porque la utopía sigue siendo de nuevo necesaria. Esa es la auténtica obra acabada de todas aquellas que Emilio nunca concluyó. Nadie puede pensar en este Tánger virtual que deseamos ardientemente que hubiese sido, sin que sus pensamientos se deriven de una manera u otra a Emilio Sanz y Antonio Vázquez. Ellos nos enseñaron a vivir entre la realidad y el sueño, y eso les garantiza la permanencia entre nosotros.> (Domingo del Pino, 2008)

La misma visión utópica con la que Sergio Barce retrata en sus cuentos las historias no solo de quienes abandonaron Marruecos sino de aquellos que no supieron o quisieron salir de la ciudad.: «Me di cuenta», dice el mismo Rodrigo Rey Rosa hablando sobre el Tánger de su novela La orilla africana (1999), «de que la ciudad había cambiado y tenía que pintarlo. El Tánger de ahora no es el de la literatura de hace años, ya no se refleja en aquella imagen romántica que llegó con la cultura hippie» (en El Mundo, 1999). Sea como fuere: imagen, irrealidad, mito, leyenda o infancia… el común denominador del Tánger de la literatura actual no es sólo la vuelta al pasado, a la tierra vivida y no recuperada –«Tánger, por el contrario, nos explica nuestro modo de ser, nos exculpa de las diferencias con nuestros connacionales, y, sin embargo, no sigue ahí para darnos su aval», había dicho Buenaventura (1998: 164)– sino la identificación de la existencia del Otro, de la alteridad.

LA ORILLA AFRICANA

Y estas novelas no sólo representan un único Otro sino distintos y muy variados, y entre ellos están los marroquíes, los bereberes, los judíos, los extranjeros, los republicanos, los míseros, los de las otras clases, los ausentes, y los pudientes. (16) Una otredad muy distinta a la expresada en la literatura decimonónica, como ha puesto de manifiesto Lily Litvak para quien el Oriente, integrado en un romanticismo pintoresco, más que una entidad geográfica:

<[…] parecía definir una noción, una idea, un ser escondido y oscuro; lo diferente en todo sentido. En resumen, lo Otro. Otra naturaleza, otra historia, otros hombres, otros modos y usos. Lo Otro permitía escapar a la vulgar y trillada vida cotidiana, significaba un trastorno total de los valores europeos de todo tipo; religiosos, estéticos, éticos, sexuales.> (1990: 77)

Además no hay que olvidar que durante la mitad del siglo XIX el norte de África remitía a la idea de la curación de una desidia producida por el hastío, por la abulia vital y el canard. La representación de lo otro, no como descubrimiento del Oriente, sino como representación escapista del mismo Yo será un elemento recurrente en la literatura de finales del siglo XIX y principios del XX. La descripción más praeclara de este escapismo vital la encontramos en la novela de Federico García Sanchíz Color. Sensaciones de Tánger y Tetuán:

<También yo tenía el canard, es decir, el mal del fastidio, de las vaguedades melancólicas, de la abulia. […] Y como, sobre todo, aburríame la sinfonía en gris de las ciudades modernas, elegí como sanatorio la tierra africana, confiado en la terapéutica del color. > (1919: 11)

SENSACIONES DE TANGER Y TETUAN

Si como antes decíamos la novelística del Protectorado y de Tánger desatendió en buena medida la novela psicológica que incluyera al Otro, ya fuera políticamente o socialmente, en favor de una literatura pseudo-descriptiva, la obra teatral Último verano en el paraíso, `Comedia dramática en dos actos´ de Jesús Carazo ha dotado a la literatura contemporánea de una mayor profundidad en la penetración y descubrimiento del Otro y su alteridad, esto es, del opuesto que es en sí el mismo. (17) Esta obra teatral no trata sólo de la ciudad, de una familia española que se debate entre quedarse o marcharse de Tánger, sino también del Otro, esto es, del héteros/oriundo, del marroquí, del sefardí –de Raquel, judía y amiga de Sandra, y que no sabe adónde podrían irse si decidieran marcharse de Tánger–, de los habitantes de las cabilas, del rifeño. Y aquí es donde radica la percepción y el entendimiento del Otro. No obstante, la idea de la comprensión definitiva y global del no–yo, no es posible debido a la infinita obsesión de búsqueda y conocimiento del yo mismo en el Otro. Este conocimiento infinito e impreciso –si cabe llamarlo así– del Otro es en sí un juicio de nosotros mismos y, en la escritura y más aún en la representación teatral, el juego entre la ficción y la realidad está aún más enfatizado si este juego se dirige directamente a la responsabilidad semántica existente entre el autor y el lector. No hay que olvidar que es en la creación textual en donde mejor se expresa el deseo, descubrimiento y accesibilidad del Otro y, por con siguiente, la interioridad de sí mismo en esa búsqueda, al ser una forma dialógica. Como lo es también la novela ecfrástica de Juan Vega El último verano en Tánger (2000), en la que se describe en su pintura de la ciudad los diferentes Otros, distintos al mismo narrador. Es decir, la búsqueda histórico-factual del Otro, la reflexión ficcional sobre Tánger –de su éxodo de principios de los años 60– se vuelve una reflexión sobre el Yo, la identidad y el ser. Un concepto que no responde únicamente –como pudiera parecer– a las premisas de quién soy yo, y qué soy yo sino también a las premisas de quiénes son ellos y qué son. De ahí que en el diálogo entre Jaime y Claudia –hijo y madre– de El último verano en el paraíso verse sobre dos visiones antagónicas del Tánger de 1962 en el que Jaime, estudiante de derecho en la Facultad de Granada, será la voz coetánea, la visión pluralista y moderna de las independencias y nacionalismos, la visión que irremediablemente acepta la transición a un mundo distinto, a una nueva identidad y con ello la aceptación del Otro, como ente, y Claudia, la visión de quien no ve al Otro sino en una definición psíquico-geográfica de sí misma:

Jaime: Las aspiradoras ahorran trabajo. Son estupendas para limpiar alfombras, por ejemplo. Claudia: En Tánger nunca hemos necesitado esos chismes tan ruidosos. Aquí sacudimos las alfombras en las terrazas una vez por semana. Jaime: Siempre dices Tánger, nunca Marruecos. Claudia: Claro, porque a mí no me interesa Marruecos. Yo soy tangerina, como tú, y, cuando nací, Tánger era una ciudad internacional, una ciudad libre y maravillosa, una especie de… isla. Jaime: Nunca ha sido una isla. Claudia: Ya lo sé. Pero me gusta imaginarla como una isla que flota entre Europa y África. Jaime: Mamá, […] esta ciudad forma parte de un país llamado Marruecos y tú sigues sin enterarte. Claudia: Pues sí: sigo sin enterarme. No quiero enterarme. Jaime: Pero no me negarás que esto tenía que suceder algún día. Las naciones oprimidas acaban liberándose del yugo colonial y se hacen independientes. Es la marcha de la historia. Claudia: “¿Naciones oprimidas?” “¿Yugo colonial?” “¿Eso es lo que te enseñan en la facultad?” Jaime: Más o menos. (Manuscrito, Jesús Carazo, 2004: 8)

Voz Narrador: No sé por qué, esa mañana, al verlos partir, me pareció que todo empezaba a desmoronarse a mi alrededor. Tal vez se debía a que la ciudad donde yo había nacido se estaba trasformando poco a poco en algo diferente y ajeno, y nuestra vida, la vida que yo había conocido desde niño, se veía sutilmente amenazada por los nuevos tiempos. Aunque quizá sólo fuese que estaba tomando conciencia de que mi adolescencia luminosa y despreocupada comenzaba a quedar atrás. (18) (Manuscrito, Jesús Carazo, 2004: 21)

EL JARDIN

Que valgan estos dos parlamentos –podría haber incluido varios de la novela El jardín (2007) de Sonia García Soubriet o de Las muertes de Roni de Leo Aflalo– para ejemplificar que cualquier aproximación a una lectura postcolonial de la narrativa anacrónica contemporánea de Tánger y del Protectorado tiene que tener en cuenta la redefinición del Otro y la visión ficcional que el Yo tangerino –nacido o vivido en Tánger–, tenga de los no–Yo tangerinos. Este cotejo producirá un acercamiento más global del conocimiento del Otro y de los significados de Tánger. De ahí que un estudio en profundidad de sus representaciones ficcionales bajo paradigmas de análisis literario– antropológico, si se quiere, ha de analizar todos los grupos sociales representados en las novelas, pues de no ser así caeríamos nuevamente en el error de intentar definir el no–Yo, el Otro, desde una perspectiva hispánica y no desde una perspectiva tangerina, internacional y ecléctica. El concepto literario de la Alteridad pasa por la aceptación y comprensión de que todos somos un Otro para poder ser un Yo y que sin esos parámetros analíticos el entendimiento literario de Tánger quedará limitado, cuando menos, para entender la amplitud de las representaciones de los mitos tangerinos contemporáneos. De no ser capaces de decodificar las visiones contemporáneas de Tánger teniendo en cuenta los parámetros aquí descritos, caeremos en las mismas aguas pantanosas del idealismo y el quimérico orientalismo, o en la constante repetición de supuestas teorías postcoloniales pseudo-anglosajonas de azarosa universalidad y de dudosa valía para entender el mundo hispánico y que parecen ser referencia sine qua non con las que se tienden a analizar hoy en día ciertas novelas postcoloniales.

[…] El otro, la mudez que pide voz al que tiene la voz y reclama el oído del que escucha. El otro. Con el otro la humanidad, el diálogo, la poesía, comienzan. (Rosario Castellanos, Poesía no eres tú)

LA VIDA PERRA..

————— NOTAS:

1 Véase el interés por La pequeña historia de Tánger (1954) de Alberto España, libro descatalogado y cuyo precio en librerías de segunda alcanza hoy elevados precios, por poner un ejemplo.

2 He de agradecer a Jesús Carazo que me haya facilitado una copia de su obra galardonada con el Premio Lope de Vega en 2004 y que saldrá publicada, según me ha comentado, el próximo 2009 en la Editorial Fundamentos.

3 La revista Tingis cuenta ya con más de seiscientos subscriptores de los cinco continentes y a día de hoy son ya más de 40 números los publicados.

4 En muchos casos estas visiones históricas están escritas por autodidactas, como al de Tomás Rodríguez Ortiz, Si Tánger fuese contado (2005).

5 Como ya puse de manifiesto en «Écfrasis y descripciones tangerinas», 2007.

6 Al hablar sobre la novela hispanoafricana, Antonio Carrasco opina que debido al poco tiempo que duró la estancia española en tierras norteafricanas «no dio tiempo a que surgieran generaciones de colonos que nunca hubieran pisado la metrópolis, es decir masas de extranjeros de raza y religión pero nacidos y criados en el país por familias enteras. No hay por tanto, esa opinión propia que tiene este tipo de escritores en la Argelia francesa, por ejemplo» (2000:9). Es preciso puntualizar, no obstante, que esta novela anacrónica de la época del Protectorado y del Tánger internacional que se analiza en este artículo y que surge a partir de la última década del siglo XX e irrumpe con un mayor número de títulos a principios del siglo XXI, sí tiene una serie de escritores nacidos y/o criados en el norte de África, como pueden ser los casos de Juan Vega, de Á. Vázquez, de Buenaventura o de Sergio Barce.

7 De lo insólito y atípico de la formación intelectual de A. Vázquez da fe Rafael Conte en «Tres novelas y una obra maestra» en El País, 12 de septiembre de 1982.

8 Si bien merece la pena resaltar que a pesar de que Viajes de Gatell (1880) goza de una mayor exhaustividad descriptiva y análisis interno del territorio marroquí debido, probablemente, a la autónoma posición de la que gozó y que la aleja ligeramente de otros libros de viajes finiseculares y de principios del XX, los viajes siguen conteniendo una gran dosis de exotismo: «El 12 de Marzo de 1861, día en que empezaba el mes de Ramadán del año de la Hegira 1277, llegué á Tánger, acariciando el proyecto de introducirme en el ejército, como medio mejor para visitar y conocer el país y sus costumbres» (1881: 57).

9 Y digo generalista porque si leemos con atención algunas de las descripciones de Federico García Sanchíz sobre Tánger, nos damos cuenta no sólo de los detalles y la descripción del otro, sino de la sutil crítica de los efectos de la colonización: «[…] cruza el aire un recio cordaje eléctrico, la extendida garra de Europa. Ya el cercado donde se vende el carbón de leña, desierto y mudo, es una caverna con olor a yerbas de montaña. Retiráronse los borriquillos y sus alquiladores. También los arcaicos landós con su auriga de chaqueta de bazar y el fez turco. Y cesó el desfile de las tapadas, nubes errantes por la tierra, con la fijeza de sus pupilas soñadoras. No caminan más mujeres que las que regresan del campo, miserables fardos de lana, con un puntiagudo sombrero de palmito, descubierto el rostro ya mustio; y encorvadas bajo una enorme carga de lirios silvestres, que en el alborozo matutino, brindarán a los turistas unos escultóricos adolescentes negros, desnudos, sólo con unos bombachos de gastada seda violeta o esmeralda, y un arco de plata en una oreja, escapando de la caballera de astracán…» (s.a:138). [Según se puede deducir de las publicaciones de García Sanchíz, este libro tuvo que ser publicado o en 1919 ó en1920].

10 A pesar de que la predicción que hace Carrasco en el año 2000 es parcialmente acertada «Es posible que vuelva una moda africana; algo de esto ya se está viendo. La vergüenza colonial parece superada y, en el distanciamiento, surgen nuevas perspectivas para abordar un hecho que dejó su rastro» (2000:11), no creo que esta narrativa anacrónica pueda ser catalogada de ‘moda africana’, si entendemos por moda algo temporal, efímero y adquirido del exterior.

11 Habría que añadir además que la visión contemporánea de la vida del Protectorado y del Tánger internacional no está siendo desarrollada sólo a través de la ficción sino a través de compilaciones históricas, biografías o ensayos sobre la importancia de la vida cultural y de la prensa en el mundo político y literario tangerino. Véase a este respecto la primera parte del libro Eduardo Haro Ibars: los pasos del caído del periodista J. Benito Fernández, de gran interés cultural y literario sobre el Tánger de mediados del siglo XX.

12 Véanse Mariano Bertuchi, Santiago Rusiñol, Mariano Fortuny. Martín Corrales (1999) ha trabajo las distintas representaciones gráficas de la época del Protectorado.

13 No obstante, no hay que olvidar tampoco que a esta visión proyectada en los libros de viajes se le unía la experiencia literaria de una sociedad lectora –la menos, debido al alto índice de analfabetismo que sufría España- que estaba acostumbrada a ciertos estereotipos tales como el valor del caballero árabe y la belleza, el misterio de la mujer árabe y la beldad de los paradisíacos jardines árabes. No se puede escapar al lector la hermosa Jarifa ni su prueba de amor para con Abencerraje.

14 Para Antonio Carrasco la mitificación de la ciudad internacional de Tánger surgirá con la aparición de una serie de novelas del periodo de postguerra -Tomás Salvador, Carmen Nonell, Manuel Vela o Antonio Onieva-: «[…] aparecerán novelas donde Tánger cobrará la imagen de ciudad mítica y misteriosa, mezcla de religiones y de razas, de dineros fáciles y negocios sucios, de vida alegre y despreocupada […] que adornará las descripciones habituales que se hacen de la ciudad […] novelas donde la guerra no es más que un recuerdo, a lo sumo. En las que los militares no serán protagonistas, ni la acción girará en torno a administradores protectores. Sino una ambientación de ciudad rica, de aventureros de toda estirpe y fortuna, de ciudad de frontera donde el origen no es tan importante y es más fácil la conquista de la riqueza» (2000: 178-9).

15 Comunicación personal con Domingo del Pino. Para un entendimiento de la nómina de escritores e intelectuales de Tánger, véase Emilio Sanz de Soto «Un amor herido por España», «Un regalo de cumpleaños», o la introducción de Virginia Trueba a la novela La vida Perra de Juanita Narboni.

16 En la novela Se enciende y se apaga una luz (1962) de A. Vázquez, la nómina es aún mas extensa: musulmanes, ingleses, judíos, católicos, protestantes, negros, emigrados, alemanes, gitanos, híbridos, españoles nuevos, mestizos, prostitutas, vagos, burguesía, etc.

17 La novelística actual se centra también en torno a los problemas actuales de Tánger y de la sociedad marroquí norteafricana, tal y como evidencian novelas como Harraga de Antonio Lozano (2002).

18 Nótese la distinta perspectiva con la que se afronta este problema en el parlamento del narrador de la novela Elagarre, el tangerino (1988): «[…] intuía que su integración en otras sociedades no iba a ser fácil; que quizá al salir de Tánger los tangerinos habrían muerto para siempre porque su mundo no podía volver a repetirse en ningún otro rincón de la tierra, […]» (Sorola, 2000: 179).

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6 comentarios

      1. ¿Ésta es la misma revista que dirige Lydia Sanz de Soto?
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