“Metrolandia” (Metroland, 1980) del escritor británico Julian Barnes es una novela llena de matices, sugerencias, anécdotas y buena narrativa. Me parece una obra muy inglesa, en el buen sentido de la frase, tamizada por el fino humor del autor, que me sugiere imágenes que sólo pueden nacer de la pluma de un autor de esas latitudes, como sucede con las películas de época, que siempre que son rodadas por británicos tienen un empaque y una calidad reconocibles.
“Asimismo nos gustaba haraganear al tiempo que observábamos cómo la gente se cansaba trabajando. Íbamos a las callejuelas que dan a Fleet Street para ver descargar los enormes paquetes de periódicos. Rondábamos mercados y tribunales, merodeábamos por la entrada de las tabernas y de las lencerías. Visitábamos San Pablo armados con los prismáticos, aparentemente para examinar los frescos mosaicos de la cúpula, pero en realidad para mirar a los que rezaban. Buscábamos prostitutas –la única otra clase de Callejero Provechoso que existía, pensábamos con sarcasmo-, que, en aquellos días, eran todavía fácilmente identificables por una delicada cadena de oro que llevaban alrededor de uno de los tobillos. Nos preguntábamos el uno al otro:
-¿Crees que ahora está ejerciendo el oficio?
No hacíamos sino observar, aunque una tarde húmeda y neblinosa Toni fue asaltado por una puta miope (o desesperada).
A la fórmula profesional con que ella lo abordó, <¿Te vienes conmigo, guapo?>, él respondió con mucho desparpajo, pero voz un poco aflautada:
-Depende de lo que me pagues…”
Cuenta la historia de dos amigos, Christopher y Toni, siempre relatada desde el punto de vista del primero. De adolescentes, sus peripecias están llenas de cinismo y de una alocada percepción de la vida; inconsciente, libre y anárquica. Son como dos almas vírgenes que se enfrentan al mundo desde un prisma radical e irreverente. Tiene su propio código de conducta, y el arte y la cultura se convierten para ellos en el motor esencial de sus vidas. Fuera del arte todo parece gris, anodino y vulgar. Suelen divertirse fijándose en las estúpidas actitudes de los demás. Y, por supuesto, de jóvenes, sus andanzas dan, gracias al ingenio de Julian Barnes, a situaciones ciertamente cómicas.
“..Parecía que los domingos eran siempre pacíficos y siempre soleados.
Yo los odiaba, con toda la rabia de quien continuamente se siente defraudado al descubrir que no es autosuficiente. Odiaba los periódicos del domingo, que procuraban llenarte la mente amodorrada de ideas que rechazabas; odiaba la radio dominical, desbordante de áridas críticas; odiaba los programas de televisión del domingo, donde un montón de intelectuales discutían temas de actualidad, y esas obras serias sobre personas maduras, crisis emocionales, guerras nucleares y demás fruslerías. Odiaba quedarme dentro de la casa mientras el sol se deslizaba furtivamente por la habitación, hasta golpearme certera y repentinamente en los ojos; y odiaba salir a sentarme donde el mismo sol te derretía el cerebro haciéndolo chapotear en el interior del cráneo. Odiaba las tareas dominicales: limpiar el coche, una y ora vez, hasta que el agua jabonosa chorreaba hacia arriba <¿cómo era posible?> empujándote hasta los sobacos, restregar las uñas contra el fondo de la carretilla de metal intentando deshacerme de los montones de césped cortado. Odiaba trabajar y no trabajar. Odiaba pasar por el campo de golf y encontrarme con otra gente paseándose por el campo de golf. Y odiaba hacer lo que más se hace el domingo: esperar la llegada del lunes.”
La visión del autor hace que sus personajes se vayan dibujando nítidamente en la novela, y, a medida que la historia avanza, los dos amigos evolucionan de manera natural. Es, pues, un retrato certero de la vida: desde la luminosa y vigorosa juventud, hasta la tranquila y conservadora primera madurez, y con ella el cambio de mentalidad que se produce, especialmente, en Christopher que, de pronto, descubre que la felicidad se halla en lo más sencillo.
Pero tal vez la relación de Christopher con su tío Arthur sea uno de los más curiosos y divertidos del libro.
La etapa de su vida en París nos regala quizá los mejores momentos de la novela; su descubrimiento del sexo, del amor, la nueva visión del mundo que se le muestra justamente en los instantes del mayo del 68, la irrupción de Annick en su vida, todo un descubrimiento, y posteriormente de Marion, esencial en su cambio de mentalidad, enriquecen aún más su retrato.
“Estábamos de acuerdo en la mayoría de las cosas; teníamos que estarlo, dada mi ansia cobarde de quedar bien. No quiero decir que asintiera a todo lo que Annick decía; por ejemplo, no dejé de demostrar cierto desacuerdo con el sentido de humor de Bergman (sosteniendo gallardamente que carecía de él). Pero había decoro natural en nuestras investigaciones; lo único importante que asumíamos ambos es que no íbamos a disgustarnos el uno al otro.
Después de un par de copas, se nos ocurrió ir al cine. En última instancia no se puede estar hablando eternamente y lo mejor es ofrecer, lo antes posible, una pequeña experiencia compartida. Nos decidimos pronto por la última de Bresson, <Au Hasard, Baltazhar>. Con Bresson sabe uno dónde está (o al menos dónde se supone que está). Ásperas, con una mentalidad independiente y rodadas en un blanco y negro intelectual; eso era lo que se decía de sus películas.”
También hay mucho humor en este tiempo parisino que, ya digo, me parece lo más suculento del libro.
Pero he de reconocer que, en los últimos capítulos, su narrativa no desmerece en absoluto y los retazos de esa incipiente felicidad de Chrisopher están llenos igualmente de suculentos momentos.
Hay mucha literatura y mucho cine en esta novela, referencias explícitas a títulos, autores y tendencias que no me son ajenos, y que le dan un poso de veracidad a lo que cuenta.
Fue la primera novela de Julian Barnes, y su calidad se vio refrendada al serle otorgado el premio Somerset Maugham.
“…No se puede confiar siempre en metáforas llenas de fantasía.
Yo diría que soy un hombre feliz; si soy dado a sermonear, es como resultado de una modesta emoción, no del orgullo. Me pregunto por qué en nuestros días se desprecia la felicidad; se la rechaza confundiéndola con la comodidad y la complacencia; se la juzga como enemiga del progreso social e incluso tecnológico. La gente, a menudo, se niega a creer en ella incluso cuando la ve. O la desprecian como algo que tiene que ver sólo con la suerte o la genética: unas gotitas de esto, un chorrito de lo otro, un par de neuronas sueltas. Nunca como un logro.”
Sergio Barce, septiembre 2011
Julian Barnes, nació en Leicester (UK), en 1946. Está considerado uno de los grandes escritores británicos de los últimos años, y ha sido galardonado con los más prestigiosos premios. Entre sus obras destacan, además de “Metrolandia”, las novelas “El loro de Flaubert” “Flaubert´s parrot,1986), “Una historia del mundo en diez capítulos y medio” A History of the World in 10 ½ chapters, 1997), “Hablando del asunto”(Talking it over, 2003) o “Inglaterra, Inglaterra”(England, England, (1999).
Los fragmentos de la novela los he tomado de “Metrolandia” publicada por Anagrama, segunda edición 2000, con traducción del inglés de Enrique Juncosa.
Hay una adaptación cinematográfica de esta novela, rodada en 1997, está dirigida por Philip Saville y protagonizada por Christian Bale, Emily Watson y Lee Ross.
Hace tiempo compré un libro de un ilustre larachense. Hasta ahora no habia tenido tiempo de leerlo. Cosas de los viajes, traslados de residencia y sus consecuencias. Ahora, ya con un poco de mas calma, he podido empezar a leerlo. Es un libro que conviene tener en la mesita de noche. Se trata de «Tiempo de silencio» de Luis Martin-Santos.
Querido Tiyani:
Tienes razón, es un libro fundamental. No sé si lo viste, pero en Febrero hice una referencia tanto a esta novela como al escritor larachense Matín-Santos. Si no lo hiciste, léelo, quizá coincidamos en nuestras apreciaciones sobre este libro.
Un abrazo
sergio
2 respuestas
Hace tiempo compré un libro de un ilustre larachense. Hasta ahora no habia tenido tiempo de leerlo. Cosas de los viajes, traslados de residencia y sus consecuencias. Ahora, ya con un poco de mas calma, he podido empezar a leerlo. Es un libro que conviene tener en la mesita de noche. Se trata de «Tiempo de silencio» de Luis Martin-Santos.
Querido Tiyani:
Tienes razón, es un libro fundamental. No sé si lo viste, pero en Febrero hice una referencia tanto a esta novela como al escritor larachense Matín-Santos. Si no lo hiciste, léelo, quizá coincidamos en nuestras apreciaciones sobre este libro.
Un abrazo
sergio