La última creación de Umberto Eco, ha llegado envuelta en algo de escándalo (un escándalo que, en serio, no parece más que un buen trabajo de marketing) desde que apareció en las librerías. ¿Qué decir de esta novela del autor de la inolvidable “El nombre de la rosa”? Francamente, no lo sé. He cerrado el libro, un volumen con unas nada despreciables 587 páginas, y la sensación de vacío que me ha provocado la historia narrada se ha confirmado al llegar a su final.
Nadie duda de la inmensa capacidad intelectual de Eco, de su extraordinaria formación y cultura, pero he tenido la agria sensación en todo momento de que, en esta ocasión, quería demostrárnoslo. Y no hay nada peor que el engreimiento inconsciente (espero que inconsciente) de un creador que le haga creer que cualquier cosa que escriba es ya genial per se.
No digo que no haya buenos pasajes, que los hay, pero en la construcción de los personajes Eco ha creído que con cambiarles el aspecto físico, explicarnos sus apetencias culinarias, cambiarlos de época (hay sucesivos saltos temporales) o darnos una rápida pincelada de ellos es suficiente. En esta novela he tenido la sensación de que no sólo el abate Dalla Piccola y Simonini, el personaje-personajes protagonistas, son intercambiables por lo que la propia narración pretende, sino que al resto de los otros personajes, inventados e históricos, que deambulan por sus páginas, les ocurre igual, es decir, hay veces que podrían cambiarse los papeles los unos a los otros y nada alteraría la historia contada, y esto sin embargo no lo pretende en absoluto la narración.
“-Ay, mi querido abogado –le dijo el notario-, serán las tendencias de los tiempos modernos que ya no son lo que eran, pero también los hijos de buena familia a veces han de doblegarse a trabajar. Que si Su Merced quisiera inclinarse hasta esta elección, de verdad humillante, yo podría ofrecerle un empleo en mi despacho, donde me resultaría cómodo tener a un joven con alguna noción de derecho, pero quede claro que no podré recompensar a Su Merced en la medida de su ingenio, aunque la cantidad que le daría debería resultarle suficiente para encontrarse un alojamiento donde vivir con modesto decoro.”
Y, lo peor de todo, es que hay un momento en la novela en el que uno ya presiente que al final todo será nada, que no nos llevará a ninguna conclusión, y, en efecto, así ocurre, pues al terminar noté que Umberto Eco podría haber seguido escribiendo otras mil páginas y nada habría ocurrido que me conmoviera, más aún, nada habría hecho que despertara mi interés.
Ha jugado con los judíos, para mostrarlos como una especie de monstruos (no él, claro, sino los protagonistas) pero, como ya he dicho, con la artera intención de crear una polémica falsaria con la que vender más libros, porque, en definitiva, no lleva absolutamente a ninguna parte. Y como lo sabía, astutamente, también despotrica de los comunistas, de los católicos, de los turcos, de los masones, vamos, de quien se le ponga a tiro para que, pese al probable escándalo que estaba creando, nadie le pudiera tildar de xenófobo, porque es su protagonista el que odia al mundo entero…
“Me revelaba que el porcentaje de las mujeres de mala vida era más alta entre los judíos que entre los cristianos (¿acaso no lo sabíamos por los Evangelios, me preguntaba yo, donde Jesús no se mueve sin toparse exclusivamente con pecadoras?), luego pasaba a mostrar cómo en la moral talmúdica no existía el prójimo, ni se hacía mención alguna a los deberes que tendríamos hacia el mismo, lo que explica, y a su manera justifica, los despiadados que son los judíos en arruinar familias, deshonrar a jovencitas, poner de patas en la calle a viudas y ancianos tras haberles chupado la sangre con usura. ..”
Y de esta guisa ha construido una novela de intriga pero sobre fuegos artificiales, sobre el aire, sobre un vacío en el que creo que sólo Eco se ha sentido cómodo, y supongo que al poner el punto final también glotonamente satisfecho. A mí, sin embargo, me ha dejado hambriento y descolocado.
Sergio Barce, abril 2011
Umberto Eco nació en Alessandria (Italia) en 1932. Se doctoró en Filosofía y Letras, es crítico literario, semiólogo y novelista. Con “El nombre de la rosa” (Il nome della rosa, 1980), Eco se hizo mundialmente famoso. Otros títulos suyos son “”El péndulo de Foucault” (Il pendolo di Foucault, 1988), “La isla del día de antes” (L´isola del giorno prima, 1994) o “Baudolino” (2000).
(Los fragmentos de la novela los he tomado de la edición de «El cementerio de Praga» publicada por Lumen, primera edición de noviembre de 2010, con traducción de Helena Lozano Miralles)
4 respuestas
Absolutamente de acuerdo con tus crítica de la última de Eco. Después de El Nombre de la Rosa, se me atragantó el Péndulo de Foucault y no pude (ni quise) acabar Baudolino.
Angelines, leer tu respuesta me gratifica, al menos compruebo que mi impresión sobre la novela de Eco no es un desatino.
Un beso
Hola Sergio.
Que valiente eres haciendo una critica de este libro, por que a mi me pareció un libro muy difícil de leer, y sobre todo muy difícil de comentar. – no se si sera una buena novela, pero para mi, si es un buen libro- Me costo mucho terminarlo y tuve que acudir a menudo a la wikipedia, ya que hay tantos sucesos históricos, nombres, manipulaciones, lugares, conspiraciones, referencias, citas, etc… que resulta difícil de seguir y hace que la narración se aparte a menudo del argumento,( creo que tener un diccionario de la obra como en el caso del péndulo le vendría muy bien).aunque a mi en este libro el argumento no es lo que me cautivo, mas bien el mensaje que trasciende para tender puentes a través de la Historia y vincular hechos del pasado con los actuales y enseñarnos como los propios creadores de conspiraciones terminan por creerse sus propias mentiras, y llegan a realizar actos horribles guiados por ellas. y cómo una mentira repetida constantemente termina siendo aceptada como verdad, y cómo la literatura es capaz de influir en la realidad.
Cuando lo ley, no me pareció para nada racista, ni xenófobo ni antisemita . me pareció que siendo un personaje tan despreciable el que habla de esta manera mas bien era una critica al odio que existe ante todo lo que nos parece distinto y a los clichés tan ridículos pero que en realidad existen sobre paises, culturas y religiones. y como un panfleto antisemita, como los Protocolos de los sabios se Sión, que se demostró que fue un fraude histórico, cuyo objetivo era justificar ideológicamente el linchamiento que sufrían los judíos, cuyo unico fin era hacerse con el poder mundial, se convirtió en lectura obligatoria para los estudiantes alemanes y termino con la destrucción del pueblo Judio en Europa.
Bueno yo tampoco soy muy de fiar porque me gusta todo, pocas veces, casi ninguna, he dejado un libro sin leer y de muy pocos libros o novelas puedo decir que no me hayan gustado. Por ejemplo Baudolino que a Angelines dice que no pudo acabar, y a mi me pareció genial, y me divirtió mucho como juega en esa novela con la historia, ya sabes para gustos colores no?.
un beso.
Lo que dices es cierto, Mayte. Pero la sensación que experimenté al leerla es que, para llegar a ese punto que hablas, es decir, el demostrar que la manipulación da lugar a esos monstruos, lo hace de una manera tan toruosa y utilizando un mecanismo tan artero, porque a mí me da algo de grima este tono de intelectualidad que le da Eco a la novela, que ahoga su objetivo. Pero tu análisis es muy bueno, y comparto algunas cosas, aunque a mí no llegó a engancharme como lo hizo «El nombre de la rosa», que creo magistral.
Un beso