LIBERTAD (Freedom, 2010) de JONATHAN FRANZEN. No he leído los anteriores libros de Franzen, así que parto de una cierta desventaja, o tal vez de una buena ventaja, depende de cómo se mire. En cualquier caso, esta novela, 667 páginas escritas con intensidad, me han vuelto a demostrar que los narradores americanos son realmente buenos. En este caso, un narrador excelente retratando personajes y personalidades. Tanto Patty, el más complejo de ellos, como Walter o Richard, o también Joey, Carol, Connie, Abigail, Jocelyn, Lalitha… e incluso los personajes más secundarios de la trama, todos, están perfectamente definidos, incluso en sus contradicciones, porque lo que Franzen consigue es construir personajes de carne y hueso que, como tales, actúan por impulsos y por sentimientos, como todo ser humano.
Pero ya digo que es Patty, probablemente, el personaje más profundo y contradictorio pero, a la vez, rico de este relato.
<A modo de concesión, sí llevó a Walter a conocer a su familia en primavera, antes de casarse. Para la autobiógrafa es doloroso admitir que le dio un poco de vergüenza que su familia lo viera y, mas aún, que acaso eso fuera otra de las razones por las que no deseaba una boda. Lo quería (y lo quiere, lo quiere de verdad) por unas cualidades que para ella tenían pleno sentido en su mundo privado de dos personas, pero que no eran necesariamente visibles para la clase de ojo crítico que sin duda sus hermanas, en particular Abigail, posarían en él. La risita nerviosa de Walter, su propensión al rubor, la circunstancia misma de que fuese tan buena persona: dichos atributos le eran entrañables en el contexto más amplio del hombre en sí. Motivo de orgullo, incluso. Pero la parte malvada de ella, que siempre parecía aflorar con contundencia al verse expuesta a su familia, no podía evitar lamentar que él no midiera un metro noventa y fuese muy guay.
Joyce y Ray, justo es reconocerlo, y quizá por el alivio oculto que experimentaron al descubrir que Patty era heterosexual (oculto porque Joyce, por su parte, estaba preparada para brindar una vigorosa Acogida a la Diferencia), exhibieron su mejor comportamiento. Al enterarse de que Walter nunca había estado en Nueva York, se convirtieron en gentiles embajadores de la ciudad, instando a Patty a llevarlo a exposiciones que la propia Joyce, ocupada como estaba en Albany, no había visto, y reuniéndose luego con ellos para cenar en restaurantes aprobados por el <Times>, incluido uno en el SOHO, que por entonces era aún un barrio oscuro y emocionante. La preocupación de Patty ante la posibilidad de que sus padres se burlaran de Walter dio paso a la preocupación de que éste se pusiera del lado de ellos y no viese por qué a ella le resultaban insoportables: de que empezara a sospechar que el verdadero problema era Patty, y de que perdiese aquella fe ciega en su bondad, una fe de la que ella, en menos de un año de relación, ya dependía desesperadamente>.
Creo que como gran narrador americano, hay una clara conexión con la manera de escribir de Richard Ford, y en concreto en relación a su extraordinaria trilogía, y especialmente con “El periodista deportivo”. Ambos escritores retratan a la sociedad americana con detalle, mirándola desde dentro, y en este retrato, a veces descarnado y otras veces irónico, también se refleja nuestra propia sociedad, producto, sin duda, del efecto globalización. Hay ciertamente situaciones en la novela de Franzen que reconocemos, y nos provocan una cierta estupefacción, a mí al menos, sobre todo al comprobar que poco a poco las líneas que separan a nuestras sociedades, la europea y la americana, se tocan cada vez con mayor intensidad, y eso no es, precisamente, nada halagüeño, y mucho menos gratificante. Será que odio la globalización.
La novela me parece increíblemente bien escrita. Y hay párrafos extraordinarios.
(…) <Su plan o su esperanza o su fantasía, en la medida en que se permitió ser consciente de que lo tenía, era que Richard olvidase su propósito de marcharse aquel día, y poder volver ella a su estado de sonambulismo esa noche, y que al día siguiente todo fuera de nuevo agradable y tácito, y luego más sonambulismo, y luego otro día agradable, y que luego Richard cargara su pickup y regresara a Nueva York, y mucho más adelante en la vida ella recordaría los sueños asombrosos e intensos que había tenido durante unas noches en el lago Sin Nombre, y se preguntaría sin riesgo si había ocurrido algo. Este viejo plan (o esperanza, o fantasía) se había ido al garete. Su nuevo plan le exigía un denodado esfuerzo para olvidar la noche anterior y fingir que no había ocurrido.
Lo que desde luego no incluía su plan –y puede afirmarse sin riesgo alguno- es que el almuerzo quedaría a medio comer en la mesa y de pronto ella se encontraría con los vaqueros en el suelo y la entrepierna del bañador dolorosamente apartada a un lado mientras él la llevaba a embestidas hasta el éxtasis contra la pared inocentemente empapelada de la antigua sala de estar de Dorothy, a plena luz del día y estando ella tan despierta como podía estarlo un ser humano.
No quedó ninguna marca en la pared, y sin embargo el punto quedó allí, claro e inconfundible, para siempre. Era una pequeña coordenada del universo permanentemente colmada de sentido y alterada por su propia historia. Dicho punto se convirtió en una silenciosa tercera presencia en la sala, junto con ella y Walter, los fines de semana que más tarde pasaron allí solos. En todo caso, a Patty le pareció que por primera vez en su vida follaba de verdad. Le abrió los ojos, por así decirlo. Y a partir de ese momento estuvo perdida, aunque tardó un tiempo en darse cuenta>.
La historia avanza y retrocede en el tiempo, y nos introduce en la vida de una familia a lo largo de varios decenios. Cómo Frazen desarrolla los cambios de personalidad en los personajes dependiendo de la edad que tienen en cada instante de la narración es asombrosa, de una minuciosidad envidiable. Su escritura no es nada efectista, ni tampoco artificial, es natural, fluye como el río, con una pasmosa facilidad, una aparente sencillez que esconde un arduo trabajo con el que construye una novela sin altibajos, bien armada, sobria. Sabe cómo meternos en el universo de los adolescentes, en la lenta evolución hacia la madurez de sus protagonistas, acompañados de sus desengaños, de sus miserias, y, sobre todo, de la justificación por los actos que violan las propias creencias. Es un retrato despiadado de cómo el hombre es capaz de auto engañarse para no revelar que se ha traicionado a sí mismo. En este aspecto, Franzen construye un buen argumento. Pero la desazón que provoca es desasosegante.
<Pasó una semana entera sin que ella le telefoneara, y luego otra. Él tomó conciencia, por primera vez, de la mayor edad de Connie. Ahora tenía veintiún años, era legalmente adulta, una mujer interesante y atractiva para los hombres casados. Presa de los celos, de pronto se vio a sí mismo como el afortunado de los dos, el simple chico a quien ella había otorgado su ardor. En su imaginación, ella adquirió una forma fantásticamente atractiva. A veces, él había intuido vagamente que su vínculo era extraordinario, mágico, como de cuento de hadas, pero hasta entonces no había sabido valorar lo mucho que él contaba con ella. Durante los primeros días de su silencio, consiguió creer que la castigaba no llamándola, pero no tardó en tener la sensación de que el castigado era él, la persona que esperaba a ver si ella, en su mar de sentimientos, encontraba acaso una gota de compasión y rompía el silencio por él>.
Una gran novela, llena de matices, poderoso relato sobre la condición humana, la evolución personal y las paradojas de nuestra sociedad, manipuladora, corrupta y falsaria. De esas obras que, después de leídas, comienzan a removerse en el subconsciente del lector…
Sergio Barce, febrero 2012
Los fragmentos de la novela están tomados de la 3ª edición, noviembre de 2011, publicada por Salamandra Narrativa, con traducción del inglés de Isabel Ferrer
Curiosa coincidencia, muy curiosa, ayer un querido amigo nacido en Larache, Paco Selva me habló de ti, hoy en Internet encuentro tu página comentando la misma novela que me tiene desde antesdeayer subyugado, ésto no tanto la globalización como los destinos encontrados, me alegro de haberte conocido virtualmente y espero que pronto carnalmente.
Obama llevó el libro en su maleta el pasado verano para sus días de vacaciones…, tu comentario lo deja en situación inmejorable para decidirme a leerlo aunque antes que a Franzen deseaba leer a Kathryn Chetkovich -su mujer-. Parece ser que también merece la pena su novela «Envidia»… hace unos meses cuando la buscaba aún no estaba traducida.
El caso es que ahora tengo al matrimonio «pendiente».
Un beso
Cuando leo un libro hay dos cosas que no soporto: la primera, los finales arregladitos e irreales, sin hilos colgando, donde todo el mundo acaba colocadito en su sitio. y lo segundo (y aquí viene el dilema) la mala costumbre de juzgar una obra por su final. Es contradictorio, lo sé, y por eso sigo pensando que la novela es inmensamente buena: porque cierro los ojos ante el final y me concentro en recordar lo bien que me lo he pasado durante el grueso de la novela.
Lo que mas me ha gustado ha sido la psicología de cada uno de los personajes, y lo muy de cerca que puede llegar a tocarnos, hasta el punto de encontrarnos con pasajes que uno ha podido reproducir exactamente igual en su vida sin casi darse cuenta, y que al encontrártelo en en el libro hace que te des un poco de miedo. y esa critica al capitalismo salvaje y a las tramas de cómo moverse por los pasillos de los ricos y poderosos: todo acaba siendo un negocio sucio, aunque defiendas una especie de pájaros en peligro de extinción con toda la buena fe del mundo. Es todo un espectáculo que me imagino que no se debe apartar mucho de la realidad.
A mi también me ha parecido que tiene párrafos maravillosos.
“No parpadeaba. Aún se advertía en su mirada algo casi mortecino, algo muy remoto. Parecía traspasarlo con la vista y ver más allá de él, el espacio frío del futuro en el que no tardarían en estar los dos muertos, la nada a la que habían accedido ya Lalitha y la madre y el padre de Walter, y sin embargo lo miraba a los ojos, devolviéndole la mirada antes de que fuera demasiado tarde, antes de que esa conexión entre la vida y lo que venía después de la vida se perdiera, y eso le permitió ver toda la vileza que había dentro de él, todos los odios de dos mil noches solitarias, mientras los dos seguían en contacto con el vacío en que la suma de todo lo que habían dicho o hecho alguna vez, todo el dolor que habían infringido, toda la alegría que habían compartido, pesarían menos que la pluma más insignificante flotando en el viento.
-Soy yo- dijo ella-. Sólo yo.
-Lo sé- dijo él, y la besó.”
6 respuestas
Curiosa coincidencia, muy curiosa, ayer un querido amigo nacido en Larache, Paco Selva me habló de ti, hoy en Internet encuentro tu página comentando la misma novela que me tiene desde antesdeayer subyugado, ésto no tanto la globalización como los destinos encontrados, me alegro de haberte conocido virtualmente y espero que pronto carnalmente.
Por cierto, me gustaría conocieses mi blog:
http://www.siroco-encuentrosyamistad.blogspot.com
Un saludo.
Gracias, Víctor, lo mismo te digo. Visitaré tu blog con mucho gusto.
sergio
Víctor, me he permitido poner un link de enlace de mi blog al tuyo, que me ha parecido muy interesante.
Un abrazo
sergio
Obama llevó el libro en su maleta el pasado verano para sus días de vacaciones…, tu comentario lo deja en situación inmejorable para decidirme a leerlo aunque antes que a Franzen deseaba leer a Kathryn Chetkovich -su mujer-. Parece ser que también merece la pena su novela «Envidia»… hace unos meses cuando la buscaba aún no estaba traducida.
El caso es que ahora tengo al matrimonio «pendiente».
Un beso
Cuando leo un libro hay dos cosas que no soporto: la primera, los finales arregladitos e irreales, sin hilos colgando, donde todo el mundo acaba colocadito en su sitio. y lo segundo (y aquí viene el dilema) la mala costumbre de juzgar una obra por su final. Es contradictorio, lo sé, y por eso sigo pensando que la novela es inmensamente buena: porque cierro los ojos ante el final y me concentro en recordar lo bien que me lo he pasado durante el grueso de la novela.
Lo que mas me ha gustado ha sido la psicología de cada uno de los personajes, y lo muy de cerca que puede llegar a tocarnos, hasta el punto de encontrarnos con pasajes que uno ha podido reproducir exactamente igual en su vida sin casi darse cuenta, y que al encontrártelo en en el libro hace que te des un poco de miedo. y esa critica al capitalismo salvaje y a las tramas de cómo moverse por los pasillos de los ricos y poderosos: todo acaba siendo un negocio sucio, aunque defiendas una especie de pájaros en peligro de extinción con toda la buena fe del mundo. Es todo un espectáculo que me imagino que no se debe apartar mucho de la realidad.
A mi también me ha parecido que tiene párrafos maravillosos.
“No parpadeaba. Aún se advertía en su mirada algo casi mortecino, algo muy remoto. Parecía traspasarlo con la vista y ver más allá de él, el espacio frío del futuro en el que no tardarían en estar los dos muertos, la nada a la que habían accedido ya Lalitha y la madre y el padre de Walter, y sin embargo lo miraba a los ojos, devolviéndole la mirada antes de que fuera demasiado tarde, antes de que esa conexión entre la vida y lo que venía después de la vida se perdiera, y eso le permitió ver toda la vileza que había dentro de él, todos los odios de dos mil noches solitarias, mientras los dos seguían en contacto con el vacío en que la suma de todo lo que habían dicho o hecho alguna vez, todo el dolor que habían infringido, toda la alegría que habían compartido, pesarían menos que la pluma más insignificante flotando en el viento.
-Soy yo- dijo ella-. Sólo yo.
-Lo sé- dijo él, y la besó.”
Mayte, ese párrafo lo tenía subrayado! Coincidimos en todo lo que dices. Es tal y como lo describes.
Un beso
sergio