<Sin otra palabra volvió arriba y entró en el cuarto. Joel, incapaz de moverse, esperó en la escalera mucho tiempo. Había voces en las paredes, suspiros de piedra y madera, sonidos al borde del silencio.>
Su primera obra con éxito. Compleja, barroca, el paso de la adolescencia a la madurez relatada con evidentes conexiones con Steinbeck, Hemingway y Tennessee Williams. Truman Capote escribe tal y como siente, a veces enrevesadamente, a veces confusamente, pero eso es la adolescencia, un mundo lleno de contradicciones que Capote construye a partir de la historia de Joel, su evidente trasunto, que va en busca de su padre, del que no sabe nada, ni siquiera que está enfermo y paralítico, y el mundo que rodea a éste y que conforman una serie de personajes entre fantasmagóricos y enigmáticos, entre esperpénticos e idealizados:
<Las mujeres de la edad de miss Amy, entre los cuarenta y cinco y los cincuenta, por regla general demostraban hacia él una cierta ternura que aceptaba de antemano. Y así, como sucedía muy pocas veces ese afecto no era manifiesto, sabía que resultaba sumamente fácil provocarlo: una sonrisa, una mirada ansiosa, una alabanza cortés.>
Su padre, un misterio inconcluso; Jesus Fever, miss Amy, Radcliff, Randolph, Zoo, Idabel, y su hermana Florabel, Little Sunshine, Wisteria… Una galería insólita.
<…Little Sunshine era demasiado viejo, no tanto como Jesus Fever, por supuesto, pero viejo de todos modos. Y feo. Tenía una catarata azul en un ojo, casi ningún diente en la boca y olía muy mal. Mientras estuvo en la cocina, Amy mantuvo sobre la boca la mano enguantada, como si fuese un saquito lleno de hierbas perfumadas. Y cuando Randolph se lo llevó a su habitación (de la que surgieron hasta el alba sonidos de conversación de borrachos) lanzó un suspiro de alivio.
Little Sunshine levantó el brazo.
-Pronto, muchacho, persígnate –dijo con voz de trombón-, porque me has encontrado a la luz del día.>
No puedo añadir nada de Capote, todo está dicho. La novela, por supuesto, ocupa un lugar, y sólo cabría añadir alguna impresión personal: es de esas novelas que no sabes si te están gustando o no, simplemente avanzas porque algo indefinido te lleva hacia delante. Cuando terminas, te das cuenta entonces de que has estado sumergido en un mundo ajeno, enredado en las palabras de Truman Capote, de que te ha atrapado, y de que es al cerrar el libro cuando comienzas a echar de menos a esos personajes agónicos, desesperados y únicos.
Sergio Barce, junio 2011