Aunque ya han pasado unos años desde que se publicara, y también desde que lo presentásemos en el Colegio Luis Vives de Larache, AL SUR DEL SAHARA (Editorial Caligrama, Benalmádena (Málaga), 2000) de Pedro Delgado Fernández, es un libro que merece ser rescatado.
“9 de Julio. Chinguetti.
…Haitora, Isa y Miriam, los pequeños de la casa, me acompañaron en mi paseo vespertino. Juntos subimos una duna. Isa y Haitora iban enganchados de mis brazos, pues la arena parecía querer tragárselos. Nos quedamos un rato de pie, contemplando la inmensidad del desierto. Ahora que los pequeños habían dejado de reír y yo había recuperado el aliento, percibía el más absoluto silencio. Tan sólo sentía los latidos de mi corazón. El cielo luminoso, de un celeste intenso, focalizaba el paisaje. Allí, absorto frente a aquel horizonte, habría permanecido el resto del día, pero Haitora me tiró de la camisa, me cruzó una mirada y arqueó las cejas. Yo le dediqué una sonrisa y él correspondió agarrándome la mano. Isa cogió a Mariam y bajamos la duna corriendo, estallando de nuevo las risas y los gritos.
Al final del día, sentados al lado de uno de los pozos que abastecen de agua a la ciudad, contemplamos la puesta de sol. Realmente, días como éste compensan cualquier penalidad.”
Libro de viajes por el Africa Occidental, está escrito con una sencillez que lo impregna de un cálido candor. Nos lleva sin dificultades por ciudades que a Pedro no le apasionan tanto como los pequeños poblados o las ciudades más inaccesibles. Descubrir el poblado Dogón es atrayente, contrastando con las sorpresas que depara comprobar la modernidad de Abidjan, Costa de Marfil, o la belleza subyugante de Tombuctú (Malí) o Casamance (Senegal). Sabe llevar al lector a lugares míticos y transmitir las sensaciones vividas en Chinguetti, Gorée o Mopti.
Cuando Pedro Delgado te habla de esos sitios, o de otros a los que ha viajado, tanto en Asia como en Sudamérica, te atrapa por su vehemencia, que no es más que el restallar de su emoción al recordarlos, porque él los vive con apasionamiento, y quienes le conocemos no podemos imaginarle sin viajar, quieto en su casa, como encerrado.
“4 de agosto. Tombuctú.
Hoy el día amaneció triste, gris y desapacible. El harmattan, viento que recorre el Sahara y que se pierde en el Atlántico, soplaba con fuerza sobre la ciudad, cuyos alrededores eran una espesa nube de polvo que se esforzaba, con denuedo, por entrar en el corazón de la medina, barriendo de forma violenta sus calles, levantando por doquier verdaderos velos de arena.
Desde la azotea del albergue, envuelto en mi turbante, podía contemplar tan espectacular azote, compadeciéndome de la fragilidad de los campamentos belas diseminados en torno a la ciudad. Los belas, hoy hombres libres, son los antiguos esclavos de los tuareg, la mayoría de los cuales pertenecen a la etnia songhai. Los songhai formaron un imperio negro, rico y poderoso, cuya perla era Tombuctú. En 1590, este imperio sería conquistado para Marruecos por el andalusí El-Jouder, natural de Cuevas de Almanzora, Almería, quien comandó un ejército de cuatro mil hombres, de cuyo mestizaje con la población songhai nacería el pueblo arma, emparentado así con mi Andalucía natal.»
“Al Sur del Sahara” es un libro muy agradable al que, como me ocurrió con “Las horas Mangbetú” de Pedro Munar, te deja con la miel en los labios al describirte a las mujeres de esos lugares que nos parecen aún enigmáticos, y es que lo hacen con sucintas pinceladas, como si las dotaran de un alo de misterio. Tal vez en sus próximos libros se animen a desbrozar esas perlas cuya belleza seductora tanto les llamó a ambos la atención y que nos hurtan de manera canalla, pero embaucadora, a los lectores.
Sergio Barce, febrero 2011