En Diciembre del pasado año, dediqué un artículo a mi amigo HAKIM EL HARRAK, pintor nacido en Larache. Ahora, Hakim me ha enviado sus nuevos cuadros que hablan de nuestra ciudad, que la retratan. Su pintura es tan sencilla como él, sin artificios, directa, plasmando lo que siente en cada momento. La Comandancia, ahora Casa de la Cultura, pero que Hakim sigue titulando como todos conocen en Larache al inmueble, rodeado de un verde vivo, trazada con esmero, como si con su pincel reparara los años y la vejez del edificio.
Calles y puertas de la Medina, solitarias, donde el eco de las pisadas se pierde entre las luces que caen en perpendicular, puertas entreabiertas, invitando a entrar, quizá sólo a asomar la cabeza con pulcritud. Hay en sus trazos un aroma a silencio, nadie perturba el paisaje, un Larache adormecido, quizá una metáfora del Larache que es hoy. Silencio, pues, en medio de la soledad.
El espigón, el faro, el acantilado. Aquí, sin embargo, opta por colores más intensos, la nocturnidad en ciernes, las luces de las casas como prueba de vida, pero una vez más el silencio de ese mar callado, tranquilo, nada agitado, con las tonalidades de azul y cobalto, el cielo ardiendo, en un resto de crepúsculo rojizo que es embozado por un cielo de nubes, contraste del azul y del naranja en llamas.
Un retrato fiel del perfil de Larache, imagen repetida en todos los artistas larachenses, desde Manuel Balaguer hasta el propio Hakim el Harrak, todos ellos encantados por ese corte perfecto al abismo del mar y que observan junto a sus caballetes, con el pincel apoyado suavemente en la paleta, sobre otro tono azul o celeste o en el naranja enrojecido, hipnotizados por el fulgor periódico e intermitente del viejo faro, oyendo voces que llegan desde el Balcón, a sus espaldas, absortos, prendados por ese paisaje imborrable grabado en la memoria.