“Sobre la mesa hay una taza de café, un cenicero y, al lado de éste, una gorra de béisbol de color azul marino con la B de los Boston Red Sox. Posiblemente le vaya un poco grande. En el asiento contiguo descansa un bolso bandolera de piel marrón. A juzgar por lo abultado del bolso, la chica ha ido embutiendo en él de forma apresurada todo cuanto le ha venido a la cabeza. Alza la taza a intervalos regulares y se la lleva a la boca, pero no parece que saboree el café. Tiene la taza delante y se toma el café porque eso es lo que tiene que hacer. Como si se acordara de pronto, se pone un cigarrillo entre los labios y lo enciende con un mechero de plástico. Achica los ojos, lanza le humo de manera libre y fácil, deja el cigarrillo en el cenicero y, luego, se acaricia las sienes con la punta de los dedos como si quisiera alejar el presentimiento de un futuro dolor de cabeza.”
Comencé “Alter Dark” con grandes expectativas. De hecho, intuía que podría encontrarme con otra maravilla parecida a “Al Sur de la frontera, al Oeste del sol”, pero me equivocaba. A medida que la novela avanza, sinceramente, la historia va perdiendo fuelle. Es como si Murakami no supiera muy bien qué hacer con los elementos que ha ido creando en las primeras páginas, especialmente con los tres personajes que articulan la historia central: Takahashi, Mari y su hermana Eri. Y está Shirakawa, un personaje extraño y perturbador, quizá lo mejor del libro.
“No tiene mal gusto. Tanto la camisa como la corbata parecen caras. Posiblemente sean de marca. Mirándole el rostro, uno diría que es inteligente, de buena familia. El reloj que luce en la muñeca izquierda es fino y elegante. Gafas estilo Armani. Tiene las manos grandes, de dedos largos. Lleva las uñas muy cuidadas y en el dedo anular luce una fina alianza. Sus facciones son anodinas, pero traslucen una gran fuerza de voluntad. Rondará los cuarenta años, el contorno de su cara no presenta muestras de flacidez. Su aspecto recuerda una habitación bien ordenada. Nadie diría que va pagando los servicios de prostitutas chinas en los <love hotel>. Y, mucho menos, que las golpea de forma injusta y brutal, que las deja desnudas y se lleva su ropa. Pero eso es lo que ha hecho. <No ha podido evitarlo>.”
Hay buenos instantes, destellos de su extraordinario pulso narrativo, casi siempre relacionado con este personaje atormentado, oscuro y violento que luego se muestra débil y asustado. El personaje de Shirakawa es el que, a mi juicio, levanta más interés; sin embargo, queda al final en un segundo orden cuando en realidad es el personaje del que, al menos en mi caso, hubiéramos deseado conocer más, tal vez por ese lado retorcido que nos ha mostrado con la indefensa chica recién llegada de China.
Pese a esos buenos momentos de la novela que, como digo, los hay, se intuye un algo indefinido que la lastra y que no se concreta. En realidad tengo la vaga sensación de que no es una historia que a Murakami le entusiasme especialmente, al menos no en su totalidad. Es como si hubiera estado tentado de tomar tres caminos diferentes sin que se haya atrevido a decidirse por ninguno, por esa razón se queda en la encrucijada.
“-Escucha, se me ha ocurrido una cosa. Intenta pensar lo siguiente. A ver, que tu hermana está en alguna parte, no sé dónde, en otro Alphaville, y que alguien la está maltratando con una violencia irracional. Y que ella está lanzando alaridos mudos, derramando sangre invisible.
-¿En sentido figurado?
-Tal vez –dice Takahashi.
-¿Es ésa la impresión que te dio cuando hablaste con ella?
-Ella se encuentra sola, perdida entre un montón de problemas, se siente incapaz de seguir adelante y está pidiendo ayuda. Y lo manifiesta torturándose a sí misma. Y esto no es sólo una impresión mía, es algo mucho más preciso.
(…)
-¿Sabes? Eri ahora está dormida –dice Mari, como si le hiciera una confesión-. Profundamente dormida.
-A estas horas, todo el mundo lo está.
-No es lo mismo –dice Mari-. Ella no quiere despertar.”
Es precisamente la situación de Eri la que quizá ralentiza la lectura del libro. Esas largas descripciones de su habitación, de su sueño interminable y voluntario, el televisor con esas imágenes que al final no son más que un artificio en la novela y que desestabilizan la obra.
Ya digo que, a mi juicio, y cada juicio es personal y a veces erróneo, pero es el que cada uno experimenta cuando lee un libro, a mi juicio, digo, “After Dark”, con sus aciertos, está lejos del mejor Murakami.
Sergio Barce, julio 2011
Haruki Murakami nació en Kioto (Japón) en 1949. Otras obras suyas son “Tokio blues. Norwegian Wood” (Noruwei no mori, 1987), “Kafka en la orilla” (Umibe no Kafuka, 2002) o “Al Sur de la frontera, al Oeste del sol” (Kokkyô no minami, taiyô no nishi, 1992).
Los párrafos de la novela los he tomado de la edición de Tusquets, con traducción de Lourdes Porta Fuentes.